De una manera intuitiva,
Richard Louv acuñó hace una
década el término de «déficit de naturaleza» sin saber que iba a
provocar una auténtica reacción en cadena. Su libro El último
niño en los bosques fue la chispa de un movimiento que ahora se
extiende entre los educadores y los padres, deseosos de establecer el
vínculo roto entre la infancia y el entorno natural. En su nueva
obra, El Principio de la Naturaleza, el infatigable periodista
y divulgador extiende su alcance al mundo de los adultos, donde los
síntomas y las carencias son cada vez más evidentes.
Pregunta.– ¿Cómo podemos averiguar si tenemos un déficit de naturaleza?
Respuesta.– El déficit de naturaleza no es una enfermedad clínica, no es un trastorno que se pueda tratar con medicamentos. Es más bien una enfermedad social, y el único remedio posible es lo que yo llamo Vitamina N, de Naturaleza: pasar más tiempo al aire libre, manteniéndonos activos y en contacto con los seres vivos. Los síntomas son evidentes y todos los conocemos: depresión, obesidad, fatiga crónica, estrés, hiperactividad y déficit de atención, trastornos de aprendizaje en los niños. Son esencialmente las mismas dolencias que aquejan a los animales cuando les sacas de su hábitat natural y los encierras en un zoo o en un laboratorio. El caso es que todo esto lo sabemos desde hace tiempo, pero hacen falta más estudios científicos.
P.– ¿Hasta qué punto se manifiesta el déficit de un modo distinto en los adultos que en los niños?
R.– La idea de El Principio de la Naturaleza surgió precisamente cuando una mujer me espetó a la salida de una conferencia: ‘Mírenos; los adultos también tenemos déficit de naturaleza’. Volvemos a la raíz social del problema: hemos creado un mundo en el que parece que para ser adultos hay que dejar atrás la naturaleza. No nos damos cuenta de lo dependientes que somos de ella. Me gustaría ver en marcha un movimiento, similar al que existe ya entre los educadores y los padres, para traer la naturaleza a los hogares y a los lugares de trabajo. Somos mucho más productivos y creativos cuando estamos en un entorno natural.
P.– ¿El remedio podría ser más naturaleza y menos tecnología?
R.– Yo no me considero antitecnológico. Lo que hace falta es un equilibrio... Es más, cuanto más tecnología incorporamos a nuestras vidas, más necesario es el contacto con la naturaleza, precisamente para compensar nuestra exposición a entornos artificiales.
P.– Para los niños, la naturaleza era antes la vía de escape del mundo de los adultos. ¿Hasta qué punto ese lugar mágico ha sido suplantado hasta cierto punto la tecnología?
R.– El mundo digital no tiene por qué competir con el mundo físico. Pero es importante la labor de los padres y los educadores para que los niños no se aíslen con la tecnología, y para que tengan a diario suficiente cantidad de Vitamina N.
P.– El último niño en los bosques tuvo un gran impacto en países como Estados Unidos y Gran Bretaña ¿Se puede hablar ya de un movimiento mundial de infancia y naturaleza?
R.– El libro sirvió en todo caso como estímulo, pero el poso ya estaba ahí. Y sí, es cierto que las redes como Children and Nature Network, los clubes de naturaleza, los huertos escolares y el gran aumento de las visitas a los parques nacionales en EEUU tienen algo que ver con todo esto. Pero no sé si existe aún un movimiento a nivel global.
P.– En su último libro
(Last Child in
the Woods), usted insiste en la necesidad de fomentar ese
vínculo no sólo por nuestro propio bien, sino por el futuro del
planeta...
R.– A mí no me
gustan los mensajes apocalípticos, y creo que le hacemos un flaco
favor a los niños si les hablamos en abstracto de los problemas
ambientales y de la amenaza del cambio climático. Lo que conseguimos
así es más bien generarles la «biofobia», el miedo a las cosas
vivas. Para estimular la
«biofilia», que es todo lo contrario, no hay nada mejor que acercarles a la naturaleza. La siguiente generación tiene ante sí un reto que más allá de la sostenibilidad, que es un concepto estático. Los niños de hoy van a ser capaces de crear naturaleza en el futuro y de reinventar, por ejemplo, el modo
en que vive la mitad del planeta en las ciudades. Y eso sólo será posible si aprenden a conocer y a amar la naturaleza.
«biofilia», que es todo lo contrario, no hay nada mejor que acercarles a la naturaleza. La siguiente generación tiene ante sí un reto que más allá de la sostenibilidad, que es un concepto estático. Los niños de hoy van a ser capaces de crear naturaleza en el futuro y de reinventar, por ejemplo, el modo
en que vive la mitad del planeta en las ciudades. Y eso sólo será posible si aprenden a conocer y a amar la naturaleza.
Carlos Fresneda / San Diego (EEUU)
Publicado en El Mundo edición papel
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