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De las finanzas a las lechugas



Nadie diría a simple vista que Ena McPherson ha consumido la mitad de sus 61 años contando billetes y gestionando fondos de inversión... "Y sin embargo esa fue gran parte de mi vida, trabajando para el sector financiero. Hubo un tiempo en que se supone que los bancos estaban ahí para ayudar a prosperar a la gente con sus ahorros y con sus negocios. Ahora ya vemos cómo nos han llevado a la ruina colectiva"...

Ena McPherson, nacida en Jamaica y curtida en Estados Unidos, se consideraba hasta hace poco "una inmigrante con suerte". "Mis raíces están en Kingston, pero este país me ha dado grandes oportunidades, no lo puedo negar", asegura Ena, con su sombrero de ganjera, sus gafas de sol y la sonrisa caribeña siempre a flor de piel. "Me llegó el momento de la jubilación anticipada y pensé: ¿Qué es lo mejor que puedo hacer para ayudar a mi comunidad?".
 Atrás quedaron las finanzas, por delante tenemos un vergel de lechugas en casi todas sus variedades: romanas, iceberg, de hoja rizada, de hoja de roble... Con el azadón en mano, al frente de un tropel de voluntarios, Ena McPherson se ha convertido en una de las activistas verdes por excelencia en Brooklyn, al frente de tres huertos comunitarios: "Digamos que he vuelto a la tierra para limpiar mi historial".
Ena no tuvo siquiera que aprender el oficio, le bastó con mirar hacia atrás y recordar el tiempo pasado en le huerto de su abuelo en Jamaica, conocido por sus vecinos como Tranquility Farm. La Granja de la Tanquilidad ha resucitado ahora en un solar abandonado de Brooklyn, desde donde la hortelana y ex banquera otea los brotes verdes que le están saliendo al asfalto...
"Nuestro barrio es lo que aquí se llama un "desierto de alimentos. Mira a tu alrededor: no hay manera de comprar productos frescos, todo es "comida basura", ultraprocesada o enlatada... Lo que sí tenemos en Bedfrod-Stuyvesant son solares vacíos, que pueden convertirse fácilmente en huertas con la ayuda de un rastrillo y un azadón".
Con las botas puestas -como Michelle Obama en el huerto de la Casa Blanca- Ena va sacando piedras y malas hierbas y preparando las camas de cultivo de Tranquility Farm... "En la ciudad tenemos un problema: los suelos pueden estar contaminados, sobre todo con plomo y metales si antes había una construcción. Por eso conviene "crear" suelo fértil con compost, y cultivar en lechos, y a falta de irrigación, estar lo más cerca posible de una boca de riego".
Gracias a la ayuda impagable de Green Guerrillas y Just Food, dos de los grupos que más han hecho por impulsar la agricultura urbana en Nueva York, los tres oasis comestibles de Ena siguen creciendo, cuidados por un equipo cada vez más nutrido de niños que nunca han visto una berenjena ni han saboreado las hojas de brocoli en su vida: "Para muchos de ellos, el campo es como si fuera otro planeta... Es aquí donde hacen la conexión y descubren por fin de dónde vienen los alimentos ".
 La última pasión de Ena McPherson son las gallinas... "Aún recuerdo cómo corría detrás de ellas en la granja de mi abuelo y quiero que los niños de Brooklyn experimenten la misma sensación. Para los chavales es casi un milagro eso de entrar en el gallinero con la cesta y recoger los huevos frescos, que esa misma tarde acabarán en la sartén".
Con las tres huertas en activo, y Bob Marley poniendo la música de fondo, Ena McPherson espera sacarle el máximo provecho al proyecto de CSA (Agricultura de Soporte Comunitario) que ha echado raíces en el barrio: "Para mí, la vuelta a la tierra ha sido como cerrar el círculo de mi vida. Aunque los fantasmas de la especulación, que es parte de mi pasada vida, siempre acechan. No podemos olvidar que estos terrenos que ahora cultivamos son "urbanizables" y que cualquier día podría venir la piqueta a llevarse por delante la Granja de la Tanquilidad".
Carlos Fresneda

Los jardines flotantes de Manhattan

 
Fotos: C.F.

Pega fuerte el sol sobre los antiguos raíles del High Line. Cientos de neoyorquinos se han acercado hoy con sombrillas, cantimploras y cremas protectoras, dispuestos a serpentear por el ferrocarril elevado convertido en parque, que se extiende ya a lo largo de una milla de oro “verde”.
     
“La gente suele ir a Central Park para huir de la ciudad”, apunta Ricardo Scofidio, uno de los arquitectos implicados en el diseño del High Line. “A este parque se viene sin embargo a sumergirse en Nueva York, a penetrar en sus cañones, a sentir la ciudad desde dentro como nunca antes”.

    
Las sirenas de las ambulancias, las alarmas de los coches y el zumbido incesante del monstruo urbano llegan amortiguados a la quimera de hierro “verde”. Los taxis son algo así como los moscardones amarillos que nos hacen conquillas en los pies. En el paisaje industrial han brotado los brillos metálicos de los hoteles y apartamentos de lujo, gritando “mírame” a todo el que asciende hasta los jardines flotantes...

“Quítale el contexto de la dureza urbana que nos rodea, y este parque pierde por completo su fascinación y su razón de ser”, concluye sabiamente Scofidio.
La primera media milla del High Line abrió en el 2009. Más de cuatro millones de visitantes y 2.000 millones de dólares en inversiones justificaron con creces la resurrección de la mastodóntica estructura, construida en 1934, abandonada en 1980 y reclamada por la naturaleza salvaje desde entonces.

Joshua David y Robert Hammond, vecinos de Chelsea y del West Village, fueron los primeros en vislumbrar desde lo alto el tremendo potencial de la serpiente “verde”. Poco a poco, fueron ganando el apoyo de los vecinos para salvar de la piqueta los raíles e imaginar el trasiego humano entre la herrumbre y la maleza.

   
“Sabíamos que el parque elevado iba a cambiar la dinámica de la ciudad, pero nunca imaginamos que se produciría una metaformosis urbana como la que estamos viendo”, reconoce Joshua. “En torno al High Line está surgiendo no sólo un nuevo “skyline” sino una vibración que lo transforma todo a su paso y que altera muy profundamente nuestra relación con la ciudad”, atestigua Robert.

   
A sus espaldas, en la nueva explanada de hierba elevada, los pequeños Jeremy y Tina Herson se quitan los zapatos y rompen el tópico de que el High Line no es para niños. Otro los “mitos” que arrastra el parque es que es sólo para ricos y turistas... Laura Harshley, que trabaja en una tienda en Chelsea, lo desmiente sobre la marcha y con un perrito caliente en la mano: “A la hora del “lunch”, aquí nos equiparamos todos: los “fashionistas” y los currantes. Eso sí, no vendría mal un poco más de sombra”.

Todo llegará, prometen lo diseñadores del parque, que auguran que de aquí a dos años estarán crecidas las magnolias, y que una fronda jamás vista a estas alturas convertirá la travesía del “fly over” –la parte estelar de la segunda sección del parque- en una experiencia única en el corazón de Manhattan.
Atrás quedan las anchuras inusitadas de la calle Doce, donde nace el gigante metálico. El High Line se hace mucho más estrecho e intimista en su travesía por los altos de Chelsea, camino de los Rail Yards, rumbo hacia la calle Treinta con su estrépito de fin del mundo.


Nueva York emerge al fondo con un perfil irreconocible y mutante, marcado por el tercer y último trayecto de High Line, cerrado aún para el común de los mortales. Con el tiempo, la quimera de hierro “verde” acabará bebiendo a orillas del río Hudson, bajo los pies gastados de millones de exploradores urbanos.

Carlos Fresneda, Nueva York





El explorador de 'Mannahatta'


 
Foto: Isaac Hernandez
 
Pega el sol en el Umpire Rock, el ancla rocosa de Manhattan. Eric Sanderson, ecologista del paisaje, se ajusta el sombrero a lo Indiana Jones y trepa en plan aventurero hasta lo más alto. Como por arte de magia, los rascacielos van emergiendo a sus espaldas, en eterno forcejeo con las copas de los árboles.
   
Estamos en Central Park, en uno de los contadísimos vestigios de lo que era Mannahatta (la isla de las muchas colinas) antes que pasara por encima el rodillo de la civilización. Eric Sanderson arranca siempre aquí, en uno de los rincones más silvestres del oasis urbano, sus periplos fascinantes por el Nueva York de hace 400 años...
   
“En Mannahatta había 627 especies diferentes de plantas, 233 variedades de pájaros y una biodiversidad por hectárea superior a las de Yosemite o Yellowstone. Si hubiera llegado así hasta nuestros días, sería sin duda la auténtica joya de los parques nacionales”.
    
A Sanderson le gusta recordar cómo gran parte del mérito fue de los 5.000 indios Lenape que poblaban la isla, auténticos pioneros de eso que ahora llamamos “desarrollo sostenible”. Pero la llegada de Henry Hudson en 1609 cambió de una vez por todas el destino del prodigioso estuario, donde el azul del Atlántico rompía en un fragor verde de bosques y marismas...
     
Times Square era un estanque donde abrevaban los castores y las nutrias
. En los altos de Harlem abundaban los osos negros. Los pumas eran una presencia casi habitual en la impenetrable fronda, recreada virtualmente por Eric Sanderson manzana a manzana, desde el espolón de Battery Park hasta la popa de Inwood Hill, el único reducto silvestre que escapó al avance impetuoso de la civilización.
   
Sanderson recuerda cómo, hace exactamente 200 años, Manhattan pasó por un proceso de “reducción topográfica” que arrasó su rebosante naturaleza y convirtió la isla en una monótona y previsible sucesión de calles y avenidas trazadas con tiralíneas. La apisonadora que trajo la “rejilla urbana” reservó afortunadamente un inmenso rectángulo para un futuro parque, el mismo en el que ahora estamos...
  
La construcción de Central Park fue la primera gran batalla ecológica. La decisión de preservar un gran trozo de naturaleza en el corazón de la ciudad fue uno de los grandes regalos de Nueva York al mundo. Este parque, en gran parte “artificial”, es también un gran ejemplo de lo que el hombre puede hacer trabajando con la naturaleza”.
    
Las exploraciones de Sanderson dieron pie a un apasionante libro, “Proyecto Mannahatta”, y a una web que permite a cualquier neoyorquino “reconstruir” cómo era hace 400 años la manzana o el barrio en donde vive. Sanderson ha tendido ahora los puentes a los otros cuatro distritos de Nueva York en el así llamado “Welikia Project” (la palabra significa “buena casa” en el lenguaje de los Lenape).
   
Las ciudades van a pasar por un gran proceso de transformación para hacerse más verdes y habitables”, vaticina el ecologista del paisaje, desde su “mirador” en la Wildlife Conservation Society del Bronx. “Y una de las claves será recrear su historia, conocer lo que existía antes y permitir que la naturaleza vuelva a encontrar su cauce”.
   
Sanderson puede casi visualizar la futura Mannahatta sin coches, con espacios compartidos por peatones y bicicletas, con aceras permeables y sistemas para la captación de agua, con tejados verdes, jardines comunitarios y huertas urbanas, con el asfalto cediendo al avance del viejo bosque y de la tierra arada: “La vegetación se abrirá paso entre el cemento y las ciudades funcionarán como auténticos ecosistemas”.

Carlos Fresenda, Nueva York

LAS BICICLETAS SON PARA EL INVIERNO

Hay tan sólo un día al año en el que Nueva York apaga el motor, y ese rugido incesante que nos tritura a todas las horas desaparece de pronto. La ciudad despliega una alfombra de silencio en la pausa de Acción de Gracias, desaparecen de las calles esos dos millones de coches que a diario la devorand, dan ganas de bajar a la calle a respirar a pleno pulmón... y a contar bicicletas.

Confieso que uno de mis vicios es bajar al observatorio de Astor Place, justo donde está la estatua del cubo giratorio, y fotografiar a gente a bicicleta. Año tras año he ido comprobando cómo los ciclistas van ganando espacio, y cómo la fauna de las dos ruedas se ha ido ensanchando: de los aguerridos mensajeros a los repartidores de los restaurantes, pasando por jóvenes, menos jóvenes, cincuentones en forma, mujeres intrépidas, ejecutivos trajeados, asiáticos, negros, latinos y, por supuesto, los ubicuos conductores de los “pedicabs”.

La proporción, hoy por hoy, es de una bici por cada diez coches. Pero la propulsión de los pedales ya no hay quien la pare, y la crisis ha caído como una bendición sobre el maltrecho asfalto de Manhattan. “El colapso económico del 2008 ha sido una ventana abierta para que mucha gente descubra un nuevo equilibrio en sus vidas”, certifica el inefable David Byrne, de los “Talking Heads”, en “Bicycle Diaries.

Desde el sillín de su bici plegable, Byrne ha descubierto la cuarta dimensión de Nueva York. En los dos últimos año ha sido testigo de la prodigiosa mutación: “Los neoyorquinos han decidido dar una oportunidad a la bicicleta y aceptarla como medio de transporte. Ahora estamos en fase de adaptación, y puede que al final la acabemos apoyando con entusiasmo”.

Nueva York no es Copenhague, tampoco nos engañemos. Pero cualquiera que lleve un tiempo sin pisar la ciudad puede certificar el cambio: en apenas dos años, el uso de la bici ha aumentado un 35%. En el mismo tiempo se ha duplicado casi la extensión de los carriles-bici hasta llegar a las 420 millas (620 kilómetros).

El "bici vídeo" de David Byrne:


Cualquiera puede comprobar el tremendo avance pidiendo en el metro el plano de las bicicletas, y aprendiéndolo todo sobre el uso urbano de la bici en el “Biking Rules” que edita la gente de Transportation Alternatives. Los activistas de las dos ruedas, por cierto, han encontrado una insospechada aliada en la concejala de Transportes, Janette Sadik-Khan, que se desplaza todos los días en bici, incluso en invierno.

También es cierto que el alcalde Bloomberg nos regala siempre una de cal y otra de arena, y la reciente ofensiva contra los “pedicabs” (los taxis-bici) es una clara muestra. Llegaron a haber mil, pero se han quedado en la mitad, ante las presiones crecientes de los taxistas de cuatro ruedas.

Pero la suerte está echada y los 200.000 ciclistas se multiplican como el pan y los peces en esta ofensiva estival que amenaza propagarse hasta bien entrado el invierno. La ciudad será para quien la camina y la pedalea. No hay vuelta de rueda...

Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en blog América de El Mundo

EL REDENTOR DE NUEVA YORK

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No ganará las elecciones en Nueva York, pero será sin duda el vencedor moral, arropado por ese coro irreverente y verde que le arropa en todas y cada una de sus “apariciones” musicales: “¡Empecemos a propagar la riqueza!/ ¡Espero poder quedarme!/ Porque vine a vivir aquí.../ New York, New York”.


Foto: Isaac Hernández

Todos los caminos confluyen estos días en el Reverendo Billy
, candidato del Partido Verde y bestia negra, azul o blanca (según el color de la levita) del multimillonario alcalde Mike Bloomberg.

Lo vimos bailando bajo la lluvia en Times Square, subido a los bancos de Washington Square, emulando a Frank Sinatra en el Highline Ball... Nadie se ha pateado como él las calles de New York, New York, ni se ha dejado poner las esposas tantas veces, en defensa una causa justa: “Bloomberg ha convertido nuestra ciudad en un patio de recreo para los ricos. Después de privatizar los parques, sólo le queda por privatizar nuestra alma”.


Más de una larga década lleva el Reverendo Billy (alter ego del actor y activista Bill Talen) predicando en la Gran Manzana con sus ínfulas de telepredicador y sin quitarse el collarín. Empezó en la era Giuliani, cargando con el ratón Mickey crucificado y denunciando la “disneylandización” de Times Square. Se pasó luego al exorcismo “anticonsumista” en los Starbucks y en los Victoria’s Secret. Su fama fue creciendo, y también su parroquia, agitada por el gospel “social” del coro Life After Shopping (Vida Después de las Compras).

Con sus acólitos verdes celebró anteayer el fin de su campaña electoral, coreando “En tus manos está/ New York, New York” y esperando el milagro en las urnas... “Bloomberg no es inevitable, por más que haya empapelado la ciudad con su nombre, por más que se haya gastado 85 millones de dólares de su propio bolsillo para comprar su reelección... ¿Puedes prestarnos un millón, Mike?”.

El Reverendo Billy ha corrido la misma suerte que todos los “terceros” candidatos , aparcados en los medios y en los debates. “Logré pasar a uno de ellos entre el público”, recuerda. “Y pude comprobar la gran mascarada de nuestra democracia... Los primeros asientos estaban reservados para la elite financiera de la ciudad, los responsables del fiasco económico, los que especulan a nuestra costa y expulsan a los vecinos de los barrios.


“¡Agualuya!” (las bendiciones del Reverendo Billy tienen siempre una doble lectura). “Ahora resulta que Halliburton está tomando posiciones en el norte de Nueva York y quiere controlar los acuíferos subterráneos... En nuestras manos está evitarlo. En nuestras manos está impedir el expolio y reivindicar el espacio público. En nuestras manos está evitar que Nueva York se convierta en Mike S.A., la ciudad-corporación”.

Carlos Fresneda
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¿ALCALDE BILLY?

Por su collarín blanco y su cabellera rubia le conoceréis. Y por su defensa infatigable de las causas perdidas, desde la plaga de los Starbucks y los McDonald’s a la privatización los espacios públicos, como éste de Union Square desde el que acaba de lanzar su candidatura: "¡Votad al Reverendo Billy como alcalde de Nueva York!".
'Mitin' del Reverendo Billy en Central Park

De la obra y milagros de Bill Talen, más conocido como el Reverendo Billy, hemos dado cumplida cuenta en este blog, Crónicas desde EE.UU.

El popularísimo predicador/actor/activista, detenido cincuenta veces en el cumplimiento de su "misión" contra las fuerzas del consumismo, aspira ahora a rematar la función de su vida con un último acto de impostura política...

"Queridos amigos, hoy lanzo mi campaña para alcalde de Nueva York. Nos dedicaremos a la labor de alimentar y reforzar nuestra riqueza común, la herencia de nuestra ciudad, nuestros amados parques, nuestras calles y barrios, y la gente que vive en ellos. Esta ciudad nos perteneció una vez, y volverá a ser nuestra de nuevo".

Los mítines del Reverendo Billy pueden acabar en sesiones apócrifas de exorcismo, como tantas veces hemos podido comprobar en la iglesia profana de San Marcos. Pero su candidatura va en serio, con los colores del Partido Verde, que piensa aprovechar el tirón del cómico para poner contra las cuerdas al alcalde Bloomberg y denunciar el expolio de la ciudad.

"Todos sabemos cuáles son los tres pilares del millonario Bloomberg: los turistas, el ladrillo y Wall Street", proclamó el reverendo a megáfono abierto en el momento de anunciar su candidatura. "Los tres pilares se desmoronan ahora con la crisis ¿Y qué nos queda? Quedamos nosotros, los barrios y los vecinos de Nueva York, los mismos a los que cantaron Walt Whitman y Allen Ginsberg".

Bill Talen llegó tarde a Nueva York, todo hay que decirlo. Aterrizó en el 94, cuando Rudoph Giuliani barrió las calles en el nombre de la "tolerancia cero". Limpió la ciudad, es cierto, pero acabó lanzando el alma de la Gran Manzana por la borda de río Hudson. Times Square se convirtió en sucursal de Disneylandia, Manhattan degeneró en coto de los nuevos ricos y el puente de Brooklyn fue testigo de la diáspora que no cesa.

El Reverendo Billy se curtió por aquella época, con la hilarantes procesiones de Mickey Mouse cruficado en Times Square. El aspirante a alcalde se ha empeñado en desenmascarar ahora a su futuro rival: "No os dejéis engañar, la peatonalización de Times Square no es más que otra concesión a los turistas. La verdadera batalla es la que se libra aquí, en Union Square, que siempre ha sido la auténtica Plaza del Pueblo". El reverendo Billy, durante una de sus ceremonias. (Foto: C.F.)

En Union Square fuimos testigos de la penúltima detención del Reverendo Billy
, cuando protestaba pacíficamente contra la privatización del parque (una cuarta parte quedará en manos del magnate local de la restarauacíon, Danny Meyer). Las pancartas y los gritos de "¡Nuestro parque no está a la venta!" se sucedieron durante la cacerolada que arropó a la procesión. Culminada la escenificación, Bill Talen se dejó poner mansamente las esposas y subió al furgón policial.

Preguntamos a los agentes que cuáles eran los cargos. "Alteración del orden público", respondieron. Y amenazaron con llevarse a comisaría a todo el que se pusiera "gallito". Así se las gastaba la policía en la era de Giuliani y así siguen funcionando en la era de Bloomberg. Nos preguntamos si ahora que es casi candidato (sólo le faltan recoger las 7.500 firmas), el reverendo Billy merecerá un trato algo más respetuoso.

Con él en liza, y con Obama en Washington, las elecciones de noviembre prometen ser históricas en Nueva York. El multimillonario Bloomberg, que aspira a su tercer mandato, tendrá que hacer frente al anatema del predicador, compartido por decenas de miles de vecinos: "¡Esta ciudad no está a la venta!"

(P.S.: Ojalá tuviéramos en Madrid un Reverendo Billy que le clavara un aguijón a nuestro alcalde. Madrid tiene un transporte público que es la envidia de media Europa, es cierto, pero ese avance no ha ido acompañado de una propuesta seria para poner coto al coche, como se ha hecho en Londres con el peaje de congestión o como se hizo en Barcelona cuando se peatonalizó el barrio gótico. Otro indicio: Madrid es hoy por hoy una de las capitales más hostiles para la bicicleta, y no hay vuelta de hoja. Desde aquí animamos al alcalde a que siga el ejemplo valiente de Sevilla y cambie el pálpito de la ciudad en dos años, como recomienda el ex alcalde de Curitiba, Jaime Lerner. Todo lo demás es humo en el agua del Manzanares)

Carlos Fresneda desde Nueva York
Publicado el 4 de febrero 2009 en Crónicas desde EE.UU de El Mundo

Publicado en este blog estreno mundial: ''¡¡no compréis pecadores!! con más datos del reverendo Billy y enlaces a materiales disponibles

ALTO AL COCHE EN TIMES SQUARE

La hilera interminable de taxis amarillos bajo las luces de neón pasará pronto a la historia. El “Broadway Boogie Woogie” que inmortalizó Mondrian se quedará sin coches. Los peatones serán dueños y señores de Times Square. No se hable más.

El alcalde Michael Bloomberg, que fracasó en su intento de implantar un “peaje de congestión” para entrar en Manhattan, se ha obstinado en conquistar poco a poco el asfalto para los caminantes, abrumadora mayoría en la isla. El anuncio fue recibido como un auténtico clamor popular, y la única pregunta que nos hacemos ahora ésta: ¿Por qué tardaron tanto en peatonalizar la Plaza del Tiempo?

James Traub, autor de “The Devil’s Playground”, recuerda cómo Times Square ha sido el ágora indiscutible de la ciudad desde 1904, cuando se instaló aquí el periódico que le dio nombre y renombre (y también el primer anuncio de neón). En la época de “Taxi Driver” y “Midgnight Cowboy”, fue el emblema de la larga noche y de la mala vida. Giuliani decidió rebautizarla como Disneyork, a la medida impoluta y anodina de millones de turistas. Y en esto llega el discutible Bloomberg, y la reclama en usufructo para quienes la admiramos y la sufrimos todos los días.

Bloomberg, que baja en metro a la oficina, se ha propuesto reconquistar también la ciudad para los ciclistas: los domingos a dos ruedas en Park Avenue fueron un éxito tal que pronto se extenderán más allá del verano. La Octava Avenida marca entre tanto la senda verde, mientras los carriles-bici se propagan sigilosamente por la isla (pocas experiencias hay comparables a la de cruzar el puente de Brooklyn a pedales).

Ahora le ha llegado el turno al corazón mismo de la ciudad, siempre al borde del infarto. Las isletas marrones brotaron como la tierra en medio del asfalto. Después llegaron las sillas, las mesas y los bancos. De un modo natural, los coches empezaron a sentirse “desplazados”, y el 25 de mayo estarán definitivamente fuera de lugar.

La Gran Vía neoyorquina será exclusivamente peatonal entre las calles 42 y 47 (y también entre la 32 y la 35). El “experimento”, eso dicen, durará hasta final de año, pero va a ser muy difícil que los caminantes vuelvan a ceder al coche el terreno reconquistado.

El coche en la ciudad tiene sus días contados
. Lo que está pasando en Nueva York es el espejo de lo que ha ocurrido ya en Londres, o en París, o en Barcelona. Y lo que terminará sucediendo –mal que le pese a nuestros gobernantes- en ese Madrid estrangulado por las autopistas y agujereado por los túneles. Tiempo al tiempo.

Carlos Fresneda desde Nueva York
Publicado en Crónicas desde EE.UU de El Mundo

El hombre “salvaje” de Central Park

LO DICHO Y HECHO

“Hemos perdido la conexión con la naturaleza y la facultad de recolectar nuestros alimentos”
“Durante millones de años, la especie humana se ha alimentado de los frutos y las plantas del bosque”

1950,Nace en Queens, Nueva York. 1970. Estudia Psicología. 1980. Empieza a recolectar plantas, frutos y hierbas silvestres. Organiza giras en los parques de Nueva York con el apodo de The Wildman. 1986. Infiltran a dos agentes de parques en sus tours y le detienen por “actividades delictivas”. La acusan de “comerse los parques”. Su caso arma gran revuelo en la prensa. 1986-90 Se convierte en guía “comestible” de Central Park. 1998 Conoce a su esposa Leslie-Anne Skolnik, en una de sus giras comestibles. 2002 Publica “The Wild Vegearian Cookbook. 2008 Se convierte en el rostro más reconocibles del movimiento de los “localívoros”.

Parece un pariente cercano del doctor Livingstone, supongo, sólo que en vez de adentrarse en la espesura de Africa central se patea como nadie Central Park, con su casco de explorador, a la busca de dientes de león, acederas, verdolagas, zaraparrillas, epazotes y demás plantas comestibles que irá recolectando sobre la marcha, seguido por cuarenta expedicionarios de todos los pelajes que nunca sospecharon los manjares silvestres que crecen en la gran ciudad.

Steve Brill, más conocido como The Wildman (El hombre “salvaje”), lleva tres décadas instruyendo a los neoyorquinos en el arte del “foraging” (recoger el forraje, pero para consumo humano). Allá por 1986 saltó a la fama cuando dos aguerridos park rangers se infiltraron en una de sus expediciiones y le detuvieron por “actividades delictivas”. Le acusaron literalmente de “comerse el parque”. Meses después, tras el revuelo que se montó en la prensa, le contrataron como guía insustituible, autorizado para recolectar todo tipo de setas, hierbas, raíces y bayas aptas para el consumo humano.

Su fama trasciende ya las fronteras (http://www.wildmanstevebrill.com); le han salido imitadores en medio mundo. Pero el auténtico “Wildman” –el nombre le vino a la mente haciendo meditación trascendental- es este intrépido, estrambótico y simpático explorador de 58 años, nativo de Queens, convertido ahora en ídolo del movimiento de los localívoros.

Lo que propugna el hombe “salvaje” es la auténtica vuelta a la comida local, a lo que tenemos más a mano. “Durante millones de años, la especie humana se alimentó de lo que recolectaba en el bosque”, explica Steve Brill. “Ahora, con el auge del fast food y los productos ultraprocesados, hemos roto por completo la conexión con la naturaleza, que siempre fue la base de nuestro alimento”.

Brill iba para psicólogo antes que para explorador, cocinero y botánico. Un día, paseando en bicicleta, vio a un grupo de mujeres griegas cogiendo hojas de parra en un parque. Se llevó una bolsa a casa, las cocinó con un relleno de arroz y volvió a por más. Se hizo experto y autodidacta, con la ayuda de infinidad de guías y probando todo lo que parecía comestible, sin sufrir hasta la fecha ninguna indigestión (todo lo más, un picorcillo en la lengua).

Dos veces a la semana, el hombre “salvaje” convoca a sus seguidores en uno de los más de veinte parques que entran en su jurisdicción (15 dólares de donación los adultos, diez los niños). El destino predilecto sigue siendo Central Park, donde tal día como hoy se congregan cuarenta expedicionarios pertrechados con palas, rastrillos y guantes.

Arrancamos en el Strawberry Fields de John Lennon y compañía, y a falta de fresas salvajes encontramos moras blancas (jugosas “mulberries”) que saben a lluvia y se deshacen dulcemente en la boca. En el borde del lago nos espera un árbol cargado de frutos rojos, parecidos a los arándanos, que resultan ser los “juneberries” o frutos del guillomo. Grandes y pequeños nos disputamos las mejores ramas, ante la sorpresa de las parejas que retozan en el parque y que no sabían de la fruta prohibida. Más tarde descubriremos manzanos silvestres y los codiciados caquis, “más sabrosos que los que venden en Chinatown”.

De ahí pasamos a las hierbas, con especial hincapié en esa que llaman pimienta del hombre pobre y que puede poner el contrapunto picante en las ensaladas. Buscamos también bardanas, raíces muy curativas, clavadas en la tierra como auténticas estacas. Y azucenas amarillas: “¿Alguien se atreve a regalarle un ramillete de flores a su mujer para que luego se las coma?”.

“¡Cuidado con las hiedras venenosas!”, advierte el hombre “salvaje” a los intrépidos que se lanzan a la aventura. Cuando la expedición se dispersa, Brill los llama a capilla con el silbato o ahuecando las palmas manos y haciendo música con la boca. Cuatro horas dura la incursión inolvidable en el parque, aderezada por historias que el hombre “salvaje” cuenta con pasión: “En un día de abril de 1998, se unió a la expedición una escritora de temas médicos que se llamaba Leslie-Anne Skolnik. Mostró tal interés por mí que le di de comer violetas, y así empezó todo. Meses después... “¡Ya se han casado! ¡Ya se han casado!”


Carlos Fresneda. Nueva York
EL ZOO DEL SIGLO XXI/ STEVE BRILL para El Mundo, pubicado el 5.09.2008

Los “molinos” de Manhattan

No era un gigante, era un molino. Durante casi una década, finales de los setenta, estuvo girando y girando en la calle 11 de Nueva York. Se trataba de un aerogenerador de primerísima generación, apenas dos kilovatios de potencia, suficiente para iluminar los pasillos, las escaleras y el hall de un edificio de cinco plantas. El arquitecto Travis Price y sus secuaces hippies del East Village se adelantaron al futuro. Dylan insistía ya entonces: “La respuesta, amigo, está soplando en el viento”.

El sueño murió aplastado por el acoso del gigante eléctrico, Con Edison, temeroso de que los neoyorquinos levantaran cientos de molinos y proclamasen su independencia energética. Llegaron los ochenta, se extendió la mancha del petróleo y la emblemática turbina desapareció para siempre del horizonte vecinal.

Pero Manhattan es ante todo una ciudad imaginada, y el alcalde Bloomberg ha ventilado estos días las retinas de sus vecinos con una estimulante propuesta: “Sería bello que la Estatua de la Libertad diera la bienvenida a los nuevos inmigrantes con su antorcha encendida por las turbinas en el océano... Y quizás las grandes compañías estarían dispuestas a cosechar el viento en lo alto de los rascacielos y de los puentes”. El órdago lo lanzó Bloomberg en la Cumbre Nacional de Energías Limpias que se celebró esta semana en Las Vegas. El otro gran protagonista fue un texano, el magnate del petróleo Boone Pickens, que arremetió contra la ceguera de su paisano Bush y rompió también una lanza por el sol y el viento.

Los medios neoyorquinos se han hecho eco y han visualizado los molinos en el puente de Brooklyn, en el capirote del Empire State o en el brazo en alto de Lady Liberty, tomando el relevo a la gastada antorcha. Durante unos días la ciudad ha pintado un mañana etéreo y ventoso, antes de que los expertos económicos y técnicos le pidieran al alcalde que se baje del caballo y consulte con Sancho Panza.

Pero Bloomberg sigue en sus trece, después de asomarse al futuro en las costas de Blackpool (Gran Bretaña) o en la mismísima Chicago, la ciudad del viento, pionera en la instalación de turbinas verticales en los tejados. En Battery Park, en los muelles de la calle 34 y próximamente en el Bronx, la utopía eólica ha empezado a dar sus primeros pasos. Nada más volver a Manhattan, el alcalde ha espoleado a la Corporación de Desarrollo Económico para que contacte con las compañías punteras del sector y le presenten un abanico de ideas para generar energías limpias y darle un nuevo aire a la ciudad.

A menos de 40 kilómetros del hormiguero humano de Nueva York, como contrapunto implacable e inquietante del presente incierto, pernocta a los pies del río Hudson la central nuclear de Indian Point...

CARLOS FRESNEDA. NUEVA YORK

De la granja a la Gran Manzana



Lo que comenzó siendo la tímida iniciativa de un puñado de agricultores se ha convertido en la trastienda más sana de Nueva York

Huele a cilantro en el centro de Nueva York. Y a hierbabuena, albahaca, perejil recién cortado. Y a puerros silvestres, coles rizadas, bardanas arrancadas de la tierra la noche anterior y llegadas hasta el asfalto en el camión del granjero, que lleva tres décadas trayendo lo mejor de lo mejor hasta el Greenmarket.

Quienes vienen de fuera se frotan los ojos cuando caminan entre el paisaje y el paisanaje de Union Square, con sus puestecillos blancos y su olor a campo, en las antípodas de Times Square. Quienes vivimos aquí lo apreciamos como el regalo más generoso de la Gran Manzana, su trastienda sabrosa y verde.

El Empire State se adivina a lo lejos, marcando el norte de donde viene la cosecha. Porque todo lo que se compra en el Greenmarket ha crecido a menos de 300 kilómetros a la redonda, siguiendo métodos orgánicos o 'no convencionales', con la garantía impagable de ese granjero de piel curtida y manos cuarteadas que se levanta a las tres de la madrugada para que los vegetales lleguen frescos al puesto, y de ahí a la mesa.

John Gorzynski fue de los primeros en desbrozar el bosque urbano de Union Square, allá por 1979... «Cuando llegamos aquí, la plaza estaba tomada por los drogadictos y los maleantes. Los agricultores mirábamos Nueva York con recelo, pero pronto le perdimos el miedo. La gente del barrio no tardó en llegar, el eco recorrió toda la ciudad y así hasta hoy, que nos llegan los mejores 'chefs'... y los turistas japoneses».

Un raudal incesante de 60.000 almas recorre los más de 60 puestos del Greenmarket un sábado cualquiera. Gorzynski, 53 años, se ha afeitado su barba matusalénica a tiempo para la riada y para la cosecha de este año, que alcanza su máximo esplendor en plena canícula estival. Ahí tenemos los rábanos rojos y blancos, y las zanahorias orgánicas, y las berzas, y los bulbos, y el abanico local de coles.

«Te voy a decir una cosa: el 80% de nosotros habría arrojado la toalla si no se nos da esta oportunidad», confiesa. «La única válvula de escape de los pequeños agricultores es ésta: poder llegar directamente a los consumidores y contribuir de paso a la economía local y a la vida en la ciudad».

Hace 30 años, el espacio reservado cuatro días a la semana para el Mercado Verde de Union Square era un triste y desolado aparcamiento donde no crecían ni las malas hierbas. Los granjeros del río Hudson parecían mientras tanto abocados a la extinción, estrangulados por los mayoristas y condenados a los monocultivos. Hasta que el urbanista Barry Benepe tuvo la idea de conectar directamente al agricultor con el urbanita, y encontró este espacio privilegiado que no tardó en germinar.

Hoy por hoy hay ya 45 mercados de granjeros diseminados por Nueva York, y más de 4.000 repartidos por la geografía norteamericana, donde la asistencia semanal al 'greenmarket' es ya mucho más que un acto de rebeldía; más bien una necesidad. El fenómeno de los mercados de granjeros ha saltado ya a esta otra orilla del Atlántico, como respuesta a la oferta insostenible e insípida de los centros comerciales y los supermercados.

«Basta con que los vecinos de un barrio muestren su interés por un mercado verde para que veamos si es posible que los granjeros puedan echar raíces allí», explica Gabrielle Langholtz, del Consejo de Medio Ambiente de Nueva York. «Las tiendas locales reciben con los brazos abiertos a los agricultores porque sirven de reclamo y todos se benefician».

«¡Trina ha vuelto!» es el secreto a voces que van pasándose los asiduos al Greenmarket de Union Square. Y Trina Pilonero, 56 años, con su sombrero de paja, celebra estar de vuelta un año más con el increíble surtido de semillas del Silver Height Farms: más de un centenar de variedades de tomates y pimientos (incluido los de Padrón), veinte tipos diferentes de albahaca, lechugas para las que no existe traducción.

Trina merecería sin duda un premio por su contribución a la biodiversidad. Más allá, Nicole Bishop y la Mountain Sweet Berry Farm tienen la fama ganada por sus puerros silvestres. El 'chef' Bill Telepan se deja seducir por el olor a tierra mojada y no se lo piensa más: «Llevo 15 años comprando aquí y no concibo la vida en Nueva York sin el Greenmarket». Algo parecido opina el famoso Mario Batali: «Todos los 'chefs' saben lo importante que es acortar la distancia entre la tierra y el plato».

Uno de los puestos más concurridos es, sin duda, el de Linda Paffenroth y sus suntuosos 'jardines', donde crecen las ortigas, las chirivías, los cebollinos, las patatas del Yukon y las zanahorias rojas, amarillas y moradas. «La diversidad es uno de nuestros lemas», presume. «La gente viene buscando cosas que seguramente no va a encontrar en otro puesto».

Los ajos de Keith Farm, los calabacines de Cherry Lane, el cilantro de S&SO, los condimentos de Beth's, el sirope de arce de Deep Mountain, el pan biológico de Bread Alone... El maná incesante se prolongará más allá del verano y encontrará su dorado esplendor con las montañas de manzanas y calabazas, señal certera de ese otro otoño neoyorquino, apenas sospechado, que nos espera al sur de Central Park

Carlos Fresneda | Corresponsal de El Mundo en Nueva York