El tornado de fuerza cinco avanzaba implacable hacia Greensburg, Kansas. Sonaron las sirenas, como si se avecinara una bombardeo, y los 1.500 vecinos bajaron con sus linternas a los sótanos. Apenas les dio tiempo a rezar entre el estruendo. El torbellino lo arrasó todo en doce minutos. Cuando salieron de los refugios en mitad de la noche, abriéndose paso entre montañas de escombros, descubrieron un paisaje desolador y humeante. La primera luz del día confirmó la sospecha: el 95% del pueblo había desaparecido del mapa.
Todo el país se estremeció ese día, 4 de mayo del 2007, con las imágenes de ese pueblo devastado en el corazón de la América profunda. A diferencia del Katrina, cuando la tragedia se vivió como una agonía, la destrucción causada por el tornado fue tan fulminante que no hubo ocasión para los lamentos. Once paisanos perdieron la vida; muchos hicieron las maletas con el propósito de no volver.
Pero otros decidieron quedarse. Y en medio del desastre fraguó una especie de epifanía colectiva: Greensburg no sólo iba a renacer sus cenizas sino que haría honor a su nombre y se convertiría en el pueblo más “verde” de Estados Unidos.
“Sentimos la necesidad de trascender a la tragedia y empezar desde cero”, recuerda Bob Dixson, 55 años, funcionario de Correos reconvertido en alcalde. “Algunos pueden verlo como algo revolucionario, pero para nosotros ha sido una manera de volver a las raíces, de cuidar la tierra y sus recursos como siempre se ha hecho en la América rural, sólo que con la ayuda de las últimas innovaciones tecnológicas”.
Stacey Barnes y el Centro de Arte. Foto Issac Hernández
El Plan Maestro del nuevo Greeensburg estipuló que todos los edificios públicos deberían obtener la máxima calificación –“platino”- en el ranking de la construcción ecológica. El pueblo se fijó como meta la autosuficiencia energética, impulsado por el sol, el viento y la geotérmica. Al reclamo de Greensburg Greentown –el laboratorio del futuro- desembarcaron decenas de empresas punteras dispuestas a experimentar. Leonardo DiCaprio, en el papel de productor, desplazó durante todo un año a un equipo de televisión para dar constancia “del momento histórico en el movimiento “verde” de América”.
Barack Obama ha sido el último en subirse a la fiebre de Greensburg. En su primer discurso sobre el estado de la unión, el presidente ensalzó al ya famoso pueblo de Kansas como un “ejemplo global” del mundo que viene. Obama alabó la visión de estos “nuevos pioneros de la economía de verde que han sabido crear empleo y traer dinero a un lugar en donde sólo había pilas de ladrillos y de escombros”.
El alcalde Dixson, invitado de honor en el pleno del Congreso, no cabía en sí de orgullo: “Tengo la sensación de que hemos sido elegidos para despejar el camino y dejar un legado a las futuras generaciones. Si es posible en Greensburg, tiene que ser posible en cualquier otro lugar de la Tierra”.
En la tierra de los tornados, el cielo tiene siempre un aspecto amenazante. Hay en el aire un presagio de tormenta inminente y ventanas rotas. Las nubes se desplazan a toda velocidad y proyectan inquietantes claroscuros sobre la pradera interminable, atizada por remolinos de polvo.
Los aires difíciles son sin embargo ahora la promesa del futuro. Kansas es el tercer estado de la Unión por el potecial del viento, y en la granja eólica de Spearville, a 60 kilómetros de Greensburg, empieza a otearse ya el horizonte cambiante de la América interior.
Pronto harán dos años desde la fecha trágica y las cicatrices del tornado están aún muy vivas en el destartalado centro del pueblo, donde sólo quedó de pie el viejo banco de ladrillo visto. Los árboles truncados y los cimientos de las casas arrancadas se suceden a nuestro paso. Las excavadoras trabajan a destajo en los solares vacíos, dominados por la nueva torre del agua, pintada de un verde más que simbólico.
Los primeros destellos del nuevo Greensburg reciben al visitante como un fogonazo, empezando por el futurista Centro de Arte, con sus cristales templados, las tres turbinas de viento, los paneles solares y su tejado vegetal. Al vuelta de la esquina, la casa con cúpula geodésica de Scott Eller, que luego visitaremos, y un poco más allá la eco-casa “silo”, construida con cemento reciclado y en forma elíptica, capaz de resistir vientos de hasta 300 kilómetros por hora.
El colegio que aspira ser un modelo nacional de energía solar “pasiva”, el Ayuntamiento concebido para los ciudadanos “digitales” y el edificio de la “incubadora” de negocios (patrocinado por el propio DiCaprio) empiezan a tomar cuerpo. En su oficina a pie de obra, rodeado de módulos experimentales, nos econtraremos con el infatigable Daniel Wallach, el alma de Greensburg Greentown.
Pero la primera y obligada cita es con Bob Dixson, elegido alcalde en medio del ciclón emocional que provocó el tornado. Dixson fue de los primeros en reconstruir su casa de madera de estilo “victoriano”, sin apenas elementos innovadores (más allá de los paneles de aislamiento y de los materiales reciclados), acuciado por la urgencia de tener un techo bajo el que poder vivir... “Sólo quedó en pie la chimenea. A partir de ahí reconstruimos nuestro hogar en siete meses. Estuvimos viviendo entre tanto en una caravana, como la mayoría de los 600 vecinos que decidieron quedarse”.
Como si fuera el secreto mejor guardado de la casa, Dixson nos conduce hasta el refugio subterráneo de hormigón. El alcalde, altísimo, baja la cabeza para entrar al “bunker” que salvó la vida a la familia: “Bajamos con provisiones y linternas y aquí lo vivimos todo. Sabíamos que la casa entera había volado. El estruendo nos llegaba amortiguado, pero intuíamos que era el peor tornado que habíamos pasado en nuestras vidas. Cuando logramos salir al exterior, y aunque era de noche, no podíamos creer lo que veíamos: nuestro pueblo había desaparecido por completo. El olor de la destrucción lo impregnaba todo”.
“Faith, Family and Friends” (Fe, familia y amigos). Así resumen los Dixson la fórmula del “éxito” de Greensburg, donde a los pocos días funcionaba ya el Comité de Acción que empezó a darle vueltas al futuro. “La idea de la reconstrución “verde” surgió de la manera más natural”, recuerda el alcalde. “Somos tierra de rancheros y granjeros. Siempre hemos usado molinos para bombear el agua, y el sol para calentarla. Hemos procurado ser fieles durante más de un siglo al viejo lema: “Si cuidas de la tierra, la tierra cuidará de ti”.
El alcalde no tiene afiliación política, pero es capaz de tender una mano a George Bush (“un hombre genuino y compasivo”) y la otra a Barack Obama, que ha contribuido lo suyo al segundo “boom” que vive estos días Greensburg, donde la recesión no ha conseguido aplacar la actividad incesante. “Durante el proceso hemos descubierto además que ser “verde” es más económico”, recalca el alcalde. “Hemos reducido las facturas de la electricidad de un 30% a un 50%, y eso es algo que agradece la gente”.
La última conquista de Greensburg ha sido precisamente la de haberse covertido en la primera ciudad norteamericana en iluminar sus calles con bombillas por diodos LED, que consumen hasta un 70% menos, contribuyen a paliar el fenónemo de las “contaminación lumínica” y aligeran en 40 toneladas la huella de dióxido de carbono del pueblo.
La primera “piedra” verde, al cabo de poco más de un año de la destrucción, la puso el Centro de Arte 547. Hasta allí nos lleva la hija del alcalde, Stacey Barnes, que ha decidido volver al pueblo “para formar parte de esta aventura apasionante que es el nuevo Greensburg”. “Nada de lo que yo conocía ha aguantado en pie”, recuerda Stacey. “Por una parte ha sido muy doloroso, pero por otra hemos tenido una libertad total para crear”.
El Centro de Arte, diseñado por Studio 804 y por los alumnos de Arquitectura de la Universidad de Kansas, ha sido el primer edificio en lograr la calificación “platino” de construcción ecológica en todo el estado. Además de las turbinas y los paneles fotovoltaicos, cuenta con tres pozos geotérmicos que calientan o refrigeran el edificio. Los tragaluces, el filtro de los cristales templados y el tejado vegetal hacen innesario el aire acondicionado. El agua de la lluvia se recupera y se reutiliza para el riego.
A dos manzanas del emblema más visible del pueblo está el “laboratorio” de Daniel Wallach, el “forastero” del estado de Colorado que llevaba años soñando con reverdecer Kansas y que aterrizó en el pueblo con Greensburg Greentown. La organización sin ánimo de lucro se ha convertido en factoría de todo tipo de ideas, innovaciones y proyectos, desde los modelos prefabricados como la Casa X a la casa-silo que se erige ya como una poderosa realidad.
“Nos estamos adelantando al futuro y estamos construyendo la nueva ciudad americana”, presume Wallach. “Esto empezó como un sueño y ahora mismo está provocando una reacción en cadena: todos los ojos del país están puestos sobre nosotros. Tenemos la oportunidad –y la responsabilidad- de demostrar que se puede vivir de una manera más sostenible en el planeta”.
Gracias al esfuerzo de Wallach, las empresas más punteras de construcción (Armour Homes), eficiencia energética (Tremco, Viega, Glass Factory) o en sistemas de máximo aprovechamiento del agua (Evolve, Caroma) han donado o rebajado considerablemente sus productos con la idea de convertir Greensburg Greentown en banco de pruebas. El nuevo concesionario de John Deer, la futura planta de biodiesel y los planos de la primera iglesia “ecológica” han pasado por su despacho.
Con la ayuda del Studio 108 de la Universidad Estatal de Kansas, Wallach ha puesto ahora al
alcance de los vecinos ocho modelos de eco-casas –de bungalov solar al hogar “accesible”- que se constuirán este año y que funcionarán también como poderoso imán para el nuevo y próspero negocio local: el ecoturismo.
Hasta hace dos años, el único atractivo de Greensburg era el mayor pozo del mundo excavado a mano. Allí, junto al Big Well, está la tienda de “souvenirs” locales, con toda la parafernalia consagrada al devastador tornado y a lo que vino después. Jordan Eller, que estudia fuera la ciudad, vende camisetas y rumia su posible regreso en un par de años: “Nunca me lo habría planteado antes del tornado, pero mi pueblo se ha convertido ahora en un lugar muy atractivo para todo el que se interese por el medio ambiente”.
La casa de los Eller, sin ir más lejos, convoca todos los fines de semana a decenas de visitantes, atraídos por el poderoso influjo de su cúpula geodésica. Scott, el padre barbudo, nos explica su particular fascinación desde que vio los diseños de Michael Morley, especializado en bioconstrucciones para climas extremos con paneles estructurales aislados (SIP).
“La cúpula no sólo aprovecha mejor el espacio sino que es mucho más resistente al viento que una construcción con ángulos convencionales”, explica Scott, en mono de faena y con los clavos en la mano. “Nuestra casa estaba en el otro lado del pueblo y la perdimos por completo la noche del tornado. Estos meses han sido muy duros, pero todos hemos salido fortalecidos con el tiempo. Lo que ves ahora no son más que los cimientos del nuevo Greensburg. El futuro se tiene que parecer necesariamente a esto”.
Carlos Fresneda desde Greensburg (Kansas)
Publicado en magazine del El Mundo 3.4.09