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Washington, capital “cool”

El clima ha cambiado definitivamente en Washington. La ciudad provinciana y burocrática ha tomado un aire más cosmopolita y mundano, gracias en gran parte al vecino ilustre de Chicago. Pero lo cierto es que el cambio se estaba gestando desde meses antes de la llegada del presidente “cool”, que esta semana cumple sus primeros cien días.

Quien más ha contribuido al “enfriamiento” de Washington es sin duda Steve Coleman, activista local y devoto de los parques. Hace dos años creó Cool Capital , y desde entonces ha arrancado el compromiso de decenas de instituciones, empresas, universidades y hasta de la mismísima Catedral Nacional de Washington para reducir la emisiones de CO2 en 450.000 toneladas (y ahorrar de paso 100 millones de dólares).
Steve Coleman y Maria Carolina Pulido en la embajada "cool" de Washington

Con Coleman coincidimos a los pies de la Casa Blanca durante la campaña electoral . En plena cuesta arriba de la era Bush, el ciclista impenitente vaticinaba la “remontada” del candidato negro y expresaba así su particular sueño: “Si logramos canalizar toda la energía que ha puesto en marcha Obama hacia el cambio climático, otro gallo cantará”.

Volvemos al reclamo de Coleman, en un Washington cuajado como nunca antes de bicicletas. La “meta” es esta vez en los altos de Adams Morgan y a las puertas ese edificio neorenacentista que fue embajada de Hungría y Brasil, antes de reconvertirse en lo que ahora es: la embajada “cool” de Washington. María Carolina Pulido, curtida en el arte de las dos ruedas allá en Bogotá, pedalea ahora su flanco, adaptando el mensaje para la comunidad latina...

Todos podemos ser “carbon busters” (cazadores de carbono). En nuestra casa o en nuestra oficina, o camino del trabajo, podemos reducir nuestras emisiones con gestos tan simples como usar el transporte público o la bicicleta, cambiar a las bombillas de bajo consumo o poner en marcha medidas muy elementales de eficiencia y ahorro energético.

En esto consiste el “reto” de Cool Capital: embarcar a los 600.000 vecinos de Washington y su área metropolitana en una especie de “pacto ciudadano” para reducir las emisiones. El objetivo este año es “ahorrar” un millón de toneladas de dióxido de carbono, y en eso están, esperando a ver si el inquilino de la Casa Blanca arrima el ascua (Nancy Pelosi ya lo ha hecho en el nombre de la Cámara de Representantes).

Después de todo el “tiempo perdido”, como dijo el lunes Hillary, algo más que el clima está cambiando en Washington y alrededores. Más de 400 ciudades se han unido ya bajo el emblema de las “cool cities” y con el compromiso de cumplir con Kioto en el 2012. Seguiremos dando cuenta de esta metamorfosis urbana que empezó también a gestarse antes de la llegada de Obama. Próxima parada, Chicago.

Carlos Fresneda desde Washington
Publicado en Crónicas desde EE.UU de El Mundo

el poder del "NOSOTROS"

Hay veces en que los cambios personales no bastan. Hay ocasiones en que los muros que frenan el avance de la historia son tan altos y llegan tan profundo bajo tierra, que se precisa una acción colectiva para poder derribarlos. Algo así fue lo que ocurrió el pasado 4 de noviembre, cuando millones de norteamericanos se lanzaron espontáneamente a la calle como si celebraran la caída de una dictadura, gritando “Yes We Can!” (“Sí Podemos”) y “Yes We Did!” (“¡Sí Lo Hicimos!”).Barack Obama fue el catalizador del cambio, pero como él mismo dijo ante la riada multirracial y multigeneracional en el parque Grant de Chicago: “¡Esta victoria os pertenece!”. Allí estuvimos, dando fe de la noche histórica y subiéndonos como tantos a la ola de la revolución “no violenta”.

Mucho se ha hablado del tirón de masas y del vertiginoso ascenso del primer presidente negro de Estados Unidos. Poco se ha indagado sin embargo en todo lo que hubo detrás, en el trabajo y la energía de los 600.000 voluntarios que se dejaron la piel por el candidato, en las donaciones de cientos de miles de ciudadanos en plena crisis, en esa red tupida de tres millones de “obamanos” vinculada por internet y propagada barrio a barrio, manzana a manzana.

Está aún por ver si Obama responderá a las expectativas en este año de incierta transición hacia una nueva era. Los cuervos de la vieja economía no perdonan, y los “lobbys” que también apostaron por él (la industria farmacéutica, la energía nuclear, los fabricantes de automóviles) confían en sacar tajada. Pero la deuda más impagable de todas es la que ha contraído el futuro presidente con esa mayoría sedienta de un Cambio con mayúsculas.

“Hay retos a los que no podemos hacer frente uno a uno, situaciones que requieren una poderosa acción colectiva”, escuchamos decir a Obama en plena campaña, cuando los analistas políticos cuestionaban su bisoñez y su idealismo, cuando nos acusaban a los medios de construir un falso mito. Al cabo de 20 meses de campaña, siguiendo su estela de costa a costa, dudando más de una vez pero viéndole crecer como líder y llenar estadios como ningún otro político, nos sentimos de alguna manera partícipes de la historia.

Y recalco el “nos” porque esa experiencia fue compartida por decenas de periodistas que le acompañamos en su singladura; y por jóvenes voluntarios como Steven Smith, que dejó colgados durante un año sus estudios en Francia para volver a su país y llamar a miles de puertas; y por viejos idealistas como Sam Harrison, portador del espíritu de los años sesenta en sus galopadas pro-Obama en Pensilvania; y por pragmáticos como el banquero Michael Pitts, vecino del presidente electo en Chicago, que le ayudó con la finanzas; y por niños como Shayne, Ethan y Madeleine Riskin, ondeando la pancarta con “Sí Podemos” en la antesala del triunfo en Cleveland, cuando Bruce Springsteen le dedicó a Obama “Trabajando por un sueño”...

Vivimos pues la crecida de Obama hasta orillas del lago Michigan, pero hemos asistido también a la bajada de las aguas, y estamos contemplando desde la barrera estos momentos en que –tomándole la palabra al filósofo afroamericano Cornel West- “la esperanza baila en la cuerda floja”.

La autora Rebecca Solnit expresa la misma sensación contradictoria en otro libro reciente, “Esperanza en la Oscuridad”: “Pensé que entrábamos en otra época en la que podríamos bastarnos sin héroes, pero nos han dado un líder, y es un poco como si nos hubieran dado una tarjeta de crédito: hay que ser cuidadoso en el momento de usarlo... Pero hay que ser realistas: el momento alegría se disipará, y aquellos que piensen que Obama puede inspirarnos día tras día están equivocados. Aunque su fuerza, y la nuestra, es que tenemos un presidente que habla el lenguaje de los organizadores comunitarios, que entiende lo que significa “Sí Se Puede” y que será capaz de extender el poder en vez de consolidarlo”.

La garantía más palpable del cambio no está sin embargo en el nuevo inquilino de la Casa Blanca, sino en esa sensación de “nosotros” que ha cristalizado en el país del individualismo a ultranza. “Si todo el movimiento que ha puesto en marcha Obama lo logramos encauzar hacia la lucha contra el cambio climático, viviremos en un mundo muy distinto en apenas una década”, vaticinaba hace unos meses Steve Coleman, al frente de Cool Capital.

Eso es lo que se propone precisamente Al Gore con su llamada a la acción bajo la consigna del “We” (“Nosotros”). Y lo que defiende también la Alianza Apolo, con el plan para invertir 500.000 millones de dólares en diez años y crear cinco millones de puestos de trabajo con la reconversión a las energías renovables. Y lo predica Van Jones, otro de los líderes negros emergentes, con su llamada al New Deal “verde”.Y lo que pretende Bill McKibben, autor de “El fin de la naturaleza”, embarcado en una nueva cruzada –la campaña 350- para ponerle coto a las emisiones de CO2 en todo el planeta.

Porque el cambio personal es un río que desemboca necesariamente en la acción social. Porque los líderes del siglo XXI, si quieren hacer historia, deberán apoyarse más que nunca en el poder transformador del “nosotros”.

Por Carlos Fresneda

Publicado en Integral 349, enero 2009
por fin la revista Integral de nuevo en la red


artículo publicado(pdf)

Yo cambio enlaces:
Cool Capital

Van Jones,
Alianza Apolo
Al Gore, Alianza Para la Protección del Clima
Centro para el Progreso de América
Bill McKibben, Campaña 350

Cómo evitar la 'calentura' de Washington - La otra América VI


Un proyecto ciudadano llamado Cool Capital moviliza a la población para reducir las emisiones de CO2 y darle una lección a la inoperante Casa Blanca

Corre un viento polar por el río Potomac, pero Steve Coleman calienta motores en bicicleta a los pies del obelisco, camino del Capitolio y finalmente ante la mismísima Casa Blanca. Parada y fonda... «Nuestro objetivo es enfriar Washington, y el Congreso ha tomado nota, y también varias agencias del Gobierno, pero el presidente no se da por enterado: habrá que esperar al próximo inquilino».
El medio es el mensaje, y aunque no es viernes (el día en que los vecinos siguen el 'bike Friday'), Coleman va predicando con el ejemplo a golpe de pedal. Hace un año que lanzó el proyecto Cool Capital, para reducir las emisiones de CO2 en la capital en 450.000 toneladas el primer año. O el equivalente a retirar 80.000 coches de las calles. Y el doble el año siguiente.

Aún están en el 27% del objetivo, pero la bola de nieve crece y todas la semanas van sumando empresas, instituciones, universidades, colegios, iglesias y vecinos que se comprometen a seguir una estricta dieta de carbono por aquello de poner su grano de arena en la lucha contra la calentura global.
La idea surgió durante un cónclave en la embajada verde de Washington, esa flamante mansión amarilla y neorrenacentista donde anidan desde hace años una larga decena de grupos ecologistas y de derechos civiles. Ofició el encuentro Lara Hansen, experta en cambio climático del WWF, y de ahí emergió como un poderoso iceberg la consigna: «Enfriar la Capital».

«Tú debes ser el cambio que quieres ver en el mundo», recalca Steve Coleman, 47 años, padrino de Cool Capital. «El principio de Gandhi es más urgente y necesario hoy que en ningún momento de la historia... Ha llegado el momento de hacer pequeños sacrificios con los que todos saldremos ganando. Podremos vivir mejor, pero sólo si actuamos ahora».

Coleman incita a su medio millón de vecinos a sumarse al reto de enfriar la capital, empezando por los pequeños gestos y generando sobre la marcha una cadena de cambios que acabarán calando en la clase política por contagio natural. «Es el poder que tenemos por el hecho de vivir en Washington», explica Coleman. «Los políticos no pueden ignorar el mensaje que les estamos haciendo llegar los ciudadanos. Ya hay más de 680 ciudades que han suscrito los acuerdos de Kioto, y Cool Capital puede convertirse ahora en el modelo de acción: todas las soluciones son locales».
Multinacionales como Dupont o los hoteles Marriott, los monstruos burocráticos del Departamento de Estado o el de Agricultura, los campus de la American University y Georgetown, la catedral de Washington... La lista de abonados al enfriamiento de la capital crece y crece, y también la necesidad de verificar hasta qué punto se cumplen los compromisos. «De momento, son los propios participantes en el reto quienes aportan la información de su reducción de emisiones», admite Coleman, «pero esto debería ser comprobable con auditorias de eficiencia energética».

Se buscan: decenas de 'carbon busters,' o cazadores de carbono, dispuestos a explicar a sus vecinos cómo aplicar el cuento del cambio climático en la vida cotidiana... «El primer gran consejo es simplemente desconectar, apagar lo que no se esté utilizando. La segunda es conectar, en el sentido humano de la palabra: convencer a tu vecino, crear comunidad. La tercera es consigna es 'cool now' (enfriar ahora), no aplazar ni un solo día las decisiones porque no hay tiempo que perder».

Steve Coleman recuerda cómo la embajada verde (que albergó en tiempos al personal diplomático de Brasil y de Hungría) era una ruina cuando la recuperó el colectivo Parks & People. Curtida en Bogotá, María Carolina Pulido es ahora el brazo derecho de Steve Coleman para la comunidad hispana. Su idea distante y fría de Washington ha cambiado radicalmente desde que llegó al pueblo o la capital -según se mire- hace tan sólo unos meses: «Comprendí que es una de las ciudades más verdes del continente, y descubrí el trabajo de decenas de norteamericanos muy involucrados, deseando ser parte del cambio. Creo que es un modelo que podemos sin duda replicar en todo el planeta».

«QUERIDO PRESIDENTE»
Washington. «Querido candidato a presidente, el debate se ha acabado. Miles de científicos de todo el mundo admiten que el planeta se está calentando y que la dependencia humana de los combustibles fósiles es la primera causa. Todavía hay tiempo hacer frente al reto, pero Estados Unidos requiere el liderazgo necesario para poder hacerlo»...
La carta la han firmado ya más de 100.000 norteamericanos, reunidos bajo el paraguas de 'Heatison.org', la campaña que está haciendo llegar a todos los candidatos el mensaje apremiante: el calor está encima. Los activistas del cambio climático agitan sus pancartas en todos los mítines y la web está que arde, pero lo cierto es que los presidenciables no han cogido aún la onda y dejan la cuestión palpitante para el tiempo de descuento. Pese a todas las señales de alarma de los últimos meses, el calentamiento gobal figura como el número 21 en lista de «prioridades» de los votantes republicanos y el 17 en la de los demócratas, de ahí la cautela de los aspirantes, comparable con la que exhibió Al Gore hace ocho años.
Barack Obama habla de crear un Foro Global de las Energías Renovables, mientras Hillary Clinton propone un nuevo Proyecto Apollo para propulsar las energías limpias. Los dos se apuntan al objetivo de reducir en un 80% las emisiones a mitad de siglo, pero John McCain se conforma con el 65%.
El presidente Bush sigue mientras a lo suyo, aunque a la chita callando ya ha dado sus primeros pasos. El rancho de Crawford funciona en parte con energía geotérmica, y al tejado de la Casa Blanca han vuelto las placas solares térmicas para el agua caliente (Ronald Reagan las quitó en su día como represalia al primer impulso simbólico a la energía solar que dio Jimmy Carter).
La Liga de Votantes para la Conservación anticipa acciones sonoras para poner el tema sobre la sartén en noviembre de 2008. Para Steve Coleman, de Cool Capital, la mayor esperanza es la que puede ofrecer Obama: «¿Te imaginas que fuera capaz de usar la energía de la gente joven y canalizarla hacia la acción contra el cambio climático?».

Carlos Fresneda | Enviado especial a Washington - El Mundo