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La ciudad posible


Fotos: Isaac Hernández

Nueve de la mañana en la "Share-It Square" de Portland. Los planos de la ciudad dicen que estamos en una intersección cualquiera –Novena Avenida con la calle Shewett- pero los vecinos se obstinan año tras año en reinventar el lugar como la Plaza "Comparte-Lo". Dentro de unos minutos vamos a comprobar el porqué de tan curioso nombre.
         
Los niños son los que más madrugan y se apropian de la calle, aprovechando que  hoy no pueden pasar los coches. Los mayores llegan pertrechados con rodillos, brochas y botes de pintura, mientras la "madrina" Betty Beal prepara el desayuno comunal ("Tea for You") e invita a todos los voluntarios a reponer fuerzas. El día promete ser gratificante y largo.
        
El pintor Pat Wojciechowski saca de la carpeta el boceto del estanque de nenúfares que van a pintar entre todos sobre el duro asfalto. Uno de los círculos azules estará dedicado a la paz y a la sostenibilidad. En el rincón de los niños habrá un caimán juguetón, asomando entre los cañaverales. Una inmensa flor rosa marcará el centro de la intersección, que nunca volverá a ser la misma. 
      
Pedro y Adriana Ferbel-Azcárate pasarán allí todo el día, arrimando el hombro y "pasándonoslo padre, como cuando éramos niños". Su hijo Santiago, cuatro años, estampará sus huellas en plena plaza para que quede constancia de que él también contribuyó a la causa colectiva.
       
Robin Kinnaird, que trabaja en el departamento de planeamiento urbano, se apunta también a la movida vecinal con sus hijos Liam y Naomí y nos sirve en bandeja el gran secreto, la razón por la que Portland (Oregón) tomó hace tres décadas un rumbo muy distinto al de tantas ciudades americanas: "Nos atrevimos a plantarle cara a los especuladores: limitamos el crecimiento de la ciudad para mantenerla palpitante y vida".
        
A eso del mediodía se asomará por la plaza "Comparte-Lo" el arquitecto Mark Lakeman, que está construyendo a la vuelta de la esquina el Palacio Solar de los Gatos. Todo huele a pintura y a celebración conforme avanza la tarde, que culminará con un círculo de gratitud y una hoguera vecinal bajo la luz de la luna. 

    
A la mañana siguiente habrá que frotarse los ojos al pasar por la Plaza "Comparte-Lo". El sudor y la imaginación han quedado ya estampados en ese estanque colorista y casi tridimensional en plena calle. Los automovilistas no sólo ralentizarán la marcha, sino que sentirán la tentación de bajarse del coche, y chapotear en el asfalto como un niño más, o compartir tal vez un café o un buen libro con los vecinos, apostados en los parterres o sentados en los bancos de arcilla.
        
"Cambia tu barrio, cambia el mundo" es el lema que mueve desde 1996 a esta red  de activistas urbanos que obedece al nombre de City Repair. Capitaneados informalmente por el arquitecto y permacultor Mark Lakeman, los "Reparadores de la Ciudad" están redefiniendo desde dentro la vida urbana y construyendo la utopía a la vuelta de la esquina. 

    
La ciudad posible se llama Portland... "Nadie nos dio permiso, pero así es como comienzan las revoluciones", apunta Mark Lakeman. "Nosotros somos parte de la solución, y no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras un puñado de políticos y urbanistas deciden cómo se hace una ciudad. Empezamos como un movimiento de resistencia civil, ocupando espacios y reinventándolos. Las autoridades nos miraban con recelo, pero acabaron subiéndose al carro".ç
        
Una vez al año se celebra la gran Convergencia Vecinal. Los "reparadores de la ciudad" se apropian de medio centenar de espacios, algunos de ellos tan emblemáticos como la Sunnyside Plaza (con un "mandala" amarillo y rojo que actúa como gran disuasor del tráfico). El activismo ecológico y social rezuma entonces por todos los poros de la ciudad, coincidiendo con el festival floral y con el Pedalpalooza (trepidante celebración de la cultura de la bicicleta).
        
Todo gira en torno una misma idea: crear comunidad. No en vano, el estudio de arquitectura de Mark Lakeman se llaman precisamente así –Communitecture- y entre sus más recientes obras está el arborescente Rebuilding Center, el mayor espacio consagrado a la reconstrucción con materiales usados en EEUU. 

     
Un par de horas en Portland, la herman aventajada y menor de Seattle, bastará para contagiarse de su peculiar energía humana. Conocida por su cerveza y por su pasado industrial, en contraste con el espectacular entorno natural, Portland ha estado en las últimas décadas en la proa "contracultural" y tecnológica del país (Intel y compañía).
       
Cuando tantas ciudades agonizaban, aquí supieron darle a tiempo la vuelta a la tortilla con el movimiento "smart growth": el crecimiento compacto e "inteligente", plantándole cara al urbanismo salvaje y la soga de las autopistas. Lo que hoy es el parque fluvial, atestado de bicicletas, fue en tiempos un congestionado "cinturón" de asfalto que bloqueaba el flujo natural entre la río y la ciudad. Frente a la especulación salvaje, la ciudad decidió crear un imenso anillo verde y traer la huerta al asfalto.
     
La revolución de la agricultura urbana ha calado en Portland, que presume de ser la ciudad con más más gallinas (y cabras) per cápita de Norteamérica. Y también la capital de la arquitectura y de la emprendeduría verde, con el Ecotrust como gran catalizador de iniciativas como la incipiente industria alrededor de las bicicletas, el medio natural de transporte de casi el 20% de la población.
        
"Hace treinta años, Portland parecía un lugar irrecuperable y condenado a muerte", apunta nuestro anfitrión, Mark Lakeman. "El momento mágico se produjo con la Plaza de los Pioneros, cuando la gente hizo piña para transformar un aparcamiento desolado en un gran espacio público. Esa fue la chispa que hizo prender el gran cambio. Aquello nos dio licencia para reinventar la ciudad, y en eso estamos...".

Carlos Fresneda / Londres

LA CIUDAD ·POST-CARBONO"

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Cuando vuelva de Copenhague, y en vez de regresar a Washington, el presidente debería enfilar hacia el noroeste y darse una vuelta por la lejana Portland (Oregón). Seguramente recuerda Obama aquel mítin histórico, en la encrucijada de las primarias, cuando miles de ciclistas acudieron a su reclamo y anunciaron la llegada de “la economía de la nueva energía”.


Otras veces nos hemos referido a Portland como “la ciudad posible”. Ahora la rebautizamos como la ciudad “post-carbono”, siguiendo la estela marcada por el urbanista Daniel Lerch...


“El cambio climático y el “pico del petróleo” (peak oil) van a alterar drásticamente el modo en que vivimos en las ciudades. Aquí, en Portland, llevamos tiempo mentalizándonos... El mundo va a ser un lugar muy diferente, y hay que estar preparados para cambiar radicalmente las pautas de la energía, del transporte y de la alimentación”.


En Portland existe ya una “fuerza de choque” que trabaja para la adaptación de la ciudad a lo que se viene encima. “No basta ya con reverdecer el entorno urbano o con lograr un aire más respirable”, sostiene Lerch. “Hay que dar un paso más allá y adaptar las ciudades a los grandes retos del siglo XXI”.


Ciudades “post-carbono”, ciudades en transición, ciudades “resilientes” ... Cualquiera de estos tres nombres nos valen para definir el futuro apremiante de nuestras ciudades, que tarde o temprano se mirarán al espejo de Portland.


Portland inició su periplo visionario en los años setenta. Cuando las ciudades norteamericanas estrangulaban sus centros urbanos con autopistas y emprendían la expansión salvaje de los suburbios, aquí empezó a fraguarse la resistencia del “smart growth”: el crecimiento inteligente.


La ciudad trazó un límite muy claro a la marabunta urbana y preservó sus bosques y su tierra agrícola. En vez de construir anillos radiales, se invirtió en el ferrocarril ligero y se levantaron barreras a los coches. Se recuperaron los espacios públicos, con esa Plaza de los Pioneros que marcó un antes y un después.


Los “reparadores” de la ciudad tomaron el testigo y “okuparon” las intersecciones, convertidas ahora en coloristas puntos de encuentro. Los jardines se han reconvertido en granjas urbanas y los carriles-bici han ido creciendo hasta superar el millar de kilómetros en el área metropolitana.


“Portland no ha tenido miedo a la hora de apostar por un futuro distinto”, admite Daniel Lerch. “Ha habido sin duda un impulso político, pero se ha creado ante todo una cultura y una economía local que está facilitando el cambio de un modo muy rápido. Tenemos el mayor número de edificios “verdes” en Estados Unidos, y para una ciudad de medio millón de habitantes es un gran logro”.



Portland, ciudad “post-cabono”, marcando incluso el paso a sus hermanas mayores, Seattle y Vancouver... En Seattle, por cierto, el visionario Alex Steffen –fundador de Worldchanging- ha llevado el reto hasta Copenhague y ha fijado una fecha en el horizonte -2030- para todas las ciudades que aspiren al título de “carbon neutral” (con un balance neutro de emisiones).


No hay vuelta de hoja: la auténtica carrera contra el cambio climático se está librando ya en las ciudades, y Portland marcha ya con gran ventaja, enfilando a todo pedal hacia la línea de meta.


Carlos Fresneda. Portland

Publicado en el blog On the Green Road/En la Ruta Verde, de El Mundo América


¡A TODO PEDAL EN PORTLAND!

Hay dos maneras de conocer el calado de la bicicleta en cualquier ciudad. La más socorrida y tediosa: comparar el número de ciclistas con el número de conductores. La más provocativa y certera: pedalear en pelotas y ponerse a contar, y contar, y contar...

Más de 3.000 ciclonudistas se lanzaron a tumba abierta durante el fin de semana por las cuestas de Portland. Todo parece indicar que la remota ciudad de Oregón ha arrebatado a Londres y a Amsterdam el disputado centro de la World Naked Bike Ride, , que nació precisamente en Zaragoza, como una manera jovial y carnal de reclamar el espacio urbano frente a la invasión del coche.


Hace poco más de un año, en esta misma ciudad que presume de ser la más “verde” de Estados Unidos, celebró Obama uno de sus mítines más multitudinarios ante miles de ciclistas. Portland vuelve a pedalear fuerte estos días con “Pedalpalooza, el festival que durante dos semanas celebra el irresistible impulso de la bicicleta.

Portland dista aún de ser el paraíso de las dos ruedas, pero se le acerca. El 18% del largo millón de habitantes acude a diario al trabajo en bicicleta. Las oficinas disponen de duchas para incitar a los sudorosos currantes a que bajen sus emisiones. A pesar de la crisis –o gracias a ella-, el “complejo industrial de la bicicleta” mueve ya al año unos 150 millones de dólares (palabras mayores del Oregon Business Journal).

El imán de Portland ha atraído a gente como Neal Fegan, uno de los más cotizados fabricantes de velocípedos, como los que abrieron durante el fin de semana el Circo de la Bicicletas. Allí estuvo también Larry Hogan con su “supertriciclo”, intentando no perder la rueda de su hija Esther. En el carnaval callejero irrumpió de pronto la primera caravana de ciclonudistas, con el trío formado por Rockelle, Foxy Roxy y Deidra abriendo sin pudores el pelotón despelotado.

Todo huele estos días a un contagioso verde estival en Portland: cientos de vecinos se han lanzado a la calle para reinventar su ciudad en el Village Convergence Building, fieles a la consigna “Cambiando el mundo, barrio a barrio”. Pero de todo esto hablaremos otro día: a estas horas nos espera Adam Boesel en el Green Microgym, donde las pedaladas de la bicicleta fija se trasforman sobre la marcha en energía limpia.


Habrá que volver pues periódicamente a Portland, la ciudad del presente, con un pie (o un pedal, más bien) en ese futuro en el que la tracción “humana” será la norma y no toleramos las emisiones “indecentes” de los coches.

Carlos Fresneda desde Portland (Oregon)
Publicado en Crónicas desde EE.UU en El Mundo



En busca de la 'ecociudad'

Los vecinos toman las riendas para devolver la dimensión humana a la urbe
CARLOS FRESNEDA | CORRESPONSAL EN NUEVA YORK / EL MUNDO
El páramo urbano se llamaba Portland. Estrangulada por las autopistas, asesinada por las industrias a orillas del río, la ciudad moribunda parecía condenada a seguir el triste destino de tantas urbes estadounidenses, trituradas por el coche. Pero algo empezó a cambiar a principios de los 80, cuando las calles se abrieron a las aguas anchurosas del Willamette. Poco después se rehabilitó Pioneers Square, la plaza-anfiteatro del pueblo. La gente volvió a caminar y a sacar la bicicleta, y luego volvieron los tranvías. La ciudad decidió no crecer hacia afuera, sino hacerlo hacia dentro. En vez de cinturones de asfalto, un inmenso anillo verde, con la cumbre cercana del Monte Hood como eterno ancla.

Aunque los cimientos de la ecociudad de Portland lo pusieron los vecinos allá por 1996. Un puñado de activistas crearon City Repair, con la misión de «transformar creativamente» los lugares en los que vivían. Los 'reparadores' 'de la ciudad' ocuparon espacios públicos, los pintaron de colores, construyeron parterres y jardines, y quioscos con tejados verdes, y ubicuos bancos de arcilla...

«Nadie nos dio permiso, pero así es como empiezan las revoluciones», recuerda el arquitecto Mark Lakeman, 47 años, uno de los pioneros de Portland. «El espacio urbano es de todos, y tenemos el derecho a reinventarlo. Los políticos no tardarán en seguir nuestro camino: lo que hemos conseguido aquí se puede replicar en cualquier ciudad del mundo».

Lakeman nos emplaza en la Sunnyside Piazza, uno de los lugares emblemáticos de City Repair. Lo que antes era un cruce como tantos otros, en la calle 33, es ahora un lugar especial, con ese sol pintado en el asfalto que irradia calidez en todas las direcciones. Los bidones de colores, el templete de hierro, la fuente con mosaicos... Todo incita a hacer un alto en el camino.

Surcado por un río plácido de ciclistas y paseantes, Lakeman nos explica los secretos de la permacultura urbana que ha transformado ya más de un centenar de espacios... «Es tan fácil como crear puntos de encuentro, recuperar el sentido de comunidad e incorporar algún elemento natural, alguna historia que sirva para conectar a la gente y transformar las calles».

Portland acaba de festejar su semana grande de Convergencia Vecinal, con cientos de 'reparadores urbanos' embarcados en el sueño común. Aquí se acaba de celebrar también la última conferencia de la Car Free Cities, caminando hacia la utopía de la ciudad sin coches. Con más de 1.000 kilómetros de carriles-bici en el centro y en la periferia, Portland es la meca norteamericana de las dos ruedas, marcando de paso la pauta del 'smart' 'growth' (el crecimiento urbano inteligente, como antídoto a la marabunta de los adosados y los suburbios).

Pero Portland (Oregón), con su medio millón de habitantes, no está sola en la busca de la ecociudad. Apenas 200 kilómetros la separan de Seattle, la primera urbe norteamericana en apuntarse a los acuerdo de Kioto. Como reacción a la ceguera de los gobernantes del país, las ciudades se han embarcado en un proceso de transformación cada vez más visible en lugares como Austin (Texas) o Chattanooga (Tennessee), y también en Nueva York, Chicago, Filadelfia o San Francisco, encaramadas al 'top' 'ten' de las ciudades más verdes.

En San Francisco se celebró en mayo la séptima conferencia mundial EcoCity, con expertos llegados de una veintena de países para explorar el presente y el futuro de las ecociudades. Ofició de maestro de ceremonias Jaime Lerner, ex alcalde de Curitiba (Brasil) y precursor de la «acupuntura urbana», con sus recetas probadas para dar nueva vida al tejido urbano.

«La ciudad no es el problema, la ciudad es la solución», proclamó Lerner. «Más de la mitad de la población mundial vive ya en ciudades. Es una tendencia imparable y fundamentalmente buena para las comunidades humanas, y buena para la salud del planeta».

'Curitiba: una verdad conveniente' fue el documental estrella de la cumbre EcoCity 2008, con Jaime Lerner en el papel del Al Gore urbano. «Nos enfrentamos a grandes resistencias iniciales»", recordó el arquitecto, «pero teníamos una visión muy clara de la ciudad y tomamos la decisión de caminar hacia ella lo más rápido posible. La primera calle la hicimos peatonal en una sola noche... Cualquier ciudad, en el plazo de tres o cuatro años puede mejorar radicalmente su calidad de vida».

Lerner nos invitó a subir -o a levitar- en la red radial de Autobuses Rápidos (BRT), que llegan puntualmente cada 15 segundos y surcan la ciudad con la celeridad del metro. De ahí pasamos al sistema pionero de reciclaje urbano, a la campaña precursora de plantación de un millón de árboles, a la red de humedales para controlar las inundaciones y a los parques donde los pastores y sus ovejas cortan regularmente la hierba.

«El estado del planeta está íntimamente conectado con la salud de nuestras ciudades», advirtió Richard Register, presidente de EcoCity Builders. «Sólo si logramos resolver los problemas ecológicos y económicos a escala local podremos plantar cara al reto del cambio climático. Tenemos que pensar en las ciudades como ecosistemas vivos, y como cuna de todas las innovaciones para reducir nuestro impacto ambiental».

Vivir en una ciudad compacta puede disminuir la huella de carbono del habitante medio hasta un 40%. Esa fue una de las principales conclusiones del EcoCity 2008, donde todos los reflectores apuntaron hacia Vancouver, la meca verde de Canadá, incubadora del concepto de ecodensidad.

«La densidad disminuye el consumo de energía y de agua, reduce drásticamente los residuos y retira miles de coches de la circulación», recalca el urbanista Brent Toderian, director de Planeamiento de Vancouver. «La densidad tiene multitud de beneficios ambientales y ayuda a liberar espacios verdes. En nuestra ciudad hemos decidido crecer de una manera compacta y desmontar la infraestructura diseñada para los coches».

Más de 45.000 vecinos han regresado a la ciudad desde los suburbios. Los niños vuelven a campar a sus anchas en bicicleta por la bahía, rumbo al incomparable Parque Vanier, bajo los destellos verdes de los nuevos rascacielos bioclimáticos. «Nuestro objetivo es seguir disminuyendo los kilómetros motorizados per cápita y rebajar año tras año la huella ecológica de nuestros 600.000 habitantes», concluye Toderian.

Seguimos en San Francisco, en la cumbre Ecocity, y nos pegamos ahora a la rueda de Jared Blumenfeld, el director de Medio Ambiente de la ciudad. En pocos hábitats urbanos la bicicleta se convierte en una experiencia tan trepidante: del Golden Gate a la fronda selvática del Presidio, del parque Twin Peaks a la Academia de Ciencias de California, a contemplar la ecomaravilla que ha diseñado Renzo Piano, con ese tejado verde que parece flotar sobre el parque. Y de allí al mítico Embarcadero, con más de 10.000 ciclistas sumándose a la masa crítica y reivindicando su espacio en la ciudad de los tranvías.

«La bicicleta se adapta a cualquier ciudad», sostiene Blumenfeld, que todos los días se hace 10 kilómetros de ida y vuelta al trabajo. «Las colinas de San Francisco nunca han sido un obstáculo y siempre se pueden rodear. Nos propusimos superar el objetivo del 10% de los desplazamientos en bici... Los objetivos son muy importantes: sin una meta concreta es muy difícil avanzar».

Otra misión cumplida: el 70% de la basura que produce la ciudad se recicla. Unos 200 camiones de basuras funcionan con biodiésel y tienen compartimentos especiales para la recogida de reciclables. La ciudad cuenta con varios centros de compostaje para la basura orgánica y la meta es llegar en 2020 a la utopía del 'zero' 'waste': residuos cero.

San Francisco ha sido también la primera ciudad norteamericana en atajar la plaga de los 100 millones de bolsas de plástico que circulaban libremente todos los años, hasta que la ciudad decidió prohibirlas hace un año de modo escalonado y sustituirlas por bolsas de material compostable o reciclado.

«Ahora nos hemos propuesto avanzar en la construcción», asegura Blumenfeld. «Todos los edificios nuevos tienen que tener una certificación de oro del LEED (liderazgo de diseño en energía y medio ambiente), y pronto acometeremos la tarea de pedir la renovación de los edificios viejos para lograr la máxima eficiencia». El sol, el viento y la energía maremotriz le permitirán a la ciudad alcanzar el objetivo de 20% renovables en el año 2015.

Bajo la consigna 'Pon la naturaleza en tu patio', San Francisco se ha embarcado la tarea de reverdecer aún más la ciudad. «Contamos con la gran ventaja de unos ciudadanos muy concienciados con el medio ambiente», admite Blumenefld, con sangre británica en las venas. «Muchos hemos venido aquí buscando precisamente un vibrante ambiente urbano y un contacto muy directo con la naturaleza».

Saltamos a la otra costa y nos plantamos en Filadelfia, que está pasando por un intenso proceso de reconversión a la ecociudad. Howard Neukrug, director del Departamento de Cuencas de Agua, tiene en mente la idea de la ciudad esponja: aprovechar el caudal del río Skuylkill, recuperar los arroyos que quedaron cegados por el asfalto y construir una red de calles permeables y de filtros vegetales.

«Las ciudades han cercenado la naturaleza y han creado muros y barreras por doquier», recalca Neukrug. «Queremos recuperar al máximo la orografía original, devolver los meandros a la ciudad y permitir que la naturaleza fluya. Podemos capturar y reaprovechar hasta un 75% de las lluvias, y utilizar ese agua tan preciada para reverdecer la ciudad, en vez de colapsar los sistemas de alcantarillado».

El esplendor fluvial del parque Fairmont lo dice todo sobre el futuro de la ciudad, que ha decidido darle un uso a decenas de solares baldíos como huertas urbanas... Jade Walker, 28 años, faena con el rastrillo y con el azadón en la Mill Creek Farm, un vergel surgido en apenas tres años en el corazón de un barrio de clase baja y de mayoría negra. «La gente aquí no tenía acceso a verdura fresca y se alimentaba sobre todo de comida basura», recuerda Jade. «Ahora tienen por fin la cosecha autóctona: lechugas, espinacas, guisantes, zanahorias y remolachas cultivadas a la vuelta de la esquina».

Jade Walker y Johanna Rosen son el alma compartida de la huerta urbana de Mill Creek, donde las abejas producen también la miel autóctona. Su labor tiene también una punto de activismo social: «En los barrios marginales de las grandes ciudades se están sembrando las semillas de la justicia ambiental, que reclama un medio ambiente sano y comida limpia para todos».

Acabamos nuestro recorrido en el Greenmarket de Nueva York, el más emblemático de los más de 6.000 mercados de granjeros en EEUU que traen hasta el asfalto el olor a tierra mojada. Hace 30 años, Union Square era un parque desolado donde sólo crecían las malas hierbas, hasta que el urbanista Barry Benepe tuvo la idea de hermanar campo y urbe. Aquí, entre puerros silvestres y rábanos rabiosamente rojos, late el corazón verde de la ecociudad, en la que también hay sitio para los tejados verdes, los taxi-bicis, los jardines comunitarios y los anhelos compartidos de millones de ciudadanos.

¡Bicicletas al poder!

Bicicletas aparcadas en el río Willamette de Portland.

Carlos Fresneda, desde Portland

29 de mayo.- Ignoro cuántos años tendrán que pasar en España para ver una escena como aquélla: una larga milla de bicicletas aparcadas en los bancales del río Willamette, un pelotón de ciclistas comparable sólo a los de Tour o los del Giro, con Barack Obama esperándoles en la línea de meta de Portland.

Salvando las distancias, fue como si estuviéramos a orillas del Guadalquivir, y viéramos de pronto un kilómetro de bicis alineadas, y a miles de ciclistas urbanos camino del mítin de Zapatero (con mención de honor a Sevilla, por todo lo que ha hecho últimamente por las dos ruedas).

Mientras nuestros políticos se suben al sillín para la foto de rigor y prometen 600 kilómetros de carriles-bici para el 2016 (¡qué imperdonable atraso el de Madrid!), en Portland son los vecinos quienes han tomado desde hace tiempo la delantera. La ciudad más ecológica de Estados Unidos lleva más de treinta años marcando la diferencia a golpe de pedal (www.BikePortland.org), y demostrando sobre la marcha que se puede vivir de otra manera en las grandes urbes, que hay que reconquistar todo el terreno que cedimos ingenuamente al coche.

Esta misma semana, cientos de vecinos han ocupado más de una veintenas de calles e intersecciones para reclamar su espacio. Se hacen llamar los reparadores de la ciudad (www.cityrepair.org), y pintan de colores el asfalto, y construyen templetes y bancos de arcilla, y reinventan sus vecindarios con imaginación y vegetación, a la medida de los paseantes, de los patinadores y de los ciclistas.
Ciclista en la Sunnyside plaza de Portland.

La ciudad del futuro se llama Portland, que hace tiempo decidió poner freno al urbanismo salvaje y no crecer. O crecer hacia dentro, de una manera compacta e inteligente (www.smartgrowth.org), arracimando a su medio millón de habitantes de manera que coger el coche en la ciudad se convierta en un capricho contaminante e imperdonable.

Barack Obama llegó a Portland con una noticia fresca bajo el brazo: los conductores norteamericanos ahorraron 11.000 millones de millas en marzo del 2008 con respecto al mismo mes en el 2007. Se ve que el aumento del precio de la gasolina (un dólar por litro, aún muy lejos de la media europea) está haciendo estragos, no sólo en los bolsillos sino también en la mentalidad del país más motorizado del planeta.
"Tenemos que cambiar nuestros hábitos al volante", ha dicho en plena campaña Obama, que se jacta de conducir un híbrido y de tenerlo gran parte del tiempo en el garaje. Obama se ha desmarcado también de la propuesta electoralista de Hillary y McCain, partidarios de suprimir el impuesto de la gasolina entre mayo y septiembre.

Se acerca el verano, y Obama ha sido el primero en recordar aquello de "piénsalo dos veces antes de encender el aire acondicionado". Portland votó abrumadoramente por el único candidato que ha cambiado la arrogancia de Bush padre –"El estilo de vida americano no es negociable"- y ha vislumbrado la apuesta por un futuro distinto. ¡Habrá que sudarlo!

publicado en el blog Cronicas desde EE.UU de El Mundo