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Otra historia del Bronx

            Foto: Isaac Hernández

Abu Talib fue taxista en Nueva York cuando los taxis no se atrevían siquiera a subir al Bronx, territorio Apache. Los tiempos cambian, y aquí le vemos con su mandil, reconvertido en granjero a la sombra del estadio de los Yankees, en este peculiar oasis urbano bautizado como Taqwa Community Farm: un jirón insospechado de verde entre bloques de ladrillo descolorido...
    
"Esto fue como volver a mis orígenes, en 1934, cuando nací en Carolina del Sur. Entonces había aún muchas granjas en las ciudades, y nos despertábamos con el canto del gallo, y los pollos correteaban por las calles. Depués llegaron los coches y todo lo aplastaron. Yo también di el salto a la jungla asfalto, y he trabajado en todos los oficios imaginables en Nueva York. Pero por fin he encontrado un propósito. Esta no es mi pasión, es mi "misión" en la vida".
     
"Imagina que no existe el hambre"... Lo lleva escrito Abu Talib en su camiseta negra, con la estampa de John Lennon. Y ésa es la "misión" a la que se entrega con devoción religiosa: traer verdura y fruta fresca (que tampoco falten los huevos) a estas barriadas pobres invadidas por el "fast food".
     
"Los chavales son los que más sufren esas carencias", recalca Abu. "Por eso trabajo especialmente con ellos. Vienen y me ayudan a mantener el jardín. Aprenden a cultivar y los fines de semana vendemos el sobrante, en el mercado de jóvenes granjeros. Hasta 500 personas comen de lo sacamos de aquí. Imagina una huerta como ésta a la vuelta de cada esquina".
    
Suda lo suyo Abu Talib bajo el sol neoyorquino, ultimando ya la siembra. No hay tiempo que perder y de aquí a mes y medio brotará la cosecha, incluidas las lechugas criadas por acuaponía y con la ayuda de un motor impulsado por placas fotovoltaicas para mantener el flujo constante. Las coles, las berenjenas, los tomates y los pimientos jalapeños darán la colorista bienvenida al visitante. Pero la auténtica especialidad de la casa son las fresas, los arándanos, las uvas y los árboles frutales: cerezos, manzanos, melocotoneros...
    
En el ángulo más remoto de la huerta están las colmenas: "Dejemos tranquilas a las abejas que no hacen daño a nadie; ellas se limitan a hacer miel y a proteger a la reina". Y finalmente, el cacareo incesante de sus queridas gallinas, que en opinión de su cuidador tienen un solo defecto: "Cagan mucho y en cuanto te descuidas...".
    
El gallinero anda hoy alborotado. Abu Talib entra sigilosamente y se lleva cuatro huevos de rigor. Vuelve luego, con la intención de coger en brazos a una gallina, pero todas huyen, espantadas por la presencia invasiva de la cámara. Presenciamos hasta a un amago de pelea entre ellas. Abu no tolera la falta de "disciplina".
"En cuanto alguna se pasa de la raya me la llevo allá fuera, a la jaula de castigo, que puedo desplazar fácilmente de un lado a otro de la huerta. Las dejó ahí solas y en pocas horas me abonan un pequeño lote. Las gallinas "malas" se redimen así de la mejor forma posible: fertilizando la tierra de un modo totalmente natural".
     
Abu Talib composta la basura orgánica y rara vez le da las mondas a las gallinas, prefiere alimentarlas con grano. Pero reconoce la capacidad de las aves para "reciclar" las sobras, y su habilidad para atraer y "educar" a su manera a los niños. Aunque nada se puede comparar, en su opinión, con el placer de cocinar y degustar los huevos del día.
   
"Quien controla tu cesta de la cocina controla tu destino", advierte Abu, miembro ilustre de Just Food, puntal de la agricultura urbana a la vera de los rascacielos. "Nada hay mejor para el bolsillo y para la salud que cultivar tus propios alimentos. Mucha gente se está dando cuenta y por eso las ciudades como Nueva York están cambiando desde dentro".

Carlos Fresneda

La gallina y la ciudad

 
Fotos: Isaac Hernández

Vuelven las gallinas a la ciudad. Nueva York reclama a sus viejas y cacareantes moradoras, que andan picoteando alegremente en los jardines comunitarios y en los patios traseros, del todo ajenas a la cacofonía de las ambulancias y los coches de bomberos...

“Tenemos la idea equivocada de que las gallinas no pertenecen a la ciudad”, admite Owen Taylor, “padrino” de la nueva generación de ponedoras neoyorquinas. “Durante cientos de años, las gallinas han sido siempre parte del paisaje urbano. Al menos así fue hasta los años cincuenta, cuando las ciudades cedieron definitivamente el espacio al coche”.

Owen, 30 años, se crió en una zona rural de Connecticut. Fue profesor de ecología y diseño urbano antes de pasar a la práctica con el Chicken Project, el programa lanzado por la organización Just Food para promover la crianza de las gallinas en el fragor de la gran urbe y allá donde no llegan los alimentos frescos.
    
Quedamos con Owen en el Jardín La Unión, en Sunset Park, uno de tantos “desiertos alimenticios” de Brooklyn donde no es posible encontrar más que comida enlatada y “fast food”. Con el gallinero recién concluido, Monica Vega, Leslie Velasquez y otras voluntarias del jardín confían en sacar de sus diez gallinas al menos 40 huevos a la semana...
    
"Las gallina son las únicas mascotas que nos dan de comer”, atestigua Owen. “Y si tenemos un huerto cerca, fertilizan la tierra y mantienen a raya a la población de insectos. Los niños tienen además una conexión muy directa con ellas. Es cierto que son muy huidizas y difíciles de coger, pero hay pocos animales tan divertidos”.
     
Eso sí, criar gallinas “es una responsabilidad diaria”, advierte el experto. “Hay que darles agua y comida todos los días, y hay que mantener limpio el gallinero para evitar problemas de olores. Cualquiera puede cuidar gallinas en su patio trasero, es perfectamente legal. Pero los vecinos pueden denunciarte si causas “molestias”. Aunque hay una forma infalible para convencerlos: ofréceles huevos”.

     
Dejamos a Owen en Brooklyn y con su bicicleta, y saltamos a otro de los gallineros predilectos de Just Food. Salimos al encuentro del afromaericano Abu Talib, nacido hade 77 años en Carolina del Sur y “renacido” como agricultor urbano en la Taqwa Community Farm, a la sombra del estadio de los Yanquees. Estamos en el corazón del Bronx neoyorquino, con sus tristes bloques de ladrillo descolorido, a donde llega de pronto el olor al campo...
   
“Esto fue como volver a mis orígenes, en 1934 y en el sur. Entonces había aún muchas granjas en las ciudades; a todos nos despertaba el canto del gallo y los pollos correteaban por las calles...  Yo también di el salto a la jungla asfalto, y he trabajado en todos los oficios imaginables en Nueva York, incluido el de taxista. Pero por fin he encontrado un propósito. Esta no es mi pasión, es mi “misión” en la vida”.
    
“Imagina que no existe el hambre”... Lo lleva escrito Abu Talib en su camiseta negra, con la estampa de John Lennon. Y ésa es la “misión” a la que se entrega con devoción religiosa: traer verdura, fruta y huevos frescos a estas barriadas pobres invadidas por la “comida basura”.
  
El gallinero anda hoy alborotado. Abu Talib entra sigilosamente y se lleva cuatro huevos de rigor. Vuelve luego, con la intención de atrapar a una gallina, pero todas huyen, y además suelen aprovechar cuando las tienes en tus brazos: “Cagan mucho y en cuanto te descuidas...”.

La “fiebre” de las ponedoras arrancó hace dos d'ecadas en dos ciudades de la costa oeste. Oakland y Portland (récord nacional de pollos per cápita) marcaron una tendencia que ha arraigado ya entre las autopistas de Los Angeles y entre el cemento neoyorquino.  El Ministerio de Agricultura se ha visto desbordado y no dispone de momento de un censo siquiera aproximado de gallinas urbanas. A falta de estadísticas oficiales, lo más fiable es la web Backyard Chickens, que reúne a 60.000 criadores.
       
En algunas ciudades, como Madison, la cría comenzó clandestinamente, a través de grupos como The Chicken Underground. Cada vez son más las ciudades que se suman a la imparable tendencia, con ordenanzas que fijan un número máximo de gallinas por familia (el auténtico “paraíso” gallináceo es Albuquerque, hasta 15 polluelos por cabeza).
     
El “lobby” de las gallinas, encabezado por la Yellow House Farm de Nueva Jersey, está intentando ahora seducir a la mismísima Michelle Obama para que incorpore unas cuantas “mascotas” ponedoras al famoso huerto urbano de la Casa Blanca, para mayor deleite de Sasha y Malia.

Carlos Fresneda

Aquí la guerrilla gallinera de USA, jugándose la multa de 6000.-$ combatiendo al sistema desde los patios de sus casas... y que le den a la multinacionales del papeo:

ABU TALIB, EL 'REY' DEL POLLO EN NUEVA YORK

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Cuida un oasis urbano en pleno Bronx neoyorquino: una granja que surte de huevos y verdura frescos a los vecinos
Noticias frescas: vuelve el pollo a la ciudad. Los patios traseros y los jardines comunitarios se pueblan de gallinas que fertilizan la tierra, mantienen a raya a los insectos, picotean la basura orgánica, sirven de inmejorables mascotas y nos regalan huevos para dar y tomar toda la semana.
Abu Talib descubrió las virtudes de las aves ponedoras mucho antes de que estallara la fiebre. Diecisiete años lleva este granjero cuidando de ese peculiar oasis urbano, Taqwa Community Farm, a la sombra del estadio de los Yanquees. Estamos en el corazón del Bronx neoyorquino, entre sus tristes bloques de ladrillo descolorido, pero todo nos remite de pronto al campo...

“Esto fué como volver a mis orígenes, en 1934, cuando nací en Carolina del Sur. Entonces había aún muchas granjas en las ciudades. A todos nos despertaba el canto del gallo y los pollos correteaban por las calles, antes de que todo lo aplastaran los coches. Yo también di el salto a la jungla de asfalto y he trabajado en todos los oficios imaginables en la ciudad de Nueva York, incluido el de taxista. Pero, por fin, he encontrado un propósito. Ésta no es mi pasión, es mi misión en la vida.”
Lleva verdura y fruta fresca a las barriadas pobres invadidas por el 'fast food': "Los chavales son los que más sufren esas carencias" 
 
“Imagina que no existe el hambre”... Lo lleva escrito Abu Talib en su camiseta negra, con la estampa de John Lennon. Y ésa es la misión a la que se entrega con devoción religiosa: traer verdura y fruta fresca (que tampoco falten los huevos) a estas barriadas pobres invadidas por el fast food.
“Los chavales son los que más sufren esas carencias”, recalca Abu. “Por eso trabajo especialmente con ellos. Vienen y me ayudan a mantener el jardín. Aprenden a cultivar y, los fines de semana, vendemos el sobrante en el mercado de jóvenes granjeros. Hasta 500 personas comen de lo sacamos de aquí. Imagina una huerta como ésta a la vuelta de cada esquina.” 

Suda lo suyo Abu Talib bajo el sol veraniego de Nueva York. Pero no hay tiempo que perder: la cosecha está que hierve, incluidas las lechugas criadas por acuaponía y con la ayuda de un motor impulsado por placas fotovoltaicas para mantener el flujo constante. Las coles, las berenjenas, los tomates y los pimientos jalapeños dan la colorista bienvenida al visitante. Pero la auténtica especialidad de la casa son las fresas, los arándanos, las uvas y los árboles frutales: cerezos, manzanos, melocotoneros... 

En el ángulo más remoto de la huerta, están las colmenas: “Dejemos tranquilas a las abejas, que no hacen daño a nadie; ellas se limitan a hacer miel y a proteger a la reina”. Y, finalmente, el cacareo incesante de sus queridas gallinas, que en opinión de su cuidador tienen un solo defecto: “Cagan mucho y en cuanto te descuidas...”. El gallinero anda hoy alborotado. Abu Talib entra sigilosamente y se lleva cuatro huevos de rigor. Vuelve luego, con la intención de coger en brazos a una gallina, pero todas huyen, espantadas por la presencia invasiva de la cámara. Presenciamos hasta a un amago de pelea entre ellas. Abu no tolera la falta de disciplina. 

“En cuanto alguna se pasa de la raya, me la llevo allá fuera, a la jaula de castigo, que puedo desplazar fácilmente de un lado a otro de la huerta. Las dejo ahí solas y, en pocas horas, me abonan un pequeño lote. Las gallinas malas se redimen así de la mejor forma posible: fertilizando la tierra de un modo totalmente natural”. 

Abu Talib composta la basura orgánica y rara vez le da las mondas a las gallinas, prefiere alimentarlas con grano. Pero reconoce la capacidad de las aves para reciclar las sobras, y su habilidad para atraer y educar a su manera a los niños. Aunque nada se puede comparar, en su opinión, al placer de cocinar y degustar los huevos del día.
“Quien controla tu cesta de la cocina controla tu destino”, advierte Abu. “Nada hay mejor para el bolsillo y para la salud que cultivar tus propios alimentos. Mucha gente se está dando cuenta y por eso las ciudades están cambiando desde dentro”.
"Las gallinas son unas mascotas incomparables y las más agradecidas. ¿Qué otro animal puede darnos de comer en nuestra casa?"
Talib es miembro ilustre de Just Food, puntal de la agricultura urbana en Nueva York e impulsor del llamado City Chicken Project. Más de 30 jardines comunitarios e incontables patios traseros –sobre todo, en Brooklyn– se han apuntado a la renovada pasión por las gallinas. La tendencia arrancó en los años noventa en Portland –la ciudad con más pollos per cápita– y se ha extendido ya a decenas de ciudades norteamericanas.
En Madison, Wisconsin, se creó incluso un grupo semiclandestino –The Chicken Urderground– que logró que la ciudad derogara la prohibición de criar gallinas en el casco urbano. La web MadCityChickens.com ha impulsado notablemente la fiebre local, con más de un centenar de propietarios de gallinas registrados.
En San Francisco, Rob Ludlow ha fundado BackyardChickens.com y ha reconocido públicamente su adicción: “Las gallinas son unas mascotas incomparables y, sin duda, las más agradecidas. ¿Qué otros animales pueden darnos de comer en nuestra propia casa?”. Urbanchickens.org, con base en Albuquerque, presume de haber contribuido a la ordenanza más permisiva del país, que permite hasta 15 gallinas por unidad familiar y un gallo (exentos de las ordenanzas de ruido).

Pregunta de libro: “¿Cuándo veremos a las gallinas abonando el huerto de la Casa Blanca?”. Abu Talib confía en el instinto proverbial de Michelle Obama, que se ha apuntado a la tribu localívora y no tardará en sucumbir a la tentación del pollo urbano. Varios granjeros, capitaneados por la Yellow House Farm de New Hampshire, han puesto entre tanto en marcha un grupo en Facebook para ofrecer todos sus servicios en nombre de una causa: huevos frescos del día en la mesa presidencial.

Carlos Fresneda
Publicado en Integral 369
Enlace al pdf publicado


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