ALEX STEFFEN, FUNDADOR DE WORLDCHANGING

Podemos crear prosperidad económica, social y ambiental hermanando la tecnología con la ecología

Explorador del mundo cambiante. Así se define a sí mismo Alex Steffen, seis años consagrado a la tarea de vislumbrar las tendencias y las innovaciones que están ayudando a construir un futuro más verde. Worldchanging da nombre a su “manual de uso para el siglo XXI”, condensado en esa biblia de 600 páginas que figura en las estanterías de todo ecologista que se precie. Desde su mirador de Seattle, Steffen pasa diariamente revista al mundo en una web que se ha convertido también en referencia imprescindible en todo el planeta.

Heredero del espíritu del visionario Buckminster Fuller –inventor de la cúpula geodésica y precursor de ese movimiento bautizado por él mismo como los “verdes brillantes”–, Alex Steffen propone salvar las distancias hasta ahora insalvables entre la ecología y la tecnología. Al Gore se da la mano con el autor de ciencia-ficción Bruce Sterling en el prólogo compartido de un libro que está cambiando definitivamente la manera de asomarnos a ese “otro mundo posible”.

Worldchanging es una red creciente y cambiante integrada por 70 porteadores de campos muy diversos –periodistas, pensadores, diseñadores, empresarios, científicos...– que pasan periódicamente revista a los problemas y a las soluciones que se cuecen en todos los puntos de nuestro planeta. Al igual que el libro –traducido a 12 idiomas y diseñado con aire futurista por Stefan Sagmeister–, el portal se subdivide en ramas (objetos, refugios, ciudades, comunidad, negocios, política, planeta...) que van construyendo la fronda de ese futuro emergente que abarca desde las energías renovables hasta el activismo social, pasando por los avances en transporte, construcción, planeamiento, comunicaciones y calidad de vida. En más de 8.500 artículos, se condensa esa visión del futuro-presente auspiciada por Alex Steffen y todos los que han decidido unirse a la búsqueda optimista e inteligente de soluciones para un planeta.

En Worldchanging, usted pasa revista al estado del planeta y a las soluciones emergentes para frenar el deterioro ecológico. ¿Cuánto nos queda para consumar el cambio?
Sospecho que nos queda menos tiempo del que creíamos. Los informes científicos sobre el cambio climático apuntan en esa dirección y ahora parece que nos vamos a quedar sin Polo Norte mucho antes de lo que imaginábamos. Pese a lo que sigan diciendo los escépticos, lo cierto es que cada evaluación del estado del mundo al cabo de una década es mucho peor que el anterior. No hemos conseguido darle la vuelta a ninguna tendencia. Todos los problemas se están acelerando.

¿Cree que la crisis que vivimos está sirviendo de reflexión?
La lección más básica que casi todo el mundo ha aprendido es que las consecuencias de nuestras acciones pueden ser catastróficas. Y hablo tanto de la economía como de la ecología, dos palabras que tienen la misma raíz y que hasta ahora han funcionado separadas. La noción del crecimiento económico con la que hemos vivido hasta ahora, centrada exclusivamente en el aumento del producto interior bruto, es totalmente perniciosa. Necesitamos redefinir el crecimiento económico, y en eso están indagando los expertos del apasionante campo de la economía ecológica. La riqueza consiste en algo más que en la acumulación del dinero. Necesitamos que todos los costes ocultos –desde la pérdida de recursos naturales hasta el detrimento de la calidad vida– salgan a flote. Hace falta una ecuación totalmente distinta para medir el crecimiento económico.

"El cambio más urgente es de pensamiento. Tenemos que calibrar el impacto de cada una de nuestras acciones"

¿Por dónde empezamos?
Por el modelo energético, por ejemplo. Los costes ocultos de la dependencia del petróleo –de la contaminación a las guerras– no se tienen en cuenta. La transición a un modelo de energía limpia no se puede hacer con los mismos parámetros que hasta ahora. Hace falta también un cambio radical en el modelo productivo, en la línea de lo que proponen William McDonough y Michael Braungart en el libro Cradle to Cradle. Los fabricantes deben hacerse totalmente responsables del ciclo de vida de sus productos y los consumidores han de asumir también su parte de responsabilidad. No podemos seguir derrochando y desechando como hemos hecho hasta ahora. Tenemos que aprender de la naturaleza, donde todo es reutilizable.

¿La tecnología y la naturaleza han dejado de ser enemigos irreconciliables?
Ésa es la premisa que inspira el texto Worldchanging. Los retos a los que vamos a tener que hacer frente no se resuelven con una vuelta utópica a la naturaleza. Seguramente, nos resulta más ecológico vivir en ciudades ¿Cómo resolvemos si no el problema de abastecer de energía a 6.500 millones de personas? Nos va ahacer falta, sin duda, apoyarnos en tecnologías para perfeccionar la captura del viento, del sol o del calor de la Tierra. La turbina de viento y la placa fotovoltaica son dos ejemplos inmejorables de tecnología al servicio de la ecología.

¿Y qué me dice de la biotecnología?
Lo que proponemos desde Worldchanging no es un abrazo incondicional de toda la tecnología. La biotecnología, por ejemplo, ha creado más problemas de los que ha resuelto. Nos han vendido la idea de que gracias a ella vamos a acabar con el hambre en el mundo, cuando la realidad es ésta: en el mundo se producen hoy suficientes alimentos para todos. El problema del hambre no es tecnológico, sino político.

¿Qué vamos a hacer con los biocombustibles?
Con la primera generación de biocombustibles hemos cometido un gran error. Destinar gran parte de la superficie cultivable de los países pobres a producir combustible para los países ricos no es una buena idea. La segunda generación aspira a compensar esos errores y hay ya iniciativas interesantes, como, por ejemplo, el cultivo de algas para la generación de combustible, que pueden dar sus frutos.

En el fondo de todo ecologista que se precie late, sin embargo, una resistencia natural a la tecnología...
Esa resistencia de la que hablas ha desaparecido ya en las últimas generaciones de activistas. Está más claro que nunca que la ecología necesita de la tecnología y viceversa. Es más, hemos llegado a un punto en que las dos van a tener que ir hermanadas para coseguir la prosperidad social, ambiental y económica. La bicicleta es otro ejemplo maravilloso de tecnología ecológica. Estamos a las puertas de una auténtica revolución de movilidad urbana que va a cambiar radicalmente el modo en que vivimos en las ciudades.

¿Cómo serán las ciudades del futuro?
Las ciudades funcionarán como auténticos ecosistemas y tenderán a ser autosuficientes. Un buen ejemplo es Masdar, diseñada en el desierto de Abu Dhabi por el estudio de Norman Foster, que aspira a convertirse en la primera ciudad de emisiones y residuos cero. William McDonough ha concebido también ciudades, como Huangbaiyu y Tangye, que pueden revolucionar por completo el modelo de desarrollo en China. Las iniciativas de ciudades como Vancouver, que ha introducido el concepto de “ecodensidad” y está empeñada en disminuir los kilómetros motorizados de sus habitantes, avanzan también esa dirección. Los edificios árbol de Ken Yeang en Singapur son otro gran ejemplo. Hay que traer la naturaleza a la ciudad, y la tecnología, nuevamente, puede sernos de gran ayuda.

"Las ciudades funcionarán como auténticos ecosistemas y tenderán a ser autosuficientes"


Usted ha acuñado el término bright green(verde brillante) para definir al ecologista que abraza inteligentemente la tecnología...
Es un término que creó cierta polémica al principio, pero ya está muy aceptado. Para entender lo que es un verde brillante, tenemos que remitirnos al verde oscuro y al verde claro. Los verdes oscuros son los ecologistas de la generación de los años 60, seguidores de la ecología profunda, que achaca a la industrialización todos los males. Han sido y siguen siendo la piedra angular del movimiento ecologista. Les debemos mucho, pero las actitudes están cambiando. Detrás vinieron los verdes claros, una generación más cercana a la nuestra, en torno a los 40 años. Este movimiento se refleja en la moda verde y en el énfasis casi exclusivo en los cambios personales, como si hubiera una desconfianza hacia el activismo y hacia la capacidad de los gobiernos para cambiar las cosas. Por último, los verdes brillantes proponemos un cambio sistémico. Entendemos el mundo de una manera más amplia y envolvente y procuramos llegar a todo el espectro de la sociedad que antes quedaba fuera del discurso ecologista, como los arquitectos, los ingenieros, los diseñadores industriales y los empresarios comprometidos.

Una de las grandes preocupaciones de los movimientos ecologistas hasta hace bien poco era la falta de savia joven.
Eso está cambiando en estos momentos, en gran parte debido al debate en la opinión pública sobre el cambio climático. El usuario medio de Worldchanging tiene 25 años, aunque la edad media de los activistas, al menos en Estados Unidos, es bastante mayor. Sin embargo, las barreras generacionales están cayendo, ya digo. Creo que los activistas de todas las edades están de acuerdo en que hace falta una visión más amplia de lo que hasta ahora entendíamos por "ecología". Los ecologistas nos hemos peleado bastante tiempo entre nosotros.

"No podemos seguir derrochando como hasta ahora. Tenemos que aprender de la naturaleza, donde todo es reutilizable"


¿Hasta qué punto la llegada de Obama está sirviendo de acicate para el movimiento ecologista en Estados Unidos?
El presidente Obama ha hablado más claro sobre el reto del cambio climático que cualquier otro político norteamericano. Y ha tomado decisiones que hablan por sí mismas, como la de nombrar secretario de Energía al premio Nobel Steven Chu. Yo he hablado con él varias veces y creo que entiende mejor que nadie la magnitud del problema y la urgencia de encontrar soluciones. La elección de otros destacados científicos en el debate del cambio climático, como John Holdren y Jane Lubchenco, es también muy destacable, al igual que la elección como asesora de Carol Browner, que trabajó durante mucho tiempo con Al Gore.

Sugiéranos, finalmente, tres maneras de contribuir personalmente al mundo cambiante.
El cambio más urgente es el que debe producirse en nosotros a nivel de pensamiento. Tenemos que calibrar el impacto de todas y cada una de nuestras acciones, desde el momento en que encendemos la llave de contacto hasta el hecho de comprar alimentos procesados a miles de kilómetros. La segunda tarea es canalizar el entusiasmo, dedicarte en cuerpo y alma a una tarea que de verdad te apasione. Si eres empresario, cambia tu modelo empresarial para adaptarlo a tus principios. Si tienes un jardín, intenta convertirlo en un huerto ecológico. Hagas los que hagas, hazlo grande y hazlo real. El tercer paso sería cuidar los pequeños cambios, todos esos detalles que pueden servir para reducir tu impacto ecológico, desde cambiar las bombillas hasta engrasar la bicicleta. Eso sí, hagas lo que hagas, no renuncies nunca al entusiasmo, que es el mejor de los motores y no produce emisiones.


Carlos Fresneda
Publicado en Integral 355, julio de 2009
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