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El portavoz del silencio


            FOTO: Isaac Hernández

En este mundo ruidoso que hemos creado, entre el fragor del tráfico, el sobresalto de los bomberos, el aullido de las alarmas, el martilleo de las obras, el zumbido de las calefacciones y el bramido del monstruo urbano, el "oficio" del portavoz del silencio es tal vez más necesario y urgente que nunca...
     
"La gente teme al silencio como le teme a la oscuridad. En el fondo, es un temor a lo desconocido, porque nos hemos habituado a vivir entre ruidos... Tenemos que aprender a "escuchar" el silencio, y lo que viene después del silencio: esa sucesión de pequeños e infinitos sonidos, que son el pálpito del maravilloso planeta en el que vivimos".
       
Gordon Hempton, de profesión "ecologista acústico", habla de una manera susurrante y casi hipnótica, por debajo de los 60 decibelios (que es lo que suele marcar su medidor de ruido durante un conversación normal). Su ideal de silencio está sin embargo por debajo de los 40 decibelios: lo que puede llegar a registrar –micrófono en mano- en ese santuario natural que él mismo ha encontrado no muy lejos de donde vive.
      
Estamos en las Olympic Mountains, el rincón más fascinante y silvestre del noroeste de Estados Unidos. Y nos disponemos a emprender una aventura insólita, a la busca de la mítica One Square Inch of Silence (una pulgada cuadrada de silencio).
      
La leyenda dice que Gordon Hempton ha sido capaz de alterar las rutas de los aviones que despegan de Seattle para que no interfieran en el "santuario" del silencio. El mismo desmiente el tópico y da fe de su lucha infructuosa por lograr que todos los parques nacionales preserven a toda costa su sonido "natural".
      
Hempton estuvo hace tiempo en Doñana, en la primera de sus tres vueltas al mundo a la busca del silencio, que cada vez se vende más caro. Ultimamente ha atravesado su país en un inaudito "cross country", a medio camino entre Jack Kerouac y John Muir, captando la sucesión de sonidos autóctonos, y escribiendo sobre la marcha un apasionante tratado de geografía acústica.
      
Su epifanía personal, recuerda, ocurrió durante un viaje parecido a los 27 años. Llevaba todo el día conduciendo y estaba agotado. Decidió tumbarse en un campo de maíz a dormir. Le despertó un trueno y sintió cómo le zarandeaba la tormenta. "¿Cómo he podido pasar tanto tiempo sin saber escuchar?", fue la pregunta que se hizo en el ecuador de su vida. Ya no le interesaba ser patólogo de plantas. La respuesta, mi amigo, está siempre en el viento, que diría Bob Dylan...
   
"Cada valle tiene un rumor distinto, una partitura peculiar que está marcada por la altitud y por la fronda de los árboles. Los ríos y los arroyos tienen también su propia música en función del caudal, que interpreta una melodía distinta en cada estación del año".
     
Silencio. Gordon Hempton despliega su micófono bajo el susurro de las coníferas. El viento agita las copas y las ramas chocan. El medidor marca 45 decibelios. El bosque respira hondo. Silencio.
Los alces flanquean la entrada al parque de las Olympic Mountains a cualquier hora del día. Comen el pasto y quiebran las ramas. Apenas irrumpen en el silencio natural. Si acaso cuando chocan sus cornamentas; estamos en época de celo... Pasamos sobre un riachuelo: el agua dispara el medidor a los 69 decibelios.
      
Conforme avanzamos, el musgo se apodera de las rocas y los troncos y lo cubre todo con un halo de silencio verde. Poco a poco nuestros oídos van calando en el misterio del bosque. Gordon habla lo mínimo e impresncindible en su habitat, atento siempre a sus mediciones, que registra puntualmente en un cuaderno, con el sigilo de un duende.
      
Sobre la marcha le formulamos algunas preguntas amortiguadas e indiscretas. Por ejemplo, su sonido favorito: "El de los pájaros al amanecer, en cualquier lugar del mundo... Es un sonido de júbilo, de invitación permanente a la vida. Le dediqué un documental al tema, "Vanishing Dawn Chorus". Un lugar donde los pájaros no cantan por la mañana es un lugar sin futuro".
     
¿Y el sonido que más detesta? "El de un avión a primera hora del día... Es como el eterno recordatorio: por aquí ha pasado el hombre. El ímpetu de la civilización no respeta ni los parajes más asombrosos, como mi querido Yosemite, profanado a todas las horas por los aviones".
     
Dicho y hecho. Apenas llevamos 38 minutos de caminata y el avión de Alaska Airlines (la única línea que sigue volando sobre el parque) altera por primera vez el sonido natural. Esta vez vuela muy alto, y el marcador apenas se inmuta. Cualquier ruido imprevisto puede hacer que se dispare por encima de los 75 decibelios –más o menos lo que detectará en una calle ruidosa de Nueva York- pero una especie de hechizo parace proteger a este bosque y a su defensor más callado y conspicuo.
     
Pasamos revista a los efectos indeseados de la contaminación acústica, a esa epidemia de insomnio, ansiedad, estrés y alta presión sanguínea tan común entre los habitantes de las ciudades. Pero el ruido va quedando atrás, y Gordon Hempton prefiere recordar en todo caso su experiencia cercana al silencio total: "Perdí casi totalmente la audición. Mi mundo se estaba cayendo en pedazos, creí volverme loco. Me di cuenta de lo que es renunciar al mundo de los sonidos. Recuperar el oído dio un nuevo sentido a mi trabajo".
     
De aquella crisis nació la idea de crear la Pulgada Cuadrada de Silencio, que acaba de cumplir ocho años. Decenas de visitantes, siguiéndole a él o dejándose llevar por su instinto, han logrado llegar hasta el lugar, flanqueado un árbol hueco que Gordon ha bautizado como Silence Gate. El medidor registra allí el mínimo de 32 decibelios en la Puerta del Silencio, el punto más cecano a la quietud total.
     
Casi en volandas llegamos hasta el "santuario", marcado con una pequeña piedra roja y una jarra que contiene los pensamientos finales de todos los peregrinos del silencio: "Gracias, Gordon, por crear este oasis de cordura en un mundo estrepitoso".

Carlos Fresneda
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es

GORDON HEMPTON, EL PORTAVOZ DEL SILENCIO

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Micrófono en mano, el ecologista acústico busca condedicada vocación el silencio tan temido por la civilización 
 
En este mundo ruidoso que hemos creado, entre el fragor del tráfico, el sobresalto de los bomberos, el aullido de las alarmas, el martilleo de las obras, el zumbido del aire acondicionado y el bramido del monstruo urbano, el oficio del portavoz del silencio es tal vez más necesario y urgente que nunca...
“La gente teme al silencio como teme a la oscuridad. En el fondo, es un temor a lo desconocido, porque nos hemos habituado a vivir entre ruidos... Tenemos que aprender a escuchar el silencio y lo que viene después del silencio: esa sucesión de pequeños e infinitos sonidos, que son el pálpito del maravilloso planeta en el que vivimos.”
Gordon Hempton, de profesión ecologista acústico, habla de una manera susurrante y casi hipnótica, por debajo de los 60 decibelios (que es lo que suele marcar su medidor de ruido durante una conversación normal). Su ideal de silencio está, sin embargo, por debajo de los 40 decibelios: lo que puede llegar a registrar –micrófono en mano– en ese santuario natural que él mismo ha encontrado no muy lejos de donde vive.
Estamos en las Olympic Mountains, el rincón más fascinante y silvestre del noroeste de Estados Unidos. Y nos disponemos a emprender una aventura insólita, a la busca de la mítica One Square Inch of Silence (Una pulgada cuadrada de silencio).
La leyenda dice que Gordon Hempton ha sido capaz de alterar las rutas de los aviones que despegan de Seattle para que no interfieran en el santuario del silencio. Él mismo desmiente el tópico y da fe de su lucha infructuosa por lograr que todos los parques nacionales preserven a toda costa su sonido natural.
Hempton estuvo hace tiempo en Doñana, en su primera vuelta al mundo a la busca del silencio, que cada vez se vende más caro. Últimamente ha atravesado su país en un inaudito cross country, a medio camino entre Jack Kerouac y John Muir, captando todos los sonidos autóctonos durante el viaje, y escribiendo sobre la marcha un apasionante tratado de geografía acústica.
Su epifanía personal, recuerda, ocurrió durante un viaje parecido a los 27 años. Llevaba todo el día conduciendo y estaba "Cada valle tiene un rumor distinto, una partitura peculiar que está marcada por la altitud y por la fronda de los árboles" agotado. Decidió tumbarse en un campo de maíz a dormir. Le despertó un trueno y sintió cómo le zarandeaba la tormenta. “¿Cómo he podido pasar tanto tiempo sin escuchar realmente?”, fue la pregunta que se hizo en el ecuador de su vida. Ya no le interesaba ser patólogo de plantas. La respuesta, mi amigo, estaba como siempre en el viento, que diría Bob Dylan...
“CADA VALLE TIENE UN RUMOR DISTINTO, una partitura peculiar que está marcada por la altitud y por la fronda de los árboles. Los ríos y los arroyos tienen también su propia música en función del caudal, que interpreta una melodía distinta en cada estación del año.”
Silencio. Gordon Hempton despliega su micrófono bajo el susurro de las coníferas. El viento agita las copas y las ramas chocan. El medidor marca 45 decibelios. El bosque respira hondo. Silencio.
Los alces flanquean la entrada al parque de las Olympic Mountains a cualquier hora del día. Comen el pasto y quiebran las ramas. Apenas irrumpen en el silencio natural. Si acaso, cuando chocan sus cornamentas; estamos en época de celo... Pasamos sobre un riachuelo: el agua dispara el medidor a los 69 decibelios.
Conforme avanzamos, el musgo se apodera de las rocas y los troncos y lo cubre todo con un halo de silencio verde. Poco a poco, nuestros oídos van calando en el misterio del bosque. Gordon habla lo mínimo e imprescindible en su hábitat, atento siempre a sus mediciones, que registra puntualmente en un cuaderno con el sigilo de un duende. Sobre la marcha, le formulamos algunas preguntas amortiguadas e indiscretas. Por ejemplo, su sonido favorito: “El de los pájaros al amanecer, en cualquier lugar del mundo... Es un sonido de júbilo, de invitación permanente a la vida. Le dediqué un documental al tema, Vanishing Dawn Chorus. Un lugar donde los pájaros no cantan por la mañana es un lugar sin futuro”.
¿Y el sonido que más detesta? “El de un avión a primera hora del día... Es como el eterno recordatorio: por aquí ha pasado el hombre. El ímpetu de la civilización no respeta ni siquiera los parajes más asombrosos, como mi querido Yosemite, profanado a todas las horas por los aviones.”
Gordon Hempton, midiendo y grabando los decibelios. Foto Issac Hernández
Dicho y hecho. Apenas llevamos 38 minutos de caminata y el avión de Alaska Airlines (la única línea que sigue volando sobre el parque) altera por primera vez el sonido natural. Esta vez vuela muy alto, y el marcador apenas se altera. Cualquier ruido imprevisto puede hacer que se dispare por encima de los 75 decibelios –más o menos lo que detectará en una calle ruidosa de Nueva York–, pero una especie de hechizo parace proteger este bosque y a su defensor más callado y conspicuo.
"El canto de los pájaros al amanecer es un sonido de júbilo. Un lugar donde no se oigan por la mañana es un lugar sin futuro”

Pasamos revista a los efectos indeseados de la contaminación acústica, a esa epidemia de insomnio, ansiedad, estrés y alta presión sanguínea tan común entre los habitantes de las ciudades. Pero el ruido va quedando atrás, y Gordon Hempton prefiere recordar en todo caso su experiencia cercana al silencio total: “Perdí casi totalmente la audición. Mi mundo se estaba cayendo en pedazos, creí volverme loco. Me di cuenta de lo que es renunciar al mundo de los sonidos. Recuperar el oído dio un nuevo sentido a mi trabajo”. 

De aquella crisis nació la idea de crear la Pulgada Cuadrada de Silencio, que acaba de cumplir cinco años. Decenas de visitantes, siguiéndole a él o dejándose llevar por su instinto, han logrado llegar hasta el lugar, flanqueado por un árbol hueco que Gordon ha bautizado como Silence Gate. El medidor registra allí el mínimo de 32 decibelios, el punto más cercano a la quietud total. 

Casi en volandas llegamos hasta el santuario, marcado con una pequeña piedra roja y una jarra que contiene los pensamientos finales de todos los peregrinos del silencio: “Gracias, Gordon, por crear este oasis de cordura en un mundo estrepitoso”. 

Carlos Fresneda
Publicado en Integral 367, julio 2010
Enlace a artículo publicado en pdf

Vídeo de la pagina web de Newsweek pleno de harmonia. Se trata de una pieza en lengua inglesa de Nick Sherman sobre Gordon Hempton:


Página oficial de Grodon Hempton
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EL 'CAZADOR' DE RUIDOS

Benjamin Sachwald se pasa los días con el medidor de decibelios en la mano, “cazando” ruidos en las calles y en los interiores de Nueva York, impecable director del Departamento Acústico de la compañía AKRF. Pero cuando se quita las gafas de sol, es otra historia...

Sachwald ejerce de “disc jockey” en los garitos nocturnos del East Village. Fue batería de una banda de “heavy metal” –Take this City by Nightfall (“Vamos a tomar la ciudad a la caída de la noche”)- y llegó a tocar en el mítico CBGB. Sus grupos predilectos del momento son Wetnurse y Tiger Flowers, y asegura que nada mejor “para cargar baterías” que una descarga matutina de At the Gates.

Nunca ensaya en casa, por respeto a los vecinos. Y cuando quiere escuchar a todo volumen se pone los casquitos. A los conciertos va siempre con sus inseparables tapones en los oídos, “para no perder facultades auditivas”. Su ruidosa pasión nocturna es tan sólo comparable a su meticulosa dedicación diurna, aunque él no cree que exista ninguna contradicción.

“Raro es el técnico acústico que no se dedica a la música”, confiesa. “Entre nosotros, para romper el hielo, solemos preguntarnos: “¿Cuál es tu instrumento?” Hace poco estuve en Madrid, en una reunión de expertos, y la verdad es que alucinaron cuando les conté lo del CBGB”.

Benjamin, 28 años, es ya toda una institución en el panorama acústico de Nueva York. Su empresa, AKRF, ha ayudado al Ayutamiento a poner al día la ordenanza de ruidos, que falta le hacía. Las quejas por “ruidos irrazonables” acaparan con gran diferencia las llamadas al fatídico 311.

Nada encabrita tanto a los vecinos de la Gran Manzana como el sonido machacante de las construcciones y los martillos neumáticos a todas las horas. Los ladridos de los perros ocupan el segundo lugar. Y ahora, en verano, el fragor del aire acondicionado, como si fuera el bramido nocturno del monstruo urbano…

“Nueva York es una de las ciudades más densas del planeta, y eso pasa factura. Somos muchos y en poco espacio, y eso crea una energía especial. La ciudad que nunca duerme es también la ciudad que nunca deja de hacer ruido”.

Bajamos a Park Avenue, a tiro de piedra de su oficina, a tomarle el pulso a la calle. El marcador se para en los 70 decibelios, dentro de lo tolerable. Si nos acercamos a la construcción cercana, rondaremos los “preocupantes” 80 decibelios. Aunque las zonas más castigadas de la ciudad son sin duda las autopistas del South Bronx, las avenidas de Manhattan, los bajos de los puentes en Brooklyn y las cercanías del metro elevado en Queens, con ese estrépito herrumbroso y chirriante que dispara el medidor hasta los 82 decibelios. Los estridentes bomberos de Nueva York llegan a superar la barrera de los 100, “pero están exentos del código”.

Benjamin Sachwald no ha llegado a sentir la tentación de David Holmes, que registró los sonidos de las calles y las gentes Nueva York en “Let’s get killed”. Tampoco ha llegado al extremo del “soundtracker” Gordon Hempton, que se cruzó el país de costa a costa, a la busca de un sonido cada vez más proscrito por la civilización: el silencio natural.

Pero Sachwald no se conforma con medir los ruidos y las vibraciones sin más. Su sueño sería contribuir a la creación de un “mapa de ruido” de Nueva York, similar a los que existen en muchas urbes europeas. Y también, ayudar a crear “conciencia” para combatir la contaminación acústica: “Estamos ante un problema de calidad de vida y de salud. Los niveles de ruido influyen directamente en la ansiedad, el insomnio, el estrés, la presión sanguínea… Una ciudad menos ruidosa es sin duda una ciudad más saludable”.

Carlos Fresneda
Publicado en el blog En la Ruta Verde, de El Mundo

EL BUSCADOR DE SILENCIOS

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Silencio... Gordon Hempton despliega sus micrófonos bajo el susurro de las coníferas. El viento agita las copas y las ramas chocan. El medidor marca 45 decibelios. El bosque respira hondo... Silencio.

Estamos en las Olympic Mountains, el rincón más fascinante y silvestre del noroeste de Estados Unidos. Avanzamos con Gordon Hempton, el ecologista acústico, camino de ese santuario que él mismo ha bautizado como “una pulgada cuadrada de silencio”.

“El avance impetuoso de la civilización hace que cada vez sea más difícil encontrar el silencio”, advierte Hempton, que hace diez años dio la vuelta al mundo (con parada en el parque de Doñana) rastreando los sonidos naturales en estado puro. Uno de los pocos lugares en que fue capaz de encontrarlo fue precisamente aquí, a tres horas escasas de Seattle, en estas montañas envueltas por el musgo y el misterio.

Silencio... Pasamos sobre un riachuelo. Nos detenemos en el puente. El ecologista acústico le toma la medida al rumor del agua. 69 decibelios... Silencio.

“Una conversación humana discurre a 60 decibelios”, advierte. Cualquier ruido imprevisto puede hacer que el medidor de dispare por encima de los 75 decibelios, pero una especie de hechizo parece proteger a este bosque y a su defensor más callado y conspicuo.

¿Su sonido predilecto? “El gorjeo de los pájaros al amanecer” ¿Su ruido más odiado? “El de un avión a primera hora de la mañana”... Y en ese momento rasga el cielo un avión lejano, cuando llevamos 38 minutos de caminata. Hempton lleva varios años intentando convencer a Alaska Airlines para que desvíe sus vuelos y no irrumpan en su “santuario”. Al menos no incordian tanto como en Yosemite, la joya (profanada) de los parques naturales.

Llegamos al cabo de dos horas a un árbol hueco, bautizado como la “puerta del silencio”. Allí registramos los 32 decibelios, el punto más cercano a la quietud total. Y por fin nos acercamos por fin a la mítica “pulgada”, que tiene algo de altar, con una jarra que contiene los pensamientos de todos los peregrinos del silencio.

Hempton mide por última vez el sonido natural: 39 decibelios, con la ráfaga inesperada que pone el contrapunto al último y mágico destello de la tarde.

Tardaremos en volver a hablar, y nuestra propia voz nos resultará estridente y antinatural... “Tenemos que aprender a escuchar el silencio, y lo que viene después del silencio: un mundo de sensaciones nuevas, compuesto por pequeños e infinitos sonidos, que son el pálpito de este maravilloso planeta”.

Carlos Fresneda
Publicado en el blog On the Green Road / En la Ruta Verde