Diecisiete
veces ha terminado entre rejas Steve Gough, y todas ellas por una
simple razón: andar desnudo. En cueros vivos cumple la última condena de
657 días por alteración del orden público. Sus carceleros en la prisión
de Perth (Escocia) son inflexibles con él: si no se pone la ropa, no
sale de la celda.
Y
ahí sigue el nudista en chirona, exhibiendo sin pudor su ajada piel (52
años), clamando por la máxima expresión de “la verdad y de la
libertad”, que para él consiste en desprenderse de toda ropa.
Gough
asegura tener a su lado la Convención Europea de Derechos Humanos, pero
los jueces británicos han sido implacables, sobre todo en Escocia. De
poco han valido las peticiones a favor de su puesta en libertad de
decenas de grupos nudistas de todo el mundo. De poco también la campaña
orquestada por en Facebook, y las súplicas de su ex compañera Malanie
Roberts, con quien recorrió de norte a sur el país en aquel documental
que inmotalizó como The Naked Rambler.
“Vivo
a un nivel más profundo”, confiesa el “nudista errante” al Guardian,
que le enrevistó en su salsa y sin salir de la celda. “A veces me
levanto por las mañanas y pienso: ¿qué estoy haciendo aquí? Pero lo que
estoy haciendo va más allá de mí. Estoy retando a la sociedad, porque la
sociedad se equivoca”.
“Podemos
vivir la vida que otros esperan o podemos vivir nuestra auténtica
verdad”, asevera Gough entre barrotes. “La diferencia es entre una vida
consciente y una vida consciente. Para mí es la misma diferencia entre
vivir o no vivir”.
La
epifanía nudista, confiesa, le llegó mientras estaba viviendo en
Canadá. Atrás quedó su pasado bélico como miembro de la Royal Marines,
atrás también su vida prosaica como conductor de camiones o su búsqueda
de estilos de vida más o menos comunales. Por el camino se quedaron
también su ex mujer y sus dos hijos. Con la mochila a cuestas, se fue a
vivir a Vancouver, y ahí fue donde experimentó la transformación...
“Me
di cuenta de que soy bueno. A un nivel elemental, todos somos buenos si
somos capaces de creer en la parte más fundamental de nosotros
mismos... Un día me levanté a desayunar desnudo, y eso fue todo. A mi
familia no pareció molestarle”.
Los
problemas empezaron a su regreso a Easleigh, en Inglaterra, donde se
fue a vivir con su madre. Un día salió a hacer la compra desnudo y se
montó un gran revuelo. Acabó en comisaría, pero al poco le soltaron
porque la policía fue incapaz de responder a su pregunta: “¿Acaso es
ilegal caminar sin ropa por la calle?”.
Tras
esa experiencia agridulce –hubo quien siguió sus pasos y decidió
desnudarse-, Gough decidió cargar con los bártulos y lanzarse a la
carretera, haciendo proselitismo de la “libertad máxima”. Con el tiempo
encontraría a una incomparable compañera de viaje, Melanie Roberts, que
compartió sus peripecias en cueros durante varios meses. Hasta que les
echaron el guante, en las cercanías de Edimburgo, y la cosa empezó a
ponerse cruda. Con todo su pesar, y aunque compartía en el alma su
filosofía de vida, Roberts se separó de Gough porque no quería pasarse
la vida de cárcel en cárcel.
La
gota que colmó el vaso fue en el 2066 durante un vuelo, otra vez rumbo a
Edimburgo. Embarcó vestido, pero salió desnudo de los servicios del
avión y contribuyó a una especie de motín a bordo. Nada más aterrizar
fue detenido, y desde entonces ha pasado más tiempo entre rejas que al
aire libre.
La
última vez lo arrestaron al minuto escaso de salir de la cárcel de
Perth, cuando no pudo reprimir el impulso y se desnudó en la misma
puerta. Se dejó poner las esposas porque sabía lo que le esperaba. Y
desde su celda de confinamiento, tal y como vino al mundo, defiende
ahora su cordura a prueba de ropajes: “Me hacen evaluaciones mentales,
pero estoy bien. Estoy en lo más alto de mi juego mental: tengo una
claridad envidiable”
Carlos Fresneda / Londres
Publicado en El Mundo, papel
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