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Las emisiones de CO2, en un punto crítico

Riesgo de que aumente la temperatura más de 2 grados

Manifestantes de Greenpeace protestando contra las emisiones de CO2. | EfeManifestantes de Greenpeace protestando contra las emisiones de CO2. | Efe

La concentración de CO2 en la atmósfera está a punto de rebasar el 'techo' simbólico de las 400 ppm (partes por millón), algo que no ocurría en nuestro planeta desde la era del Plioceno, hace más de tres millones de años. La responsable de la ONU para el clima, Christiana Figueres, ha expresado su "máxima inquietud" y ha hecho unllamamiento urgente a los gobiernos durante una ronda de negociaciones en Bonn.

Varios observatorios en el Artico han registrado ya seis mediciones superiores a las 400 ppm en la pasada semana, aunque los expertos esperan a que el registro histórico sea certificado por la estación de Mauna Loa, a 3.400 metros de altura en Hawai, donde la medición diaria llegó a las 399,72 ppm la semana pasada.

Al ritmo actual de aumento de las emisiones, se espera que el 'techo' de los 400 ppm podría superarse a mediados de mayo, mucho antes de lo previsto inicialmente por los expertos del clima, que consideran que la temperatura de la Tierra podría aumentar entre 2 y 2,4 grados por encima de esa cifra.

La 'Scripps Institution de Oceanografía' se ha sumado a la alerta general con la difusión de la vertiginosa curva con el aumento de las emisiones de Co2, de las 275 ppm antes de la revolución industrial a las 315 ppm en 1960 y 350 ppm en 1990.

"Ojalá no fuera verdad , pero todo parece indicar que vamos a alcanzar los 400 ppm sin perder el pulso y que vamos a llegar a los 450 a en pocas décadas", declaró el geólogo Ralph Keeling, de la Scripps Institution, de la que depende el observatorio hawaiano.

Límite a las emisiones"Las 400 partículas por millón deberían servir para hacernos despertar", declaró por su parte, oceanógrafo de la Scripps e invetigador del ciclo del carno. "Todos deberíamos apoyar en este punto la transición a las energías limpias para reducir las emisiones de gases invernadero, antes de que sea demasiado tarde para nuestros hijos y nuestros nietos".

La tendencia, sin embargo, va en sentido contrario. En los últimos cinco años, al rebufo de la crisis, los mercados han vuelto a apostar por los combustibles fósiles, especialmente por la obtención de gas natural por el controvertido sistema del 'fracking' (fractura hídrica) y por las perforaciones petrolíferas en los océanos a grandes profundidades.

En el plano político, la posibilidad de un acuerdo multilateral en el 2015, con el objetivo de poner un límite a las emisiones a partir del 2020parece cada vez más lejana. "El sentido de la urgencia es más fuerte", asegura sin embargo Christina Figueres, que confía en que se produzca un giro en el próximo encuentro auspiciado por la ONU en Varsovia a finales de año.

Para James Hansen, el científico de la NASA que advirtió hace 20 años sobre la de la necesidad de limitar y estabilizar las emisiones, el pico histórico del CO2 tiene una preocupante lectura y una difícil solución en la situación actual de parálisis política: "Si la humanidad desea preservar un planeta similar a aquel en el que las civilizaciones se desarrollaron y al que la vida en la Tierra está adaptada, debemos de reducir las emisiones hasta un máximo de 350 partes por millón".


Carlos Fresneda (corresponsal) | Londres

Publicado en El Mundo.es

El jardinero de la botella



El hombre llegó a la Luna en 1969 y David Latimer puso el tapón a su terrario en 1972. Desde entonces no lo ha regado una sola vez. De modo que el jardín “embotellado” ha cumplido ya sus cuatro décadas de total “autosuficiencia”. Y lo que le queda.“El jardín funciona como un auténtico ecosistema, sin pérdida alguna de agua y gracias al milagro de la fotosíntesis”, explica el jardinero “fiel” de 80 años y afincado en Surrey, al sur de Londres. “El oxígeno creado por la planta humedece el ambiente y genera un efecto parecido a la “lluvia”. Las hojas que caen a la tierra crean dióxido de carbono y los nutrientes, que luego absorben las raíces… Es el ciclo perfecto de la vida, contenido en una botella”.

El terrario se remonta realmente a 1960, cuando plantó cuatro especies. Sobrevivió tan sólo una, la tradescantia, también conocida como “siempreviva” y “amor de hombre” (por su resistencia y por su afán colonizador). La regó una sola vez, y ya entonces se dio cuenta de la capacidad prodigiosa del jardín “embotellado” para mantener la humedad.

La última vez que le puso agua, Ted Heath era el primer ministro británico y Richard Nixon estaba aún en la Casa Blanca. Ese mismo año estalló precisamente el escándalo Watergate. Parece que fue ayer…
El jardín funciona como un auténtico ecosistema, sin pérdida alguna de agua y gracias al milagro de la fotosíntesis”.

Sin premeditación alguna, simplemente observando, David Latimer se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era no interferir en su pequeño “ecosistema”, emplazado en el interior de su casa y a dos metros de una ventana.
“Mi único trabajo ha consistido en girar periódicamente la botella, para que le dé el sol por todos los lados y la planta crezca más o menos uniformemente”, asegura. “Tampoco me ha hecho falta podarla: creo que ha sabido adaptarse a sus propios límites. Es decididamente una planta bajo mantenimiento”.

La tradescantia debe su nombre científico a un naturalista y jardinero inglés, no podía ser menos. John Tradescant la introdujo en Europa como planta ornamental, herbácea y perenne, entre numerosas especies norteamericanas. Desde entonces, en algunas de sus 74 variedades, tiene fama de planta “invasora”, aunque los cherokees la apreciaban por sus propiedades mágicas y se suele usar como bioindicador para detectar la presencia de mutágenos en el medio ambiente.

David Latimer la eligió a conciencia en la primera fase de su terrario, plantado en esa botella usada en tiempos como contenedor de ácido sulfúrico. “En aquellos momentos, la industria química empezó a transportar sus materiales en botellas de plástico y era muy fácil encontrar grandes y prodigiosas botellas de cristal”, recuerda el jardinero, que se apuntó a la fiebre hippie de los terrarios en los años sesenta e intentó cultivar todo tipo de plantas.

La tradescantia sobrevivió a las modas, y Latimer cree que gran parte del secreto está en la tierra, enriquecida con compost y abonada durante varios meses. Fiel a su costumbre, el jardinero suele hablarle con cariño a la panta desde el otro lado del cristal, mandándola mensajes de aliento e intentando indagar en su vida oculta.
Gracias a las plantas, las estaciones espaciales podrían ser autosuficientes: no hay nada mejor para limpiar el aire y mantener la vida".

Hasta hace la poco la tenía en casa como un preciado tesoro, despertando como mucho la curiosidad de familiares y amigos. Un día se le ocurrió tomarse una foto, como genio recién salido de su botella, y llevarla al programa de la BBC 4 Gardener’s Question Time. El presentador y jardinero Chris Beardshaw no podía creer lo que veían sus ojos. La planta fue examinada por un equipo de científicos que certificaron que allí dentro estaba contenido un perfecto ecosistema.

Desde el año 72, cuando Nixon puso en marcha el programa del trasbordador espacial, Latimer jura que no ha vuelto a quitar el tapón, por miedo a alterar el equilibrio de su botella... “No me extraña que la NASA esté tan interesada en llevar las plantas al espacio. Gracias a ellas, las estaciones espaciales podrían ser autosuficientes: no hay nada mejor para limpiar el aire y mantener la vida. Lo único que les hace falta es la energía del sol; ellas mismas se encargan del resto”.

El jardinero jubilado quiere dejar su “ecosistema” embotellado en herencia a sus nietos. Tras su aparición en la BBC 4 y en las páginas del Daily Mail, la Sociedad Real Horticultural ha llamado también a las puertas del octogenario campechano de Surrey y ha mostrado su grandísimo interés en la botella “mágica”.

Bob Flowerdew, jardinero orgánico, se ha atrevido sin embargo a criticar a su colega y a cuestionar la repentina fascinación mediática: “No es nada del otro mundo: una planta que se mantiene a sí misma sin interferencia humana, como ocurre todos los días en el mundo vegetal”.
Latimer admite que, al fin y al cabo, se trata de un experimento que no prueba nada, más allá de la mítica resiliencia de la tradescantia… “Pero soy curioso por naturaleza, y me fascina saber cuánto tiempo más podrá durar”. 

Carlos Fresneda

¿Quién teme al clima extremo?


            Foto: Isaac Hernández

Cuando James Hansen publicó hace tres años "Storms of my grandchildren", la mayoría de los norteamericanos respondieron con total desdén. Otro panfleto apocalíptico. El enésimo libro alarmista. La última rabieta del "abuelo" del cambio climático. Y en este plan...
    
Ajeno a las críticas (también las hubo buenas), Hansen siguió adelante con su doble "misión", como científico del clima en el Instituto Goddard de la NASA y como activista empeñado en agitar las conciencias frente al escepticismo general: "¿A quién le interesan las tormentas que vienen, con la que tenemos encima?".
    
Y en esto golpeó Sandy. Y los norteamericanos supieron de primera mano a qué se refería Hansen cuando hablaba de "las tormentas de mis nietos". Como en el cuento del lobo, la amenaza "mordió". Y por unas semanas (como ocurrió tras el Katrina) parecía que algo iba finalmente a cambiar.
    
Pero aquí seguimos, con el gigante norteamericano reculando otra vez en la conferencia del clima de Doha y con cientos de burócratas del mundo entero jugando al "tira y afloja", convencidos de antemano de que no hay solución posible.
    
James Hansen sólo le ve una salida: "Ponerle un precio al carbono". Su doble ofensiva contra los combustibles fósiles –desde las barricadas del activismo y como experto ante el Congreso- se ha estrellado sin embargo una y otra vez contra las feroces resistencias de los "lobbies" y las nubes cicateras de la crisis económica.
"Tenemos que ser honestos con el precio de los combustibles fósiles y reflejar en ellos los costes ambientales y los costes a la sociedad, como la devastación causada por tormentas como Sandy", insiste Hansen. "La idea es "gravar" a las industrias por la emisiones y que ese fondo revierta al cien por cien en los usuarios, para compensar la subida del precio de la energía y para que puedan hacer los ajustes necesarios, e impulsar ellos mismos la transición hacia las energías "limpias"".
     
Pese a la sordera con la que los congresistas (y el propio Obama) suelen responder a sus propuestas, Hansen no escarmienta y espera ser profeta en su tierra a los 71 años, así le sigan llamando alarmista y apocalíptico...
"Lo que más me preocupa es que, un mes después de la "tormenta del siglo", los medios hayan decidido dejarla atrás y pasar al siguiente escándalo. No ha habido realmente un análisis de las implicaciones. El huracán Sadny no ha sido sólo una tormenta. Ha sido la cruda ilustración de los efectos que el cambio climático puede tener en nuestras puertas".
    
"No podemos ignorar esto"... Titulaba esta semana The Guardian, con las imágenes de las graves inundaciones sufridas la última seman en gran parte de Inglaterra. El mismo mensaje es el que predica James Hansen, que alerta no ya sobre el aumento irrebatible de las temperaturas ("ningún científico creíble puede poder en duda que los humanos hemos contribuido a aumentar las temperaturas 1,5 grados centígrados en el último siglo), sino sobre el preocupante incremento de episodios de "clima extremo": de inundaciones a sequías, de huracanes a tornados...
   
"La supertormenta Sandy no es la primera y ciertamente no será la última", advierte Hansen. "Las posibilidades de tener una huracán en Nueva York a finales de octubre eran extremadamente pequeñas sin el cambio climático. De hecho, Sandy ha sido la tormenta más poderosa que ha golpeado nunca al norte del Cabo Hatteras, eclipsando incluso al huracán de 1938".
     
En su última investigación científica, publicada el pasado verano, Hansen demuestra que las "anomalías de calor extremo" en verano han pasado de cubrir un insignificante 0,2% de la superficie del planeta a llegar al 10% de la Tierra en la última década.
"Las temperaturas extremas no sólo traen calor", advierte Hansen. "El ciclo del agua se ve gavemente afectado. El calor acelera la evaporación, causando sequías como las experimentadas este verano en Texas y Oklahoma. Y tiene una conexión muy directa con los fuegos como los que han sacudido el oeste americano. El aumento de las temperaturas en la superficie marina es también del detonante de los huracanes y las tormentas".
     
Llegados a este punto, se pregunta Hansen si la humanidad necesita aún más pruebas, o si harán falta aún más episodios de "clima extremo" para convencer a los escépticos: "Los científicos sabemos lo que está pasando y la mayoría lanzamos un mensaje muy claro: es urgente tomar acciones para estabilizar el clima. Por desgracia, los políticos siguen ignorando la ciencia y abrazando la idea de que podemos seguir quemando impunemente combustibles fósiles".
     
James Hansen, "padrino" de la campaña 350.org, impulsada por su amigo y activista Bill McKibben, advierte del riesgo al que nos enfrentamos por encima del umbral de las 400 partículas de CO2 por millón en el que ahora estamos: "Por hacernos una idea, la última vez que alcanzamos las 500 partículas por millón no había hielo en la Tierra y el nivel del mar era 75 metros más alto... Creo que hay razones para estar preocupado".

Carlos Fresneda / Londres

El 'converso' del cambio climático

Richard A. Muller. | Carlos FresnedaRichard A. Muller. | Carlos Fresneda
  • El estudio de Richard Muller certifica la contribución del hombre al calentamiento
  • La temperatura de la Tierra ha aumentado 1,5 grados en 250 años
  • "Soy científico la evidencia me ha hecho cambiar de opinión"
Desde su "observatorio" en Berkeley, donde ha trabajado durante el último año para elaborar el estudio más completo del cambio climático, el físico Richard Muller acaba de confirmar su "conversión" desde las filas de los escépticos y ha admitido públicamente: "Los humanos somos la principal causa del aumento de las temperaturas en 1,5 grados en los últimos 250 años".

"No esperábamos esto, pero soy científico y la evidencia me ha hecho cambiar de opinión", ha admitido el director del Berkley Earth Project en una carta abierta publicada en el New York Times. En una entrevista publicada por El Mundo hace año y medio, Muller admitió que su postura era "cercana a los escépticos" y llamó "exageradores" a Al Gore y su colega de la NASA James Hansen.

"Se me puede considerar como un escéptico converso", admitió Muller, cuyo estudio ha estado financiado en parte por una fundación de los hermanos Charles y David Koch, los multimillonarios del carbón que contribuyeron con sus donaciones a alimentar las filas de los escépticos.

Ya en octubre pasado -tras constrastar más de 1.600 millones de datos, provenientes de 44.455 estaciones de medición desde el años 1753- Muller adelantó sus resultados prvisionales: la Tierra se ha calentado un grado centígrado en el último medio siglo. Ahora, con datos más concluyentes, el profesor de Física pone finalmente la mano en el fuego por la contribución del hombre y de las emisiones del CO2 y otros gases invernadero, después de demostrar que la contribución de los cambios en la actividad solar “es cercana a cero.

Los científicos escépticos como Judith Curry se han apresurado a descalificar las conclusiones de el estudio alegando el "método simplista" usado por Muller. Los adalides del cambio climático, como el profesor Michael Mann, han celebrado sin embargo la "valentía" del profesor de Berkeley, "sin temor a las repercusiones políticas".

"Mi esperanza es que este estudio sirva para convencer a los sanamente escépticos y a los que expresaron sus legítimas dudas", admite ahora Richard Muller. "A los negacionistas no les vamos a convencer nunca porque no les interesa la ciencia".

Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres

Cómo rediseñar el mundo desde la cuna


 
                   Foto: Isaac Hernández

No es fácil cambiar el mundo. Que se lo digan al arquitecto William McDonough, más de una década predicando el concepto de 'cradle to cradle' junto a su socio y cómplice, el químico alemán Michael Braungart. Más de una década vaticinando la definitiva 'revolución' tecnológica: un cambio radical en la manera de pensar, diseñar y hacer las cosas...
    
Siguiendo los principios de la naturaleza, donde no existe el concepto de 'residuo'. Tratando los materiales como 'nutrientes'. Creando un flujo continuo para reusar y reciclar todo lo que producimos. Generando una 'economía circular' que sustituya a este nefasto modelo en el que llevamos anclados desde hace más de un siglo: usar y tirar, quemar y enterrar, 'de la cuna a la tumba'.
   
Escuchamos al visionario McDonough en aquellos primeros encuentros de los Bioneros, cuando la idea del 'cradle to cradle' ('de la cuna a la cuna') empezaba a levantar el vuelo. Coincidimos en la conferencia de TED, y allí nos anunció la creación del Green Products Innovation Institute (GPII), la definitiva mutación del concepto, con la esperanza de convertir California en el gran laboratorio mundial de productos verdes.
    
A sus 61 años, de vuelta de su experimento fallido en China (la ciudad ecológica de Huangbaiyu que nunca llegó a despegar), William McDonough ha perdido parte del viejo entusiasmo, pero no la fe en sus ideas. De acuerdo con sus cálculos, unos 30.000 productos deberían haber logrado la certificación 'cradle to cradle' en el 2012. De momento son algo más de 300, suficientes (según él) para demostrar que el concepto no es una utopía, sino "un ideal alcanzable, beneficioso y rentable".
    
Como arquitecto, sigue fiel a sus principios: un edificio debe aspirar a ser como un árbol, y aportar lo más posible a su entorno. Lo demostró en su día con la regeneración de la planta de Ford en Dearborn, Michigan, con el tejado verde de 100.000 metros cuadrados. Lo intenta probar ahora con la Base de Sostenibilidad de la NASA en California, capaz de producir más energía (solar y geotérmica) que la que necesita y de consumir el 90% menos de agua que un edificio de sus características.
     
McDonough se ha implicado también hasta el tuétano en el renacimiento de Nueva Orleans, con el diseño de la Flow House y la colaboración con Brad Pitt y la fundación Make it Right, que ha aplicado los principios del C2C ('cradle to cradle') a las casas ecológicas que construye en el Noveno Distrito. El arquitecto pondrá también una pica en Hospitalet del Llobregat, con el centro de investigación y desarrollo de Ferrer que aspira a ser un modelo de construcción biosostenible.
     
Pero su niño mimado sigue siendo 'de la cuna a la cuna' Y su sueño irrenunciable es "convertir el imperativo ecológico en el imperativo económico"...
"Las empresas siguen creyendo que lo verde y sostenible no es rentable. Muchos empresarios te escuchan con interés, pero acto seguido te preguntan: "Me parece muy bien, ¿pero cuánto me va a costar?". No me canso de decirles que la innovación no sólo es beneficiosa, sino que a medio plazo es muy rentable y convierte a las empresas en algo social y ecológicamente relevante. No podemos seguir funcionando como en la vieja revolución industrial; tenemos que cambiar radicalmente nuestros modelos productivos y mentales".
       
Le pedimos a McDonough que haga un esfuerzo didáctico y simplifique el concepto del 'cradle to cradle' (C2C) para profanos... 'Hay que rediseñar las cosas siguiendo las pautas de la naturaleza, donde todo son nutrientes. El residuo es un invento humano, acaso el más pernicioso. Tenemos que pensar en todo momento en el uso presente y futuro de los materiales. Una parte de ellos volverá a la biosfera, otra parte se quedará necesariamente circulando en la tecnosfera".
    
"El primer requisito es pues separar los materiales por su metabolismo. El segundo es lo que yo llamo un plan de gestión de nutrientes: determinar qué se va a hacer con ellos tras su uso. El tercer criterio es que estén fabricados con energías renovables, y el cuarto es minimizar el uso del agua y que pueda ser reaprovechada. El quinto, y no menos importante: que los productos sean fabricados con criterios de  responsabilidad social".
     
El listón del C2C es bien alto, pero está técnicamente nuestro alcance, sostiene McDonnough. La silla Think de Steelcase, uno de los primeros productos en lograr la certificación, es un claro ejemplo: fabricada con el 37% de material reciclado, el 98% de sus materiales son reciclables. Edificios enteros, cubiertas exteriores, materiales de construcción, alfombras, césped artificial, tejidos, teclados reciclables, pañales compostables... El universo del 'cradle to cradle' se ha expandido desde la publicación del emblemático libro, hace diez años, aunque no todo lo rápido que sus impulsores habrían querido.
    
"El concepto está ya muy arraigado en países como Alemania y Estados Unidos, pero nos falta dar un salto cualitativo", admite McDonough. "El terreno está muy abonado también en India (donde se identifica con la idea de la reencarnación) o en China (donde se traduce como 'economía circular'). Cada país debe adaptar el concepto a su propia cultura, pero nuestro objetivo es lograr un estándar global. Y lograr que el 'cradle to cradle' se eleve a la categoría de ley, que sea algo así como la certificación pública de la ecoeficiencia".
     
A McDonough le acusan de un excesivo celo con su certificación. También le critican por el revés sufrido en China, donde sus planes se estrellaron con los deseos de los promotores y con 'problemas de comunicación', pero donde sus ideas de un urbanismo en simbiosis con la naturaleza han echado raíces.
     
El C2C evoluciona entre tanto y da pie a tendencias como el 'upcycling' (el reciclaje 'hacia arriba' de los materiales más valiosos) en contraste con el 'downcycling' o el reciclaje 'hacia abajo' que ha sido hasta la ahora la moneda corriente. McDonough no se cansa de citar el ejemplo inmejorable del aluminio: "Reciclando el aluminio usamos el 95% de la energía y ahorramos el 95% de las emisiones que nos costaría fabricarlo por primera vez. No es de extrañar que sigamos usando el 75% del aluminio producido desde 1888...".
     
Sin renunciar a su pasión por la arquitectura, el artífice de 'cradle to cradle' -hermanado en la distancia con Michael Braungart- sigue dándole vueltas por las noches a cómo 'diseñar' un mundo mejor desde la cuna.

Carlos Fresneda - Londres
Publicado en el blog Ecohéroes de El Mundo

ENTREVISTA A JAMES HANSEN

China es la última esperanza global para plantarle cara al cambio climático”

Le llaman -y a mucha honra- el “abuelo” del cambio climático. En 1988 alertó por primera vez al Congreso norteamericano sobre los impactos del calentamiento global y en el 2005 fue censurado y hostigado por la Administración Bush. James Hansen capeó el temporal como pudo, al frente del Instituto Goddard de la NASA, convertido en héroe “involuntario” y en el doble papel de científico y activista.

Un día le detienen en la protesta contra las minas de carbón en Virginia del Oeste y a la semana siguiente le vemos en Pekín, abogando por la única solución que considera factible para combatir el cambio climático: el impuesto del carbono. En China ve precisamente razones para el optimismo que su propio país le niega. Hansen arremete duramente contra la clase política de EEUU y acusa a Obama no haber dado la talla en la cuestión más apremiante del momento. A tiempo para la cumbre del clima de Cancún, con un libro bajo el brazo (“Storms of my grandchildren”), asegura que sus cuatro nietos son la motivación principal para seguir en la brecha a los 69 años...

PREGUNTA: Le llaman apocalíptico y alarmista...
RESPUESTA: Quienes me llaman así no entienden o no quieren entender la ciencia. A pesar de todo el debate en los medios, la ciencia es clara como el cristal y la física es incuestionable. Si emitimos CO2 y otros gases invernadero a la atmósfera, la Tierra se calienta. Lo lleva haciendo desde la era preindustrial, cuando había 288 partículas por millón (ppm) de CO2. Y la tendencia se ha acusado en los últimos años: esta década ha sido la más caliente de nuestra reciente historia. Ahora mismo nos estamos acercando a las 390 ppm. Por hacernos una idea, la última vez que alcanzamos las 500 partículas por millón no había hielo en la Tierra y el nivel del mar era 75 metros más alto... Creo que hay razones para estar preocupado.
P: Le acusan de mezclar la ciencia con el activismo...
R: Mi mujer, Anniek, se solía quejar por las más noventa horas semanales de trabajo como científico. Ahora le dedico menos horas a la investigación y más a la divulgación y al activismo (siempre he puesto un gran empeño en diferenciar los dos papeles). Hasta ahora me había resistido a publicar un libro, pero lo he hecho por ellos. Pienso en mis nietos y no me gustaría que un día llegaran a la conclusión: el abuelo lo sabía pero no nos advirtió. Los científicos sabemos lo que está pasando y la mayoría lanzamos un mensaje muy claro: es urgente tomar acciones para estabilizar el clima. Por desgracia, los políticos siguen ignorando la ciencia y abrazando la idea de que podemos seguir quemando impunemente combustibles fósiles.

P: No sólo los políticos, también la sociedad en general ¿No están ganado los escépticos la batalla de la opinión pública?
R: Los “escépticos” han actuado como abogados: han descubierto unos puntos débiles, han desviado la atención sobre ellos y han intentado descalificar por añadidura a toda la ciencia. Ni los emails de la Universidad de West Anglia ni las imprecisiones o “exageraciones” detectadas en el Informe del Comité Intergubernamental de la ONU (IPCC) han comprometido todo lo averiguado en las tres últimas décadas sobre el cambio climático. Los científicos estamos permanentemente abiertos a evaluar los cambios y a reexaminar nuestras conclusiones. El problemas es que los escépticos están atrincherados en sus posiciones políticas y al servicio de unos intereses muy concretos. Nada va hacerlos cambiar.

P: Hace un año, usted mismo dijo que el fracaso Copenhague fue en el fondo una “bendición” ¿Tiene sentido seguir buscando una solución global? ¿Qué cabe esperar de Cancún?
R: Siempre es bueno que el mundo dialogue e intente buscar soluciones, sobre todo para esas naciones “isla” del Pacífico y para otros países que están sufriendo ya los efectos del cambio climático... Pero sí, el fracaso de Copenhague me pareció una “bendición” porque el camino elegido era el equivocado. El mercado de bonos de carbono es un sistema “tramposo”, a la medida de los bancos y de los “lobbys” para especular con las emisiones y para que todo siga igual. La única solución real es poner un precio al carbono. Seamos realistas: mientras el carbón y el petróleo sigan siendo las fuentes más baratas de energía, los vamos a seguir quemando. Es algo tan seguro como la fuerza de gravedad...

P: ¿Pero la idea de un impuesto del carbono causa escalofríos a la mayoría de los americanos?
R: Tal vez tengamos que llamarlo de otra manera, como “fee and green check” (“tarifa y cheque verde”). La idea es “gravar” a las industrias por la emisiones y que ese fondo revierta al cien por cien en los usuarios, para compensar la subida del precio de la energía y para que puedan hacer los ajustes necesarios. Es el viejo concepto de “quien contamina, paga”. Ha llegado el momento de acabar con los subsidios y  hacer pagar a la industria de los combustibles fósiles por los daños a la salud y al medio ambiente. Ya hay una propuesta en ese sentido en el Congreso, introducida por el demócrata John Larson. Propone una tasa de 15 dólares por tonelada métrica de emisiones de carbono en origen. La tarifa aumentaría gradualmente 10 dólares al año. Es un sistema mucho más transparente que el de los bonos de carbono.
P: Dadas las resistencias actuales a cualquier ley del clima en EEUU, ¿no está planteando usted una utopía?
R: El sistema legislativo norteamericano está totalmente corrompido por los intereses especiales, es cierto.  Hemos pasado de “una persona, un voto” a “un dólar, un voto”. Por eso creo ha llegado también el momento de cambiar de estrategia en EEUU. Visto que políticamente no se puede conseguir nada, hay que llevar la batalla a los tribunales, como ocurrió con la lucha por los derechos civiles. He decidido dar mi apoyo a una nueva campaña, bautizada como la Marcha de un Millón de Cartas. Reclamamos la “igualdad ante la ley” y exigimos responsabilidad al Gobierno para proteger al público y al medio ambiente frente a las acciones y los subsidios que benefician a unos pocos. Será una batalla larga, y exigirá también mucha presión en la calle, con actos de resistencia civil y campañas como 350.org, que propugna volver a ese nivel de emisiones en que el clima es aún controlable.

Dr. James Hansen, Appalachian residents and retired coal miners arrested calling for abolition of mountaintop mining and immediate veto of Spruce mine project. Photo: Rich Clement

P: ¿Y no habrá que plantear también el debate del cambio climático en otros términos? ¿Acaso no se ha politizado en exceso?
R: Yo no soy demócrata, me considero independiente. Pero tal vez haya que hacer un esfuerzo por lograr un mensaje más inclusivo, intentar llegar a quienes hasta ahora se han quedado fuera poniendo el énfasis en proteger la vida o la “creación”. Y sobre todo tener muy presentes a los jóvenes, a las futuras generaciones, para que no tengan que hacer frente a un planeta hostil y muy distinto al que conocemos. Con esa idea he escrito el libro, para intentar explicar la ciencia y trasmitir la sensación de urgencia al lector medio... Cuando testifiqué por primera vez en el Congreso, en 1988, fue precisamente para intentar salvar ese abismo entre lo que sabía la ciencia y lo que sabía la opinión pública. Durante 15 años estuve callado; prefiero el trabajo científico y no me considero un buen orador. Pero decidí volver a dar conferencias en el 2004 porque me di cuenta de que había otro problema: el rechazo al mensaje.

P: ¿Hasta dónde llegó la censura al cambio climático durante la Administración Bush?
R: Curiosamente, al principio creí que me escuchaban. Y había gente como Colin Powell que realmente tomaba nota en aquella “fuerza de choque” creada por Dick Cheney. Pero con el tiempo me di cuenta de que se trató de un mero trámite. En el 2004 descubrimos que las notas de prensa de la NASA se enviaban regularmente a la Casa Blanca para ser “editadas” o para para hacer que las conclusiones parecieran menos “serias”. La Oficina de Relaciones Públicas de la NASA se convirtió en una oficina de propaganda. En el 2005 las presiones se hicieron personales e insistentes. Aunque la gota que colmó el vaso fue en el 2006, cuando alteraron de un día para otro para la “misión” de la NASA. Decidieron suprimir la frase “comprender y proteger nuestro planeta”... Ese detalle lo dice todo.

P: ¿Se ha vuelto a seguir hostigado desde entonces?
R: Este último año, la comunidad científica ha padecido otro tipo de hostigamiento, esta vez desde fuera. En mi caso y a mi edad, estoy curado de espanto. Pero esa intimidación ha podido ser efectiva con otros científicos. Tal vez hayan decidido pensárselo dos veces antes de abrir la boca.

P: ¿Como han cambiado las cosas con Obama?
R: Obama se ha rodeado de un gran equipo de científicos. Lamentablemente, en cuestiones como los bonos  de carbono, el presidente ha preferido escuchar a sus asesores políticos. Pese a sus buenas palabras, me da la impresión de no ha entendido la dimensión del problema. Y sobre todo no lo ha sabido comunicar. Tuvo una primera oportunidad nada más ser elegido. La segunda ocasión perdida fue tras el vertido en el Golfo de México. Hemos vuelto donde estábamos, casi no hemos avanzado nada estos dos años.

P: Usted ha virado últimamente su atención hacia China, que se ha convertido ya en el primer país mundial en la “lista negra” de emisiones de CO2 ¿Qué le hace pensar que los chinos serán la “solución”?
R: Creo que China es la última esperanza global para plantarle cara al cambio climático, frente a la falta de acción de Estados Unidos. Antes pensaba que haría falta un acuerdo entre los dos países, pero mis últimas visitas han servido para darme cuenta de que ellos van muy por delante. Todo me hace pensar que serán los primeros en ponerle un precio al carbono, y la Unión Europea lo hará también, nosotros seremos los últimos...

P: Pero China tiene sigue construyendo centrales térmicas de carbón a todo tren...
R: China tiene hoy por hoy una gran dependencia del carbón, pero se están dando cuenta del alto coste que tienen que pagar en forma de contaminación del agua y del aire. Por lo demás, están dando los pasos adecuados en casi todos los frentes: son ya líderes mundiales en producción de placas solares, pronto serán los número uno en energía eólica, han decidido apostar por la tecnología nuclear, están dando también grandes pasos en eficiencia energética... Empiezan a tomarse el serio los riesgos del cambio climático. Saben que tendrían que afrontar un éxodo masivo si sube el nivel del mar y se agudizan las sequías. Y han descubierto la gran ventaja económica que supone ponerse en la vanguardia mundial en tecnologías bajas en carbono. Sin entrar en valoraciones sobre su sistema político, tienen una “racionalidad” que a nosotros nos falta: hacen falta incentivos económicos para que las energías limpias desplacen a las energías sucias.

P: Su apoyo a la energía nuclear, por cierto, ha sido criticada por una parte del movimiento ecologista...
R: Intento ser realista: nuestro gran enemigo es el carbón, que es la fuente más sucia de energía que existe. Hay que evitar que se abran nuevas centrales térmicas de carbón al menos hasta que exista la tecnología para secuestrar el CO2, que puede tardar aún una década. En esa tesitura, las energías renovables no pueden cubrir por sí solas el “bache”. La única contribución realmente cualitativa a la tarta energética en EEUU es la hidroeléctrica. La solar y la eólica necesitan bastante más tiempo para despegar. La nuclear aporta hoy por hoy casi un 20%, y esa proporción debería incluso ir a más.

P: Pero hay razones de peso contra la energía nuclear: desde la seguridad a los residuos, pasando por su alto coste o por la carestía del uranio...
R: La opinión pública está cambiando. Creo que la mayoría de los americanos están empezando a sentirse razonablemente cómodos con la energía nuclear. Desde el accidente de Three Mile Island, hace más de treinta años, no ha habido prácticamente un incidente de importancia. Se ha comprobado con el tiempo que las radiaciones causadas por aquel accidente habrían tenido un impacto mínimo en la población. Hemos perdido tres décadas y nos hemos quedado atrás en investigación, mientras otros países como Francia o Japón han tomado la delantera. El problema de los residuos puede quedar resuelto con los reactores de cuarta generación, que permitirían reusar el uranio empobrecido y garantizar de paso un suministro durante cientos de años. Yo he pedido formalmente que Estados Unidos inicie el desarrollo y la demostración de una planta de cuarta generación. Hay empresas que están trabajando en ello, pero es cierto que las inversiones son muy grandes y hacen falta incentivos, como ocurre en otros países que están avanzando en este campo. En mi opinión, el problema más grave es el de la “no proliferación”: debemos encontrar mecanismos para evitar que el material nuclear acabe en las manos equivocadas... En cualquier caso, el “genio” nuclear está fuera de la botella: seguramente China o India nos llevarán la delantera.

P: ¿Qué le parecen las soluciones de “geoingeniería”, como la de inyectar aerosoles en la estratosfera?
R: No me parece una solución muy inteligente: cubrir los efectos de un producto contaminante con otro producto contaminante... Si seguimos por este camino, habrá una presión cada vez mayor para recurrir a soluciones de geoingeniería. Algunas propuestas son menos peligrosas que otras, pero el problema hay que atajarlo de raíz: necesitamos reducir la emisiones.

P: En su libro advierte categóricamente que estamos ante “la última oportunidad para salvar la humanidad” ¿Cuánto tiempo nos queda para dar el volantazo?
R: Estoy trabajando precisamente ahora en un documento científico sobre el tema. Si empezáramos el próximo año, podríamos planear una reducción gradual del 5% anual. Lo que no podemos permitirnos son otros diez años de inacción. Si empezamos en el 2020 nos va resultar prácticamente imposible.

P: Usted entró en la NASA porque quería ser astronauta y acabó especializándose en Venus ¿Qué lecciones se puede aprender del estudio de nuestros planetas más cercanos?
R: Marte es demasiado frío y Venus es demasiado caliente: la Tierra tiene la temperatura adecuada para que el agua permanezca en forma líquida y florezca la vida. Venus tuvo posiblemente océanos en su superficie, pero conforme la luz solar se hizo más intensa, el agua posiblemente se evaporó. Casi el 97% de la atmósfera de Venus está compuesta por dióxido de carbono y la temperatura en la superficie alcanza los 450 grados centígrados. Yo he hablado a veces del “síndrome de Venus” porque, si la Tierra se calienta en exceso, ese podría ser nuestro destino. Con grandes cantidades de CO2 y de metano en la atmósfera, el  planeta entraría en un profundo desequilibrio y nos enfrentaríamos a episodios cada vez más frecuentes de clima extremo. El hielo desaparecería y nos subiríamos sin remedio en el “Venus Express”. 

James Hanses (wiki)

Carlos Fresneda, corresponsal en Nueva York
Publicado en la versión papel de El Mundo, 5.12.2010

CUMBRE DE CIENTÍFICOS EN EEUU PARA INTENTAR ANTICIPAR LOS DESASTRES CLIMÁTICOS

Inundaciones en Jacobabad, Pakistán.|AFP
  • Pretenden crear un sistema de alarma y prevención del 'clima extremo'
  • Cuenta con el respaldo de los organismos oficiales en EEUU y Gran Bretaña
  • Los científicos hablan de posibles vínculos con el calentamiento global

Decenas de científicos norteamericanos y británicos se reúnen esta semana en Boulder (Colorado) para intentar crear un sistema de alarma y prevención de futuros desastres naturales causados por el 'clima extremo'.

Lo que ha ocurrido en Moscú y en Pakistán va a ser el centro de nuestra atención cuando nos reunamos en Colorado, ha anticipado al diario 'The Guardian Peter Stott', director de control y seguimiento del clima del Met Office (los servicios meteorológicos británicos). A ambos lados del Atlántico hemos estado siguiendo lo que ha sucedido con la finalidad de entender mejor cómo se producen estos fenómenos.

Los expertos británicos y norteamericanos han decidido unir fuerzas en un grupo de trabajo conocido por las siglas ACE (Attribution of Climate-related Events), con la finalidad de investigar el papel del cambio climático, identificar las zonas de mayor riesgo y analizar la posible interrelación entre fenómenos de clima extremo.

La finalidad es poder anticipar fenómenos como los que hemos visto este verano para poder actuar con tiempo, asegura Stott. Tenemos que desarrollar mejores herramientas para localizar las zonas que serán afectadas por severas inundaciones, sequías y olas de calor, e intentar salvar así miles de vidas humanas.

El encuentro de Colorado cuenta con el máximo respaldo gubernamental de Gran Bretaña y Estados Unidos, a través de la Met Office, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y del Centro Nacional de Investigación Atmosférica (NCAR).

Entre los científicos que acuden al encuentro de Boulder hay una casi total unanimidad: fenómenos como los que hemos visto este verano serán más frecuentes y severos si la temperatura media en el planeta sigue subiendo. ¿Está el caos del clima relacionado con el calentamiento global? Probablemente, titulaba en primera página 'The New York Times' en su edición del pasado fin de semana, con el testimonio de media docena de científicos que apuntaban la posible relación entre los dos fenómenos.

El clima está cambiando y las manifestaciones extremas ocurren con más frecuencia y casi siempre con más intensidad, asegura al diario neoyorquino Jay Lawrimore, del Centro Nacional de Datos Climáticos de Carolina del Norte. Lo que está ocurriendo es consistente con nuestro entendimiento de cómo responde el clima al aumento de los gases invernadero.

Si alguien me pregunta si pienso que la ola de calor de Rusia tiene algo que ver con el cambio climático, la respuesta es sí", declara por su parte el climatólogo de la NASA Gavin Schmidt. Si la pregunta es si como científico puedo probarlo, la respuesta es 'no'... al menos de momento.

Creo que no es correcto preguntar si esta tormenta o aquella otra ha sido causada por el cambio climático o si ha sido debida a causas naturales, matiza por su parte la New York Times Kevin Trenberth, el jefe de análisis del clima del NCAR. Hoy en día, siempre hay un elemento de ambas. Trenberth acaba de hacer público un estudio sobre el huracán Katrina y concluye que las precipitaciones de lluvia que dejaron bajo el agua tres cuartas partes de Nueva Orleans- se intensificaron notablemente debido al calentamiento global.

Carlos Fresneda
Publicado en El Mundo

EL “RECICLAJE” NUCLEAR

Si algo llama la atención en el debate nuclear recién abierto en Estados Unidos es precisamente la falta de un “debate” real, por no hablar de la complacencia o de la desinformación a la que han contribuido los grandes medios.

Leyendo el editorial del New York Times, “Una apuesta razonable por la energía nuclear”, uno llega a la conclusión de que los residuos radiactivos no existen, como tampoco existen las “fugas” detectadas en 27 de los 104 reactores operativos en Estados Unidos, ni los problemas de seguridad, ni los efectos “colaterales” del uranio, ni las conexiones del “lobby” nuclear con la Administración Obama, ni la trama que ha permitido la reconversión de la moribunda industria en una solución “segura y limpia” contra el cambio climático.

La auténtica información, más allá de la decisión de Obama de triplicar los prestamos públicos (54.000 millones de dólares) para construir nuevos reactores, hay que buscarla con lupa en medios alternativos como Mother Jones, que revela cómo el “reciclaje” nuclear ha estado gestándose durante los últimos siete años en los circuitos de refrigeración de Washington.

El verdadero paladín del “revival” nuclear fue el republicano Pete Domenici, presidente del comité de energía del Senado durante la era Bush. Sus dos dignos herederos son ahora la republicana Lisa Murkowski y el demócrata Jeff Bingaman, impulsores de la “orwelliana” Administración para el Despliegue de la Energía Limpia (CEDA), que aspira a extender un cheque en blanco a decenas de proyectos nucleares sin la supervisión del Congreso.

Desde octubre del 2009, el demócrata John Kerry está negociando a puerta cerrada con los republicanos cómo incluir el “lenguaje nuclear” en la ley del clima, varada desde hace ocho meses en el Senado. El “reciclaje” nuclear y la apuesta por el carbón “limpio” son, a fin de cuentas, los dos grandes regalos de Obama a los escépticos del clima.

El presidente estaba también obligado a saldar su particularísima deuda: el gigante nuclear Exelon financió con 220.000 dólares sus campañas desde el 2003 y le prestó incluso a su impagable asesor para todo, David Axelrod. Obama eligió también a conciencia a Steven Chu como secretario de Energía y a John Holdren como consejero científico, a sabiendas de que los dos estaban dispuestos a “impulsar agresivamente la energía nuclear”.

Y en esto llegan dos grandes mitos del movimiento ecologista, el climatólogo de la NASA James Hansen y el fundador del Whole Earth Catalogue Stewart Brand, y rompen una lanza por “la nueva generación de reactores nucleares”. Bill Gates se apunta al clan “pro nuclear” y la onda expansiva llega de Seattle a Silicon Valley...

En el frente ortodoxo, sin embargo, Amory Lovins y Lester Brown apelan no ya a la conciencia ecológica sino a una cuestión práctica: a la energía nuclear no le salen las cuentas. El coste del kilovatio-hora de una central nuclear (14 centavos de dólar) es ya el doble del de un parque eólico de nueva planta (siete centavos).

Todas las energías reciben subsidios de una u otra manera, pero ninguna los devora con la misma fruición y a tan largo plazo como la industria nuclear. Hace apenas dos años, los gigantes financieros norteamericanas dirigieron una carta al Departamento de Energía justificando su resistencia a conceder créditos a al industria y alegando que las inversiones en enegía nuclear eran “demasiado arriesgadas”. La Oficina del Presupuesto del Congreso estimó por esas mismas fechas que el riesgo de incumplimiento de los proyectos nucleares era del 50%.

También en el 2007, la ciudad de San Antonio (Texas) y la compañía NRG Energy anunciaron un acuerdo para construir los dos reactores nucleares que iban a suponer “un hito para la energía del futuro”. En menos de un año, el coste inicial de 5.800 millones de dólares se había disparado hasta llegar a 13.000 millones. Dos años después, un informe externo calculó el precio real en 22.000 millones de dólares. El proyecto acabó en un fuego cruzado de acusaciones sobre el coste de los reactores.

Obama anuncia ahora que la Southern Company recibirá 8.300 millones de dólares de préstamos públicos para la construcción de dos reactores en Georgia. El presidente no sólo ha dado por zanjado el consabido debate ecológico, sino que ha subestimado sin duda la incipiente protesta popular por razones económicas.

“Nos sentimos muy decepcionados con la Administración Obama por sus planes para derrochar miles de millones de dólares de nuestros impuestos en la construcción de arriesgados reactores nucleares”, declara Glenn Carroll, coordinador de Nuclear Watch South. “Estamos ante un robo directo de la promesa de un futuro de energía renovable”.

El silencio de estos días ha sido el presagio, o eso parece, del auténtico debate. Más de 800 grupos como Greenpeace, Sierra Club o el Nuclear Information and Resource Service se han dado la mano bajo la campaña “Don’t nuke the climate” y han lanzado un mensaje muy directo al presidente Obama: “No apoyamos la construcción de nuevos reactores nucleares como una manera de hacer frente a la crisis del clima. Las energías revonables y las tecnologías de eficiencia energética son una manera más rápida, más barata, más segura y más limpia para reducir las emisiones de gases invernadero”.

Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en el blog Crónicas desde EE.UU. de El Mundo
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“ESTAMOS ANTE UN INTENTO IRRISORIO DE NEGAR LA CIENCIA”

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El climatólogo de la NASA David Shindell defiende el peso de la “evidencia” a la hora de probar el cambio climático

Arrecia la tormenta contra los científicos en vísperas de la cumbre de Copenhague. Drew Shindell, climatólogo del Instituto Goddard la NASA, capea el temporal aferrándose a la “evidencia”: “La última década ha sido la más calurosa de la que tenemos constancia... Posiblemente la más calurosa en los últimos mil años”.

Shindell, que acaba de alcanzar una gran notoriedad mundial con su estudio sobre los “otros” contribuyentes al cambio climático (metano, carbono negro, monóxido de carbono), sostiene que estamos ante “un intento irrisorio de negar la ciencia”. “Creo que todo esto representa lo desesperados que están ciertos sectores de la sociedad, ahora que parece que por fin se va hacer algo para combatir el problema”, asegura el experto de la NASA.

No hay nada de sustancia en los emails “pirateados” en Inglaterra”, afirma el climatólogo norteamericano. “En mi opinión, todo este asunto refleja la facilidad con la que los “escépticos” del clima pueden manipular a los medios, que prestan más atención a este tipo de historias que a la evidencia: los glaciares de están derritiendo, el hielo está desapareciendo en el Artico, los niveles del mar están subiendo, los ecosistemas se están desplazando”.

Opina Shindell que “la crebilidad de los científicos no debería verse afectada” por el impacto mediático, aunque admite que el auténtico “problema” será precisamente la credibilidad que la opinión pública llegue a dar a lo que ya se ha bautizado en EEUU como el “Climategate”.

En las paredes del Instituto Goddard de la NASA en Nueva York, y en las pantallas de los estudiosos del cambio climático en medio mundo, puede verse la irregular pero irrebatible progresión de las temperaturas en los últimos treinta años, a razón de 0,18 grados centígrados por década (14,01 en los años setenta; 14,59 en la medición provisional de los primeros años del siglo XXI).

Los “escépticos” sostienen que no ha vuelto a haber un año tan cálido como 1998, cuando sufrimos muy altas temperaturas por los efectos de El Niño”, y que en los dos últimos años se ha producido incluso un enfriamiento”, admite Drew Shindell. “Pero no reparan en las tendencias a largo plazo, que son las que al final importan y tienen un efecto duradero en los cambios que se están produciendo en el planeta”.

El cambio climático no es un problema en blanco y negro, sino un fenómeno muy complejo que se está produciendo y que aún no conocemos a fondo”, reconoce Shindell. Buena prueba de ello es su reciente estudio, que acaba de demostrar una relación muy estrecha entre la calidad del aire y el calentamiento de la atmósfera.

Hasta ahora le hemos declarado la guerra a las emisiones de sulfatos y óxidos de azufre, que resulta que enfrían la atmósfera, cuando lo que deberíamos combatir son sobre todo el monóxido de carbono y sustancias como el carbono negro... Hemos puesto también todo el énfasis en el CO2, cuando el mayor impacto inmediato es quizás el que podemos tener reduciendo las fuentes “antropogénicas” de metano, como los vertederos o las minas de carbón”.

En su opinión, sin embargo, la contribución humana al cambio climático sigue “inalterable”. Shindell coincide con las conclusiones del Comité Intergubernamental de la ONU, se remite a los datos recabados por otras instituciones científicas que estudian la evolución del clima y recuerda cómo en la NASA se trabajó en un clima de intimidación durante la era Bush (su propio jefe, James Hansen, fue censurado).

Ahora podemos trabajar por fin con una mayor apertura y con una libertad imprescindible para que avance la ciencia”, admite Shindell, que consiera que el viaje de Obama a Copenhague en un signo alentador: “La pregunta no es ya “¿debemos hacer algo?” sino “¿cuánto debemos hacer?”... Aunque en Europa no lo parezca, hemos avanzado mucho en diez meses”.

Carlos Fresneda, Nueva York Publicado en El Mundo, 6 noviembre 209
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GOOGLE SE SUBE A LA “REVOLUCIÓN” ENERGÉTICA

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El gigante de internet se propone que la energía solar sea más barata que el carbón en cinco años

Mountain View (California).- Google ha decicido ensanchar sus horizontes y subirse decididamente a la revolución energética. El gigante de internet formuló hace dos años una utópica ecuación (RE-C ) y ha reclutado cerebros de todo el mundo para avanzar a todo tren hacia la meta: Renovables más baratas que el Carbón.

Existe una gran posibilidad de llegar a ese punto de inflexión en cinco años”, anticipa a El Mundo Bill Weihl, el cerebro “verde” de Google. “Puede que tardemos algo más, pero estamos decididos a apostar por ideas innovadoras en todo el abanico de las renovables”.

A través de su rama filantrópica, Google.org, la compañía destinó el año pasado 45 millones de dólares de investigación en energía solar térmica, eólica de altitud y sistemas geotérmicos mejorados (EGS). También ha invertido en “startups” como eSolar o BrightSolar, y en los últimos meses se ha lanzado al campo de la eficiencia energética con el PowerMeter, un software que permite controlar desde un ordenador portátil (y en el futuro, desde un teléfono móvil) el consumo energético en los hogares en tiempo real.

La
reconversión de Google empezó desde dentro. La llegada a Mountain Valley de Bill Weihl, ex profesor del Instituto Tecnológico de Massachussetts, se tradujo en el rediseño del centro de datos (con un ahorro del 50% de la energía) y en la instalación de uno de los mayores tejados “solares” de EEUU, con placas fotovoltaicas capaces de generar 1,6 megavatios.

El ingenerio Ed Lu, en el tejado fotovoltaico del edificio de Goobgle.| Isaac Hernández

El propio Larry Page, cofundador de Google, entró en la dinámica y anunció su intención de “aplicar la misma creatividad e imaginación al reto de generar energía renovable a gran escala”. El reto, anunció, es llegar a producir un gigavatio de energía limpia (suficiente para abastecer San Francisco) a un precio más barato que el carbón.

La función de Bill Weihl, elevado a la categoría de “zar” de energía verde de Google, consiste ahora en acelerar esa búsqueda, con la mirada puesta sobre todo en la energía termosolar. Su objetivo es reducir un 50% o incluso un 75% el coste de los heliostatos (o espejos) usados para llevar a ebullición el agua y generar electricidad con vapor. Google está experimentando con materiales innovadores e intentando maximizar la eficiencia de otros componentes del sistema para cruzar la frontera de los 5 centavos por kilovatio/hora.

Se trata de un programa piloto y aún no estamos en condiciones de dar resultados”, advierte Weihl, que no oculta su deseo de ver al Gobierno invirtiendo de 20.000 a 30.000 millones de dólares para financiar “ideas de alto riesgo” en el sector de las renovables. “Obama ha dado ya un primer paso hace dos semana, cuando destinó 137 millones de dólares a 37 universidades y empresas que están trabajando en I + D, pero hace falta más dinero en los próximos 10 años si queremos combatir el cambio climático y hacer asequible la energía limpia”.

Mientras se resuelve la intrincada ecuación (RE-C), Google ha puesto todas las energías en otro proyecto, el PowerMeter, que arranca en los próximos meses en Estados Unidos, Alemania, India y Canadá. Se trata de un software que, usando dispositivos caseros que ya están en el mercado o a través de las “redes inteligentes” de las compañías eléctricas, podrá informarnos del consumo energético de la casa minuto a minuto.

La factura eléctrica ha sido siempre un punto oscuro para los consumidores”, afirma el “padre” de la idea, Ed Lu, ex astronauta de la NASA e ingeniero-jefe de Google. “Con el PowerMeter somos capaces de visualizar todo lo que gastamos y corregir nuestros malos hábitos energéticos”.

Lu abre la pantalla de su portátil y hace el chequeo a distancia de las últimas 24 horas de consumo en su propia casa en el Silicon Valley. “La información será una de las claves de la próxima revolución energética”, vaticina. “Imagina el efecto multiplicador de millones de hogares ahorrando el 15% de energía todos los meses”.

enlace al sitio PowerMeter de Google
post Predicar con el ejemplo "verde"

Carlos Fresneda, enviado especial
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