Entre los robles, los arces y la secuoyas incomparables de Kew Gardens, emerge la impronta sutil y a veces imperceptible de David Nash. El jardín botánico más fascinante del mundo es el lienzo de color verde y ocre de este artista de 66 años que ha convertido la naturaleza en su razón de ser y crear.
"Todas las formas están casi siempre ahí, en la madera, sugiriéndome como continuar. Yo no hago más que dejarme llevar por todo lo que se manifiesta en la naturaleza. Procuro alinearme con los ciclos y con las estaciones, y de ese contacto laborioso e intenso nace lo que estamos viendo".
Lo que estamos viendo, en la galería de arte botánico, es el fruto de los más de seis meses que lleva emboscado David Nash en Kew Gardens, inspirándose con todo lo que le rodea. Mesas, cubos, esferas y pirámides compiten con formas prodigiosas y asimétricas. A cielo abierto y en el mayor invernadero de la era victoriana, nos esperan luego medio centenar de obras en mágica simbiosis con la vegetación.
La 'Galería Natural' de Nash abrió sus puertas la pasada primavera, a tiempo para la fiebre preolímpica de Londres. Pero es ahora, en pleno esplendor del otoño, cuando el artista se siente finalmente en su habitat y el diálogo de sus viejas y sus nuevas piezas se intensifica con el mosaico multicolor de la fronda.
"Hay algo en el otoño que definitivamente da una nueva vida a las piezas a cielo abierto", reconoce Nash. "No es sólo es color, son también las texturas, que cobran un relieve y un significado muy especial".
Dos años después de su exposición en el Yorkshire Sculpture Parkcon la que conquistó el reconocimiento mundial, cualquiera diría que muchas de las obras fueron concebidas para mayor gloria de Kew Gardens en esta época del año. Ahí tenemos la Cúpula de Corcho, fruto de la fascinación del autor por la desnudez del alcornoque.
El Tronco Negro, de madera carbonizada, impone de una manera especial, casi sagrada, en contraste con la verticalidad de la Pagoda. Las Tres Colillas de eucalipto parecen arrojadas por un ser gigante a la salida del invernadero. Los árboles corretones nos esperan en la cantera en la que al artista trabajó durante el verano. Y cerca de allí, en una explanada, tenemos el fulminante rayo de metal.
Obras con nuevos materiales
"Cuando me pasé al metal hace algunos años, me criticaron los puristas, como hicieron con Dylan cuando se hizo 'eléctrico'... Pero lo cierto es que el bronce y el acero me han permitido reencontrarme con el color y concebir obras que, de lo contrario, se deteriorarían por completo a cielo abierto".
Así llegamos a El Rey y la Reina, dos bronces que imitan a la perfección la textura de la madera, al igual que la Tres Jorobas o el Torso. El efecto es tan real, que hay que tocar el metal para comprobar que no estamos viendo madera, como ocurre también con los dos cucharones o con la gigantesca semilla de bronce. El altísimo Trono, eso sí, procede de una haya. Y el Cuenco Mizunara es puro roble japonés.
"Llevo toda mi vida trabajando con la madera, y aunque he decidido explorar otros materiales (ahora me atrae especialmente la piedra), siempre vuelvo a ella con una veneración especial. Mi estancia en Kew Gardens me ha permitido además aproximarme de un modo menos artístico y más científico a los árboles. Ahora los aprecio todavía más. Lo que he aprendido aquí con ellos me lo llevaré puesto toda la vida".
David Nash nos invita por último a hacer un viaje de rama en rama por el árbol genealógico de su vida y obra. Toda su manera de ver y concebir la forma está concentrada en ese dibujo en el que recrea la evolución de sus piezas, más o menos moldeadas por la naturaleza.
Después de contagiarnos ese ritmo peculiar, fruto de su diálogo directo con los árboles, nos pide que nos sentemos con él a contemplar una película de algo más de viente minutos que resume todo su quehacer.
Al ver un inmenso roble abatido por una tormenta (casi todo su trabajo en madera es con naturaleza muerta), sintió la tentación de moldear con su tronco un canto rodado de madera. La esfera de 400 kilos fue lanzada en 1978 al río Dwyryd en Gales, cerca de donde vive y crea. Durante 25 años estuvo siguiendo y rodando pacientemente su avance por aguas mansas y revueltas. En el 2003 le perdió la pista, pero el 2008 se produjo un último e inesperado avistamiento... "Todo hace pensar que a estas alturas, el Canto Rodado de madera estará posiblemente flotando en el mar".
Moraleja: "Conviene no sobreinterpretar mis obras, ni buscar un significado más allá de lo evidente. Somos parte indisoluble de la naturaleza y en la naturaleza encontramos todo lo que da sentido a nuestra fugaz existencia".
Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres
Publicado en El Mundo, Natura