Escudo de la City. | Carlos Fresneda
- Banqueros y 'traders' pasan del éxito al fracaso en un mundo de avaricia
- Cameron se ha quedado solo en la UE por defender los intereses de la City
- Quiso imponer un veto y se negó aceptar regulaciones financieras de la UE
En la ciudad de la codicia, todo parece concebido para mayor gloria de las finanzas y mayor desolación del hombre. Apenas 9.000 almas viven en este "feudo" sombrío, levantado sin escrúpulos sobre las ruinas del viejo Londinium, sacudido todos los días por una marea de 300.000 oficinistas, banqueros, inversores, 'brokers', 'traders' y demás trabajadores que van y vienen, vienen y van, ajenos a la historia del lugar y de las murallas que ocasionalmente muerden los rascacielos.
El 'pepinillo' de Norman Foster (30 St. Mary Axe) es
el símbolo incuestionable de la City, delimitada a lo lejos por la
cúpula de St. Paul, a cuyos pies sigue erigido el campamento de
tenderetes de los 'indignados', ahí les duele. Junto a la catedral, en
una plaza privadísima y semiculta, protegida las 24 horas por decenas de
cámaras y agentes privados de seguridad, tenemos la sacrosanta y
aséptica Bolsa londinense, viviendo de espaldas a todo lo que acontece
en la ciudad.
Porque todo en la City desprende secretismo, ocultamiento y misterio,
como si una invisible burbuja la aislara del mundo e impidiera a toda
costa que el sol ilumine sus conspicuos callejones. Tal vez por eso David Cameron rompió la baraja
en la última cumbre europea y se negó a aceptar las regulaciones que
quiere imponer la UE para defender los derechos de la City, uno de los
mayores centros financieros del mundo, y que supone un 10% del PIB
británico.
"La City es como un estado autónomo dentro de nuestras fronteras, en una posición ideal para lavar el dinero de los oligarcas, de los cleptócratas, de los gángsters y de los barones de la droga", escribe George Monbiot, en uno de los artículos más demoledores contra "el corazón oscuro de Gran Bretaña".
'Aquí trabajamos muchos curritos'
Susan Davenport, empleada de Administración de un banco (prefiere no
decir cuál), intenta rebatir por su parte el mito de la City mientras se
fuma un cigarro en los soportales triangulares del 'pepinillo': "No es
oro todo lo que reluce. Aquí trabajamos también muchos "curritos"
que tenemos mucho más en común con la gente de fuera. A quienes llevan
las riendas de la City no les verás en la calle. En todo caso, detrás de
los cristales ahumados de sus Mercedes o sus Ferrari. O a lo mejor al
filo de la medianoche, reponiendo 'fuerzas' en los pubs".
Hace unos meses condenaron a tres años a un tal Anthony Alexander, propietario del Bar Nine, el más notorio de una cadena invisible de clubs de "cocaína y alcohol"
para los sufridos trabajadores de la City. Uno de ellos, el 'trader'
Kweku Abodoli, fue detenido por defraudar 1.456 millones de euros (se
dicen pronto) en operaciones de altísimo riesgo para el banco suizo UBS.
Su libro de cabecera no era otro que 'El Lobo de Wall Street', de
Jordan Belfort, protagonista y "víctima" de esta economía cocainóamana
de fulminantes subidones y demoledoras caídas.
Como en los confines de Wall Street, todo parece "esquinado" en la
City. Se diría que los financieros de aquí y de allá se han puesto de
acuerdo para apropiarse de la historia de la ciudad, amurallar su 'milla
dorada' y dejarla irreconocible e inhóspita (la Unesco ha amenazado con arrebatar a la Torre de Londres el título de Patrimonio Mundial ante la manifiesta fealdad de todo lo que han construido a su alrededor en las últimas décadas).
La City tiene pues algo de castillo kafkiano, para mayor gloria de
los 1.117 bancos y firmas extranjeras arraigadas en sus confines de
apenas tres kilómetros cuadrados bañados por el Támesis. Ni el
Parlamento de Westminster ni el acalde de Londres (Boris Johnson) pintan
nada en este feudo anacrónico del siglo XXI, regido por su propio
'lord' alcalde (David Wootton) y protegido con celo por la clase
política.
Las empresas radicadas en la City son las mayores contribuyentes a la
causa del Partido Conservador, y eso se nota. El sector financiero
tiene un peso demoledor, el 10% del PIB de Gran Bretaña, y eso también
se nota. El padre de David Cameron fue 'broker' en la Bolsa, y eso se vio bien claro en su afán por lograr en Bruselas las "salvaguardas" para su venerada City
(o sea, excluirla del nuevo rigor fiscal de la UE y, por supuesto, de
cualquier intento de poner un impuesto a las trasacciones financieras).
"El egoísmo de la City no justifica el sacrificio nacional", escribe Nicholas Faith en 'The Independent'. "La milla de oro ha sido siempre una lugar avaricioso e insular, independiente del resto del país y capaz de ignorar las necesidades de nuestra economía".
"Bienvenidos a la Bancocracia", titula 'The Guardian' en un artículo de Aditya Chakrabortty que dispara contra el creciente y preocupante poder de la City:
"En un país más pobre, la complicidad que existe entre nuestros
políticos y nuestros banqueros sería vigilada muy de cerca por los
oficiales del Banco Mundial, que no dudarían en calificarla de
corrupción".
Bienvenidos a la City...
Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres
Publicado en El Mundo.es