¡Mucho coche!

Un ciclista, atrapado en un atasco en Finchley Road, Londres. C.F.

No hay salida. Nuestro amigo ciclista se ha quedado atrapado sin remedio en la ratonera de Londres. A partir de ahí tendrá que buscarse la vida pedaleando por las aceras, o metiéndose en dirección contraria, o cargándose de paciencia mientras respira los malos humos, como si fuera un fumador "pasivo" del tráfico.
  Esa misma mañana, nuestro ciclista desayuna con una alarmante noticia: la contaminación provoca más de 9.400 muertes prematuras en Londres. Es el pan de cada día en nuestras ciudades: la contaminación mata y seguimos tragando. Los coches son los principales culpables de ese cóctel tóxico de partículas en suspensión y dióxido de nitrógeno que acaba en nuestros pulmones, pero preferimos mirar hacia otra parte o contener sin remedio la respiración.
   El problema se soluciona con un golpe de audacia, como el "prohibido fumar" en los bares. De la misma manera, un cartel invisible debería colgar ya en nuestras ciudades: "Prohibido quemar petróleo en las calles".
   De poco nos vale seguir poniendo velas a San Cristóbal, patrón de los conductores, para que se consume la metamorfosis de los motores de combustión en una nueva y silenciosa flota de coches eléctricos. Tenemos que reconocer, simple y llanamente, que 1.200 millones de vehículos en circulación por todo el mundo son muchos, y que las ciudades como Londres (pese al peaje de congestión) están totalmente indefensas contra la invasión diaria de la marabunta motorizada (2,6 millones de coches, según el último censo).
    Avanzar hacia las "car free cities", las ciudades sin coches, no es ya una utopía ecologista sino una gestión de salud pública, de sentido común y de ahorro energético y económico. En eso está Hamburgo, que se ha planteado no ya ir peatonalizando tímidamente calle a calle, sino "liberar" el 40% de territorio urbano de la tiranía del coche en el 2034. ¿Cómo? Creando alternativas de desplazamientos sin coche para el común de los mortales.
   En Alemania, sin ir más lejos, se está gestando desde hace tiempo el nuevo modelo urbanístico de los barrios sin coches, con la avanzadilla de Vauban en Friburgo. Y cualquiera que visite Copenhague o Amsterdam comprenderá que el modelo ya está ahí: sólo hace falta perfeccionarlo y seguir avanzando, en bici, en tranvía, en metro, en autobús eléctrico, en patinete o a pie.
   Es fácil superar la adicción al coche en la ciudad. Más fácil que dejar el tabaco...

La contaminación mata

La contaminación mata. Más o menos, a siete millones de personas al año en todo el mundo. Y a más de 400.000 ciudadanos en Europa, según el último y preocupante informe sobre el estado del medio ambiente en el viejo continente.
    Y a pesar de todo, ahí seguimos, en nuestro estado natural de "despreocupación ambiental", ajenos a los llamamientos periódicos de Greenpeace (que acaba de denunciar el sangrante papel de los "lobbies" a favor de un aire irrespirable) y a campañas como la lanzada este invierno por Equo en Madrid.
    La contaminación mata, perdonen que insista. Y en pocos lugares lo saben tan a ciencia cierta como en China... "En Beijing, en el 2014, hubo 175 días de alta contaminación. Eso significa que durante la más de la mitad del año no pude sacar a la calle a mi hija y no me quedó más remedio que ése: encerrarla como una prisionera".
   Quien así habla -sin acritud, casi con dulzura- es una famosa presentadora de la televisión china, Chai Jing, que ha aprovechado su experiencia personal (su hija nació con un tumor benigno, posiblemente debido a la mala calidad del aire que respiró su madre durante el embarazo) para concienciar a sus compatriotas y a todo el planeta de la dimensión del problema.
   Más de 200 millones de personas han visto en apenas una semana "Bajo la Cúpula", el documental de Chai Jing que ha sido celebrado como "la otra verdad incómoda" o "la nueva primavera silenciosa". Las autoridades chinas no han sabido o no han podido silenciar el mensaje hasta cierto punto inocuo de Chai Jing ante un problema que salta a la vista y a los pulmones de todos.
    "Hace diez años pregunté cuál era el olor del aire y nadie me pudo responder", afirma Chai Jing en los primeros compases de su documental. "Ahora lo sé: el olor del aire es olor del dinero... Y éste no es un problema que los gobiernos puedan resolver por sí solos. Es un problema al que contribuimos todos con nuestras decisiones diarias".
    "Antes, no me importaba ponerme una máscara los días de alta contaminación", reconoce Chai Jing. "Ahora que tengo una nueva vida en mis manos, me he empezado a preocupar. Todos deberíamos empezarnos a preocupar, porque es nuestra vida y la de nuestros hijos las que están en juego".
    Lejos de caer en el pánico o en el catastrofismo, Chai Jing llama a sus 1.300 millones de compatriotas a la acción. El activista local Ma Jun asegura que estamos posiblemente ante la mayor campaña de concienciación usando el poder de las redes en el país más poblado del mundo. Y la mecha se está propagando por todo el planeta...
    La contaminación mata. ¿Hace falta decirlo más alto?

Esto lo cambia todo



    No hay nada que hacer, la batalla está perdida. El camino que seguimos es insostenible. Y el reto es de tal magnitud que ningún cambio va a ser suficiente. Las emisiones de CO2 rebasarán el límite considerado como "peligroso" por los científicos del clima. Y entonces...
       Hasta aquí el presagio fatalista de Bob Dudley, director ejecutivo de BP, la compañía que prometió ir "más allá del petróleo" y que acabó naufragando en un charco de oro negro en el Golfo de México. Las petroleras entonan ahora el "mea culpa" y prometen hacer lo imposible de cara a la galería, aunque en el fondo no han cambiado y siguen alentando la guerra sucia.
        Sólo así se explica que nueve meses antes de la reunión decisiva de París, la última gran oportunidad para decidir si nos tomamos en serio el futuro del planeta, salga a la luz la acusación por acoso sexual contra Rajendra Pachauri, el rostro más visible (y vulnerable) del cambio climático.
        Cuando no se puede matar el mensaje (el 2014 fue el año más caluroso de la reciente historia), se mata al mensajero. Esa fue la estrategia para desacreditar a Al Gore, y ése ha sido el "mantra" hasta el final con Rajendra Pachauri, que en el 2007 compartió el Premio Nobel de la Paz en el nombre del panel científico del cambio climático de la ONU (IPCC).
        Pachauri llevaba en la cuerda floja desde el famoso "Climategate": los emails "robados" de la Universidad de East Anglia que dejaron en evidencia la manipulación de datos sobre el calentamiento global. Como ahora, el "timing" de la noticia fue calculado para sabotear la conferencia de Copenhague, evitar cualquier acción y diseminar el escepticismo
        La presión sobre Pachauri se hizo insostenible, y más aún tras los errores de bulto del informe del IPCC que predijo en el 2010 el deshielo de los glaciares del Himalaya. Lo mejor que podía haber hecho entonces era marcharse y permitir que un viento nuevo atizara la hoguera del cambio climático. Pero aguantó hasta el límite y se convirtió en carne de cañón, y su humillante dimisión amenaza ahora con lanzar por la ventana el terreno recuperado en los últimos meses.
        O a lo mejor no. A lo mejor la partida de Pachauri es el punto definitivo de inflexión.Muerto el mensajero, el mensaje puede tal vez ahora resonar por sí mismo en una polifonía de rostros y voces. Y en esto llega Naomi Klein, con un libro que suena a definitivo: "Esto lo cambia todo: capitalismo contra el clima" (Paidós).
        La autora de "No Logo" y "La Doctrina del Shock" se desmarca con una poderosa llamada a la acción, frente a la complacencia y la resignación de los últimos años...   "Hemos llegado a un punto crítico en el que todo tiene cambiar. Durante 25 años hemos intentando acomodar las necesidades del planeta a la ideología del capitalismo de mercado, que exige el crecimiento constante y el máximo beneficio. Los resultados han sido desastrosos. Lo que necesitamos ahora es una respuesta radical".
         Naomi Klein vendrá a España a finales de marzo con un preocupante diagnóstico: "El sistema económico ha declarado la guerra al planeta". Lejos de perder la esperanza, Klein asegura que "el impacto de esta economía tóxica" y "el hastío contra la clase política" están provocando una reacción contra el sistema que está cuajando "en algo parecido a un movimiento global".
         Aunque aún nos cueste verlo, asegura, estamos asistiendo al principio de un gran cambio que se está propagando por pura polinización y que puede acabar imprimiendo un giro copernicano al planeta.
       Seguiremos informando...