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La utopía compartida



Foto: Isaac Hernández

Fue un viaje de proporciones bíblicas: 69 autobuses escolares, atestados de familias 'hippies", a la busca de la Tierra prometida. Marcando el camino, en esta versión colectiva de 'En la carretera', iba un profesor de inglés con largas melenas, Stephen Gaskin, ensalzado por sus seguidores como el profeta de la espiritualidad ecuménica (sabia combinación de tantas religiones, más la sabiduría de la tierra y la no violencia).

Partieron de San Francisco en 1969 y, al cabo de dos años de peregrinación, echaron raíces como auténticos pioneros entre los robles, nogales y cerezos silvestres de Tennessee. Juntaron todos sus ahorros y compraron 700 hectáreas de tierra en Summertown. Fundaron The Farm, la mayor comuna de la que se tuvo noticia: más 1.200 almas (entre ellos 500 niños) deseando inventar un mundo distinto.

"Llegamos con un sueño más o menos concreto", atestigua Gaskin, 77 años, inundado de fotos y recuerdos en blanco y negro. "Pero no nos conformamos con hacer un experimento; queríamos construir una realidad... Aprendimos de nuestros errores y nos llevó tiempo, pero creo que acabamos consiguiéndolo".

La comuna pasó a la historia, pero sobrevivió la comunidad intencional. Atravesaron su gran momento de zozobra, allá en 1983, cuando la población encogió hasta los 200 miembros. "Pasamos grandes dificultades económicas y los típicos problemas de convivencia", admite Douglas Stevenson, 53 años, portavoz oficioso de The Farm. "Los resolvimos pasando de un modelo comunal a uno cooperativo, dando más espacio a la iniciativa individual".

"Pero nunca hemos renunciado a ese vínculo espiritual que nos trajo hasta aquí y que todavía nos une", recalca Douglas. "Para sobrevivir tienes que adaptarte, sin necesidad de renunciar a tus valores. La paz y la relación con la tierra siguen siendo nuestra esencia".
El líder espiritual, Stephen Gaskin, se cortó la melena y soltó las riendas de la comunidad, que acabó siendo un referente de la otra América. En los bosques cercanos a Nashville, entre el canto de las cigarras y una humedad asfixiante, se pusieron los cimientos de la permacultura, se practicó la agricultura orgánica, se popularizó la dieta vegana, se creó la primera lechería de soja, se reinventó el tofu y se gestó el renacimiento del parto natural.

La "madre" de toda las comadronas es precisamente la esposa de Gaskin: Ina May, recién premiada en Estocolmo con el Right Livelihood Award (el Premio Nobel Alternativo). En 1977 publicó el clásico 'Spiritual' 'Midwifery' ('Partería espiritua'l, en la reciente edición en español), y desde entonces da la vuelta al mundo defendiendo la dimensión grandiosa e íntima del alumbramiento.

Su trabajo didáctico lo alterna Ina May con la práctica en el celebérrimo Birth Center (Casa de Partos) de The Farm, la escuela obligatoria de decenas de comadronas en EEUU. "Cuando empezamos, se nos perseguían casi como si fuéramos brujas", recuerda. "Ahora estamos presentes al menos en el 10% de los nuevos nacimientos y vuelve a hablarse con relativa "naturalidad" del parto natural, pese a la resistencia de la clase médica".

El espíritu de la revolución contracultural sigue vivo en esta venerada y afable pareja, que lleva desde finales de los 60 construyendo su utopía compartida y cotidiana. Y ahí siguen, recogiendo la cosecha de todo lo sembrado en aquellos años, que no fue poco. Los dos vecinos más reconocidos de The Farm viven emboscados en una de las primeras casas de la 'comunidad' 'intencional', nada más entrar a la derecha.

Altísimo y afable, Stephen Gaskin tiene aún en sus ojos la impronta indeleble del Haight-Ashbury, la cuna del movimiento 'hippie' donde se granjeó la fama de profesor iluminado. Sus 'Clases del Lunes por la Noche' en la Universidad de San Francisco -donde combinaba política, filosofía y espiritualidad- llegaron a convocar hasta una millar de entusiastas alumnos que fueron el embrión de The Farm.
   
Sus experiencias quedaron reunidas en 'Monday Nigth Classes' y en 'The Caravan', dos clásicos de la época. Alternó luego la enseñanza espiritual con la música (es un consumado percusionista) y con el activismo a favor de la legalización de la marihuana. En 1980 recibió el Right Livelihood Award, el mismo que acaba de recibir su esposa.
  
Gaskin recuerda con nostalgia las gestas del pasado, con parada obligada en el verano del amor y en el peregrinaje 'hippie' del 69, y nos invita a seguirle mentalmente por el 'via' 'crucis' fotográfico que decora el salón de su casa. "El cambio social es m'as apremiante que nunca", advierte Gaskin. "Aunque el cambio más profundo y necesario es el que debe producirse a la altura de nuestra conciencia, antes de que sea demasiado tarde".
  
La meditación y la celebración de los solsticios sigue uniendo a los miembros de The Farm, que confluyen a todas las horas en el 'healthfood' 'deli' (tienda de salud) de Roberta Kachinsky. Las familias viven en casas de madera desperdigadas por el bosque, cada cual con su propio huerto. Los vecinos han creado empresas caseras, demostrando que la tecnología no tiene por qué estar reñida con la ecología. A través de la ONG Plenty International cooperan en proyectos de desarrollo en Suráfrica y en el Bronx, y con Farms Not Arms ponen la pica pacifista en el nuevo siglo.
  
The Farm tiene su propia y luminosa escuela, con medio centenar de niños aprendiendo en contacto directo con la naturaleza, ayudando en la recolecta de arándanos o dándose el último chapuzón del día en el bucólico estanque. La comunidad se proyecta ahora hacia el exterior con la Ecoaldea, que abre todos los veranos sus puertas con cursos de permacultura, agricultura orgánica, energía solar y construcción con balas de paja. Allí, como vestigio del legendario éxodo, está la herrumbre sagrada del autobús escolar en el que llegaron los pioneros, integrado ya en este paisaje de lo posible, en el profundo sur estadounidense.

Carlos Fresneda

Vivir en una ecoaldea


            Foto: Isaac Hernández

Hay sitios en los que sabes instintivamente que acabarás echando raíces. Lugares en los que sientes una fusión especial, con el paisaje y con el paisanaje. Rincones que te reclaman como un canto de sirenas, por más que te alejes... Algo así fue lo que experimentó Liz Walker cuando puso el pie en Itaca (estado de Nueva York) tras completar la Caminata Global para un Mundo Vivible, allá por 1990.

Liz había aprendido de pequeña a ver la vida desde lo alto de un pino de 25 metros, en el patio trasero de la casa de sus padres en Vermont. Allí destiló la savia de la América progresista y el espíritu comunitario de los cuáqueros, mucho antes de que empezara a hablarse la "sostenibilidad". En Perú se familiarizó con la "justicia social" y más tarde en Birmingham descubrió la vida de barrio, antes también de la invasión de los centros comerciales.

En California, y en el movimiento antinuclear, encontró durante un tiempo su razón de ser como activista. Hasta que decidió pasar a la acción práctica, con otros 150 "peregrinos" que recorrieron Estados Unidos de costa a costa para convencer a sus compatriotas de que hay vida, mucha vida, más allá del consumismo rampante.

Al llegar a Itaca, a cuatro horas escasas de Nueva York, tuvo la sensación de haber alcanzado la meta. Concluida la "odisea", creyó llegado el momento de construir la "utopía" y forjar "ese otro mundo posible, más acorde con mis ideas y mis valores"... 

    
Cuenta la leyenda que Dios puso la mano por estas tierras, y dejó su huella gigante y mojada en los Finger Lakes. El "dedo" más largo es precisamente el lago Cayuga, que llega hasta el corazón de Itaca, rodeada de gargantas y cascadas, en un incesante fluir de agua. Y allá donde la ciudad se funde con el campo y el bosque, en lo alto de una colina y en un camino polvoriento que lleva el nombre emblemático de Rachel Carson (autora de "La Primavera Silenciosa"), Liz Walker y su compañera de fatigas Joan Bokaer decidieron fundar lo que hoy se conoce como la Ecoaldea de Itaca, que esta semana celebra su 20 aniversario.

Los 170 vecinos de la ecoaldea, distribuidos en dos barrios (Frog y Song), utilizan el 40% de los recursos del americano medio, se abastecen parcialmente de energía con placas solares, cultivan gran parte de sus alimentos en dos granjas y en pequeños huertos, reciclan y compostan su basura orgánica, comparten el transporte y reinventan todos los días eso que llamábamos el espíritu comunitario.
     
Hace poco más de un año asistimos a la plantación del primer árbol de la tercera y última fase (Tree), con construcciones más pequeñas y ultraeficientes, siguiendo el modelo de la "casa pasiva" y con la aspiración de atraer a vecinos de todos los bolsillos. Pese al "crecimiento" natural, el proyecto será totalmente respetuoso con la idea inicial: concentrar la población humana en el 10% del espacio y dejar el 90% restante para espacios verdes.
      
En la ecoaldea de Itaca, los coches se quedan en el granero de la entrada y los auténticos reyes son los niños, que campan y pedalean a sus anchas. "Vinimos aquí huyendo la pesadilla urbana de Phoenix y esto ha sido un reencuentro con la felicidad de la Tierra que yo recordaba de mi infancia", atestigua Aaron Froehlich, rodeado de sus hijos, David y Ellijah.


     
Liz Walker también crió aquí a los suyos, y no fue fácil combinar la vida familiar con su infatigable labor como "organizadora comunitaria", luchando contra los molinos de viento de la burocracia, procurando que el proyecto avanzara sin traicionar el espíritu de de consenso... "La tara es ardua y fatigosa cuando decides salirte de los caminos trillados. Pero al cabo del tiempo hemos demostrado que otra manera de vivir no sólo es posible, sino que ya existe... y además funciona".
    
Pero la ecoaldea no podría haber florecido sin la interacción constante con esa ciudad de 50.000 habitantes -la mitad de ellos, estudiantes de la Universidad de Cornell o del Ithaca College- que se atisba a los lejos entre colinas pobladas de robles y arces... "Desde el principio tuvimos claro que teníamos que abrirnos y compartir nuestras experiencias. Porque lo que más necesita el mundo es inspiración, y aquí hemos aprendido a poner unas cuantas ideas en práctica".
    
En su primer libro, "Ecovillage at Ithaca", Liz Walker exploraba el proceso de creación de la ecoaldea en un manual que ha dado la vuelta al mundo. En su segundo y más reciente, "Choosing a Sustainable Future", su radio de acción se extiende por esta pequeña gran ciudad, auténtico hervidero de todo tipo de iniciativas.

    
Como Portland, Madison, Berkeley, Boulder o Austin -otros obligados puntos de referencia de la "otra" América-, Itaca se ha convertido en el panal de rica miel "para todos aquellos que buscan una relación más directa con la tierra". Liz se remonta a los tiempos de los indios Cayuga, que dejaron en estos bosques la semilla de la sostenibilidad, el pacifismo y el feminismo, como parte de su legado histórico.
   
Itaca se subió muy activamente al carro de la "contacultura" de los años sesenta, y eso se nota. La ciudad fue puntal del cooperativismo y de la agricultura ecológica, pionera de la ola de mercados de granjeros (5.000 ya en Estados Unidos) que traen lo mejor de la cosecha local hasta el asfalto. Las "horas" de Itaca abrieron también la brecha en el movimiento del dinero local, propagado de costa a costa. El seguro médico universal o las líneas especiales de crédito para pequeños ahorradores son "lujos" sociales que diferencian a Itaca de la mayoría de las ciudades norteamericanas.
   
"Unas iniciativas atraen siempre a otras y acaban creando un "efecto de racimo"", advierte Liz. "Aquí existe una mezcla de cooperación y de competencia sana de la que todos nos acabamos beneficiando. Y sobre todo han habido líderes locales con la capacidad de acción para cambiar las cosas".
   
"Digamos que Itaca era ya una ciudad en "transición" antes de que existiera este movimiento. La gente está muy concienciada de que vivimos en un momento muy crítico y hay que evolucionar hacia otro modelo más sostenible. Tenemos que aprender a cultivar nuestros alimentos, a procurarnos nuestra energía, a ser más eficientes, a no depender del coche, a compartir recursos, a recuperar los lazos comunitarios... Lo que hemos conseguido aquí se puede lograr en cualquier parte del mundo. Sólo hace falta, valor, visión y persistencia".

(Del 14 al 16 de septimebre se celebra el XV Encuentro de Ecoaldeas en Los Portales (Sevilla). Más información

Carlos Fresneda  @cfresneda1
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es