Mostrando entradas con la etiqueta slow food. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta slow food. Mostrar todas las entradas

'¿Qué futuro estamos construyendo?'

El sociólogo Zygmunt Bauman. | Ione SaizarEl sociólogo Zygmunt Bauman. | Ione SaizarZygmuman. | Ion
  • La austeridad es 'pobreza para la mayoría y riqueza para unos pocos'
  • El sociólogo admite que hoy no hay alternativa viable al capitalismo
  • 'La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial'
Todo se diluye a nuestro alrededor. Cualquiera diría que la "modernidad líquida" que vislumbró Zygmunt Bauman se ha convertido en un torrente que todo lo arrastra. No va quedando nada sólido a lo que agarrarse. Y lo que es peor: cualquiera diría que hemos pasado de la fase "ultralíquida" a la gaseosa. Todo se está haciendo cada vez más etéreo.
"Lo que ocurre es que no tenemos un destino claro hacia el que movernos", certifica el sociólogo y pensador polaco, que sigue trotando infatigablemente por el mundo a sus 87 años. "Deberíamos tener un modelo de sociedad global, de economía global, de política global... En vez de eso, lo único que hacemos es reaccionar ante la última tormenta de los mercados, buscar soluciones a corto plazo, dar manotazos en la oscuridad".
Acudimos al reclamo del maestro en su terruño adoptivo de Leeds, donde lleva media vida afincado y desde donde observa el mundo con sus ojillos ávidos, entregado al ritual diario de la escritura y del tabaco en pipa. Aspira Bauman el humo por la boquilla, y ya pueden fluir sus largos y ponderados pensamientos sobre la vida líquida.
"La relación de dependencia mutua entre el Estado y los ciudadanos ha sido cancelada unilateralmente. A los ciudadanos no se les ha pedido su opinión".
"Cuando usé la metáfora de la "modernidad líquida", me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, "aquello que no puede mantener su forma". Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa "sólida" anterior están haciendo aguas, de los Estados a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana. Es cierto, hay una sensación de liquidez total. Pero esto no es nuevo, en todo caso se ha acelerado".
Sostiene Bauman que el mundo sólido surgido de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial ya no es viable. Admite que a él nunca le gustó el término de "estado del bienestar", que se ha acabado convirtiendo en un caballo de batalla ideológico.
"Yo siempre he preferido hablar del "estado social". Se trataba de crear una especie de "seguro colectivo" a la población tras la devastación causada por la guerra, y en esto estaban de acuerdo la derecha y la izquierda. Lo que ocurre es que el "estado social" fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados".
La esperanza es inmortal, sostiene Bauman, que nos invita a defender la sanidad pública, la educación pública o las pensiones mientras podamos. Pero poco a poco habrá que hacerse a la idea de que el "estado social" se irá disolviendo y acabará dejando paso a otra cosa.

Un planeta social

"En este 'espacio de los flujos' del que habla Manuel Castells, tal vez tiene más sentido hablar de un "estado en red" o de "un planeta social", con organizaciones no gubernamentales que cubran los huecos que va dejando el estado. Yo creo sobre todo en la posibilidad de crear una realidad distinta dentro de nuestro radio de alcance. De hecho, los grupos locales que están creando lazos globales como Slow Food, son para mí la mayor esperanza de cambio".
"El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política".
Eso sí, el maestro quiere dejar claro que hay una diferencia entre "lo inevitable" en este mundo líquido y lo que está ocurriendo en la vieja Europa desde que arrancó la crisis: "La relación de dependencia mutua entre el Estado y los ciudadanos ha sido cancelada unilateralmente. A los ciudadanos no se les ha pedido su opinión, por eso ha habido manifestaciones en las calles. Se ha roto el pacto social, no es extraño que la gente mire cada vez con más recelo a los políticos".
Una cosa es la dosis necesaria de austeridad tras "la orgía consumista" de las tres últimas décadas, y otra muy distinta es "la austeridad de doble rasero" que están imponiendo los Gobiernos en Europa. El autor de 'Tiempos líquidos' le ha dedicado al tema uno de sus últimos libros: 'Daños colaterales: desigualdades sociales en la era global'.
"La austeridad que están haciendo lo Gobiernos puede resumirse así: pobreza para la mayoría y riqueza para unos pocos (los banqueros, los accionistas y los inversores). O lo que es lo mismo: austeridad para España, Grecia, Portugal e Italia, mientras Alemania hace y deshace a sus anchas. Como dice mi colega, el sociólogo alemán Ulrich Beck, Madame Merkiavelo (resultante de la fusión de Merkel y Maquiavelo) consulta todas las mañanas el oráculo de los mercados y luego decide".

Al albur de los mercados

¿Qué hacemos pues con los políticos? "Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política".
Pese a todos sus envites contra el sistema, Bauman reconoce que hoy por hoy no hay alternativa viable al capitalismo, que ha demostrado la capacidad de las anguilas para adaptarse a los tiempos líquidos.
"La naturaleza del capitalismo es la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro".
"El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha sobrevivido a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización".

La generación de la incertidumbre

"Recordemos el famoso 'corralito' en Argentina", advierte Bauman. "Luego vino el colapso de Malasia, y la crisis del rublo, y finalmente la burbuja que estalló en Irlanda, luego en Islandia, y en Grecia, y ahora en España. Hasta que no revuelvan el país y lo dejen en una situación límite no dejarán de dar la lata. Mire lo que ha ocurrido en Chipre. El capitalismo necesita de tierras vírgenes, que puedan ser persuadidas y seducidas. Ya llegará el momento en que se les obligue a pagar las deudas".
La última gran preocupación de Bauman es en todo caso la juventud. A la generación de la incertidumbre le dedica su último libro ('Sobre la educación en un mundo líquido'), con especial hincapié en el desfase del sistema educativo y la precariedad económica en estos tiempos ultralíquidos.
"Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando a muchos de ellos no les queda más salida que salir al extranjero o ganarse la vida en trabajos 'basura', después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: "¿Qué futuro estamos construyendo?".
Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres

Votar con el estómago



“Si comer es un acto político, hace muchos años que no vamos a votar”... Palabra de Franca Roiatti, autora de La revolución de la lechuga,el libro que da cuenta de esa explosión mundial de huertos urbanos –de Nueva York a La Habana, de Detroit a Nairobi– que son acaso la expresión más directa y auténtica de la sed de cambio a partir de lo más básico: los alimentos.
Estamos en el festival Terra Madre de Slow Food, donde estos días se ha hablado mucho de la necesidad de “votar con el tenedor” o “votar con el estómago”. Pues resulta que comer se ha convertido en el último acto de expresión política, y si no que se lo digan a los californianos, que en una semana votan sobre la necesidad de “desenmascarar” los alimentos modificados genéticamente.



El grupo Food First lleva encabezando esa lucha desde hace años en Oakland, uno de los bastiones de “justicia alimentaria”. En Nueva York, la gente de Just Food inició hace dos décadas el contraataque con su cruzada por los alimentos locales y su red de huertos urbanos. Aunque la “madre” de esta versión nutritiva de la democracia es sin duda Slow Food, extendido ya a 150 países y amplia ndo su radio de acción a África y Asia.



Recuerdo cómo hace veinte años, a punto de marcharme de Italia, conté por primera vez la rebelión contra el McDonald’s de Piazza di Spagna de Roma, y cómo aquel primer brote de insurrección contra el “fast food” (que ocurrió realmente en 1986) había encendido la mecha de un movimiento sin precedentes. Slow Food pertenecía entonces a esa realidad paralela que el común de los mortales desdeña como “lo alternativo”.

Slow Food está ahora en boca de todos. Con la lentitud y la persistencia del caracol, su fundador Carlo Petrini se ha convertido en una figura decididamente “política”, clamando no sólo por otro tipo de comida, sino por otro modelo de sociedad.
En uno de tantos discursos en Terra Madre, Petrini incidió en la paradoja de la triple crisis que vivimos –económica, ambiental y energética– y el despilfarro que todos los días se produce en nuestros países en crisis: “En Italia se desecha todos los años una media de 300 kilos de comida por cabeza. ¿Qué podemos hacer para reducir este desperdicio y satisfacer a la población que pasa hambre?”.
En Alemania, sin ir más lejos, Slow Food organiza las comidas colectivas para reaprovechar lo que desechan los supermercados y repartir alimentos gratuitos entre la población. En Londres, la asociación encabezada por Tristram Stuart (Feeding5k) celebra en noviembre el primer aniversario de la primera gran comilona en Trafalgar Square.

En el pueblo de Todmorden, a tiro de piedra de Manchester, los miembros de Incredible Edible han decidido ocupar espacios con el azadón y cultivar gratis para todo el pueblo (y el que venga de visita). En Sowerby Bridge ha brotado entre tanto la chispa de Totally Locally, en defensa de la utopía local.
El norteamericano Michael Pollan nos enseña a Saber Comer, y el propio Carlo Petrini nos previene contra la dieta al uso en Tierra Madre: cómo no dejarse comer por los alimentos... Otro libro reciente, Food Movements Unite!, nos habla precisamente de la convergencia de todos estos movimientos y de su alcance incontestablemente político, frente al poder de la agricultura industrial y de las multinacionales de la alimentación.

Una visión muy clara del “otro mundo posible” (desde el punto de vista alimenticio) es precisamente el que hemos tenido en el festival Terra Madre de Turín. La Vuelta al Mundo en 80 Proyectos nos ha llevado virtualmente a lugares tan lejanos como Tartar y Soibee, en Kenia, donde se produce un yogur mezclado con cenizas de cromwo, un árbol autóctono. Los campesinos etíopes del bosque de Harenna, inundaron el festival de Turín con el aroma de su café selvático, crecido a la sombra de los árboles a 1.800 metros de altitud. Los dos proyectos han sido “apadrinados” por Bilbao a través de Slow Food y dentro del programa 4cities4dev.
Sin salir de Terra Madre, pudimos recorrer uno de los “Mil jardines en Africa” impulsados también por la organización, con el mayor muestrario de berenjenas autóctonas que imaginarse pueda. Aurelia Weinz, del grupo Nawaya en Egipto, nos recordó la plantación simbólica de semillas en Tahir Square después de la “revolución”.
Cambiando de latitudes, Sayda Mendoza –del Valle del Colca en Perú– nos trajo los dulces elaborados con la variedad autóctona del maíz de Cabanita, “cultivado desde tiempos de los incas”.

En el pabellón de la biodiversidad en Asia admiramos unas treinta variedades de mijo y exploramos las miles de posibilidades del arroz. Los tubérculos yamagata de Japón, el chutney de Sri Lanka, el melón seco de Turkmenistán o las almendras shaftolicha de Uzbekistán podrían completar el menú suculento y "político" de la realidad paralela.
¡Que aproveche!

Carlos Fresneda
Publicado el el blog La Realidad Paralela de El Correo del Sol

La 'revolución' de la lechuga


Donna Smith y Robyn Streeter, de Your Backyard Farmer, cultivando el huerto de un cliente. | Isaac HernándezDonna Smith y Robyn Streeter, de Your Backyard Farmer, cultivando el huerto de un cliente. | Isaac Hernández
  • Roiatti señala los huertos urbanos como una expresión contestaria ciudadana
  • En España, ya existen multitud de cooperativas 'granjeras'
  • En Portland, dos hortelanas ofrecen sus servicios a domicilio
En tiempos de crisis, brotan por doquier los huertos urbanos. Ocurrió en Gran Bretaña y Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, con la explosión de los 'victory gardens'. Ocurrió en Cuba tras el colapso de la Unión Soviética, cuando en el nombre de la autosuficiencia surgieron los 'huertos populares'. Está ocurriendo ahora, en todas las grandes ciudades del mundo industrializado, donde miles de ciudadanos han decidido tomar el azadón y meter las manos en la tierra.
"Cultivar un huerto se ha convertido hoy por hoy en una respuesta necesaria y creativa en estos tiempos que corren", sostiene la italiana Franca Roiatti, que dio la vuelta al mundo para tomarle la medida a lo que ella misma ha bautizado como 'La rivoluzione della lattuga' ('La revolución de la lechuga').

"Cultivar tus propios alimentos es también un gesto revolucionario, ante el poder de las multinacionales, de la agricultura industrial y de las grandes cadenas de distribución", advierte Roiatti. "Es una manera de 'votar' con el tenedor y apostar por otro modelo social y económico. Y es al mismo tiempo una manera de reconectar con la tierra y de valorar lo que cuesta realmente hacer crecer algo tan básico como una lechuga".

Respuesta ciudadana

De Nueva York a La Habana, de Detroit a Nairobi, de Acilia a Todmorden, Franca Roiatti da cuenta de esta 'revolución' que se ha ido gestando en las dos últimas décadas y que ha encontrado un nuevo sentido con la crisis: "Los huertos urbanos se han convertido en punto de encuentro y cooperación entre los ciudadanos. Son si acaso la expresión más sabrosa y palpable de eso que llamamos la democracia del bien común".

Franca Roiatti. | El MundoFranca Riotti presentó 'La revolución de la lechuga' en la reciente edición de festival Terra Madre de Slow Food. El fundador Carlo Petrini prologa precisamente el libro y habla de la dimensión política de los alimentos en la era de la triple crisis (económica, ambiental y energética).
"Se equivocan quienes minusvaloran el potencial de esta multitud de ciudadanos que, en toda su diversidad, exprimen una riqueza de ideas, de valor y de pragmatismo", escribe Petrini. "Hablamos de los huertos comunitarios en las escuelas, en los pueblos, en la ciudad; de los mercados de granjeros; de las cooperativas de consumidores; de la agricultura biológica de soporte comunitario; de las iniciativas para reducir el despilfarro de alimentos... Estamos ante una movilización creciente que acabará dando sus frutos en los años venideros. No me cabe duda de que estamos ante una nueva forma de hacer política", asegura Riotti.
                                                                                                            Franca Roiatti. | El Mundo

En España, la tierra la llevan labrando desde hace tiempo las cooperativas de consumidores y grupos como Bajo el Asfalto está la Huerta en la periferia de Madrid. La Plataforma de Huertos Sociales de Sevilla o la Red de Huertos Urbanos de Barcelona han tendido también el puente hacia iniciativas más recientes como Huertos Compartidos, que pone en contacto a quienes quieren cultivar sus frutas y verduras y a propietarios dispuestos a ceder un pequeño terreno (normalmente, a cambio de una parte de la cosecha).

Lisa Taylor, autora de 'Tu Granja en la Ciudad'. | C.F.

                     Lisa Taylor, autora de 'Tu Granja en la Ciudad'. | C.F.

La idea de los Sharing Backyards surgió hace años en el noroeste de Estados Unidos, con el grupo Seattle Tilth al frente de una auténtica 'revolución' alimenticia y educativa. "Estamos sembrando las semillas de las próximas generaciones", sostiene Lisa Taylor, autora de 'Tu Granja en la Ciudad'. "Casi todos los estudiantes de Seattle han pasado por nuestra granja-escuela, y muchos de ellos se han puesto ya manos en la tierra, creando sus propios huertos en los puntos más dispares de la ciudad".

Hortelanas a domicilio

En Portland, la ciudad con más gallinas 'per cápita' de Estados Unidos, prendió hace cinco años otra iniciativa que ha encontrado réplica en otras partes del mundo. Donna Smith y Robyn Streeter se ofrecen como hortelanas "a domicilio" con Your Backyard Farmer. Sus clientes superan ya el medio centenar.
"Mucha gente está deseando cambiar el césped de su jardín por un huerto comestible"
"Mucha gente está deseando cambiar el césped de su jardín por un huerto comestible, pero no se atreven a dar el primer paso porque les falta las nociones básicas", advierte Donna. "Nosotras les ofrecemos cear y cuidar su propio huerto. La tierra, las semillas, el riego, la cosecha... Todo corre por nuestra cuenta, aunque muchos aprenden sobre la marcha e involucran a sus hijos, y van creando conciencia en el vecindario".

En Vancouver, Alisa Smith y J. B. MacKinnon han popularizado la 'dieta de las 100 millas' y han impulsado la Declaración de Alimentos de la ciudad. En Nueva York proliferan los tejados-granja como Eagle Farm y Brooklyn Grange, y en Londres se propagan las Growing Communities (Comunidades de Cultivo) y los grupos de Incredible Edible (Increíbles Comestibles) que proporcionan cosechas gratis para todo el vecindario.

"La soberanía alimentaria se está convirtiendo en una reivindicación fundamental en estos tiempos de crisis", concluye Franca Roiatti, la autora de 'La revolución de la lechuga'. "El sistema actual no puede sostenerse por mucho más tiempo. Los ciudadanos han dejado de tragar con lo que les echen y han decidido fijar ellos mismos las reglas del juego".

Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres
Publicado en El Mundo.es Economía (Ideas ante la crisis)

Los alimentos que cambian el mundo



La etíope Lelise Tesajaye, en su puesto en la feria. | Carlos Fresneda
La etíope Lelise Tesajaye, en su puesto en la feria. | Carlos Fresneda
  • Más de 100.000 personas visitan en Turín el festival Terra Madre de Slow Food
  • Se trata del mayor muestrario de la diversidad del planeta y de sus gentes
  • 'Las comunidades se están volcando en los huertos', dice Bello Roger
  • 'Las abejas se han convertido en el símbolo de vida sana'

Bello Roger exhibe el cesto colorista de 'aubergines africaines' como si fuera el más preciado tesoro. "¿Alguien se ha llevado mi querida berenjena roja?", pregunta con inquietud el joven camerunés, mientras explica la "revolución silenciosa" que está gestando en el continente desde que Slow Food puso en marcha el proyecto 'Un millar de jardines en África'.
"Ha sido como volver a nuestras raíces", explica Roger. "Las comunidades se están volcando en los huertos y están dejando de lado sus diferencias. Donde antes había hambre y conflictos, ahora brota la esperanza. Hemos redescubierto el poder transformador de la tierra no sólo como medio de autosuficiencia, sino como una fuente ingresos y un modo de crear lazos y nuevas relaciones entre comunidades".
Roger nos invita a seguir sus pasos por el "jardín africano" recreado para la ocasión en el festival Salone del Gusto/Terra Madre, donde converge cada dos años la tupida red que ha tejido Slow Food en todo el mundo. El lema del último encuentro en Turín, al que han acudido más de 100.000 visitantes en cinco días, no podía ser otro: "Los alimentos que cambian el mundo".
Acceso al festival. | C. F.
Acceso al festival. | C. F.
Allí, en ese rincón casi selvático que ha brotado entre los expositores, admiramos no sólo las "queridas" berenjenas de Roger, también las calabazas, los pimientos, la achicoria, la alfalfa, las coles y el ibisco. "Los alimentos nos unen y dan un nuevo aliento a las futuras generaciones. Los jóvenes se están volcando y la idea se está propagando de una manera entusiasta por las escuelas. Nuestro sueño ahora es seguir creciendo y llegar a los 10.000 jardines".



Proyectos en 25 países

"Un millar de jardines en África" ha echado ya raíces en 25 países, aunque los proyectos de cooperación de Slow Food se extienden por todos los continentes. "La vuelta al mundo en 80 proyectos", presentado estos días en Turín, es un sabroso periplo por la increíble diversidad del planeta y de sus gentes.
Un huerto africano 'trasladado' al Festival Terra Madre. | C. F.
Un huerto africano 'trasladado' al Festival Terra Madre. | C. F.
"En estos tiempos de triple crisis económica, ambiental y energética, es necesario dar respuestas desde lo local y crear redes de cooperación", sostiene el fundador de Slow Food, Carlo Petrini. "Si queremos comunidades más prolíficas y vivas, debemos ir a la raíz: los alimentos son el corazón de la economía local, que es la forma más directa de democracia participativa".
Uno de los ejemplos más palpables del poder transformador de los alimentos es el proyecto 4Cities4Dev (cuatro ciudades para el desarrollo).Bilbao, Turín, Tours y Riga han decidido "adoptar" desde la lejanía varios proyectos en siete países africanos. Bilbao ha tendido puentes con Etiopía y con las aldeas de Tartar y Soibee en Kenia, donde se produce un insólito yogur hecho con leche de vaca o de cabra, mezclado con cenizas de cromwo, un árbol autóctono. El yogur de ceniza (conocido en el dialecto local como 'lolon chomi suton') ha sido de gran importancia en la dieta y en la cultura de la comunidad Pokot y corría el riesgo de desaparecer sin remedio.
Almendras de Afganistán. | C. F,
Almendras de Afganistán. | C. F,
En Etiopía, el otro proyecto 'apadrinado' por Bilbao a través de Slow Food es el café del bosque de Harenna, en el Parque Nacional de Balle. Los campesinos etíopes inundaron Turín con el aroma de su café selvático, crecido a la sombra de los árboles a 1.800 metros de altitud. Lelise Tesjaye ejerció de incomparable anfitriona durante la ceremonia de preparación y degustación del café a la manera local: entre sorbo y sorbo, nada mejor que un puñado de granos tostados de cebada.
En el rincón latinoamericano, la peruana Sayda Mendoza nos invita también a probar el grano tostado de maíz 'cabanita', que parece más una piña que una mazorca. "Es un maíz dulce que se remonta tiempo de los incas", recuerda Sayda. "Yo misma me dedico a transformar el grano en bebidas y repostería para nuestro restaurante en el campo Qkiswarani. Si alguna vez van por Perú, pásense por Cabanitas del Valle del Colca y los saborearán".
Melón seco de Turkmenistán, almendras shaftolicha de Uzbekistán, chutney de Sri Lanka, arroz rojo de Malasia, mijo perlado de India, tubérculos yamagata de Japón, tomates cherry de Puglia… La lista de alimentos que "cambian" en el mundo pasan también por la miel y el café especiado de Egipto, donde Aurelia Weintz (con sangre marroquí y alemana en sus venas y en sus ojos azules) está intentando diseminar las semillas de Slow Food.
La apicultora valenciana María José Pastor, en su puesto del Honey Bar. | C. F.
La apicultora valenciana María José Pastor, en su puesto del Honey Bar. | C. F.

Revolución en Egipto

"La revolución ha abierto tremendas posibilidades a los jóvenes egipcios", sostiene Aurelia, al frente del movimiento Nawaya, que protagonizó una siembra simbólica en la plaza Tahir. "El camino de la sostenibilidad es muy arduo en sociedades como las nuestras, donde la conciencia ambiental en las grandes ciudades es mínima y existe siempre una tendencia a volver hacia atrás. Cultivar tus propios alimentos aún no se percibe como algo 'revolucionario', pero estamos creando conciencia y dando pequeños grandes pasos".

Abejas en la ciudad

Otra "dulce" revolución es la que se está gestando en todo el mundo por cuenta de las abejas. La valenciana María José Pastor, curtida en varios proyectos de cooperación en África, ha volcado ahora su experiencia en la apicultura urbana. Desde Cisterna D'Asti, María José mueve la red de Unaapi, la asociación de apicultores italianos. En Terra Madre ha organizado el Honey Bar, donde la clásica miel mil flores mediterránea ha compartido honores con las mieles de Chicago y Tokio.
"Las abejas se han convertido en el símbolo de vida sana y saludable en la ciudad", sostiene María José Pastor. "Si la apicultura es posible en un ambiente urbano, seguramente es porque ese ambiente es también propicio para los humanos, con suficientes espacios verdes. Las abejas son también las protectoras del medio ambiente en lugares como Mozambique, donde comunidades que antes se dedicaban a la caza ahora viven de la miel y se han dado cuenta de la necesidad de preservar las fuentes nectaríferas en el bosque".
Bello Roger exhibe el cesto colorista de 'aubergines africaines' como si fuera el más preciado tesoro. "¿Alguien se ha llevado mi querida berenjena roja?", pregunta con inquietud el joven camerunés, mientras explica la "revolución silenciosa" que está gestando en el continente desde que Slow Food puso en marcha el proyecto 'Un millar de jardines en África'.
Bello Roger exhibe el cesto colorista de 'aubergines africaines' como si fuera el más preciado tesoro. "¿Alguien se ha llevado mi querida berenjena roja?", pregunta con inquietud el joven camerunés, mientras explica la "revolución silenciosa" que está gestando en el continente desde que Slow Food puso en marcha el proyecto 'Un millar de jardines en África'.
Carlos Fresneda (enviado especial) | Turín

Celebrando la llegada de la primavera y mucho más

Tiene para mi un alto valor simbólico escribir este post y es que acaba que quedar inaugurada la primavera de calendario. Y como todas las primaveras, para los que vivimos en algo parecido al paraíso climático, le toca ser momento de renovación, de brotes, de temperaturas agradables, de alteraciones de lo vivo.


Y comienza plena esta primavera, entre las mil cosas que pasaran en ella, mañana es el Día Mundial de la Poesía y el Día Mundial Forestal. aunque este es el año grande de los Bosques, y pasado mañana es el Día Mundial del Agua. Y ayer comenzaron a caer otras bombas sobre la energética Libia y en Yemen caen predemocratas en actos de servicio, y en Siria arde un palacio y en el cercano Marruecos los jóvenes claman cambio y en tantos lugares de este mundo que no salen en el noticiario y muy poco en la redes, mil o mas luchas por la la libertad, la justicia y la dignidad, siguen su camino. Mañana, también hará 10 días que Japón cayó en desgracia telúrica y también nuclear. Si, la primavera que aquí ya está, va a ser especial como cada una de ellas, pero está es la que nos toca.

El jueves en Plaza Sant Jaume gritamos Paz energética y hoy en Madrid ha sonado con mucha fuerza grito similar, paz energética sin nucleares. Y no por el momento solo, es un grito con más 40 años de historia, y si nos ponemos es un grito tan necesario y muy parecido a los gritos que reclaman Paz y democracia en tantos lares. Los recursos energéticos y sus fuentes de transformación tienen mucho que ver con tanto grito aquí y allá, con tanto dolor y temor, aquí y allá, con tanta injusticia. Pero eso, la primavera ya está aquí.

Ando mosqueao con la previsión del tiempo online, la estatal tenia esta mañana un nubarrón sobre Barcelona del que salían unos goterones tremendos y la previsión local daba sol de fiesta. Para unos atrevidos cocineros solares la previsión es importante, porque cuando se dispone uno a elaborar papeo sin emisiones, las nubes son nada deseadas. Bueno, aunque está René en Finestrat que también se ha sumao por su parte hoy a celebrar tantas cosas como nosotros y ha inflao a garbanzos y lentejas a sus paisanos poniendo tres kilos de aluminio reflectante mirando al sol. El más tranquilo porque se ha especializado en cocinar con el sol con cielos del 2. Y que es eso del 2, pues nada, que el mencionado alSolChef René Bijloo ha presentado al mundo su tabla de cielos para el tema del cocinar por la paz energética. Y esta mañana los dos paisanos llegando con bártulos atravesando uno de los más hermosos parques públicos temáticos de Barcelona, el de nombre Mossèn Cinto Verdaguer, en Montjuïc, andábamos con el cachondeo de anda, cielo 1, toma ya la previsión, joer que viene la nube, cielo 2, ondia que se queda, cielo 3, en fin, como fuese el cielo que tocará, allá estábamos.
Y esto de andar por medio un parque moviendo parabólicas y pensando en la guardia urbana a ver que dicen, tiene que ver porque llegó por email la infor del evento, y entre el dolor por el pueblo japonés, la rabia por el drama nuclear y la conmoción por las nuevas bombas sobre Libia, (gracias Ignacio Escolar por el repaso crítico) y la primavera a una horas, había que ir, vamos si teníamos que venir.

 

El evento de nombre Eat-In parte de la propuesta del movimiento Slow Food para que un grupo de personas ser reuna en espacios públicos para compartir alimentos preparados en casa (aquí, pues nosotros, pues que no, que lo preparábamos allá mismo). El evento es una protesta en contra de la comida-basura ( le dedico un rato abajo al menú de día de comida-tesoro). Y sugiere la convocatoria: Prepara un platillo, puede ser una receta de tu abuela o algo que te guste cocinar, que sea fácil de compartir con los demás. Para este primer encuentro se ha propuesto un PICNIC de fiambrera. 

 

Pues nada, nosotros pa celebrar tanto le hemos puesto a las fiambreras convocadas una parábola alSol 1.4 y una K10, de la que hemos sacao con cielo 1,5 (apunta René, los susodichos incorporamos los cielos medios, pa innovar y darle mas meneo al tema), pues eso, que si un bizcocho de un kilo  (receta) y una fideúa de 7 (receta).


Café y tisana a la fresa han completao la ofrenda a la primavera, toito sin emisiones, toito sin tener que ver nada con la industria electronuclear (por cierto, me ha dao por seguir mandando a la mierda a todo lo que tiene que ver con el tema, aunque me he moderao por eso de estar con gente maja, pero es que como que me llegaban los gritos desde Madrid y entre mover fideúa, hablar con la gente paseante interesada sobre bosques, sobre agua, sobre energía, y seguir pensando en el reactor 3 de Fukushima, como que no he podio evitarlo).




 El alSolChef Carles Duran, con los resultados, a él tampoco le gustan la nucleares, pero es más fino cuando habla sobre ellas.

Pero atentos y aquí dejo constancia, la coca de recapte, tremenda; los rollitos griegos al trigo sarraceno con yogurt, supremos; las ensaladas variadas, insuperables; la quinoa con verduras, única; la quiché, ufff; la pizza curiosa, pues curiosa; y los postres, mama mía, que las tartas de manzanas, mejor imposible; los cookies contundentes, pero contundentes, todo regado con agua más que bendita, vinos cercanos (ahh, ese regalo solar) y cerveza artesana local , Cervesa del Montseny y los panes de  verdad de BarcelonaReykjavi. Mira, que quieres que te diga, pero el paraíso y el evento, parecidos estoy seguro.


José Carlos, el agitador principal del evento, que salió de México hace un tiempo, ha recalao en BCN en su búsqueda de información para un trabajo de investigación sobre el sistema de Mercado Municipal, todo lo que hace que esos templos de la energía nutricional funcionen como funcionan para elevar sus resultados a la labor del movimiento internacional Slow Food y concluir su tesis doctoral. Andaban él y los colegas de Slow Food Barcelona contentos, hemos sido más de treinta y todos saludablemente nutridos hasta en eso del compartir, tan interesante actitud para el mejor mundo anhelado. Anuncian los colegas más Eat-In, y le anunciamos que los alsoles igual repetimos, a ver si toca celebrar un paso más allá en el evolución de la conciencia crítica de especie, con líos porque nos gusta pero con más Paz y justicia en el mundo. En fin, que a la siguiente, aunque la previsión de lluvia a mares, igual allá estamos, pero sin fiambrera, con todos los respetos solares. Aquí enlace correo de la coordinación Eat-In, por si ya te estás pensando apuntarte a la siguiente.

Pués el martes 22, de 10 a 12 horas, inundaos de sentimientos poéticos y como símbolo, a modo de una vela por la Paz en este mundo patas arriba, sacamos en alSol una cocina solar a la calle, para hervir agua, si, sólo para eso que no parece gran cosa pero que para nosotros tiene un elevado valor, no nos hará falta electricidad nuclear, y pondremos en el agua las cáscaras secas de una mandarina que lleva toda la semana en un bolsillo olvidado. Sus esencias saldrán por un rato al aire de Barcelona, solemnemente le daremos a los aires de la primavera un toque, un anhelo de que llegue lejos el aroma, citrico, un soplo por la paz energética, por la paz entre humanos y de estos con los demás vivientes.

Manolo Vílchez

EL “DETECTIVE” DE LOS ALIMENTOS

“Es trágico ver cómo la dieta americana se ha convertido en la dieta del mundo”
“Lo que nos venden como alimentos no son más sustancias con apariencia comestible”
Michael Pollan


El mundo al revés: un norteamericano descubriéndoles a los europeos las virtudes de la comida sana. Pero antes, una confesión: “Es trágico ver cómo la dieta americana se ha convertido en la dieta del mundo, y cómo ha ido devorando a su paso las tradiciones culturales y gastronómicas del planeta”.

Con ustedes, Michael Pollan, compartiendo esta mesa comunal en la que acabaremos comiendo todos, acompañándonos a la compra para recordarnos lo que conviene y no conviene meter en la bolsa, investigando por su cuenta y riesgo todo lo que hay detrás de lo que nos venden como “alimentos” y que en realidad no son más que “sustancias con apariencia comestible”, como él mismo dice.

Ardua labor ésta de presentar en público a nuestro distinguido comensal. Pongamos que Michael Pollan, 53 años, vive en las colinas de Berkeley, donde da clase en la universidad y desde donde abandera el “movimiento de la comida sana” en Estados Unidos, con libros imprescindibles como “La botánica del deseo” (el mundo desde la perspectiva de las plantas) o “El dilema omnívoro” (un historia de cuatro comidas radicalmente distintas”). Empezó como “agroperiodista” y se ha acabado convirtiendo en cocinero de la conciencia de todo un país, con una receta así de simple: “Comed alimentos, no demasiados, sobre todo plantas”. Aunque el papel que más le va, asegura, es el de “detective” de los alimentos, siguiendo el rastro de todo lo que nos llevamos a la boca, descomponiendo desde dentro la temible “dieta moderna occidental” y proponiendo la vuelta a la comida simple y natural. “El detective en el supermercado” da título a su último libro en español, que al otro lado del Atlántico se llamó “En defensa del alimento”, con una reivindicativa lechuga pidiendo a gritos unas gotitas de limón y aceite de oliva.

Michael Pollan recomienda a los norteamericanos que coman como siempre han comido los franceses, los italianos o los griegos (antes de la colonización de los McDonald’s). En el podio de la comida mediterránea echamos en falta a los españoles, y el “detective” gastronómico se justifica: “Los españoles comen demasiada carne, casi tanta como los americanos, el equivalente a seis jamones al año... Por lo demás, la dieta de los españoles es más o menos similar a otros países mediterráneos, rica en productos frescos y sazonada con aceite de oliva”.

Volveremos al “pecado” de la carne (el propio Pollan recoconoce su debilidad por el jamón ibérico), pero vamos a examinar de entrada el típico menú de la “dieta occidental moderna” para saber a qué atenernos: alimentos procesados, hidratos de carbono refinados, grasas refinadas, mucha carne, muchas calorías, mucha sal, potentes adictivos como el azúcar o el sirope de maíz, muy pocas verduras, frutas o cereales integrales.

Por principio, el “detective” Pollan propone “escapar” de la dieta moderna, producto de los monocultivos de la agricultura industrial “y cuyo secreto estriba es descomponer el maíz y la soja, procesarlos y luego volverlos a componer en sustancias que parecen comestibles”. Estos “pseudoalimentos” ocupan casi siempre la parte central de los supermercados, empaquetados con vistosos colores, con falsos reclamos para que parezcan “saludables” y una lista interminable de ingredientes ininteligibles para el común de los comensales.

Regla número uno: nunca comas nada que no comería tu tatarabuela. “La fuente más valiosa y fiable en cuestiones alimenticias es la tradición”, palabra de Pollan. “La ciencia ha aportado bien poco a la alimentación y ha creado esa cultura del “nutricionismo” de la que conviene huir. La tradición es la sabiduría popular destilada. Nuestros antecesores sabían lo que les sentaba bien y por sentido común dejaron de comer lo que les ponía enfermos”.

“¿Probaría acaso nuestra tatarabuela esos tubos de yogur llamados “Go-Gurt” y que no sabría como aplicarlos en su cuerpo, y mucho menos cómo comerlos?, se pregunta el “detective” alimenticio. “¿Y qué decir de esos pastelitos llamados “twinkies” que resisten increíblemente en cualquier condición a lo largo del tiempo? Si las bacterias y otras pequeñas criaturas deciden no “comerlos” es posiblemente porque saben algo que no sabemos nosotros”.

Regla número dos: “Consume productos perecederos”. “Los alimentos reales viven y mueren”, recuerda Pollan, “con un par de excepciones, entre ellas la miel, que ha llegado a aguantar intacta en las tumbas de los faraones”. Los alimentos reales –los que se pudren con el tiempo- hay que buscarlos en la periferia de los supermercados, cerca de las puertas de entrada y salida donde se reponen las existencias.

Y entre los alimentos reales, nada mejor que los que tienen “hojas”, seguramente ricos en fibra, vitaminas, antioxidantes y otros nutrientes esenciales. “De los 75 o 100 elementos que necesitamos para mantenernos sanos, casi todos están en las plantas”, asegura Pollan. “El último lugar donde debemos buscarlos es en los alimentos ultraprocesados”.

Regla número tres: “No comas demasiado”.. El norteamericano medio ingiere 300 calorías más por cabeza que hace veinte años. El “supersizing” se ha convertido en el pan de cada día en los restaurantes de “fast food” (“cuanto mayores las porciones, peores los restaurantes”). Y la gente come en el coche, come en el despacho, come por la calles, come a todas las horas...

“El picoteo estaba mal visto cuando yo era pequeño y ahora es nuestro deporte nacional. En los programas matutinos de televisión, en las vallas publicitarias y en los supermercados se nos atiborra con un solo mensaje: “Come más, come más”. La cadena Taco Bell se ha inventado la cuarta comida, a las once de la noche, para los que no quieren irse con hambre a la cama. El único respiro que nos dan es cuando dormimos, aunque parece que hay un somnífero, Ambien, que provoca hambre y hace que la gente se levante sonámbula a atacar la nevera”.

Sonámbulos o no, los abonados al “fast food” siguen en aumento, y si no que se lo digan a McDonald’s, que ha cerrado su año récord a pesar de la crisis. Le preguntamos al “detective” si todas las sospechas de lo mal que comemos no conducen hasta el McAuto y todos sus derivados, si no es acaso el “fast food” el enemigo público “número uno”... “No creo que el “fast food” debería prohibirse, pero sí tendría que ponerse coto al marketing dirigido a los niños y poner impuestos sobre todo a las bedidas refrescantes. El éxito del “fast food” está también en el precio: al final resulta que el maíz, que es la base de la alimentación industrial, está también detrás de la hamburguesa y las patatas fritas. Estamos subvencionando lo mal que comemos, que a su vez nos cuesta miles de millones de dólares en gastos sanitarios. ¡Estamos subvencionando la enfermedad!”.

Comer solo, a la americana, es otra de las recetas para el desastre gastronómico.
“Conviene recuperar la comida como acto social”, advierte Pollan, “y volver al placer de la buena mesa, como reclama la gente de “Slow Food”. Cocinar tus alimentos es muy importante: hay estudios que demuestran cómo la salud de la gente que cocina es casa es bastantes mejor que la de la gente que come habitualmente fuera. En casa se usan habitualmente alimentos “reales”, mientras que los restaurantes recurren a potenciadores del sabor que jamás usaríamos en nuestras cocinas. Y todos deberíamos cultivar, que es la manera más elemental de cerrar el círculo de los alimentos y reconectar con la naturaleza. Un pequeño huerto te puede cambiar la vida”.

Antes de abandonar virtualmente el supermercado le preguntamos a Pollan qué es lo que no debemos comer nunca: “Cualquier producto que contenga sirope de maíz, porque es una señal de que está altamente procesado. Cualquier producto que tenga más de cinco ingredientes o que contenga algo que nos somos capaces de descifrar. Por lo general, todo lo que entra dentro del calificativo de “sustancias que parecen comestibles”. Pero  ante todo evitar las bebidas refrescantes, el antialimento por excelencia, todo energía y cero nutrientes, el mejor caldo de cultivo para la obesidad y la diabetes de tipo 2. Seguramente hay alimentos mucho más nutritivos en la sección de comida para perros”.

Dicho lo cual, y tras tomarle las medidas al pequeño huerto-jardín y al cajón con lechugas que cultiva en su propia casa, acompañamos a Michael Pollan a hacer la compra  bajando la cuesta, en el mercado de granjeros de la avenida Shattuck (donde está también Chez Panisse, el emblemático restaurante en Berkeley de Alice Waters, otra popularísima activista y defensora de la comida sana).

En Estados Unidos hay ya más de 5.000 mercados de granjeros que traen diariamente a la ciudad la cosecha local y preferiblemente orgánica... “Yo conozco personalmente a los agricultores, he visitado incluso sus granjas, sé cómo cultivan y de dónde vienen la mayoría de los alimentos que compro. Esa debería ser nuestra máxima aspiración, siempre que podamos. Aunque reconozco que es un privilegio tener un mercado así a tiro de piedra de tu casa, y sé que a los barrios menos favorecidos no llegan apenas los alimentos frescos, que la gente con pocos recursos compra comida barata y procesada, y es precisamente la más afectada por la epidemia de obesidad y por todos los males derivados de la dieta “industrial””.

Pollan arrambla con los puerros, rebuscar entre los manojos de coles rizadas y parece enfrentarse al dilema hamletiano con una calabaza en las manos... “A veces me pregunto a qué esperan las autoridades sanitarias. El modo en que comemos es el causante de las enfermedades más frecuentes en los países industrializados. Deberíamos tomar el ejemplo de Francia y lanzar mensajes muy directos para concienciar a la población, igual que se hizo con el tabaco. Pero la industria de la alimentación tiene aún mucho poder: es muy difícil crear un estado de alerta sanitaria cuando los lobbys de la industria están poniendo dinero en las campañas de los políticos”.

Le pregutamos al “detective” por los alimentos trasgénicos, tan difícil de rastrear en el supermercado. “No sería arriesgado decir que el 75% de los alimentos procesados tienen algún componente genéticamente modificado. En cierto modo, en Europa es más fácil distinguirlos que en Estados Unidos, donde no ha habido debate porque los dos partidos estaban por la labor. Los trasgénicos deberían estar identificados, y que la gente decida o no si quiere comprarlos. A mí, personalmente, más que los efectos sobre la salud me preocupan sus efectos en el medio ambiente, porque en última instancia sirven para perpetuar los monocultivos y degradar el suelo”.

La conexión –tantas veces invisible- entre los alimentos y el medio ambientes es otra de las obsesiones de Pollan: “El modo en que comemos contribuye al 37% de las emisiones de gases invernadero, y sólo al consumo de carne le ha atribuido la ONU un 18% en su último estudio. Yo no digo “no” a la carne, yo mismo la consumo de un modo muy moderado, dos o tres veces a la semana. Pero hay muchas razones para comer menos carne. Si todos los norteamericanos comieran un día menos de carne a la semana, dejaríamos de emitir el equivalente en CO2 a quitar casi 20 millones de coches de la carretera durante un año”.

Su despertar como “detective” de los alimentos ocurrió precisamente cuando avanzaba en coche por una carretera californiana, a la altura de Fresno, y empezó a notar “un olor tan fétido como el de todos los retretes de la estaciones de autobuses juntos”. A un lado de la carretera vio una masa compacta de cientos de vacas; al otro, montañas de estiércol y campos de maíz. “Hice la conexión en el acto: éste es el lado oculto de la carne que comemos”.

Aquí llega pues el amigo americano, Michael Pollan, ondeando la bandera de la comida sana y apelando a nuestas conciencias de ciudadanos globales: “El modo en que comemos influye más en el planeta que ninguna otra área de nuestra vida. Y la buena noticia es que es muy fácil cambiar, con cada dólar o cada euro que gastas en el supermercado. Así ha ido creciendo en Estados Unidos el mercado de la comida biológica, que mueve ya más de 20.000 millones de dólares al año. Todo ha sido fruto de un acuerdo tácito entre los consumidores y los productores, que han decidido votar con el tenedor”.

Carlos Fresneda, desde Berkeley

Su libro está editado este mes de febrero en España por Temas de Hoy bajo el título "El detective en el supermercado", descubre cómo la ciencia de la nutrición y la publicidad nos han hecho más gordos y enfermizos.

Cuesta 17,50.-€, aquí un punto de venta