Entrando en la inteligencia vital, a modo de prólogo

Dos periplos vitales, la de la autora, Elena García (infor al final del texto) y su aprendizaje de conexión con otra especie, los árboles, que tienen en ocasiones nombres y tienen todos un lugar en la tierra. Y un prologo de un maestro de la cultura ambiental, Jordi Miralles, y su encuentro con los "maestros".


Inicias la lectura de un libro que te sorprenderá porqué jamás has leído algo igual. Este libro es un viaje a un conocimiento ancestral pero ocultado para la mayoría de las generaciones de la humanidad de los últimos milenios. Una sabiduría que ultrapasa nuestro raciocinio y que este libro nos muestra como vivir de una forma sencilla si nos lo proponemos. No lo dudes, estás iniciando el viaje hacia La Sonrisa de los Árboles dirigido por su autora, una mujer común y corriente, madre de vocación, con un don que ha cultivado con los años siguiendo un tortuoso camino desde el corazón. Un camino auténtico en el que su acercamiento a los elementos naturales y a las herramientas del Sol han permitido que finalmente, Elena García, firme este testimonio sincero y único. Así que estás ya siguiendo las letras de una invitación no para que las aprendas sino para que las experimentes y las comuniques a los cuatro vientos si te apetece. La verdad que subyace en este libro puede que te parezca algo esotérica y sin embargo es bien real: la oportunidad de comunicarnos con los árboles. La mayoría de los seres humanos hemos crecido con el convencimiento de que somos los únicos con capacidad de pensar y el don de la llamada inteligencia. Además tenemos la certeza que las plantas, los árboles, por tanto, son simples elementos de la naturaleza que nos rodea para cumplir algunas funciones biológicas y poco más. El Reino Vegetal fue el primero en aparecer en el planeta Tierra y como tal ha evolucionado para sobrevivir a múltiples cataclismos cósmicos que han cambiado el curso de la evolución en diferentes momentos de forma drástica. A pesar de esta presencia obstinada de los vegetales, los representantes del Reino Animal nos consideramos superiores por nuestra capacidad de movimiento y expresar emociones vibrando (sonidos). Somos muchos más jóvenes que la mayor parte de los árboles que habitan en el planeta y seguimos pensando que dominamos el planeta. La ciencia empieza ahora a desmontarnos los cimientos de la arrogancia “inteligente” que nos caracteriza. La inteligencia animal se tambalea frente a la inteligencia vegetal la cual está siendo demostrada con el método científico. Lógicamente, nos cuesta aceptar que los miles de cerebros coordinados en las puntas de las raíces de las plantas puedan ser superiores a una pieza sofisticada como el cerebro humano, un monumento a la inteligencia cósmica. Así que por primera vez nos enfrentamos al reto galáctico de aceptar que la inteligencia no es un patrimonio común del ser humano. Hay muchas realidades que se nos escapan por sutiles. La de la comunicación con otros seres vivos que no sean humanos es una de ellas. Hay miles de evidencias que demuestran no sólo que es posible sino que hay pruebas de ello como lo atestigua lo poco que nos ha llegado (en el caso de Occidente) de la cultura druídica por citar una tradición europea. En todas las culturas humanas ha habido comunicación con los árboles y en muchas partes del planeta este conocimiento sigue anclado en algunas culturas indígenas. La Sonrisa de los Árboles, es el legado de una persona que tiene en grado superlativo esta especial capacidad sensorial de comunicarnos con el espíritu de los árboles que todas las personas tenemos. La única diferencia es que en el caso de Elena García se ha adentrado durante más de ocho años en experimentarlo y luego compartirlo con decenas y decenas de participantes en sus talleres. Y este libro es pues el testimonio de esta vivencia única y compartida para que podamos vivirla en persona aquellos que resonamos con la certeza que la inteligencia es inherente a la Vida, aunque se exprese de muchas maneras ya que en nuestro ADN celular reside el modo para traducir estos lenguajes naturales que en primera instancia nos parecen incomprensibles. Para alguien, como yo, biólogo, educado en el paradigma científico, más allá de vivir impresionantes vivencias con los árboles al lado de Elena, he seguido muy de cerca los trabajos del equipo científico de Stephano Mancuso. Quizás por todo ello puedo albergar esperanzas ante el hecho que sus experimentos nos ponen frente a la realidad de aceptar que las plantas son igual de inteligentes que los seres humanos. El estudio de la inteligencia vegetal arroja, según este investigador italiano, "luz sobre un aspecto muy interesante de la investigación acerca de la inteligencia en general. Por decirlo en pocas palabras, al estudiar las características de la inteligencia vegetal resulta evidente la dificultad que tiene el ser humano para comprender los sistemas vivos que razonan de manera distinta a la suya. Se diría que sólo es capaz de apreciar inteligencia parecida a la humana". Los estudios de Stefano Mancuso muestran que las plantas tienen células funcionalmente parecidas a nuestras neuronas que se comunican con señales químicas, toman decisiones, son altruistas y también manipuladoras. Estas células asimilables a las neuronas animales se ubican en la punta de las raíces y cada planta tiene millones de estas.  Esta red neuronal vegetal tiene como característica principal la de trabajar en red en el momento de definir las estrategias a tomar. Las plantas, a falta de movimiento, suplen esta apariencia contrariedad haciendo algo mucho más poderoso que es cambiar su entorno cuando este se vuelve adverso. Las plantas son capaces de producir moléculas químicas para indigestar e incluso eliminar a sus enemigos, pero también sabemos que generan sustancias que atraen a los animales para que fecunden sus flores. Y lo más interesante es que cerca del 99,6 % de todo lo que está vivo en nuestro planeta son plantas. Por tanto, no es de extrañar que en realidad los animales dependamos de las plantas, hasta tal punto que nuestra salud puede ser modificada por sustancias vegetales. Las hay de sanadoras, tóxicas y alucinógenas. Con sustancias vegetales los seres humanos podemos modificar nuestro estado de conciencia. En fin, que sobran pruebas para afirmar rotundamente que las plantas tienen inteligencia y que nuestro respeto por ellas debería ser mayor del que les tenemos, desde los árboles hasta las hierbas anuales. Si la inteligencia vegetal en el ámbito científico está aflorando, La Sonrisa de los Árboles da un paso más. Su lectura nos da las claves de cómo interactuar con estos seres vivos que nos acompañan tan estrechamente y que en la tradición popular se dice que “plantar un árbol” en la vida es tan importante como tener un hijo. Hace muchos lustros atrás, me encantaba estar encaramado a los árboles, no tanto al estilo del Barón Rampante de Italo Calvino, sino más bien como refugio emocional. Me subía a la copa de un árbol y en su regazo me quedaba horas. Habitualmente eran pinos, ya que era el árbol más común en mis alrededores. Estaba feliz rodeado de la brisa que corría entre sus hojas. Me gustaba permanecer escondido entre su copa porqué mis problemas de niñez desaparecían cuando estaba acurrucado en las ramas de los pinos. Más tarde, frecuenté el platanero pues eran más asequibles a la cercanía de mi hogar y ocultado por sus anchas hojas aprendí a pensar pues en ocasiones pasaba horas. Mientras permanecía en las alturas tenía la sensación que hablaba conmigo mismo y en la mentalidad de adolescente esto ya era reconfortante porque a todos los problemillas les daba la vuelta ya que durante el rato que estaba sentado en su copa tenía otra perspectiva y no precisamente por estar en las alturas. Como es lógico, el estimulo de las perspectivas que me ofrecían las ramas de la copa de los árboles, especializó mi arte de trepar a los árboles comparable casi a tal como lo hace el gateador común. Nunca comprendí el porqué del estado de felicidad dejando transcurrir las horas entre pinos o mis elocubraciones filosóficas encaramado a los plataneros. Luego vino la universidad y tras ella se inició la vida laboral y con esta última los árboles fueron quedando en un segundo plano. Es lo que tiene a veces ser adulto, uno piensa que hay comportamientos que deben desecharse por infantiles. Y así perdí durante lustros la amistad de los árboles. Y si bien es cierto, que por razones laborales siempre he estado cercano a ellos, muchas veces me invadía el instinto de trepar a sus alturas, pero se quedaba en un recuerdo de juventud. La proximidad de la infancia y la adolescencia se había esfumado por las convenciones sociales. Y en este periplo por el planeta Tierra llegó el 2009, año en que participé en un taller de comunicación de los árboles de Elena y Joan en La Vall de la Pedra. Nos tocó el pino como primer árbol y a uno de ellos me dirigí. Tras solicitar su permiso el mensaje fue claro: “Venga, súbete, como en los viejos tiempos”. Y así lo hice sin pensarlo y con aquella agilidad del pedaleo en bicicleta que nadie olvida. En lo alto de su copa pasé 45 minutos de felicidad. Fue el redescubrimiento y a la vez la confirmación que sólo con los ojos de la niñez podemos comprender el mundo que nos rodea. Pero este prólogo no es para explicaros historias pues las mías no son más que una de muchas si os adentráis en las páginas que siguen. La Sonrisa de los Árboles no es un manual de fitoterapia o para coleccionar propiedades, simbolismos o mensajes relacionados con el contacto con árboles. Es un libro que reúne algo insólito y rompedor en cuanto a planteamiento. Sus páginas no han sido escritas para que tengamos herramientas de sanación sino para animar a algo simple entre los seres vivos: comunicarnos. Es cierto, que de entrada parece imposible que entre un lenguaje basado en vibraciones y otro químico pueda haber entendimiento. Sin embargo, como han experimentado los participantes, la comunicación utiliza las antenas sutiles que permiten captar el campo informativo que nos rodea y donde volcamos todo lo que pensamos y experimentamos. Por eso la experiencia comunicativa difiere de una persona a otra, pero el resultado es siempre excelente. Quiero subrayar también que el esfuerzo realizado por la autora, Elena García, no tiene parangón pues esta obra que tienes en tus manos se ha escrito entre dos perdidas que a la mayoría de los humanos nos dejan un profundo impacto, la de su primera nieta y la de su madre en poco tiempo y una tras la otra. Quizás estas pérdidas de seres humanos tan queridos fueron las pruebas que los árboles lanzaron para asegurarse de que la portadora de un mensaje tan sublime tenía el temple para mantener su compromiso con sus espíritus. Lo cierto es que este compromiso ha llegado hasta el final pues sino no estarías leyendo este prólogo. Así que estás a punto de iniciar la lectura de un libro que nos da las claves para comprender que otro modo de vivir es posible. He tenido el privilegio de estar entre los escogidos para participar de su elaboración y puedo dar fe que este libro constituye una obra que a mí me ha confirmado un largo período de mi experiencia juvenil y ya en algunos de sus talleres he sido bendecido con mensajes únicos. Atreverse a entrar en nuevas realidades es algo implícito en este momento de cierre de los tiempos tal como los conocemos.  Un cierre temporal que entre otras nos exige aceptar definitivamente que como parte del océano infinito y eterno que somos compartimos con todo lo que nos rodea la inteligencia vital. La comunicación con los árboles nos permite adentrarnos en la conexión entre el cielo y la tierra que ellos desde hace millones de años nos enseñan a diario anclados a nuestro lado. Y no es casualidad que apreciemos la presencia de los árboles incluso en las inhóspita jungla de asfalto donde hemos escogido vivir ya más del 60% de la humanidad. Así que aprovechemos la labor pionera que La Sonrisa de los Árboles nos ofrece y que sigue de inmediato. Jordi Miralles Biólogo, presidente de la Fundación Tierra Mayo de 2017 Sobre el libro y la autora: Los Árboles Maestros son aquellas especies a las que se dirigían nuestros  antepasados para honrarlos y admirarlos, y con la práctica sintonizaban con la conciencia de estos mismos árboles. De esta manera el ser humano accedía al conocimiento y a una información sutil que les facilitaba vivir de una manera más armónica y de acuerdo con las leyes de la Naturaleza. Elena García Alonso ha recuperado este conocimiento ancestral y lo comparte contigo en La Sonrisa de los Árboles. Cada especie arbórea encarna una cualidad necesaria para el hombre. Cuando un Árbol Maestro nos recuerda una de estas cualidades hace que nunca más nos sintamos solos y recuperemos la armonía, la paz, la inocencia y la felicidad que hemos olvidado.Este libro te enseña a reconocer y experimentar las doce cualidades de los doce Árboles Maestros, que van a convertirse en tus más fieles compañeros.Puedes conseguirlo  y leer el primer capítulo en: www.edicionesobelisco.com
Elena García Alonso, nacida en Barcelona en 1961, estudió Kinesiología y pasó más de veinte años trabajando como terapeuta. Durante los últimos 10 años ha dirigido el Aula de la Naturaleza de la Fundación My Life Design, organizando los Talleres de Comunicación con los Árboles en una masía en plena naturaleza en el Pre-Pirineo catalán, facilitando y ayudando a los participantes a que experimenten en vivo y en directo una conexión con determinadas capacidades olvidadas de nuestra consciencia y que contribuyen a la felicidad de nuestro Ser. Dispones de más información en las webs: www.arbolesmaestros.org y www.fundacion-icaros.org.

Versos recitados por Gloria Vílchez Arenas

Gloria Vílchez Arenas es una ciudadana común, la madre que parió a Manolo y una anciana sabia y resistente en la vida. A continuación enlace a su libreto y a lo que no cogió en el mismo. 

Agradecemos a nuestra madre su entrega y amor, su alegría por la vida capeando las adversidades y celebrando las bondades, sus anhelos de autonomía, los cuidados que siempre ha realizado y realiza en nuestras vidas y espacios.
Le agradecemos sus versos siempre dispuestos y recitados cuando son momentos. Le agradecemos la vida que nos ha facilitado vivir.

                          Ramón, Antonio, Julio y José Manuel, Vílchez Vílchez Barcelona, 5 de enero de 2019





Mi vida en un relato


Nací en Iznalloz (Granada) en el cortijo de Las Perillas, el día 2 de octubre de 1934, mis padres fueron Julio y Práxedes, y fui la pequeña de nueve hermanos. Una familia nómada cuidadora de cortijos, recuerdo de pequeña ese periplo por diversos lugares. A los tres años, perdí a mi madre, con 40 años de edad, por una pulmonía y mi hermana mayor Angustias se encargó, en Córdoba, de los tres más pequeños, yo entre ellos.

Con 9 años llegué al Cortijo de Zeque, entre Fonelas y Guadix, para ser acogida por mis tíos Eustasia y Ramón, que no tuvieron hijos, ella era hermana de mi padre y él hermano de mi madre.

Mi padre se casó en segundas nupcias y recuerdo de él que tuvo dos hijas que nunca pude conocer. En un viaje de mi padre a visitarme en Zeque, con salida desde Córdoba y caminando por la vía con un amigo, no percibió la llegada del tren y fue atropellado y falleció. Su muerte fue muy sentida por mí. A los 10 años nos instalamos en Jerez de la Frontera, gracias a la acogida de mi prima hermana Luz, en un cortijo de su propiedad de nombre Gradera, donde llegué con Eustasia y Ramón como encargado. Allí, uno de los trabajadores fue mi único maestro, con él realizo la cartilla 1 y la 2 (que tengo guardadas como recuerdo en Huélago); en el mismo cortijo recibí las clases, donde aprendí a leer y escribir con 11 años, y también a sumar.

Con 20 años (foto), nos instalamos en el cortijo Bodegón de las Cañas, un antiguo molino de cereal, cercano a Brenes, a 12 km de Sevilla. Allí tuve mis primeros romances. El primer novio fue un maquinista de ferrocarril, Luis Casado Reina, no he olvidado su nombre; se enamoró con pasión, pero recuerdo que enfermó joven.
Mi tío Ramón falleció y está enterrado en Brenes. Con mi tía viuda Eustasia nos instalamos a un par de kilómetros del cortijo, en una zona de campos denominados Los Rasos, donde Felipe, marido de Luz, construyó una casita al lado de un pozo de riego, allá estuvimos un par de años, donde criábamos animales de granja.

Visitaba con frecuencia Sevilla capital, y recuerdo viajes en un coche descapotable de Felipe junto con mis primas Pepita, y la hija de Luz, Pilar. También recuerdo un cántico, vestidas de gitanas bailaoras, con la cara al aire rumbo a la Feria de Abril: “Alsa alsa maricones (así recuerdo en aquel contexto, hace ya 60 años) no quiero en mi casa, que se suben en la silla y me rompen las tazas, alsa, alsa”. Quedan como recuerdo algunas fotos de aquellas visitas a Sevilla en este libreto. En la ciudad me hospedaba en la casa de mi próspera prima hermana Luz.

Hasta que cargando un camión con nuestros enseres, de- cidimos instalarnos en Huélago, en las cercanías de Gua- dix (Granada), lugar de nacimiento de mi padre y de la hermana del mismo, mi tía Eustasia, donde con sus aho- rros adquirió una casita de dos alturas (granero arriba, actual habitación múltiple) en Plaza Carranza, 2 (al lado de la puerta de la iglesia), mi actual vivienda familiar.
Tenía 27 años cuando allí conocí a José, y al cabo de un año de noviazgo, contrajimos matrimonio y fuimos de viaje de novios a la ciudad de Granada. Transcurrido un año, José planteó de sumarse a la ola y buscar prosperidad como emigrante en Barcelona. Al llegar se instaló en Masrampinyo, en casa de una tía suya. Comenzó a trabajar como albañil hasta que entró como operario de máquina en Motor Ibérica, en la cercana La Llagosta. Al poco viajé, acompañada de mi tía madre Eustasia, para instalarnos definitivamente, primero en una humilde ca- sita al lado de la vía del tren, detrás del Instituto de la Salle de Montcada, donde nacieron mis hijos José Manuel en 1965 y Julio en 1967. En el año 1968 pudimos comprar un piso en Santa Coloma de Gramenet, que es la actual residencia familiar, en la calle Perú, 45, donde comenzamos a fortalecer la familia y donde Antonio (1970) nace en el hospital San Cosme de Badalona y Ramón (1975) nace en el actual CAP de la calle Mayor de Santa Coloma.


Poco después de llegar Ramón, durante su segundo año, ingresé en el Hospital Clínic para una operación de vesícula. José se trasladó a la fábrica de Motor Ibérica en Pueblo Nuevo, Barcelona, donde ya en democracia llegó la primera huelga y al mismo tiempo el economato de empresa. Los tres hijos mayores estudiaron la EGB en el colegio Juan XXIII (actual Pallaresa).
Comenzaron los viajes a Huélago en tren, toda la familia, durante las vacaciones de agosto. Continuaron viajes en autocar hasta que llegó el primer vehículo familiar (allá por el 1987), una vieja furgoneta Ebro, que había sido ambulancia en Motor Ibérica y que conducían mis hijos José Manuel y Julio. También en mi recuerdo están las visitas al espacio de tiempo libre de la empresa, Can Sala, en Canovelles. Allá mi apreciada tortilla de patatas con cebolla comenzó a convertirse en una pasión familiar, también mis bizcochos, entre baños en fabulosas piscinas.

Mi tía Eustasia, sufre una caída con rotura de fémur en el piso y durante su hospitalización falleció. Fue difícil su última etapa, ya que padeció demencia senil. Las visitas de y a mi cercana hermana Práxedes, residente en Gavá, con Gregorio y sus 4 hijos (la única hermana que también salió del Sur) me sirvió para mantener el vínculo con mi familia.

José Manuel tiene varios accidentes, la rotura del cristalino del ojo izquierdo y un tiempo después la explosión de un petardo autofabricado donde casi pierde una mano, marcaron mis desvelos hacia el hijo mayor. Los hijos crecieron y José Manuel se casó con Dorita (de Villareal, Castellón), y llegó mi primer nieto, Pau, que junto a su madre se instalaron en Nueva York en 2001 (Pau es actualmente un joven y apuesto Marine de los EE.UU).

Julio contrajo matrimonio con Angie, y se instalaron en un hermoso piso en Cerdanyola que tiene vistas a la Sierra de Collserola, y allá llegó Raul, mi segundo nieto. Antonio se casó con Maria José y se instalaron cerca de la casa familiar, en un acogedor piso donde llegaron Jan y después Edurne, que conforman mis cuatro nietos.

Ramón, el pequeño que es el más alto y el que mas ha estudiado, decidió quedarse a vivir en el piso familiar, que quedó vacío, ya que en esos momentos José, ya jubilado y yo, después de vivir con intensidad los primeros años liberados del trabajo y fomentando un grupo de amigos también jubilados, pudimos realizar muchas excursiones por el territorio cercano, ampliando el conocimiento de la tierra que nos acogió.

Decidimos volver a los orígenes y nos instalamos en la casilla de Huélago, en la que habíamos realizado algunas reformas. Yo más cerca de los familiares locales y de mis hermanos que vivían en Córdoba, y José mas cerca de su hermana y familiares. Huélago tiene un aire puro y un clima que siempre nos ha sentado bien. Los viajes al pueblo cambiaron, y entonces son los hijos con sus familias los que venían periódicamente a visitar a sus padres. José, al año de estar establecidos, sufrió un infarto que le acompañó durante un año, falleció en 2013, y decidí alternar mi vida entre Huélago, donde mantengo buenas amistades, mi casa y cuento con ayuda a domicilio, y el piso familiar de Santa Coloma, cerca de mis cuatro hijos. En el ir y venir una o dos veces por año, he pasado a ser una yaya viajera, conociendo ciudades y gentes nuevas.

Julio padeció una operación en tiroides en 2008 que nos unió de nuevo a todos a su lado junto a Angie y su pequeño Raúl. Un posterior accidente con la moto, sin su culpa y sus secuelas le dejaron un fuerte impacto en su cuerpo y su convalecencia nos volvió a unir a todos.
Durante este último año pasado ya (2018), mi corazón y todo mi amor ha sido compartido con mis hijos y sus familias, al principio de ese año salí de una hospitalización por pulmonía donde contraje la gripe A y me aislaron, con los cuidados de mis hijos y sus familias, lo superé.

La vida al poco nos lazó otra prueba, mi amado hijo Julio se volvió a enfrentar al infortunio en su salud. Para mi él siempre estará a mi lado y sus continuos “mama te quiero” están anclados en lo más profundo de mi ser. Julio falleció el 6 de enero de 2019 rodeado por toda la familia y sé que mientras esté viva siempre estará en mis sentimientos. Descansa en Paz querido hijo.



PD: Siempre ha dicho que en su vida han ocurrido muchas mas cosas, ahora que por primera vez Gloria tiene su vida narrada en un relato. Y aparecen hechos que trasladan a la dureza de un infancia en un país enfrentado contra el mismo. Gloria ha narrado estos días como vive en su recuerdo haber estado en Córdoba durante los 45 bombardeos que recibió la ciudad durante la GCE y una imagen vista mas de una vez en los relatos visuales de la historia gráfica, una mujer corriendo con una niña pequeña asida a su cintura y dos niños llorosos cogidos a la falda rumbo a las alcantarillas (los únicos refugios disponibles), esa imagen desde el relato del otro día me ha aparecido varias veces, aunque no fuese ella y su hermana mayor y sus dos hermanos, simbólicamente si lo son. Indica que tiene el recuerdo en el interior de las alcantarillas de su hermana sentada a un lado apoyada contra la pared y ella es su regazo y los pies en el otro lado mientras la canalización seguía su rumbo. Las guerras siempre las pierden los que no tienen responsabilidades en ellas.