Cada persona genera más de 500 kilos de basura al año o, lo que es lo mismo, una ingente cantidad de recursos naturales desperdiciados. Reducir, reusar y reciclar debiera ser el objetivo de todos, como ya lo es de un buen número de ciudadanos y de activistas que han emprendido el camino hacia los ‘cero residuos’.
Annie Leonard tiene un vicio más bien sucio, pero absolutamente confesable: hurgar en los cubos de la basura... “Es una de mis actividades favoritas cuando viajo. Me gusta ver lo que tira la gente: no conozco una manera mejor de conocer una familia, una comunidad, un país... Deberíamos mirar más en nuestros propios cubos, y darnos cuenta de que muy poco de lo que tiramos es realmente desechable.”
Sigamos, pues, el consejo de la sagaz directora y autora de
La historia de las cosas (que ahora nos llega en forma de libro, editado por el
Fondo de Cultura Económica) y hagamos un sano ejercicio de autocrítica. O contratemos por un par de horas a un
auditor casero de basura como los que ya existen en Estados Unidos.
Tengamos en cualquier caso el valor de mirarnos al espejo de todo lo que desechamos a diario: mondas de fruta y verdura, restos de comida cocinada, envases de plástico, servilletas de papel, trapos sucios... Nos esforzamos en reciclar, pero no es suficiente. El cubo se llena sin remedio. Unas veces por desidia, otras por comodidad. Probamos con la compostera, pero es difícil mantener a raya los olores. Lo del papel y el vidrio lo tenemos solucionado. Nos esforzamos en separar todo lo que podemos, aunque la bolsa se llena inevitablemente. Seis kilos de basura doméstica por una familia media de cuatro personas. Unos 575 kilos al año por cabeza si vivimos en España, 760 si estamos en Estados Unidos...
“Y, aun así, hay una verdad fundamental que vale en todo el planeta”, seguimos con Annie Leonard. “Lo que llamamos desechos son sobre todo recursos. Así, revueltos, no sirven para nada. Acabamos enterrándolos en un vertedero o, lo que es peor, quemándolos en una incineradora. Si los separamos, podremos volver a usarlos como papel, como metal, como vidrio, como compost para fertilizar la tierra. Por eso es tan importante conocer nuestra basura y meter la mano en ella para ver cuánto podemos reutilizar. ¡Es una tarea fascinante!”
A sus 46 años y con un documental de apenas 20 minutos, Annie Leonard ha golpeado las conciencias de millones de ciudadanos en todo el planeta. La historia de las cosas es un auténtico viaje al fondo de la Tierra (y a todo lo que los humanos estamos haciendo con ella), de la mano de esta infatigable activista y comunicadora, que se ha pasado media vida buceando en el cuarto trastero de la sociedad de consumo.
“Soy ambivalente sobre el reciclaje. Lo amo y lo odio... Si reciclamos, quiere decir que tiramos menos cosas y que usamos menos cosas. Pero el problema está cuando la gente piensa que reciclar es la solución. Y no es así: reciclar es el último recurso. Tenemos que respetar el mantra por riguroso orden: reducir, reusar, reciclar.”
Aunque ya de pequeña se preguntaba por esa invisible conexión entre la desaparición del bosque y la expansión de los centros comerciales en su Seattle natal, su verdadera iluminación ocurrió en el vertedero de Fresh Kills, que durante medio siglo digirió más de 11.000 toneladas diarias de basura en Nueva York.
Annie Leonard, autora del documental La historia de las cosas, en el Centro Ecológico de Berkeley.
“Necesitamos leyes de ‘responsabilidad productiva’: el 80% del impacto de un producto se decide en la fase de diseño”
“Cuando lo cerraron en el 2001, la montaña de desechos era 25 veces más alta que la estatua de la Libertad”, recuerda Annie. “Aquella visión impactante me dio mucho que pensar. ¿Quién puede haber concebido este sistema tan monstruoso? ¿Cómo permitimos que esto siga ocurriendo? Yo misma no acababa de entenderlo: tardé veinte años en hacer la conexión.”
Su experiencia en Bangladesh, India y Haití fue vital para acabar de atar los cabos sueltos del sistema. Annie Leonard se remonta a los estragos de la extracción: de la deforestaciones masivas en el Amazonas o en Indonesia a la decapitación de las montañas Apalaches o las arenas de alquitrán de Alberta. Como ocurre con los desechos, el sistema tiene la virtud de esconder las consecuencias de lo que consumimos desde el lugar de origen, casi siempre remoto, casi siempre a expensas de la explotación laboral, la corrupción política y el deterioro ecológico.
El segundo capítulo, la producción, nos toca más de cerca... “Por mucho que nos esforcemos en menguar el cubo de la basura, la mayor cantidad de desechos es la que produce la industria. Y ahí es donde la presión social y la acción política son fundamentales. Necesitamos leyes de responsabilidad productiva en todo el planeta: el 80% del impacto de un producto se decide en la fase de diseño.”
La distribución es el tercer engranaje del sistema, y Annie Leonard nos recuerda como Walmart, la mayor cadena de supermercados del mundo, tiene un sistema informático de transporte y localización de sus mercancías que rivaliza con el del mismísimo Pentágono: “El movimiento de la relocalización ha empezado con los alimentos, pero se está extendiendo a otros campos, desde la extracción de recursos a la energía, como ocurre con el movimiento de Ciudades en Transición”.
Llegamos de esta manera al cuarto piso de la pirámide, acaso el más importante, el que da sentido al sistema: el consumo. “No me gusta que me llamen anticonsumista”, puntualiza la autora de La historia de las cosas, “pero sí quiero denunciar los efectos del hiperconsumismo, que se produce cuando tomamos más recursos de los que necesitamos y que el planeta puede sostener.”
“Con el 5% de la población, Estados Unidos consume el 30% de los recursos y esresponsabledel 30% de los residuos”, certifica Leonard, que posa para las fotos junto a las botellas de plástico compactadas por el Centro Ecológico de Berkeley, su pueblo adoptivo... “No hace falta ser un genio de las matemáticas para darse cuenta de que harían falta de tres a cinco planetas si los 6.800 millones de habitantes de la Tierra imitaran las pautas de consumo del sueño americano”.
Conclusión: hace falta un nuevo paradigma (o un nuevo planeta), y en eso estamos: “La gente está cambiando su relación con las cosas. Ya no hace falta poseerlas y acumularlas, sino simplemente tener acceso a ellas: compartiéndolas, reusándolas, intercambiándolas, prolongando
su uso para que no acaben en un vertedero... Y creando de paso comunidad.”
CONSUMO COLABORATIVO
A la chita callando, y aprovechando el tirón hacia abajo de la crisis económica, el hiperconsumismo está dejando paso a la era del consumo colaborativo. O al menos eso es lo que sostienen Rachel Botsman y Roo Rogers, autores de What’s Mine is Yours (Lo que es mío es tuyo). “La obsesión por consumir y gastar dejará paso al redescubrimiento de los bienes colectivos”, vaticinan Bostman y Rogers. “Los retos económicos forzarán la creación de un sistema sostenible para servir las necesidades humanas, basado tanto en los viejos principios del mercado como en la conducta colaborativa.”
Deron Beal ha llevado todo eso a la práctica con el mayor grupo de trueque en el mundo,
Freecycle: más de siete millones de usuarios repartidos por
85 países y ramificados en 5.000 grupos de intercambio locales. “Todos los días reusamos el equivalente a 700 toneladas de materiales”, se jacta Deal. “Más o menos la carga diaria que recibe una vertedero de tamaño medio.”
Freecycle nació de la manera más insospechada en el 2003 como un simple grupo de Yahoo, con una veintena de miembros interesados en intercambiar objetos gratuitamente. La primera posesión que cambió de manos on line fue precisamente el colchón de soltero de Deron Beal, que acabó haciéndose sin desembolso alguno con el viejo sofá que aún cumple su función en pleno desierto de Arizona.
Deron Beal, de Freecycle.
Freecycle es el mayor grupo de trueque del mundo: “Todos los días reusamos el equivalente a 700 toneladas de materiales”
Desde Tucson, y a la velocidad del rayo, los
freecicladores se fueron propagando hasta llegar al millón en apenas un año. A este lado del Atlántico, calaron sobre todo en el Reino Unido. En España existen
ya una veintena de grupos, desde Madrid (con 2.117 miembros) a Icod de los Vinos, en Santa Cruz de Tenerife (51 miembros). En el grupo Barcelona (963 miembros) se ofrecían estos días un cochecito de bebé, un somier, una bici estática o cuatro sillas de oficinas de Ikea; se buscaban entre tanto un kimono de aikido, una máquina de coser, un banjo y varios teléfonos móviles con cargadores.
“La gente intercambia sobre todo muebles y objetos domésticos, pero cada vez hay más aparatos electrónicos, con lo que también contribuimos a paliar el problema del e-waste”, señala Beal. “Y hay usuarios de todas las edades, desde el anciano de 92 años que coleccionaba piezas de bicicleta para luego fabricarlas él mismo, al niño que decidió crear un orfanato para hámsters abandonados”.
“La basura de unos es el tesoro de otros.” El viejo lema cobra una nueva dimensión en la era de internet. Freecycle tiene además la virtud de crear lazos materiales entre la comunidad virtual: “La sensación de desprenderte de algo que puede serle útil a otra persona es algo muy gratificante y casi olvidado en esta sociedad de usar y tirar que hemos creado. Y para los niños es un juego con el que aprender a reusar, compartir y apreciar el valor de las cosas”.
El siguiente paso de Freecycle es extender sus redes por los países en desarrollo haciendo accesible el contacto y el listado de los grupos locales por teléfono móvil. “El trueque es un valor universal que subsiste en prácticamente todas las culturas”, apunta Deron Beal. “La tecnología puede no sólo contribuir a reforzar los lazos sociales, sino mitigar el deterioro del medio ambiente.”
Enlace a post Freecycle
CONSUMO COLABORATIVO Y ECOLÓGICO, TAMBIÉN EN MUCHAS CIUDADES ESPAÑOLA, por Rafael Carrasco
España no acaba de tomarse en serio la gestión de sus desechos y, pese a los 25 años –ahora se cumplen– que hemos tenido para aprender de Alemania, Francia y demás socios de la UE, seguimos aún muy lejos del resto de Europa o, incluso, de Norteamérica. Según los últimos datos de la oficina estadística europea –Eurostat–, España recicló en 2008 el 14% de los residuos urbanos que produjo y compostó un 20% de los desechos orgánicos, muy por debajo de la media comunitaria –40%–, emparejándose más con Malta, Polonia o Bulgaria que con sus vecinos del norte.
Cada año se genera en España una media de 575 kilos de residuos por persona, una cifra algo superior a los 524 kilos calculados en el conjunto de la Unión. El 57% de esa cantidad va al vertedero, mientras que en la UE sólo lo hace el 40%. Dicho en otras palabras: España está en la zona de los países que producen mucha basura, reciclan poco y recuperan menos.
El concepto de consumo colaborativo es prácticamente desconocido en nuestro país, aunque sí existen iniciativas contrarias al usar y tirar que en Norteamérica formarían parte de esa corriente. Las más conocidas tal vez sean las que tienen que ver con el transporte, y que han proliferado en estos últimos años de crisis económica para abaratar el uso del coche privado. Es el caso del carpooling (Ver Correo del Sol, página 8), que consiste en compartir los gastos de gasolina entre personas que realizan regularmente los mismos trayectos gracias a una página web de suscripción, generalmente, gratuita. Empresas como Amovens o Viajamosjuntos.com se dedican profesionalmente a esto y sus sistemas se desarrollan hoy en numerosos municipios de toda España –generalmente, la web del ayuntamiento es el vehículo que pone en contacto a las futuros carpoolers–.
En esta misma línea se inscribe el denominado carsharing, un sistema muy profesional que permite utilizar un coche sin ser ninguno de los usuarios propietario del mismo; éstos pagan a una empresa por el uso del coche, pero se olvidan de seguros, letras mensuales y demás.Con esta misma filosofía funciona el Bicing de Barcelona y otras experiencias de alquiler de bicicletas para moverse por la ciudad sin preocupaciones.
Pero en cuanto a residuos físicos los Ekocenter y almacenes de Emaùs son el mejor ejemplo de cultura de la recuperación. Son mercados estables donde se expone y se vende, con un fin social, toda clase de objetos en perfecto uso y a bajo precio. En ocasiones, los objetos son reparados, otras son reciclados, pero la mayoría de las veces son,simplemente, objetos de segunda mano. Emaùs es una
de la treintena de entidades agrupadas en la Asociación de Recuperadores de Economía Social y Solidaria (AERESS), una plataforma hacia la inserción laboral de personas marginadas o en riesgo de exclusión y que centra su actividad en la recuperación, la reutilización y el reciclado de materias desechadas.
En su web se puede encontrar información de dónde y cómo llevar o adquirir objetos de segunda mano.
Mención aparte, por su originalidad, merece Makea, una iniciativa de la Asociación Cultural de Reutilización Creativa Makea, de Barcelona, que pretende fomentar una segunda –y hasta una tercera– vida de los objetos que normalmente acaban en la basura. Makea –que parodia los muebles y utensilios de usar y tirar por antonomasia, los de Ikea– no funciona como rastrillo virtual de objetos, sino que, a través de su recetario y de sus acciones de divulgación o demostración,pretenden avivar el ingenio de la gente para procurarse una silla a partir del tambor de una lavadora rota o un cabecero de cama con un palet de obra.
Las cooperativas y asociaciones de trueque, que en la Argentina del corralito permitieron sobrevivir con dignidad a seis millones de personas, son otra forma de plantar cara a la crisis económica y ambiental optimizando el uso de las cosas. El trueque vivió un gran auge a mediados de los años 90 y ha renacido gracias a internet y las redes sociales. Entre los cientos de iniciativas de trueque a lo largo de toda España, puede destacarse
Adelita, una red madrileña con tienda real en la céntrica calle Arenal. Recientemente, se han incorporado al proyecto nuevos socios y planea crear una red de tiendas por todo Madrid donde cualquier persona podrá llevar objetos en buen estado para intercambiarlos por otros de segunda mano sin gastar un céntimo. Iniciativas como Freecycle –una red internacional con grupos en Madrid, Barcelona y otras ciudades– permiten también regalar cosas en desuso para que no vayan al vertedero cuando pueden ayudar a otras personas.
Yendo más allá se ha creado
QueCambiamos.com, una web española que permite a sus usuarios poner anuncios clasificados sobre cualquier posesión que tengan y deseen cambiar. Desde permutas de vivienda a intercambio de casas vacacionales o videojuegos que se ofrecen a cambio de una bici. Algo parecido, pero con una intención más social,lo hace el blog
sindinero.org, biotrueke.org (el mercado
on line de segunda mano de Bilbao) o
lanochedelosninos.org (“una web para promover el intercambio de juguetes entre niñ@s madrileñ@s”).
Una forma excelente de
reciclar nuestros conocimientos y aptitudes para que generen más beneficios a los demás son los bancos de tiempo, una institución muy arraigada ya en la cultura urbana de nuestro país. Se trata de un trueque de servicios donde la moneda de intercambio es el tiempo: una hora de trabajos de jardinería compra una hora de alguien que nos enseñe a cocinar. Julio Gisbert, autor del libro
Vivir sin Empleo y del
blog ha creado una lista en Google Maps con los 163 bancos de tiempo que funcionan en España, todos, con sus direcciones, teléfonos, emails y enlaces web.
CERO RESIDUOS
En Boulder (Colorado), a los pies de las Montañas Rocosas, los propios vecinos pasaron a la acción contra el derroche de los recursos y pusieron en marcha en 1976 uno de los programas pioneros de reciclaje en Estados Unidos: Eco-Cycle. Eric Lombardi, visionario de los desechos, tomó el mando de este centro innovador en el que trabajan 60 personas capaces de procesar hasta 40.000 toneladas de residuos al año.
El último apéndice del centro es el departamento de materiales difíciles de reciclar (de zapatillas deportivas a viejos aparatos de vídeo y faxes), con el objetivo de ampliar cada vez más el espectro. Aunque la auténtica meta de Lombardi es la de residuos cero: reaprovechamiento total.
“Llegar a residuos cero no es una utopía, sino un imperativo en la era del cambio climático”, sostiene Lombardi. “Los vertederos urbanos producen grandes cantidades de metano, que es un gas invernadero 72 veces más potente que el CO2. Una gran ciudad como San Francisco se ha propuesto esa meta para el 2020, pero el objetivo es mucho más asequible para ciudades pequeñas como Boulder.”
Lombardi ha diseñado su Parque de Residuos Cero con capacidad para reciclar o reaprovechar todos los desechos generados en una ciudad de 300.000 habitantes, incluida una planta de compostaje para
los residuos orgánicos, un centro para el reuso, otro para la recuperación de nutrientes tecnológicos, otro para reciclables difíciles y una última instalación para procesar los residuos finales.
“Se trata de una alternativa sensata a las incineradoras y a los vertederos”, asegura Lombardi. “No podemos seguir llamando basura a lo que no lo es. Hay que separarla en tres cubos: reciclables, compostables y residuos. Todas las tecnologías que propongo en mi parque de residuos cero son simples, de baja tecnología y están suficientemente probadas. Y lo que es mejor, es una opción tan ecológica como rentable”.
“Si no hacemos pronto la conexión entre nuestra economía y nuestro medio ambiente (que produce todos los recursos para fabricar nuestros productos), el planeta se encargará de hacerlo por nosotros”, vaticina Elizabeth Royte, autora de Garbage Land. Desde que cerró Fresh Kills, el megavertedero que despertó la conciencia ecológica de Annie Leonard, Nueva York exporta toda su basura diaria, a un altísimo precio...
“Todos deberíamos hacer el esfuerzo por visualizar el impacto de lo que desechamos”, sugiere Elizabeth Royte. “La visita al vertedero tendría que ser obligatoria en las escuelas para que los niños aprendan pronto la lección: la basura no desaparece mágicamente, sino que se acumula o se quema, que es aún peor. Hay que verla y olerla para hacer la conexión.”
Royte decidió no sólo investigar su propia basura, sino seguirle la pista con vocación de periodista de investigación o detective. El MIT de Massachusetts, por cierto, ha puesto en marcha un proyecto, bautizado como Trash Tack, para seguir electrónicamente la pista a la basura y conocer el auténtico impacto de todo los que desechamos. “Nada hay tan personal y local como nuestra propia basura, y sin embargo nada tiene posiblemente un mayor impacto global”, asegura Royte, que se pregunta qué pensarán los arqueólogos en trescientos años cuando descubran la insospechada vuelta al mundo no sólo de las materias primas, también de los residuos. Royte se siente deudora del arqueólogo de la basura, William Rathje, que en 1973 lanzó el Garbage Project, con la intención de reconstruir la vida y milagros de los habitantes de Tucson a partir de lo encontrado en sus cubos... “Hurgar en nuestra propia basura es la última experiencia zen de nuestra sociedad”, escribía Rathje. “No sólo puedes verla, olerla y registrarla, sino que puedes llegar a una intimidad táctil con ella. De una manera o de otra, todo el mundo debería rebuscar en las inmundicias.”
Christine Datz-Romero, nacida en Alemania y afincada en Nueva York, no tiene ningún reparo en tocar la basura ajena, sobre todo si es orgánica. Cuatro veces a la semana, la furgoneta del Lower East Side Ecology Center (LESEC) despliega su carga de cubos en el mercado de Granjeros de Union Square, a donde los vecinos del Bajo Manhattan llegan con sus mondas de verduras, sus restos de arroz, pan o pasta o los posos del café, que también son compostables.
“Si todo esto lo sacara un camión fuera delaciudad, estaría llevándose sobre todo agua y nutrientes para la tierra”, apunta Christine. “¡Qué cosa más absurda! Quemar gasolina, recorrer cientos de millas, para transportar agua pesada a un lugar lejano. Por eso es tan importante dar una solución local al tema de los residuos”.
ARTE EN EL VERTEDERO
En Río de Janeiro se llaman catadores, en El Cairo se les conoce como los zaballeen. Su afán diario es el mismo: remover toneladas de basura y recuperar lo que otros tiran. Mucho antes de que las sociedades occidentales acuñaran el reciclaje, estos sufridos expertos en residuos (seguidores de la tradición de nuestros traperos y recuperadores) han ido marcando la senda ecológica.
Los 60.000 zaballeen hasta hace poco reciclaban el 80% de la basura que pasa ba por sus manos. Hasta que las autoridades municipales de El Cairo –con 18 millones de habitantes– decidieron repartir la tarta de las 4.000 toneladas diarias de residuos entre varias multinacionales y bajar el listón del reciclaje al pírrico 20%.
EL asedio de los gigantes de la basura a barrios enteros como Mokattan, donde se hacinan miles de zaballeen en casuchas a medio construir y en un sórdido laberinto de desechos, da pie a uno de los documentales más impactantes de los últimos años:
Garbage Dreams. Adham, Nabil y Osama son los tres protagonistas adolescentes que sueñan con traer a su barrio lo mejor de las técnicas occidentales de reciclaje. En la otra punta del globo, tiAo, zumbim, Suelem, isis e irma se ganan la vida como catadores en Jardim Gramacho, el mayor vertedero del mundo. Unos 3.000 recuperadores cosechan allí hasta 200 toneladas de desechos reaprovechables, armados con guantes y cubos.
El artista brasileño VikMuniz los retrató
insitu y los implicó en un singular proyecto de arte, fundiendo fotografía y basura. Más de un millón de visitantes pasó por la exposición en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y contribuyó a la causa con 300.000 dólares, que han servido para sacar de las favelas a los ilustres catadores. Otro documental,
Wasteland, de Lucy Walker, nos cuenta esta apasionante historia de arte en el vertedero que nos hará reflexionar sobre la dimensión humana de lo que desechamos.
WASTE LAND Official Trailer from
Almega Projects on
Vimeo.
ALIMENTAR A LOS GUSANOS
Los dos centros de recogida del LESEC (el otro está en la calle siete) procesan todos los años 200 toneladas de basura orgánica. Los jardines comunitarios y las universidades se han apuntado al compostaje, pero el Ayuntamiento de Nueva York no acaba de subirse al carro, aunque más del 25% de los desechos diarios son pefectamente compostables. En San Francisco, la ciudad que presume de reciclar o reaprovechar el 75% de sus residuos, la recogida selectiva la realiza el propio camión de la basura.
“En Nueva York, con la altísima densidad y la gente viviendo en apartamentos pequeños y de gran altura, es difícil compostar en casa”, reconoce Christine Datz-Romero. “La solución debería ser buscar barrio a barrio. Pero haría falta un esfuerzo mucho mayor: nosotros llegamos de momento a 1.500 familias. Nos financiamos básicamente condonaciones y con el dinero que conseguimos con las bolsas de tierra abonada.”
“Alimenta a los gusanos”... El reclamo es irresistible en el puesto de Union Square, donde más de 500 personas vierten cadasábado sus desechos. Para Christine, el compost es principio y fin: “Nada representa mejor el ciclo de la vida en la tierra. Las hojas caen, se degradan en la tierra, la abonan para la primavera. Con el alimento pasa lo mismo: si sabemos ponerlo de vuelta a la tierra, garantizará el crecimiento de la próxima cosecha. Estamos usando los recursos y poniéndolos en su lugar para que el ciclo continúe. En la naturaleza no existe lo que nosotros llamamos desperdicios”.
Carlos Fresneda
Enlace a pdf publicado
Post con diversos vídeos de Annie Leonard, entre ellos La Historia de las Cosas