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La geometría del vértigo

 

“Hay dos elementos que el viajero captura a primera vista en Nueva York: la arquitectura “extrahumana” y el ritmo furioso. Geometría y angustia... No hay nada tan poético y terrible como la batalla de los edificios con los cielos que los cubren”.

      La observación de García Lorca, allá por 1932, sigue siendo válida por los siglos de los siglos, por más que uno conviva a diario con los “gigantes”. Algo vibra, sin duda, cuando asciendes por encima del piso 30 y hundes la mirada en el vértigo de las calles y avenidas, y tiemblas sin remedio ante el Gran Cañón de cemento y vidrio.

      “Bienvenidos a la racionalidad de la vida civilizada”, que diría Hipodamo de Mileto, el arquitecto griego que inventó la retícula urbana, llevada a la máxima exageración con las 155 calles y once avenidas numeradas de aquel Manhattan. Se cumplen ahora 200 años del plano cuadriculado que catapultó definitivamente Nueva York hacia ese futuro con aristas, el mismo que provoca fervores y odios entre quienes la habitamos y la padecemos.
      
París me impesionó mucho, Londres aún más, y ahora Nueva York me acaba de noquear” (seguimos con Lorca).
       
Allá por 1811, la ciudad era un enjambre más o menos laberíntico, no muy diferente de cualquier enclave del viejo mundo, por debajo de lo que hoy conocemos como Houston Street. Al “padre” de la retícula urbana, John Randel, le costó convencer a sus vecinos de la necesidad del tiralíneas para poyectar Nueva York hacia el norte. Más de una vez le lanzaron alcachofas y repollos en actos públicos, y en el alto Manhattan fue atacado por los perros de los indignados propietarios.
       
Pero su “visión” se impuso, en el nombre del orden y de la salud. La isla de las 400 colinas, el paraíso de los indios Lenape, pasó por un proceso de “reducción topográfica” que la dejó totalmente llana e irreconocible. Se dejó un generoso “oasis” cuadriculado en el medio (Central Park), pero en el resto de la ciudad campó a sus anchas del Espíritu de la Especulación, el mismo que con el tiempo 
tiraría de ella hacia el cielo.

     
En 1864, un año antes de su muerte, Randel se desquitó de sus detractores celebrando  “la bella uniformidad” de Nueva York y presumiendo de haber contribuido más que nadie al primer gran “boom” inmobiliario (allanando el terreno a Robert Moses, Donald Trump y tantos otros “ladrones” del ladrillo).
     
Para bien o para mal, la retícula se convirtió en la esencia de la ciudad, “crucificada” sin remedio de norte a sur y de este a oeste. Algunos, como el filósofo francés Rolan Barthes, han creído ver en “la geometría de Nueva York” una intencionalidad poética: que cada uno se sienta dueño de la capital del mundo. Para el holandés Rem Koolhaas, autor de “Delirante Nueva York”, la implacable horizontalidad y la inevitable verticalidad condenan sin embargo a Manhattan a una visión en dos dimensiones, sin espacio ni libertad para “la anarquía tridimensional”.
     
Sam Roberts, en el New York Times, recreaba recientemente ese forcejeo aún latente  entre arquitectos y urbanistas. El diseñador gráfico Paul Sahner, hipnotizado por la magia de la rejilla urbana, se ha lanzado entre tanto a fotografiar la ciudad cuadrícula a cuadrícula. Y Eric Sanderson, el ecologista del paisaje que ha recreado vitualmente cómo era Manhattan hace 400 años, vuelve a reclamar estos días la necesidad de pensar en una ciudad más humana y más respetuosa con sus ecosistemas, a pesar de su innegable grandiosidad, la misma que cautivó y apuñaló al poeta...
    
“La aurora de Nueva York gime/ por las inmensas escaleras/ buscando entre las aristas/      nardos de angustia dibujada”.


Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en el blog Crónicas desde Nueva York de El Mundo.es

El 'voyeur' invisible de Nueva York

  • Bill Cunningham lleva la mitad de sus 82 años inmortalizando a los paseantes
  • Cunningham está considerado como uno de los mejores fotógrafos de moda
  • El dominicano Oscar de la Renta es otro de sus más devotos admiradores

Por su bicicleta lo conoceréis. Y por su cámara al hombro, por su chaqueta de un azul chillón y por su pelo albino. Agazapado en las esquinas, parado en un semáforo o en mitad de la acera. Esperando siempre el milagro callejero en forma de sombrero rojo, falda amarilla o conjunto de rombos blancos y negros. Clic, clic, clic.

Bill Cunningham lleva la mitad de sus 82 años inmortalizando a los paseantes de Nueva York con vocación de 'voyeur' invisible. Su presencia es tan ubicua como la de los vendedores de pretzels y perritos. Todos lo hemos visto alguna vez, empotrado en la marea urbana. Lo suyo es algo así como el sacerdocio del asfalto...

"Se supone que uno no se puede enamorar de su trabajo, pero eso es lo que a mí me pasa. Me divierto muchísimo... Necesito estar en la calle y dejar que la calle me hable".
Cunningham está considerado como uno de los mejores fotógrafos de moda, pero hace tiempo que renunció a sus quince minutos de fama. La vanidad y la codicia no van con él: "El dinero es barato, la libertad es mucho más cara". Hasta hace poco vivía en un estrecho apartamento sin baño, son cocina y sin televisión, y dormía en un lecho de presidiario entre su inmenso archivo fotográfico en el Canergie Hall.

La modestia es lo primero, pese a su reputación ganada a pulso. Cuando los cineastas Richard Press y Philip Gefter se propusieron a seguirle los pasos, el fotógrafo escurrió una y otra vez el bulto. Diez años tardaron en vencer su timidez y su resistencia: el fruto es un conmovedor documental, 'El Nueva York de Bill Cunningham', que sigue agotando las entradas al cabo de un mes de su estreno.
Parece un hombre de otra época o de otro planeta, y sin embargo Cunningham es un auténtico precursor en todos los sentidos. Entre otros méritos, lleva 40 años pedaleando en Nueva York y se ha 'dejado' robar 28 bicicletas. El sillín ha sido durante mucho tiempo su incomparable 'mirador', y lo sigue siendo casi todos los días, así le caiga encima un aguacero primaveral (su poncho lleno de parches forma parte de su 'uniforme' y es otra muestra indeleble de su austeridad). Los días de lluvia y nieve, confiesa, se lo pasa como un niño mientras fotografía a las mujeres saltando charcos.

Católico hasta la médula, de misa dominical, reconoce que su pasión por la moda nació precisamente de pequeño, "observando los sombreros de las señoras" en los bancos de la iglesia. De joven, tras su paso frustrado por Harvard, creó su propia línea de sombreros, William J.', antes de dedicarse a fotografiar la fauna colorista de la jungla urbana.

"La mejor pasarela de moda ha estado siempre en la calle", sostiene Cunningham, que inició su andadura en Women's Wear Daily y marcó un hito con sus monográficos en 'Details'.
En 1978 saltó a las páginas del 'New York Times', donde su sección dominical ('On the Street') es todo un clásico del periodismo gráfico. Fue el primero en presentar al público americano a Jean-Paul Gaultier y a tantos diseñadores, y en las pasarelas de París se le venera como el último gran mito (en el 2008 le nombraron 'caballero' de la Orden de las Artes y las Letras).

"Todas nos vestimos para Bill", confiesa la mismísima Anna Wintour, que admite cómo recurre una y otra vez a los 'collages' callejeros de Cunningham para otear las tendencias del momento (en esta primavera destemplada, por cierto, despuntan las trencas blanca). Oscar de la Renta es otro de sus más devotos admiradores: "Nadie ha sabido captar como él la historia visual de esta ciudad en los últimos cuarenta años".

Cualquier fiesta de la alta sociedad neoyorquina no es nada sin la presencia del fotógrafo huidizo, que cumple con su misión sin beber siquiera un vaso de agua y luego desaparece como un duende nocturno, reservando lo mejor de sí mismo para la masa anónima que desfila ante sus ojos a plena luz del día.

"La moda es la armadura que llevamos para sobrevivir a la realidad de cada día", palabra de Bill Cunningham, que nada detesta más que le confundan "con uno de esos paparazzi que se dedican a torturar a la gente".

Greta Garbo se puso en una ocasión a tiro de su objetivo, y aún recuerda los días en que se codeaba con Marilyn Monroe, Ginger Rogers o Joan Crawford. Pero en su trabajo no hay lugar para la nostalgia, sino una ligereza envidiable y una frescura constante: un sentido de la anticipación para cazar al vuelo esas 'aves del paraíso' que pululan por sus páginas.

Sigue disparando en película, y en la tienda donde revela religiosamente los carretes le da pudor confesar su nombre cuando llama por teléfono: "Soy yo, el tipo de la chaqueta azul"...

Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en El Mundo

Las guerras de la bicicleta (2)

 

Las encuestas lo acaban de confirmar: la mayoría de los neoyorquinos (54%) considera que los “carriles bici” son positivos para la ciudad, frente a la ruidosa minoría (39%) que prefiere que los coches sigan siendo los reyes incuestionables del asfalto.

Lo que empezó como una polémica local –la resistencia de un grupo de vecinos al carril “verde” de Prospect Park- se ha convertido en un asunto de alcance internacional, con ramificaciones en todas esas ciudades (Madrid, sin ir más lejos) que han perdido el tren de los tiempos y siguen viendo las dos ruedas como un “peligro”.

En Estados Unidos, tal y como denuncia Richard Florida, la bicicleta se está convirtiendo en “arma arrojadiza” de esa guerra cultural abierta entre las dos Américas: la que abraza la creatividad y la innovación, y la que se resiste tenazmente a cualquier cambio.

“Las bicicletas son limpias y verdes, sirven para hacer ejercicio y para reducir la dependencia de los coches en las ciudades con sus calles congestionadas”, escribe el autor de “El Ascenso de la Clase Creativa”. “Si casi todo son beneficios ¿por qué hay tanta gente que se queja?”.

En Nueva York, la mala fama de los ciclistas se remonta a los tiempos en que los mensajeros “suicidas” se lanzaban a tumba abierta por la Quinta Avenida, saltándose todos los semáforos y circulando en dirección prohibida. Pero los tiempos han cambiado, y por cada ciclista temerario hay decenas de coches que doblan la esquina sin reparar en los peatones.

Quienes tanto se lamentan de la “peligrosidad” de las bicis son muchas veces los mismos que “arrasan” la ciudad a lomos de los 4x4
, que tendrían que estar totalmente prohibidos en nuestras calles...
     
El caso es que el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, criticadísimo también por cerrar al tráfico Times Square y por crear los primeros espacios peatonales en la ciudad (ya iba siendo hora), ha decidido mojarse hasta el tuétano en el asunto y quiere implantar de aquí al verano la bici pública al estilo de París, Barcelona o Sevilla.
    
Pero antes, eso sí, ha decidido hacer un esfuerzo por combatir la “desinformación”. Su mano derecha, Howard Wolfson, ha prometido ejercer “una defensa más agresiva” de las razones por las que el Ayuntamiento ha decidido crear esa red urbana de 650 kilómetros de “carriles bici”, el doble que hace tres años.
      
La última pedalada la ha dado estos días el cantante de los Talking Heads David Byrne, autor de los “Diarios de la Bicicleta”, subido a la campaña de promoción desde su bici plegable: “Ahora estamos todavía en fase de adaptación; al final todos acabaremos apoyando con entusiasmo las dos ruedas".

Carlos Fresenda, Nueva York
Publicando en el blog Crónicas desde Nueva York 

- Las guerras de la bicicleta (1)

Las "guerras" de la bicicleta




La oleada “anti verde” que sacude Estados Unidos ha golpeado finalmente Nueva York. Un grupo de vecinos pudientes, al más puro estilo “Tea Party”, ha decidido amotinarse y llevar a los tribunales el “carril bici” que desde hace unos meses rodea el pulmón verde  de Prospect Park en Brooklyn.

Las bicicletas, aseguran, son una amenaza para la seguridad vial. El carril rompe la estética “histórica” del barrio. Hay menos sitios para aparcar los “todoterreno”. Y no hay derecho a que le “roben” un carril al coche para cedérselo alegremente a las dos ruedas.

Moraleja: mejor tragar humo que pedalear a pleno pulm'on...
La batalla definitiva por el futuro de la bicicleta en las grandes ciudades se está librando estos días en Brooklyn, como anticipaba nuestro colega Matt Seaton en The Guardian. Anoche fuimos testigos de hasta dónde está llegando este enfrentamiento visceral entre los defensores de la biciceta (la abrumadora mayoría) y la poderosa “resistencia”, orquestada entre otras por Iris Weinshall (esposa del senador demócrata Charles Schumer).

Aprovechando su notoriedad y su influencia, la esposa del senador ha fichado a un abogado de altos vuelos, Jim Walden, para cargarse el carril “verde” y pasarse por el forro al 71% de los vecinos que –según el Ayuntamiento- apoyan el derecho de las bicis a contar con su propio espacio sobre el asfalto.

Ahí les duele a los detractores de las dos ruedas. En apenas cuatro años, la red de “carriles bici” se ha duplicado en Nueva York y llega ya a los 650 kilómetros. El número de ciclistas urbanos ha aumentado un 25% y supera los 200.000. En varias avenidas de Manhattan y en la polémica West Park Slope, se han construido medianas para que las bicis puedan avanzar separadas del tráfico rodado, al más puro estilo centroeuropeo.

      
Y todo gracias a la valentía de la “jefa” del Departamento de Transportes, Janette Sadik-Khan, que predica con el ejemplo y suele ir a trabajar en bicicleta. Esta misma semana, mientras arreciaba la batalla de Brooklyn y se escuchaban voces pidiendo su dimisión, la “Juana de Arco” neoyorquina cortaba en Washington la cinta de la Cumbre Nacional de la Bicicleta, instando a los norteamericanos a superar su dependencia enfermiza del coche...

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“La gente tiene que entender que cuando creamos “carriles bici” con separadores estamos mejorando la seguridad de todos. Rediseñar las calles no es fácil, y a veces puede resultar doloroso. Pero estamos poniendo en práctica métodos ya probados que sirven para calmar el tráfico y hacer de la ciudad un espacio más vivible”.
En Brooklyn, sin embargo, el grupo bautizado como Vecinos por Mejores Carriles Bici ha llevado el asunto esta semana hasta los tribunales. “Nos han llamado de todo, pero no somos el enemigo de nadie”, aseguró anoche Louise Hainline, portavoz del grupo en el acalorado debate en el que participaron 300 vecinos. "Lo que queremos es mejorar la seguridad y devolver su carácter a 
nuestros bulevares".

     

En una proporción de ocho a uno, ganaron los defensores de la bici, que contaron con la complicidad del concejal Brad Lander: “Quienes cuestionan la seguridad deben saber que no se ha producido ni un solo accidente ocasionado por la bicicletas. Es más, las heridas causadas por los coches han registrado un mínimo histórico, y eso en gran parte debido a las medidas para “calmar” el tráfico”.
    
La “manía” contra las bicicletas está alcanzando unos niveles absurdos”, denuncia por su parte Aaron Naparstek, al frente de la iniciativa Calles Vivibles. “Ese sentimiento está totalmente divorciado de la realidad, no se sostiene con hechos y está siendo instigado por el “lobby” jacobino contra las dos ruedas”.
     
Espoleando la campaña contra las bicicletas –y reclamando la hegomonía del coche- tenemos al New York Post de Rupert Murdoch. El New York Times, que esta semana destacó la historia en portada, no se queda atrás. Y entre uno y otro están contribuyendo a que la mecha se propague por el Upper West Side y por el East Village, donde ya se está cuestionando la “escasa utilización” del espacio robado por los "carriles bici".
    
A estas alturas, y con esto lo dejamos, conviene recordar cómo arrancó la ofensiva contra las dos ruedas en Nueva York. Todo empezó en el 2009, cuando el “carril bici” de Williamsburg provocó el furor de los judíos jasídicos, “horrorizados” por la provocativa estampa de mujeres con faldas y pantalones ajustados sobre el sillín. Pero eso dará ya para otra historia: “Demasiado “sexy” para Nueva York”...

Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en el blog Crónicas desde Nueva York de El Mundo

Las rosas gigantes de Manhattan

 
 

Hay algo engañoso en las rosas gigantes de Will Ryman. Y no nos referimos al tamaño descomunal de los rosales (hasta ocho metros de alto), ni al hecho de que florezcan en medio del alfalto, entre montículos de nieve y en uno de los inviernos más crudos que se recuerdan en Manhattan.
“Las rosas se han convertido en un símbolo de consumo global”, sentencia el artista neoyorquino. “Es muy fácil vender algo si lo ofreces con una rosa: de un caramelo a un seguro médico. Es otro signo evidente del uso abusivo que el hombre hace de la naturaleza”.
Las rosas de Ryman se “venden” con espinas, escarabajos, abejorros, mariquitas y toda la fauna imaginable para hacerlas más verídicas, en el trasiego incesante de taxis, turistas y limusinas de Park Avenue.
    
Son en total 38 rosas distribuidas entre las calles 57 y 67, más los 20 pétalos repartidos por la mediana, para darle aún más autenticidad al insólito paisaje urbano, barrido por una de esas brisas mortíferas que congelan hasta el alma.
La instalación se llamaba originalmente “Un nuevo principio”, y en pleno enero puede interpretarse como una consagración anticipada de la primavera, con su estallido multicolor, sus alergias mútiples y la invasión de los insectos mutantes.
Will Ryman, hijo del pintor minimalista Robert Ryman, se ha empeñado en ponerle una lupa de varios aumentos a sus rosales de fibra, acero y cobre para causar el mayor impacto visual en plena calle. Sus esculturas –como las de Manolo Valdés recientemente en Broadway- le dan a Nueva York la vibración perdida durante estos meses de naturaleza muerta e ilusiones bajo cero.

Carlos Fresneda, Nueva York



LOS "HOMBRES-ARBOL DE CENTRAL PARK"

Mustafah Abdulaziz for The New York Times

Cory y Dana Foht buscaron a conciencia un árbol donde poder dormir. Tenían más de 24.000 a su disposición en Central Park; empezaron echando raíces en un roble. La subida era complicada y el otoño estaba desnudando prematuramente las ramas, de modo que se mudaron a un viejo olmo con la fronda aún espesa y allí colgaron sus hamacas de nylon.

Los hermanos “arborescentes”, nacidos en Florida, querían experimentar la sensación de “estar suspendidos por encima del estrés y del ajetreo de las calles de Nueva York”. Sus peripecias por las ramas darán pie a un documental, pero lo más importante era y siguen siendo las lecciones de vida aprendidas en estos dos últimos meses...
Es como si formaras parte de un ecosistema. Eres definitivamente consciente de que estás durmiendo y pegado a algo que está vivo”
Todo esto lo cuentan los hermanos Foht a Colin Moynihan en el New York Times, que publicó su aventura urbana en primera página. Desde entonces, decenas de curiosos nos hemos lanzado a la búsqueda de los “hombres-árbol” en las zonas más recónditas del parque y en plena eclosión de amarillos, rojos y ocres.
También los buscan la policía y los vigilantes: pernoctar en Central Park es ilegal, ya sea tendido en un banco o suspendido de una rama.


Si algo han aprendido en este tiempo los hermanos Foht es a actuar con el sigilo de una ardilla. No duermen aquí todas las noches, sino cuando sienten la llamada de la naturaleza y el clima acompaña (unos 20 días en lo que va de otoño). Ocasionalmente pernoctan en habitaciones de prestado en Brooklyn, donde trabajan como mecánicos de bicicletas.

Los Foht se mueven por la ciudad como auténticos exploradores: en dos ruedas y con la mochila a cuestas. Suelen dejar las bicis dejar en un garaje cercano al parque, en la frondosa punta noreste. Se adentran en el bosque urbano con la última luz del día, y se encaminan hacia su querido olmo como por instinto…
“Amamos este árbol. Algunas de las noches más inspiradoras que hemos tenido en Nueva York las hemos vivido aquí… Es una experiencia restauradora, desde el punto de vista espiritual”.


Pero el frío acecha y las ramas están perdiendo el follaje. Su “casa” es cada vez más visible y está quedando expuesta a los elementos. Su “misión” está tocando a su fin y no tienen en principio la intención de seguir los pasos de la legendaria y esquiva Julia “Butterfly” Hill, que se pasó 738 días encaramada a una secuoya.

Al fin y al cabo, el mensaje de los “hombres-árbol” no es tanto de “resistencia” sino de “comunión” con la naturaleza. Emboscarse estos días en Central Park, respirar a pleno pulmón y contemplar la caída de la hoja, es como despertar a la vida y sentir en las venas el hervor de la savia.

Carlos Fresneda

CUANDO EL PARAISO SE LLAMABA MANNAHATTA...

El geógafo Eric Sanderson reconstruye la “historia natural” de la Gran Manzana

Un libro y una exposición interactiva reconstruyen los últimos 400 años de “historia natural” de la Gran Manzana

Mannahatta/Manhattan
Credit: (left) © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society; (right) © Yanan Arthus-Bertrand, CORBIS. Composite image by Markley Boyer

Los castores abrevaban en Times Square. Los osos negros campaban a sus anchas por los altos de Harlem. Y los pumas y los lobos acechaban a los 5.000 indios Lenape que se abrían paso a duras penas en la fronda selvática de Mannahatta, la isla de “muchas colinas”.

Así era la Gran Manzana, emparentada en la lejanía con el jardín del Edén, cuando la vislumbró por primera vez Henry Hudson en 1609. Y así la ha reimaginado cuatro siglos después Eric Sanderson, en ese fascinante proyecto que recupera el nombre y el espíritu original de Manhattan, increíblemente reverdecida ante nuestros ojos…

Mannahatta’s ecological landscape
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Como Henry Hudson, vine a Nueva York buscando algo, pero una vez aquí he encontrado algo distinto, algo que no esperaba”, confiesa Sanderson, ecologista del paisaje, que ha logrado trazar un puente inaudito entre la jungla de asfalto y el bosque impenetrable de robles y castaños.

Primero fue un libro, “Mannahatta”, un canto ecológico y poético, deudor de Henry David Thoreau y Walt Whitman. La idea se desborda ahora en una de las exposiciones imprescindibles del verano, en el Museo de la Ciudad de Nueva York de la Quinta Avenida y la calle 103. Aunque el prodigio visual llega hasta Internet, donde cualquier neoyorquino puede ver cómo era la vida en su “manzana” hace 400 años con un simple “click.

Manhattan, 1609
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


En Mannahatta había 627 especies diferentes de plantas, 233 variedades de pájaros y una biodiversidad por hectárea superior a la de Yellowstone o Yosemite”, asegura Sanderson. “Si hubiera subsistido como tal, la isla sería hoy en día la auténtica joya de los parques naturales”.

Los propios indios Lenape, con los incendios controlados y la agricultura incipiente, fueron los primeros en alterar el paisaje con prácticas que hoy se considerarían “sostenibles”. El Bajo Manhattan encajó en el siglo XVII la huella de la civilización, encarnada en los “pioneros” de Nueva Ámsterdam. Los británicos arrasaron gran parte de la isla y la convirtieron en fortín durante la Guerra de la Independencia.

The Collect Pond, Lower Manhattan, 1609
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Pero el golpe de gracia llegó en 1811, con la rejilla urbana que convirtió la isla en una lacónica y previsible sucesión de calles y avenidas. A golpe de TNT, se allanaron gran parte de las 500 colinas. Hasta lo que hoy es Central Park pasó por un meticuloso proceso de “reducción topográfica”. Con el tiempo llegarían los rascacielos, anclados en la roca granítica…

No hemos llegado a matar la naturaleza en Manhattan, pero es cierto que la vida silvestre ha estado “mortificada” por las decisiones urbanísticas”, admite Eric Sanderson. “Se han cegado los cauces naturales, se han rellenado los humedales, se le ha ido ganando terreno al río… Nueva York está enclavada en un estuario, en un ecosistema muy delicado y muy expuesto a los efectos del cambio climático”.

Midtown Manhattan, 1609
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Desde el mirador de la Wildlife Conservation Society en el Bronx, Sanderson se asoma ese Mannahatta/Manhattan de doble filo, añorando el paraíso que fue y admirando al mismo tiempo lo que tiene de “experimento”… “Al fin y al cabo, Nueva York fue la primera “megaciudad” del mundo en superar los 10 millones de habitantes en 1950. Manhattan, con su millón y medio, ha sido y sigue siendo un laboratorio perfecto para la vida urbana de alta densidad”.

Sanderson se rebela contra la idea de “la jungla de asfalto” que enfrenta a la naturaleza contra la creación humana: “Las ciudades no pueden crecer de espaldas a la naturaleza. Los arquitectos y los urbanistas hablan cada vez más de la biomímesis y de cómo debemos construir la ciudades como si fueran econsistemas, imitando precisamente a las naturaleza. La gente se está dando cuenta además de que vivir en una ciudad es mucho más eficiente y sostenible desde el punto de vista ecológico”.

Mannahatta at dawn
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Sin ir más lejos, la huella de CO2 del neoyorquino (7,1 toneladas métricas al año) es tres veces inferior a la del norteamericano medio (24,5 toneladas). En el mosaico de Manhattan, y pese a los cuatro siglos de hormigueo humano, los barrios guardan vestigios lejanos del medio centenar de “comunidades ecológicas” rastreadas por Sanderson y su equipo.

La tierra recuerda, y la diversidad cultural de la isla donde se hablan más de cien lenguas es de algún modo el reflejo de “la increíble biodiversidad que existía hace cuatro siglos”. Sanderson empieza a ver señales muy claras del espíritu redivivo de la vieja Mannahatta: del parque High Line inaugurado sobre los raíles elevados de Chelsea a los bosques de Inwood, que han sobrevivido milagrosamente “intactos” al norte de la isla

Creo que las semillas están ya plantadas bajo el asfalto”, afirma Sanderson, que culmina su libro con una visión utópica de Nueva York en el 2409, cuajada de tejados verdes. “Los neoyorquinos amamos tanto esta ciudad que es muy posible construir una versión aún más sostenible de Manhattan”.


La ciencia del paisaje

NUEVA YORK.- El viaje en el tiempo de 400 años ha sido posible gracias a una mágica combinación de elementos: los primeros testimonios del “nuevo mundo”, los mapas elaborados por los cartógrafos británicos durante la Guerra de Independencia, las imágenes de la Gran Manzana por satélite y los “efectos visuales” por ordenador usados en Hollywood.

Markley Boyer, responsable de las impactantes ilustraciones de “Mannahatta”, ha sido la mano impagable de Eric Sanderson en esta aventura que nos permite asomarnos con nuevos ojos al pasado y presente de Nueva York. Sanderson no sólo ha sido capaz de reconstruir la vida en la isla, sino que ha logrado determinar la compleja “red de relaciones ecológicas” que puede ser vital para trazar el futuro sostenible de la ciudad.

Como director asociado en Ecología del Paisaje en la Wildlife Conservation Society, Sanderson define su cometido científico como un acercamiento al “diseño de los ecosistemas”. La ciencia del paisaje, aplicada a las ciudades, servirá en su opinión para conocer la auténtica dimensión de la “huella humana” sobre el planeta, propiciar la restauración ecológica en las ciudades y diseñar en el futuro hábitats mucho más respetuosos con la naturaleza.

Bullfrog, lady’s slipper orchi
Credit: Courtesy of the University of Wisconsin
Madison

Heath hen, a former denizen of the Harlem Plains
Credit: Courtesy of the University of Wisconsin
Madison

Mannahatta Muir web
As this detail of the Mannahatta Muir web shows, each point represents a habitat element, which could be a plant, an animal, or a nonliving component of the environment (like a type of soil or a type of stream). The lines represent the interconnections between habitat elements. Credit: © Chris Harrison, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society

Video en TED, en subtitulos esta la opción en español:


Los brotes “verdes” de NY

.El High Line de Chelsea, primer parque elevado de la ciudad, construido sobre un viejo ferrocarril elevado, entre la calle 20 y la calle Gansevoort.

.Times Square, cerrada parcialmente al tráfico y “ocupada” por decenas de tumbonas a los pies de los neones.

.El Empire State, pasando por un “lavado” de eficiecia energ’etica que le permitirá ahorrar hasta el 38% del consumo.

.El circuito veraniego en bicicleta todos los domingos de agosto en Park Avenue. La ciudad ha superado las 420 millas (650 kilómetros) de carriles bici. La iniciativa “200 millas” ha logrado incrementar el uso de la bici un 48% en tres años.

.El tejado-granja de 2.000 metros cuadrados en Greenpoint, Brooklyn, que se puede visitar como voluntario los domingos.

.El restaurante “solar” Habana Outpost, en Brooklyn (757 Fulton Street), abastecido con paneles fotovoltaicos y donde se puede contribuir con energía “humana”, pedaleando en una bicicleta fija.

Carlos Fresneda desde Nueva York
Publicado en El Mundo, 28 julio 2009