Nueve de la mañana en la "Share-It Square" de Portland. Los planos de
la ciudad dicen que estamos en una intersección cualquiera –Novena
Avenida con la calle Shewett- pero los vecinos se obstinan año tras año
en reinventar el lugar como la Plaza "Comparte-Lo". Dentro de unos
minutos vamos a comprobar el porqué de tan curioso nombre.
Los niños son los que más madrugan y se apropian de la calle, aprovechando que hoy no pueden pasar los coches.
Los mayores llegan pertrechados con rodillos, brochas y botes de
pintura, mientras la "madrina" Betty Beal prepara el desayuno comunal
("Tea for You") e invita a todos los voluntarios a reponer fuerzas. El
día promete ser gratificante y largo.
El pintor Pat Wojciechowski saca de la carpeta el boceto del
estanque de nenúfares que van a pintar entre todos sobre el duro
asfalto. Uno de los círculos azules estará dedicado a la paz y a la
sostenibilidad. En el rincón de los niños habrá un caimán juguetón,
asomando entre los cañaverales. Una inmensa flor rosa marcará el centro de la intersección, que nunca volverá a ser la misma.
Pedro y Adriana Ferbel-Azcárate pasarán allí todo el día,
arrimando el hombro y "pasándonoslo padre, como cuando éramos niños". Su
hijo Santiago, cuatro años, estampará sus huellas en plena plaza para
que quede constancia de que él también contribuyó a la causa colectiva.
Robin Kinnaird, que trabaja en el departamento de planeamiento
urbano, se apunta también a la movida vecinal con sus hijos Liam y
Naomí y nos sirve en bandeja el gran secreto, la razón por la que
Portland (Oregón) tomó hace tres décadas un rumbo muy distinto al de
tantas ciudades americanas: "Nos atrevimos a plantarle cara a los especuladores: limitamos el crecimiento de la ciudad para mantenerla palpitante y vida".
A eso del mediodía se asomará por la plaza "Comparte-Lo" el
arquitecto Mark Lakeman, que está construyendo a la vuelta de la esquina
el Palacio Solar de los Gatos. Todo huele a pintura y a celebración
conforme avanza la tarde, que culminará con un círculo de gratitud y una
hoguera vecinal bajo la luz de la luna.
A la mañana siguiente habrá que frotarse los ojos al pasar por la Plaza "Comparte-Lo". El sudor y la imaginación han quedado ya estampados en ese estanque colorista y casi tridimensional en plena calle.
Los automovilistas no sólo ralentizarán la marcha, sino que sentirán la
tentación de bajarse del coche, y chapotear en el asfalto como un niño
más, o compartir tal vez un café o un buen libro con los vecinos,
apostados en los parterres o sentados en los bancos de arcilla.
"Cambia tu barrio, cambia el mundo" es el
lema que mueve desde 1996 a esta red de activistas urbanos que obedece
al nombre de City Repair. Capitaneados informalmente por el arquitecto y
permacultor Mark Lakeman, los "Reparadores de la Ciudad" están
redefiniendo desde dentro la vida urbana y construyendo la utopía a la
vuelta de la esquina.
La ciudad posible se llama Portland... "Nadie nos dio permiso, pero así es como comienzan las revoluciones",
apunta Mark Lakeman. "Nosotros somos parte de la solución, y no podemos
quedarnos cruzados de brazos mientras un puñado de políticos y
urbanistas deciden cómo se hace una ciudad. Empezamos como un movimiento
de resistencia civil, ocupando espacios y reinventándolos. Las
autoridades nos miraban con recelo, pero acabaron subiéndose al carro".ç
Una vez al año se celebra la gran Convergencia Vecinal. Los
"reparadores de la ciudad" se apropian de medio centenar de espacios,
algunos de ellos tan emblemáticos como la Sunnyside Plaza (con un
"mandala" amarillo y rojo que actúa como gran disuasor del tráfico). El
activismo ecológico y social rezuma entonces por todos los poros de la
ciudad, coincidiendo con el festival floral y con el Pedalpalooza
(trepidante celebración de la cultura de la bicicleta).
Todo gira en torno una misma idea: crear comunidad. No en vano, el estudio de arquitectura de Mark Lakeman se llaman precisamente así –Communitecture- y entre sus más recientes obras está el arborescente Rebuilding Center, el mayor espacio consagrado a la reconstrucción con materiales usados en EEUU.
Un par de horas en Portland, la herman aventajada y menor de
Seattle, bastará para contagiarse de su peculiar energía humana.
Conocida por su cerveza y por su pasado industrial, en contraste con el
espectacular entorno natural, Portland ha estado en las últimas décadas
en la proa "contracultural" y tecnológica del país (Intel y compañía).
Cuando tantas ciudades agonizaban, aquí supieron darle a
tiempo la vuelta a la tortilla con el movimiento "smart growth": el
crecimiento compacto e "inteligente", plantándole cara al urbanismo
salvaje y la soga de las autopistas. Lo que hoy es el parque fluvial,
atestado de bicicletas, fue en tiempos un congestionado "cinturón" de
asfalto que bloqueaba el flujo natural entre la río y la ciudad. Frente a
la especulación salvaje, la ciudad decidió crear un imenso anillo verde
y traer la huerta al asfalto.
La revolución de la agricultura urbana ha calado en Portland, que presume de ser la ciudad con más más gallinas (y cabras) per cápita de Norteamérica. Y también la capital de la arquitectura y de la emprendeduría verde, con el Ecotrust
como gran catalizador de iniciativas como la incipiente industria
alrededor de las bicicletas, el medio natural de transporte de casi el
20% de la población.
"Hace treinta años, Portland parecía un lugar irrecuperable y condenado a muerte", apunta nuestro anfitrión, Mark Lakeman. "El momento mágico
se produjo con la Plaza de los Pioneros, cuando la gente hizo piña para
transformar un aparcamiento desolado en un gran espacio público. Esa
fue la chispa que hizo prender el gran cambio. Aquello nos dio licencia
para reinventar la ciudad, y en eso estamos...".
Carlos Fresneda / Londres