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El sueño murió aplastado por el acoso del gigante eléctrico, Con Edison, temeroso de que los neoyorquinos levantaran cientos de molinos y proclamasen su independencia energética. Llegaron los ochenta, se extendió la mancha del petróleo y la emblemática turbina desapareció para siempre del horizonte vecinal.
Pero Manhattan es ante todo una ciudad imaginada, y el alcalde Bloomberg ha ventilado estos días las retinas de sus vecinos con una estimulante propuesta: “Sería bello que la Estatua de la Libertad diera la bienvenida a los nuevos inmigrantes con su antorcha encendida por las turbinas en el océano... Y quizás las grandes compañías estarían dispuestas a cosechar el viento en lo alto de los rascacielos y de los puentes”.
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Los medios neoyorquinos se han hecho eco y han visualizado los molinos en el puente de Brooklyn, en el capirote del Empire State o en el brazo en alto de Lady Liberty, tomando el relevo a la gastada antorcha. Durante unos días la ciudad ha pintado un mañana etéreo y ventoso, antes de que los expertos económicos y técnicos le pidieran al alcalde que se baje del caballo y consulte con Sancho Panza.
Pero Bloomberg sigue en sus trece, después de asomarse al futuro en las costas de Blackpool (Gran Bretaña) o en la mismísima Chicago, la ciudad del viento, pionera en la instalación de turbinas verticales en los tejados. En Battery Park, en los muelles de la calle 34 y próximamente en el Bronx, la utopía eólica ha empezado a dar sus primeros pasos. Nada más volver a Manhattan, el alcalde ha espoleado a la Corporación de Desarrollo Económico para que contacte con las compañías punteras del sector y le presenten un abanico de ideas para generar energías limpias y darle un nuevo aire a la ciudad.
A menos de 40 kilómetros del hormiguero humano de Nueva York, como contrapunto implacable e inquietante del presente incierto, pernocta a los pies del río Hudson la central nuclear de Indian Point...
CARLOS FRESNEDA. NUEVA YORK