Carlos Fresneda
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es
Pensamos y sentimos que por qué no lo imposible en tiempos ordinarios se puede convertir en factible en tiempos extraordinarios. Los ejes políticos y economicos, se manejan por una minoría hija predilecta del capitalismo. Indagar en la construcción de la resiliencia, reencontrar valores no rentables para pocos pero vitales para los muchos, anhelar un mundo sin perdedores, escribimos sobre personas y organizaciones que estimulan a cambiar hacia un mundo mejor. Carlos Fresneda y Manolo Vilchez
Sachwald ejerce de “disc jockey” en los garitos nocturnos del East Village. Fue batería de una banda de “heavy metal” –Take this City by Nightfall (“Vamos a tomar la ciudad a la caída de la noche”)- y llegó a tocar en el mítico CBGB. Sus grupos predilectos del momento son Wetnurse y Tiger Flowers, y asegura que nada mejor “para cargar baterías” que una descarga matutina de At the Gates.
Nunca ensaya en casa, por respeto a los vecinos. Y cuando quiere escuchar a todo volumen se pone los casquitos. A los conciertos va siempre con sus inseparables tapones en los oídos, “para no perder facultades auditivas”. Su ruidosa pasión nocturna es tan sólo comparable a su meticulosa dedicación diurna, aunque él no cree que exista ninguna contradicción.
“Raro es el técnico acústico que no se dedica a la música”, confiesa. “Entre nosotros, para romper el hielo, solemos preguntarnos: “¿Cuál es tu instrumento?” Hace poco estuve en Madrid, en una reunión de expertos, y la verdad es que alucinaron cuando les conté lo del CBGB”.
Benjamin, 28 años, es ya toda una institución en el panorama acústico de Nueva York. Su empresa, AKRF, ha ayudado al Ayutamiento a poner al día la ordenanza de ruidos, que falta le hacía. Las quejas por “ruidos irrazonables” acaparan con gran diferencia las llamadas al fatídico 311.
Nada encabrita tanto a los vecinos de la Gran Manzana como el sonido machacante de las construcciones y los martillos neumáticos a todas las horas. Los ladridos de los perros ocupan el segundo lugar. Y ahora, en verano, el fragor del aire acondicionado, como si fuera el bramido nocturno del monstruo urbano…
“Nueva York es una de las ciudades más densas del planeta, y eso pasa factura. Somos muchos y en poco espacio, y eso crea una energía especial. La ciudad que nunca duerme es también la ciudad que nunca deja de hacer ruido”.
Bajamos a Park Avenue, a tiro de piedra de su oficina, a tomarle el pulso a la calle. El marcador se para en los 70 decibelios, dentro de lo tolerable. Si nos acercamos a la construcción cercana, rondaremos los “preocupantes” 80 decibelios. Aunque las zonas más castigadas de la ciudad son sin duda las autopistas del South Bronx, las avenidas de Manhattan, los bajos de los puentes en Brooklyn y las cercanías del metro elevado en Queens, con ese estrépito herrumbroso y chirriante que dispara el medidor hasta los 82 decibelios. Los estridentes bomberos de Nueva York llegan a superar la barrera de los 100, “pero están exentos del código”.
Benjamin Sachwald no ha llegado a sentir la tentación de David Holmes, que registró los sonidos de las calles y las gentes Nueva York en “Let’s get killed”. Tampoco ha llegado al extremo del “soundtracker” Gordon Hempton, que se cruzó el país de costa a costa, a la busca de un sonido cada vez más proscrito por la civilización: el silencio natural.
Pero Sachwald no se conforma con medir los ruidos y las vibraciones sin más. Su sueño sería contribuir a la creación de un “mapa de ruido” de Nueva York, similar a los que existen en muchas urbes europeas. Y también, ayudar a crear “conciencia” para combatir la contaminación acústica: “Estamos ante un problema de calidad de vida y de salud. Los niveles de ruido influyen directamente en la ansiedad, el insomnio, el estrés, la presión sanguínea… Una ciudad menos ruidosa es sin duda una ciudad más saludable”.
Carlos Fresneda
Publicado en el blog En la Ruta Verde, de El Mundo
Estamos en las Olympic Mountains, el rincón más fascinante y silvestre del noroeste de Estados Unidos. Avanzamos con Gordon Hempton, el ecologista acústico, camino de ese santuario que él mismo ha bautizado como “una pulgada cuadrada de silencio”.
“El avance impetuoso de la civilización hace que cada vez sea más difícil encontrar el silencio”, advierte Hempton, que hace diez años dio la vuelta al mundo (con parada en el parque de Doñana) rastreando los sonidos naturales en estado puro. Uno de los pocos lugares en que fue capaz de encontrarlo fue precisamente aquí, a tres horas escasas de Seattle, en estas montañas envueltas por el musgo y el misterio.
Silencio... Pasamos sobre un riachuelo. Nos detenemos en el puente. El ecologista acústico le toma la medida al rumor del agua. 69 decibelios... Silencio.
“Una conversación humana discurre a 60 decibelios”, advierte. Cualquier ruido imprevisto puede hacer que el medidor de dispare por encima de los 75 decibelios, pero una especie de hechizo parece proteger a este bosque y a su defensor más callado y conspicuo.
¿Su sonido predilecto? “El gorjeo de los pájaros al amanecer” ¿Su ruido más odiado? “El de un avión a primera hora de la mañana”... Y en ese momento rasga el cielo un avión lejano, cuando llevamos 38 minutos de caminata. Hempton lleva varios años intentando convencer a Alaska Airlines para que desvíe sus vuelos y no irrumpan en su “santuario”. Al menos no incordian tanto como en Yosemite, la joya (profanada) de los parques naturales.
Llegamos al cabo de dos horas a un árbol hueco, bautizado como la “puerta del silencio”. Allí registramos los 32 decibelios, el punto más cercano a la quietud total. Y por fin nos acercamos por fin a la mítica “pulgada”, que tiene algo de altar, con una jarra que contiene los pensamientos de todos los peregrinos del silencio.
Hempton mide por última vez el sonido natural: 39 decibelios, con la ráfaga inesperada que pone el contrapunto al último y mágico destello de la tarde.
Tardaremos en volver a hablar, y nuestra propia voz nos resultará estridente y antinatural... “Tenemos que aprender a escuchar el silencio, y lo que viene después del silencio: un mundo de sensaciones nuevas, compuesto por pequeños e infinitos sonidos, que son el pálpito de este maravilloso planeta”.
Carlos Fresneda
Publicado en el blog On the Green Road / En la Ruta Verde