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Bienvenidos a 'Granjattan'





Huele a cilantro en el centro de Nueva York. Y a hierbabuena, albahaca, perejil recién cortado. Y a puerros ilvestres, coles rizadas, bardanas arrancadas de la tierra la noche anterior y llegadas hasta el asfalto en los camiones de los granjeros, que llevan tres décadas trayendo lo mejor del campo hasta el Greenmarket.

Quienes vienen de fuera se frotan los ojos cuando caminan entre el paisaje y el paisanaje de Union Square, con sus puestecillos blancos y su olor a tierra fértil, en las antípodas de Times Square. Ahí tenemos los rábanos rojos y blancos, y las zanahorias amarillas y morardas, las berzas, y los bulbos, y las patatas de veinte variedades y colores.



















El Empire State se adivina a lo lejos, marcando el norte de donde viene la cosecha. Todo lo que se compra en el Greenmarket ha crecido a menos de 300 kilómetros a la redonda, siguiendo mucha veces métodos orgánicos o 'no convencionales', con la garantía impagable de ese granjero de piel curtida y manos cuarteadas que se levanta a las tres de la madrugada para que los vegetales lleguen frescos al puesto, y de ahí a la mesa.
John Gorzynski, 56 años, fue de los primeros en desbrozar el bosque urbano de Union Square, allá por 1979... "Cuando llegamos aquí, la plaza estaba tomada por los drogadictos y los maleantes. Los agricultores mirábamos Nueva York con recelo, pero pronto le perdimos el miedo. La gente del barrio no tardó en llegar, el eco recorrió toda la ciudad y así hasta hoy, que nos llegan los mejores 'chefs'... y los turistas japoneses".
Un raudal incesante de 60.000 almas recorre los más de 60 puestos del Greenmarket cuatro días a la semana. Gorzynski y familia se preparan a tiempo para la ruidosa riada urbana, tan lejos de la apacible granja en  Cochecton Center, a unos 200 kilómetros al norte de Nueva York...
   "Te voy a decir una cosa: el 80% de nosotros habría arrojado la toalla si no pudiéramos venir a la ciudad. La única válvula de escape de los pequeños agricultores es ésta: poder llegar directamente a los consumidores y contribuir de paso a la economía local. Si no fuera por los "greenmarkets", más de 200 agricultores locales estaríamos condenados a la desaparición. Nueva York ha cambiado... y nosotros con ella".
Hace 30 años, el espacio reservado cuatro días a la semana para el Mercado Verde de Union Square era un triste y desolado aparcamiento donde no crecían ni las malas hierbas. Los granjeros del río Hudson parecían mientras tanto abocados a la extinción, estrangulados por los mayoristas y condenados a los monocultivos. Hasta que el urbanista Barry Benepe tuvo la idea de conectar directamente al agricultor con el "urbanita", y encontró este espacio privilegiado que no tardó en germinar.
Hoy por hoy hay medio centenar de mercados de granjeros diseminados por Nueva York, y más de 5.000 repartidos por la geografía norteamericana, donde la asistencia semanal al 'mercado verde' es ya mucho más que un acto de rebeldía; más bien una necesidad en tiempos de crisis.
"La gente se lo piensa tres veces a la hora de gastar más, pero al final puede más la garantía de calidad y la confianza personal", asegura Gorzynski. "Muchos de nuestros clientes han venido con sus hijos a la granja, y han podido comprobar el esmero y el trabajo que hay detrás. Dependemos totalmente de su fidelidad y ellos lo saben".
Pese al terreno ganado, John Gorzynski arremete contra como las "operaciones cosméticas" de la Administración Obama, con Michelle cultivando (o haciendo que cultiva) en el jardín de la Casa Blanca: "Lo que hace falta es hincarle el diente al sistema: no podemos seguir dando subsidios a la agricultura industrial para producir esos alimentos 'basura' que llenan nuestros supermercados. Tenemos que dar herramientas a la nueva generación de agricultores, y facilitar cada vez más el acceso a directo a la gente que está deseando comer local y sano en las ciudades".    
Dejamos a John Gorzynski, junto a la salida del metro de Union Square, y nos dejamos arrastrar por una imaginario río verde sobre el asfalto... "¡Trina ha vuelto!" es el secreto a voces que van pasándose los asiduos al Greenmarket. Y Trina Pilonero, 56 años, con su sombrero de paja, celebra estar de vuelta un año más con el increíble surtido de semillas del Silver Height Farms: más de un centenar de variedades de tomates y pimientos (incluido los de Padrón), veinte tipos diferentes de albahaca, lechugas para las que no existe traducción. 
Más allá del puesto de la biodiversidad de Trina, tenemos los puerros silvestres de Nicole Bishop y la Mountain Sweet Berry Farm. El 'chef' Bill Telepan se deja seducir por el olor a tierra mojada y no se lo piensa más:"Llevo 15 años comprando aquí y no concibo la vida en Nueva York sin el Greenmarket". Algo parecido opina el famoso Mario Batali: "Todos los 'chefs' saben lo importante que es acortar la distancia entre la tierra y el plato".
  Uno de los puestos más concurridos es, sin duda, el de Linda Paffenroth y sus suntuosos 'jardines', donde crecen las ortigas, las chirivías, los cebollinos, las patatas del Yukon y las zanahorias rojas, amarillas y moradas. "La diversidad es uno de nuestros lemas", presume. "La gente viene buscando cosas que seguramente no va a encontrar en otro puesto".
Los ajos de Keith Farm, los calabacines de Cherry Lane, el cilantro de S&SO, los condimentos de Beth's, el sirope de arce de Deep Mountain, el pan biológico de Bread Alone... El maná incesante se prolongará más allá del verano y encontrará su dorado esplendor con las montañas de manzanas y calabazas en otoño, señal certera de ese oasis neoyorquino, apenas sospechado, que nos espera al sur de Central Park.


Julio A. Parrado, el ejercicio de la honestidad

Julio A. Parrado entrevista a un preso iraquí, durante la guerra de Irak. | E. M.Julio A. Parrado entrevista a un preso iraquí, durante la guerra de Irak. | E. M.

Podría hablar de la curiosidad incorregible de Julio A. Parrado, de su mirada de niño inquieto que se asomaba al mundo por primera vez, capaz de descubrir siempre un ángulo o un detalle que los demás no veíamos.

Podría recordarle como el auténtico precursor del periodismo multimedia, compaginando como un malabarista sus crónicas en EL MUNDO, sus primeras incursiones digitales en Starmedia y su labor como analista económico en sus directos de televisión ante la fachada sombría de Wall Street.
Podría recordarle como el explorador intrépido, con su bicicleta y su cámara a cuestas, abriéndose paso con un casco de obras entre las ruinas humeantes de las torres gemelas la noche del 11-S, después de haber contemplado atónito el impacto de los aviones desde la ventana de su luminoso apartamento en el Village.

Julio A. Parrado. | Chema ConesaJulio A. Parrado. | Chema Conesa

Podría hacer una lista necesariamente incompleta de sus cualidades como periodista. Pero de todas ellas me quedo sin embargo con una, la misma que le definía como persona y que llevaba sin duda en la sangre: la honestidad.

De esto hablábamos mucho en nuestros paseos ocasionales por el barrio: cómo escribir o no escribir, cómo superar el sesgo inevitable y no perder el norte de la objetividad, cómo denunciar al mismo tiempo la injusticia en una época en la que la consigna era manipular.

En esto estábamos cuando acabamos una tarde, como sin querer, a orillas del Hudson. Nos traíamos entre manos un número especial para el aniversario del 11-S, y a él se le ocurrió escribirle una carta de amor a la ciudad. Tenía dudas sobre cómo empezar y hasta dónde llegar. Al final escribió con el río del corazón y de la conciencia...

Esa honestidad insobornable y a prueba de bombas es la que encontramos en sus crónicas de guerra. Iba 'empotrado' con el Ejército norteamericano, y él asumía las ventajas y las limitaciones. Se hizo amigo del mayor Stephen Frietch y de Michael Weber (era imposible no hacerse amigo de Julio), pero tuvo muy claro que ni siquiera en una situación de vida o muerte iba tirar por la ventana polvorienta su principio irrenunciable.

Julio murió en el ejercicio puro y duro de la honestidad, y es asombroso comprobar cómo todos y cada uno de sus últimos compañeros de viaje resaltaron esa cualidad en él. "Voy a hacer esto y me voy a volver a casa; ya he tenido bastante", le dijo al mayor Frietch cuando acamparon con la Segunda Brigada en las puertas de Bagdad. "Julio fue muy honesto: me dijo que lo consideraba muy peligroso", recordó el enviado especial de 'Los Angeles Times' David Zucchino, que decidió jugársela y entrar en la ciudad en un tanque Bradley junto al coronel David Perkins.

Por prudencia y por intuición, Julio decidió quedarse en el Centro de Operaciones, y despachar por radio con el coronel Perkins. Ya tendría tiempo para destilar esa amarga sensación de 'victoria' que en el fondo no compartía. En los momentos finales le asaltaron terribles dudas, y probablemente llegó a pensar en lo que le esperaba a la vuelta.

No quería medallas, de ahí el libro que le dedicamos sus colegas, con referencia sentida a Mario Benedetti: 'Batalla sin medalla' [Descargue aquí el libro de forma gratuita]. Había visto el horror de la guerra no desde la trinchera, sino en la primera línea de fuego. Ya no necesitaba probarse a sí mismo ni demostrar nada a nadie. Podía seguir siendo el que era, orgulloso de sus dos apellidos, y escribir como siempre lo hizo. Pura honestidad.

Julio A. Parrado falleció el 7 de abril de 2003 en la guerra de Irak, víctima de un misil mientras se encontraba en un centro de comunicaciones del ejército de EEUU, contra el que se produjo el ataque.

Carlos Fresneda era corresponsal de EL MUNDO en EEUU en 2003 y trabajó junto a Julio A. Parrado.

Publicado en El Mundo.es

PD: Carlos, amigo, el 6 de abril pude compartir contigo tus sentimientos hacia Julio, tus conversaciones por teléfono con la redacción en Madrid, el cesped del Central Park y tus hijos y mi hijo Pau, tan pequeño hace 10 años. Carlos, ahora al leer tu recuerdo a tu gran amigo, caido en los inicios de aquel combate geopolitico absurdo y que todavía, casi a diario se cobra vidas, recuerdo con nitidez tu angustia amistosa, los comentarios sobre una despedida que te preocupaba, la descripción de como era tu amigo querido. Cuando en el puente aereo de Madrid, recien llegao de la ciudad que os acogia, eche mano a la prensa, aquella portada me afecto, y sentí cpn fuerza el dolor que tu ya llevabas horas manejando. Hace 10 años ya,  te agradezco la memoria.
Manolo Vilchez

Otra historia del Bronx

            Foto: Isaac Hernández

Abu Talib fue taxista en Nueva York cuando los taxis no se atrevían siquiera a subir al Bronx, territorio Apache. Los tiempos cambian, y aquí le vemos con su mandil, reconvertido en granjero a la sombra del estadio de los Yankees, en este peculiar oasis urbano bautizado como Taqwa Community Farm: un jirón insospechado de verde entre bloques de ladrillo descolorido...
    
"Esto fue como volver a mis orígenes, en 1934, cuando nací en Carolina del Sur. Entonces había aún muchas granjas en las ciudades, y nos despertábamos con el canto del gallo, y los pollos correteaban por las calles. Depués llegaron los coches y todo lo aplastaron. Yo también di el salto a la jungla asfalto, y he trabajado en todos los oficios imaginables en Nueva York. Pero por fin he encontrado un propósito. Esta no es mi pasión, es mi "misión" en la vida".
     
"Imagina que no existe el hambre"... Lo lleva escrito Abu Talib en su camiseta negra, con la estampa de John Lennon. Y ésa es la "misión" a la que se entrega con devoción religiosa: traer verdura y fruta fresca (que tampoco falten los huevos) a estas barriadas pobres invadidas por el "fast food".
     
"Los chavales son los que más sufren esas carencias", recalca Abu. "Por eso trabajo especialmente con ellos. Vienen y me ayudan a mantener el jardín. Aprenden a cultivar y los fines de semana vendemos el sobrante, en el mercado de jóvenes granjeros. Hasta 500 personas comen de lo sacamos de aquí. Imagina una huerta como ésta a la vuelta de cada esquina".
    
Suda lo suyo Abu Talib bajo el sol neoyorquino, ultimando ya la siembra. No hay tiempo que perder y de aquí a mes y medio brotará la cosecha, incluidas las lechugas criadas por acuaponía y con la ayuda de un motor impulsado por placas fotovoltaicas para mantener el flujo constante. Las coles, las berenjenas, los tomates y los pimientos jalapeños darán la colorista bienvenida al visitante. Pero la auténtica especialidad de la casa son las fresas, los arándanos, las uvas y los árboles frutales: cerezos, manzanos, melocotoneros...
    
En el ángulo más remoto de la huerta están las colmenas: "Dejemos tranquilas a las abejas que no hacen daño a nadie; ellas se limitan a hacer miel y a proteger a la reina". Y finalmente, el cacareo incesante de sus queridas gallinas, que en opinión de su cuidador tienen un solo defecto: "Cagan mucho y en cuanto te descuidas...".
    
El gallinero anda hoy alborotado. Abu Talib entra sigilosamente y se lleva cuatro huevos de rigor. Vuelve luego, con la intención de coger en brazos a una gallina, pero todas huyen, espantadas por la presencia invasiva de la cámara. Presenciamos hasta a un amago de pelea entre ellas. Abu no tolera la falta de "disciplina".
"En cuanto alguna se pasa de la raya me la llevo allá fuera, a la jaula de castigo, que puedo desplazar fácilmente de un lado a otro de la huerta. Las dejó ahí solas y en pocas horas me abonan un pequeño lote. Las gallinas "malas" se redimen así de la mejor forma posible: fertilizando la tierra de un modo totalmente natural".
     
Abu Talib composta la basura orgánica y rara vez le da las mondas a las gallinas, prefiere alimentarlas con grano. Pero reconoce la capacidad de las aves para "reciclar" las sobras, y su habilidad para atraer y "educar" a su manera a los niños. Aunque nada se puede comparar, en su opinión, con el placer de cocinar y degustar los huevos del día.
   
"Quien controla tu cesta de la cocina controla tu destino", advierte Abu, miembro ilustre de Just Food, puntal de la agricultura urbana a la vera de los rascacielos. "Nada hay mejor para el bolsillo y para la salud que cultivar tus propios alimentos. Mucha gente se está dando cuenta y por eso las ciudades como Nueva York están cambiando desde dentro".

Carlos Fresneda

¡Aquí me quedo!


Foto: Isaac Hernández

"Nací en el Bronx, cuando esto era una zona de droga y de crimen, de casas quemadas y abandonadas... Nuestros barrios quedaron destruidos, pero la gente, con el tiempo, ocupó las viviendas, hicieron sus jardines comunitarios, intentaron mejorar sus vidas. Aunque no fue suficiente: el Sur del Bronx sigue siendo sido la comunidad más desechable de Nueva York".
   
Omar Freilla, hijo de inmigrantes dominicanos, creció bajo el humo y el zumbido incesante de la Cross Bronx Expressway, la autopista elevada que abre en canal el barrio, con los índices de asma más elevados del país... "Puedes entrar en cualquier escuela pública y preguntar cuántos niños tienen asma. En algunas clases levantarán la mano el 60% de los chavales".
    
El "boom" inmobiliario intentó vender la idea del SoBro (acrónimo del South Bronx) como el último bocado "cool" de Nueva York. Pero la crisis ha frenado a los especuladores, y lo cierto es que el panorama a la altura de la calle 149ª sigue siendo bastante desolador. En menos de dos kilómetros a la redonda tenemos un funesto muestrario de cárceles, autopistas, centrales térmicas, depuradoras de agua y plantas de tratamiento de basuras, por no hablar de los más de 10.000 camiones diarios que circulan por las calles desarboladas.
La gente de Sustainable South Bronx, el grupo que abrió la primera brecha entre los nubarrones, organiza puntualmente los "tour tóxicos" para quienes quieran conocer a fondo el barrio. En los últimos ocho años, la labor infatigable de Majora Carter ha conseguido despertar la conciencia ecológica de los vecinos bajo la consigna "Green the Ghetto".
    
Allí se curtió precisamente Omar Freilla, que en su etapa de joven activista tuvo la tentación de dar el salto como voluntario a Africa o Suramérica... "Al final me di cuenta de que aquí, en el Bronx, vivimos realmente como en un país subdesarrollado dentro de un país desarrollado. No hay más que ver nuestras estadísticas de salud y esperanza media de vida. Y no hay más que asomarse a la ventana, contemplar el horizonte de autopistas, industrias contaminantes y vertederos, para encontrar la explicación".
     
Pasado el umbral de los veinte, Omar decidió tomar las riendas del destino, subirse las mangas y pasar a la acción con Green Worker Coop., la primera cooperativa de trabajo "verde" del Bronx. "Llegó el momento de crear algo constructivo en la comunidad", se explica Omar en español. "El primer paso de la economía gris a la economía verde tenemos que darlo nosotros, gestionando nuestros propios recursos, reinventando la economía y la democracia desde la base".
   
El futuro del Bronx se está gestando sin duda en este almacén de Timpson Place, donde se acumulan puertas, ventanas, armarios, lavabos, azulejos, parqués y moquetas cuyo destino natural habría sido el vertedero de no ser por Omar y los suyos... "Nosotros lo llamamos el negocio de la deconstrucción, y creo que es uno de los sectores con más futuro. Nos presentamos allá donde va a haber una demolición, catalogamos lo que se puede volver a usar y lo traemos para el almacén, donde lo revendemos a contratistas y particulares a precio de saldo. También recibimos las donaciones más impensables: desde una máquina de hacer palomitas a veinte butacas de cine".

ReBuilders Source es el nombre de la primera cooperativa de Green Worker, que de momento genera cinco empleos. "Éste no es más que el punto de partida", asegura Omar. "Deberían funcionar ya cooperativas así en todos los barrios, para reconstruir usando materiales reciclados. Aunque hay otros terrenos que queremos explorar, como el de la eficiencia energética, o el de las cooperativas de consumo para fomentar las huertas urbanas en el Bronx".
    
La Coop Academy es el brazo educativo de Green Worker. Por ella han pasado decenas de futuros trabajadores "verdes" en cursos intensivos de formación de 24 semanas... "La gente está deseando cambiar de "chip" y abrir nuevos horizontes aquí en el barrio. De la cooperativa de reciclaje hemos pasado a los granjeros orgánicos, los instaladores de placas solares, los expertos en aislamiento y eficiencia energética o la cooperativa de "catering" de alimentos sanos, tan necesario en un barrio como el nuestro. Creéme, lo último que necesitamos en el Sur del Bronx es un nuevo McDonald´s".
   
A sus 38 años, Omar Freilla incita a los jóvenes a seguir su instinto, perseguir a toda costa su gran idea y no desesperar por la falta de financiación. El mismo recuerda lo duro que fue al principio, llamando de puerta en puerta, cuando eso que ahora se llama "emprendimiento social" no era más que una utópica idea...
    
Hasta que le llegó la máxima distinción de la Fundación Rockefeller por su contribución a las "Nuevas Ideas y al Activismo" en Nueva York. Los 100.000 dólares que recibió los invirtió directamente en Green Worker Coop. y en ese momento decidió que su ancho horizonte seguiría estando en el Bronx, donde los graffitis proclaman con sufrido orgullo en español: "¡Aquí me quedo!".

Carlos Fresneda
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es

El mesías anticonsumista

            Fotografía: Isaac Hernández
  
En el cielo estaban de rebajas, y el último traje de color añil se lo llevó, por beato, el reverendo Billy, que desde entonces lo luce sin mancha en el asfalto de Manhattan, aleluya, intentando redimir de sus pecados a las hordas consumistas, que no dan crédito a sus ojos cuando lo ven, tan rubio y tan celestial, aleluya, que parece iluminado por el espíritu santo.
   
En los altares de Disney y de McDonald's, de Starbucks y de Victoria's Secret lo temen sin embargo como al diablo, incendiado cuando entra en trance anticonsumista, arropado por un séquito de apóstoles o apóstatas -según se mire-, que se hacen llamar la Iglesia de Parar las Compras y predican la inminente llegada del shopocalipsis (el apocalipsis de las compras).
  
"¿Es este el momento final de la historia?", pregunta el reverendo Billy . "Sí... El Rapto del Consumo Final está cerca. Los consumidores fundamentalistas acuden en tropel al Purgatorio de la Eterna Conveniencia, donde hay cadenas de tiendas por encima de las nubes, y donde te piden una tarjeta de crédito para respirar."
   
El sermón contra las compras forma parte de ese gran teatro de la calle, bajo las luminarias de Times Square o en las penumbras del East Village, la patria chica de este actor con ínfulas de predicador que antes respondía al nombre de Bill Talen y que ahora ejerce como reverendo Billy a tiempo completo.
   
El collarín y el tupé, como una doble aureola de santo, se los quita sólo para dormir. Despertó para la causa en el aquelarre de Seattle, 1999, donde bebió de las fuentes de José Bové y otros profetas antiglobalización. Fue candidato por el Partido Verde a la alcaldía de Nueva York y en los últimos dos años ha ejercido como profeta a la sombra (blanca) del movimiento Occupy, con sus encendidos sermones en el púlpito de Wall Street...
  
"La persona a la que llamamos Padre nos ha jodido. La Religión ha convertido el amor en odio. Los Grandes Bancos se han apoderado de nuestras casas y están matando nuestro clima. Los políticos han reemplazado los votos por dólares... Y en estos misteriosos rascacielos, los dueños del universo elaboran complejas ecuaciones matemáticas para concentrar toda la riqueza del mundo en unas pocas manos. ¡Aleluya!".
   
Lo cierto es que la fe o la herejía la lleva Bill Talen en las venas desde que vino al mundo en Rochester (Minnesota), donde creció en los rigores del calvinismo de raíces holandesas. Ora et labora... Su padre, banquero republicano, pasó media vida esperando a que el chaval hiciera algo de provecho. Pero el joven actor recaló en Nueva York, tardíos los 90, cuando el alcalde Giuliani atacó con su tolerancia cero y el único pecado consentido era consumir.
    
El milagro de Seattle lo transformó hasta tal punto que Bill decidió confesarse ante el ministro Sydney Lanier, de la Iglesia Episcopaliana."Llevas dentro de ti un predicador calvinista", le dijo, "y tienes que hacer lo posible para sacarlo fuera." No tardó en comprarse el susodicho traje blanco, y en la bóveda del cielo creyó escuchar una voz que le decía: "¡Habítalo!" (el traje blanco, se entiende).
   
Sus primeros sermones fueron ante los McDonald's y las tiendas Disney, adonde llegaba en procesión con un Micky Mouse crucificado: "¡Oh, Dios del Gran Mercado, libera a los niños indefensos de tu tiranía!". Tras denunciar implacablemente la explotación infantil, cambió de objetivo y de letanía. Proliferaron como esporas los Starbucks, y el reverendo Billy chupaba las cafeteras al grito de "¡Lameluya!" y montaba el cristo a la hora de la merienda: "Todo esto es un espejismo. Starbucks miente sobre las condiciones de sus trabajadores y obliga a echar el cierre a sus modestos competidores".
   
De ahí pasó a Victoria's Secret; en el Soho protagonizó otro de sus números, entre ligueros y sujetadores: "Un millón de catálogos al día, señores. ¿Saben quién paga por estos modelitos? El bosque boreal de Canadá...Apúntense a la Iglesia de Parar las Compras y no contribuyan a la tala indiscriminada de miles de árboles. Amén". Cuando los dependientes le decían que se fuera, el reverendo Billy replicaba: "Esto no es una protesta, sino un ritual de conciencia compradora".
   
En una decena de ocasiones, él y sus discípulos acabaron en la cárcel por alteración del orden público. La más sonada, en diciembre del 2005, cuando se colaron en Disneylandia y montaron el espectáculo ante las narices de Mickey y Goofy. La más reciente, en Union de Square, en Nueva York, por bendecir al millar de ciclistas que los últimos viernes de cada mes reclaman el derecho a circular por la ciudad a lomos de dos ruedas.
    
En el púlpito callejero de Astor Place o en la Iglesia de St. Marks -la misma donde resuena aún el eco de Allen Ginsberg-, el reverendo Billy y su Coro de Parar las Compras saltan a ritmo de gospel: "Bienaventurados sean los que confunden consumismo y libertad, porque algún día descubrirán la diferencia... Bienaventurados los anunciantes y los famosos, porque algún día descansarán en la honestidad".
   
En vez de comulgar, los fieles hacen cola en la iglesia para prometer que nunca más se tomarán un capuchino en Starbucks ni comprarán un picardías en Victoria's Secret: "Oh Dios, perdónalos, porque no sabían lo que hacían... El producto los necesita, pero ellos no necesitan el producto. ¡Changeluya!". Y con esa bendición tan suya queda consumado el cambio de vida del ex consumista, que no sabe si persignarse ante el reverendo o si llamar directamente a la ambulancia, tal es el verismo de su trance religioso.
   
Con la llegada del buen tiempo, el predicador reemprenderá su sonado Tour del Shopocalipsis. Hace unos años, se presentó en el Mall de América, el mayor centro comercial del mundo, y allí se dedicó a exorcizar a las cajeras y a tratar de disuadir a los felices compradores: "¡Nadie podrá escapar al fuego del Apocalipsis de las Compras!".
   
Por el camino, como si fuesen biblias, reparte ejemplares de su libro "¿Qué compraría Jesús?", llevado al cine por Rob van Alkemade. Aunque fue una española, Lucía Palacios, la primera en seguir los pasos del ya celebérrimo predicador, el mesías posreligioso que firma autógrafos a dos manos y hace esfuerzos milagrosos para que la fama no corrompa su mensaje ni acabe manchándole los trajes, el añil y el blanco, conseguidos a precios de saldo en las rebajas celestiales. ¿Aleluya!

Carlos Fresneda
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es

La exploradora de la ciudad verde


              Foto: Isaac Hernández

La ciudad estaba cambiando día a día ante sus ojos. Desde su bicicleta y en su propio barrio, el Lower East Side de Manhattan, Wendy Brawer fue testigo de esa insospechada metamorfosis que empezó a cuajar hace 20 años y que nadie se había atrevido a explorar.  Hasta que la inquieta diseñadora gráfica, con una querencia especial por la ecología urbana, decidió hincarle el diente a la Gran Manzana Verde.
     
Así nació Green Maps, la incubadora de los Mapas Verdes, propagados ya por 700 ciudades y 55 países. Lo que empezó como un simple "plano", con la sana intención de conocer mejor la vertiente ecológica de Nueva York, ha terminado fraguando en una poderosa red gobal y en un catalizador para el cambio en las comunidades locales de todo el mundo, de Barcelona a Pereira (Colombia), de Tokio a Mandala Borobudur (Indonesia), de Santiago de Chile a Guangzhou (China)...
      
"El punto de partida es así de elemental: conoce mejor tu entorno", afirma Wendy Brower, en la oficina neoyorquina de Green Maps. "Pero a partir de ahí se ha generado una historia muy poderosa y una simbología de alcance universal. Los "mapeadores" verdes no se limitan a registrar lo que hay, sino que iluminan también las carencias y ayudan a visualizar la ciudad posible".
      
La evolución de Nueva York en las dos últimas décadas en un clarísimo ejemplo. En el primer mapa la Gran Manzana Verde, fechado en 1991, apenas había 145 puntos de interés "verde". En la última edición, superan ya el millar. Y en la versión interactiva el número se dispara...
      
 Setecientos jardines comunitarios.  Más de 650 kilómetros de carriles-bici. Ochenta y cinco cooperativas de consumo. Cincuenta huertas urbanas. Veinticinco mercados de granjeros. Veinte puntos de recogida del compost. Decenas de proyectos de tejados verdes.
       
"Las ciudades están cambiando mucho más rápido de lo que sospechamos", asegura Wendy. "Los mapas verdes son un intento de abarcar y abrazar esos cambios, de promocionar las iniciativas locales, de trabajar y cooperar por un futuro más sostenible que se está abriendo paso a la vuelta de la esquina".
       
Wendy Brawer despliega con orgullo el penúltimo mapa verde de Nueva York –"Gusanos en la Gran Manzana", consagrado al compostaje- y recalca el poderoso efecto de la cartografía verde: "Si podemos cambiar la percepción que la gente tiene de la ciudad (y eso es exactamente lo que estamos haciendo), podemos cambiar la ciudad al mismo tiempo".
       
Brawer tuvo muy claro desde muy joven lo suyo era el diseño gráfico con un "twist" ecológico. Su propio estudio, Modern World Design, se consagró a iniciativas y campañas muy relacionadas con la vida sostenible en la ciudad, al servicio de lo que ella misma llama "el cliente número uno": nuestro futuro común.
      
Pero la pasión de nuestra "mapeadora verde" –cofundadora de la organización de diseño ecológico 02NYC, asesora de la Unesco y reconocida con incontables premios- fue siempre conciliar el cambio personal con el cambio social. Y así fue como nació la ida de Green Maps..
       
"Hace veinte años salías con tu bicleta y te adentrabas en el páramo urbano, asediada por los coches. Entonces te preguntabas ¿dónde están los carriles bici? ¿dónde están los puntos de reciclaje? ¿dónde puedo comprar comida ecológica y local? Ahora todas esas respuestas salen a tu encuentro en la pantalla de un teléfono móvil".
      
"Cada vez tenemos menos excusas", agrega Wendy, con su voz dulcemente persuasiva. "Las opciones son cada vez más visibles y están a nuestro alcance. Y nuestras opciones hablan por nosotros: puedes unirte a una cooperativa de consumo, puedes ir caminando o en bicicleta al mercado de granjeros... O puedes sacar del garaje el coche todo-terreno, cargarlo en el centro comercial y disparar tus emisiones de CO2. Cada paso que damos, cada pequeña decisión, está dando forma a la ciudad en que vivimos".
        
Los cambios no vienen solos, sino que habitualmente se propagan por "racimos", en zonas muy determinadas de las ciudades donde existen redes que le dan el efecto multiplicador: "Aquí, en Nueva York, hay una gran concentración de activismo en el Lower East Side y también en distintos puntos de Brooklyn. Lo bueno de los centros urbanos es la facilidad con la que las ideas se propagan y se replican".
     
El colombiano Carlos Martínez, brazo derecho de Wendy, confirma sobre la marcha cómo los mapas verdes están teniendo también un fuerte impacto en los países en desarrollo y en comunidades como Pereira, en una región cafetera que se enfrenta a la amenaza de la especulación y el desarrollo insostenible.
     
Hace cuatro años, Martínez involucró a varias escuelas en el "mapeo verde" de Pereira  y en la creación de conciencia ecológica, con la elaboración de murales móviles donde saltan a la vista el pulos entre las amenazas y las soluciones que proponen los propios jóvenes: reforestación, reconversión de viejos vertederos en parques, recuperación de cauces contaminados, embellecimiento de espacios públicos...
     
Martínez, que vive en Jackson Heights y recorre en bicicleta los más de 10 kilómetros hastas la oficina de Green Maps en el East Village, recuerda como las "ciclovías" de Bogotá se han convertido en un poderoso referente mundial... "¿Y qué mejor manera de confirmar el avance de las dos ruedas con un mapa donde puede verse cómo crecen, como si fueran venas, los carriles-bici por la ciudad?".
     
Hay otra manera de ver y entender los "mapas verdes", según Wendy Brawer: "Son una manera de celebrar las cosas buenas que están cerca de nosotros, y de apostar al mismo tiempo por un mundo mejor. Piensa globalmente, "mapea" localmente... Descubre todo lo que tienes a tu alcance, conecta con la gente que comparte tus valores e involúcrate: ayuda a transformar tu entorno".
      
A lo largo de 20 años, Wendy y su tropel de colaboradores han sido además capaces de elaborar un lenguaje universal, tejido alrededor de cerca de 300 iconos, divididos en una docena de categorías: economía verde, tecnología y diseño, movilidad, riesgos, agua, fauna, flora, aire libre, carácter cultural, eco-información, justicia  activismo, obras públicas...
     
"La simbología se va ampliando, al tiempo que el horizonte de las ciudades se van ensachando", advierte Wendy. "Cada vez son más frecuentes los proyectos de permacultura urbana, los tejados verdes, las escuelas verdes, los edificios verdes, los lugares de interés eco-espiritual... También damos relevancia a los riesgos y a los retos: lugares afectados por el cambio climático, habitats en peligro, acuíferos contaminadso, puntos de contaminación acústica".
      
Desde 1995, con el lanzamiento en internet Mapa Verde Abierto, se rompieron definitivamente la fronteras visuales (con el complemento de Google). Green Maps no es ya el cuaderno de bitácora para un mundo mejor, sino el auténtico cocedero de innovaciones ambientales y sociales en todo el planeta, explorado simultáneamente por un pelotón de porteadores y soñadores intrépidos.

Carlos Fresneda
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es

Vivir en una ecoaldea


            Foto: Isaac Hernández

Hay sitios en los que sabes instintivamente que acabarás echando raíces. Lugares en los que sientes una fusión especial, con el paisaje y con el paisanaje. Rincones que te reclaman como un canto de sirenas, por más que te alejes... Algo así fue lo que experimentó Liz Walker cuando puso el pie en Itaca (estado de Nueva York) tras completar la Caminata Global para un Mundo Vivible, allá por 1990.

Liz había aprendido de pequeña a ver la vida desde lo alto de un pino de 25 metros, en el patio trasero de la casa de sus padres en Vermont. Allí destiló la savia de la América progresista y el espíritu comunitario de los cuáqueros, mucho antes de que empezara a hablarse la "sostenibilidad". En Perú se familiarizó con la "justicia social" y más tarde en Birmingham descubrió la vida de barrio, antes también de la invasión de los centros comerciales.

En California, y en el movimiento antinuclear, encontró durante un tiempo su razón de ser como activista. Hasta que decidió pasar a la acción práctica, con otros 150 "peregrinos" que recorrieron Estados Unidos de costa a costa para convencer a sus compatriotas de que hay vida, mucha vida, más allá del consumismo rampante.

Al llegar a Itaca, a cuatro horas escasas de Nueva York, tuvo la sensación de haber alcanzado la meta. Concluida la "odisea", creyó llegado el momento de construir la "utopía" y forjar "ese otro mundo posible, más acorde con mis ideas y mis valores"... 

    
Cuenta la leyenda que Dios puso la mano por estas tierras, y dejó su huella gigante y mojada en los Finger Lakes. El "dedo" más largo es precisamente el lago Cayuga, que llega hasta el corazón de Itaca, rodeada de gargantas y cascadas, en un incesante fluir de agua. Y allá donde la ciudad se funde con el campo y el bosque, en lo alto de una colina y en un camino polvoriento que lleva el nombre emblemático de Rachel Carson (autora de "La Primavera Silenciosa"), Liz Walker y su compañera de fatigas Joan Bokaer decidieron fundar lo que hoy se conoce como la Ecoaldea de Itaca, que esta semana celebra su 20 aniversario.

Los 170 vecinos de la ecoaldea, distribuidos en dos barrios (Frog y Song), utilizan el 40% de los recursos del americano medio, se abastecen parcialmente de energía con placas solares, cultivan gran parte de sus alimentos en dos granjas y en pequeños huertos, reciclan y compostan su basura orgánica, comparten el transporte y reinventan todos los días eso que llamábamos el espíritu comunitario.
     
Hace poco más de un año asistimos a la plantación del primer árbol de la tercera y última fase (Tree), con construcciones más pequeñas y ultraeficientes, siguiendo el modelo de la "casa pasiva" y con la aspiración de atraer a vecinos de todos los bolsillos. Pese al "crecimiento" natural, el proyecto será totalmente respetuoso con la idea inicial: concentrar la población humana en el 10% del espacio y dejar el 90% restante para espacios verdes.
      
En la ecoaldea de Itaca, los coches se quedan en el granero de la entrada y los auténticos reyes son los niños, que campan y pedalean a sus anchas. "Vinimos aquí huyendo la pesadilla urbana de Phoenix y esto ha sido un reencuentro con la felicidad de la Tierra que yo recordaba de mi infancia", atestigua Aaron Froehlich, rodeado de sus hijos, David y Ellijah.


     
Liz Walker también crió aquí a los suyos, y no fue fácil combinar la vida familiar con su infatigable labor como "organizadora comunitaria", luchando contra los molinos de viento de la burocracia, procurando que el proyecto avanzara sin traicionar el espíritu de de consenso... "La tara es ardua y fatigosa cuando decides salirte de los caminos trillados. Pero al cabo del tiempo hemos demostrado que otra manera de vivir no sólo es posible, sino que ya existe... y además funciona".
    
Pero la ecoaldea no podría haber florecido sin la interacción constante con esa ciudad de 50.000 habitantes -la mitad de ellos, estudiantes de la Universidad de Cornell o del Ithaca College- que se atisba a los lejos entre colinas pobladas de robles y arces... "Desde el principio tuvimos claro que teníamos que abrirnos y compartir nuestras experiencias. Porque lo que más necesita el mundo es inspiración, y aquí hemos aprendido a poner unas cuantas ideas en práctica".
    
En su primer libro, "Ecovillage at Ithaca", Liz Walker exploraba el proceso de creación de la ecoaldea en un manual que ha dado la vuelta al mundo. En su segundo y más reciente, "Choosing a Sustainable Future", su radio de acción se extiende por esta pequeña gran ciudad, auténtico hervidero de todo tipo de iniciativas.

    
Como Portland, Madison, Berkeley, Boulder o Austin -otros obligados puntos de referencia de la "otra" América-, Itaca se ha convertido en el panal de rica miel "para todos aquellos que buscan una relación más directa con la tierra". Liz se remonta a los tiempos de los indios Cayuga, que dejaron en estos bosques la semilla de la sostenibilidad, el pacifismo y el feminismo, como parte de su legado histórico.
   
Itaca se subió muy activamente al carro de la "contacultura" de los años sesenta, y eso se nota. La ciudad fue puntal del cooperativismo y de la agricultura ecológica, pionera de la ola de mercados de granjeros (5.000 ya en Estados Unidos) que traen lo mejor de la cosecha local hasta el asfalto. Las "horas" de Itaca abrieron también la brecha en el movimiento del dinero local, propagado de costa a costa. El seguro médico universal o las líneas especiales de crédito para pequeños ahorradores son "lujos" sociales que diferencian a Itaca de la mayoría de las ciudades norteamericanas.
   
"Unas iniciativas atraen siempre a otras y acaban creando un "efecto de racimo"", advierte Liz. "Aquí existe una mezcla de cooperación y de competencia sana de la que todos nos acabamos beneficiando. Y sobre todo han habido líderes locales con la capacidad de acción para cambiar las cosas".
   
"Digamos que Itaca era ya una ciudad en "transición" antes de que existiera este movimiento. La gente está muy concienciada de que vivimos en un momento muy crítico y hay que evolucionar hacia otro modelo más sostenible. Tenemos que aprender a cultivar nuestros alimentos, a procurarnos nuestra energía, a ser más eficientes, a no depender del coche, a compartir recursos, a recuperar los lazos comunitarios... Lo que hemos conseguido aquí se puede lograr en cualquier parte del mundo. Sólo hace falta, valor, visión y persistencia".

(Del 14 al 16 de septimebre se celebra el XV Encuentro de Ecoaldeas en Los Portales (Sevilla). Más información

Carlos Fresneda  @cfresneda1
Publicado en el blog EcoHéroes de El Mundo.es

De las finanzas a las lechugas



Nadie diría a simple vista que Ena McPherson ha consumido la mitad de sus 61 años contando billetes y gestionando fondos de inversión... "Y sin embargo esa fue gran parte de mi vida, trabajando para el sector financiero. Hubo un tiempo en que se supone que los bancos estaban ahí para ayudar a prosperar a la gente con sus ahorros y con sus negocios. Ahora ya vemos cómo nos han llevado a la ruina colectiva"...

Ena McPherson, nacida en Jamaica y curtida en Estados Unidos, se consideraba hasta hace poco "una inmigrante con suerte". "Mis raíces están en Kingston, pero este país me ha dado grandes oportunidades, no lo puedo negar", asegura Ena, con su sombrero de ganjera, sus gafas de sol y la sonrisa caribeña siempre a flor de piel. "Me llegó el momento de la jubilación anticipada y pensé: ¿Qué es lo mejor que puedo hacer para ayudar a mi comunidad?".
 Atrás quedaron las finanzas, por delante tenemos un vergel de lechugas en casi todas sus variedades: romanas, iceberg, de hoja rizada, de hoja de roble... Con el azadón en mano, al frente de un tropel de voluntarios, Ena McPherson se ha convertido en una de las activistas verdes por excelencia en Brooklyn, al frente de tres huertos comunitarios: "Digamos que he vuelto a la tierra para limpiar mi historial".
Ena no tuvo siquiera que aprender el oficio, le bastó con mirar hacia atrás y recordar el tiempo pasado en le huerto de su abuelo en Jamaica, conocido por sus vecinos como Tranquility Farm. La Granja de la Tanquilidad ha resucitado ahora en un solar abandonado de Brooklyn, desde donde la hortelana y ex banquera otea los brotes verdes que le están saliendo al asfalto...
"Nuestro barrio es lo que aquí se llama un "desierto de alimentos. Mira a tu alrededor: no hay manera de comprar productos frescos, todo es "comida basura", ultraprocesada o enlatada... Lo que sí tenemos en Bedfrod-Stuyvesant son solares vacíos, que pueden convertirse fácilmente en huertas con la ayuda de un rastrillo y un azadón".
Con las botas puestas -como Michelle Obama en el huerto de la Casa Blanca- Ena va sacando piedras y malas hierbas y preparando las camas de cultivo de Tranquility Farm... "En la ciudad tenemos un problema: los suelos pueden estar contaminados, sobre todo con plomo y metales si antes había una construcción. Por eso conviene "crear" suelo fértil con compost, y cultivar en lechos, y a falta de irrigación, estar lo más cerca posible de una boca de riego".
Gracias a la ayuda impagable de Green Guerrillas y Just Food, dos de los grupos que más han hecho por impulsar la agricultura urbana en Nueva York, los tres oasis comestibles de Ena siguen creciendo, cuidados por un equipo cada vez más nutrido de niños que nunca han visto una berenjena ni han saboreado las hojas de brocoli en su vida: "Para muchos de ellos, el campo es como si fuera otro planeta... Es aquí donde hacen la conexión y descubren por fin de dónde vienen los alimentos ".
 La última pasión de Ena McPherson son las gallinas... "Aún recuerdo cómo corría detrás de ellas en la granja de mi abuelo y quiero que los niños de Brooklyn experimenten la misma sensación. Para los chavales es casi un milagro eso de entrar en el gallinero con la cesta y recoger los huevos frescos, que esa misma tarde acabarán en la sartén".
Con las tres huertas en activo, y Bob Marley poniendo la música de fondo, Ena McPherson espera sacarle el máximo provecho al proyecto de CSA (Agricultura de Soporte Comunitario) que ha echado raíces en el barrio: "Para mí, la vuelta a la tierra ha sido como cerrar el círculo de mi vida. Aunque los fantasmas de la especulación, que es parte de mi pasada vida, siempre acechan. No podemos olvidar que estos terrenos que ahora cultivamos son "urbanizables" y que cualquier día podría venir la piqueta a llevarse por delante la Granja de la Tanquilidad".
Carlos Fresneda

Hortelana en las alturas












Fotos: Isaac Hernández
Fotos: Isaac Hernández

Los tallos de las coles y los palos de las tomateras se levantan a los pies de Annie Novak como un sugerente "skyline" vegetal, con el Empire Sate y todos los "totems" de Manhattan rasgando el cielo a lo lejos, recordándonos lo cerca que queda la "civilización"...
Estamos realmente en Brooklyn, sobre el tejado/granja de Eagle Street, recogiendo la cosecha tardía a cinco pisos de altura. El cinc caliente dejó paso hace dos años a la felicidad de la tierra, con el sudor de Annie Novak y su tropel de voluntarios, que cargaron con sacos y más sacos por las escaleras hasta "rellenar" los 2.000 mil metros cuadrados que ocupa la huerta en las alturas.
"Esto era un tejado inhóspito y sellado con alquitrán como cualquier otro", recuerda Annie Novak. "Hizo falta mucho esfuerzo y un poco de imaginación para convertirlo en lo que ahora es. Pero cualquiera puede cultivar en una azotea: basta con un buen aislamiento y un puñado de semillas".
Nacida en Chicago hace 28 años y forjada como agricultura en Ghana, Annie pertenece a esa nueva generación de granjeros urbanos inmortalizada en el documental "The Greenhorns". Las mujeres llevan la voz cantante en este movimiento que está  reverdeciendo desde muy dentro a las ciudades americanas...
"Recogemos el testigo de la generación que clamó por la vuelta a la tierra ("back to the land")", explica Annie. "Pero no queremos aislarnos del mundo en una comuna o en una granja lejana. Somos jóvenes y no sólo nos atrae la cultura urbana, sino que queremos ser parte de ella y trasformarla si es posible".
"A mí me tira particularmente Nueva York por su diversidad, por su bombardeo constante de ideas y estímulos", añade la hortelana en las alturas, rodeada de gallinas, conejos y abejas en su tejado-granja. "Aqu'i llevo una vida sana: como lo que yo misma cultivo, reparto la cosecha en bicicleta, tengo una comunidad de gente con mismas inquietudes... No hace falta renunciar a la ciudad para estar en contacto con la tierra. Hay que traer el campo hasta el asfalto".
La mayor parte de la cosecha de verduras y hierbas comestibles las distribuye Annie en los restaurantes locales de Greenpoint en Brooklyn. El sobrante se vende en la misma huerta o en los mercados locales de granjeros (más de 25 en Nueva York). Durante el invierno se dedica a la cocina natural ("Growingchefs") y a la docencia "verde", con un arte especial para contagiar su amor a la naturaleza a grandes y pequeños.
Aunque el grupo Earth Pledge labró los primeros surcos en las azoteas de Nueva York (con su proyeto Greening Gotham), lo cierto es que Annie fue pionera a gran escala, mano a mano con Ben Flanner, que ahora ha creado a tiro de pieda la mayor granja/tejado del mundo: Brooklyn Grange, más de 10.000 metros cuadrados y 140 hileras de cultivo (lechugas, tomates, guisantes, repollo, berzas, brócoli).
 "Hemos querido dar un salto cualitativo para demostrar que se puede cultivar en las grandes ciudades y a gran escala",explica Gwen Schantz, cofundadora de Brooklyn Grange, que sirve además como centro de compostaje local. "Eso sí, con métodos de cultivo orgánicos, sin usar fertilizantes químicos... Y con una huella ecológica mínima: casi toda nuestra producción se vende y distribuye en cinco kilómetros a la redonda".
La inmensa azotea de Brooklyn Grange, sobre un edificio industrial construido hace un siglo, tuvo que se acondicionada y aislada para recibir una capa de más de 30 centímetros de tierra, con un complejo sistema de irrigación. Al cabo de dos años, los 200.000 dólares de inversión empiezan a dar sus frutos. El uso del tejado como "escuela sin techo" y las visitas "prácticas" en plena temporada (hay que meter las manos en la tierra) han servido para que la granja/tejado eche ra'ices en la jungla de asfalto. Nada como una vista diferente y rabiosamente "verde" desde  las alturas de Nueva York...
Carlos Fresneda / Londres

El coloso verde


 
Foto: Isaac Hernández

No todos los días tiene uno la ocasión de seguir los pasos apremiantes del "dueño" del Empire State a lo largo y ancho de sus 102 pisos, 73 ascensores y 1.850 escalones. Lo cierto es que Tony Malkin -al frente del "imperio" Wien & Malkin- es un tipo muy ocupado y con mucha prisa. Pero a pesar de todo desprende un aire cercano y saludable, acentuado por la corbata verde y por su planta atlética.
   
Tony Malkin no encaja precisamente en el cliché del magnate inmobiliario. Aprendió el negocio de su abuelo y de su padre, en la era en que la especulación tendía sus lianas en la jungla urbana. Durante un par de décadas decidió respetar las reglas del juego, pero no tardó en darse cuenta de que estamos en los abores de otra era: el Empire State, construido en trece vertiginosos meses hace 81 años, se había convertido en la viva imagen de la decadencia.
   
Pese a su aspecto imponente -de cohete a punto de despegar hacia del planeta Kripton- el gigante se resquebrajaba por dentro y estaba perdiendo inquilinos a la velocidad del rayo. Los nubarrones de la recesión despuntaban en el horizonte, pero Malkin decidió plantarle cara al futuro y se fijó una meta tirando a utópica: convertir el Empire State en el "coloso eficiente"...
  
"Queremos aprovechar el poder simbólico de este maravilloso edificio para lanzar un mensaje al mundo. Y queremos hacer de paso una advertencia a los empresarios y los políticos: lo verde no es sólo deseable, sino también "rentable"".
   
Veinte millones de dólares ha invertido Tony Malkin en el la "cura de eficiencia" del rascacielos (más los 500 millones en obras de renovación). Con el apoyo del Rocky Mountain Institute y de la Iniciativa Clinton para el Clima, el objetivo es reducir el 38% de su consumo eléctrico, ahorrar 4,4 millones de dólares anuales y dejar de emitir 105.000 toneladas métricas de CO2 en los próximos años.
  
A punto completar la cura de eficiencia, ha llegado la hora de hacer repaso a las grandes conquistas... Las 6.514 ventanas del rascacielos han pasado -una a una- por un taller habilitado en la quinta planta. Allí se reforz'o el doble vidrio con una película aislante y se rellen'o finalmente el espacio interior con gas argón/kriptón para mejorar la protección térmica. Una decena de "currantes" de la eficiencia cumpli'o la meta de cambiar hasta cincuenta ventanas diarias, bajo el cartel que advert'ia "Green Workers Get Serious" ("Los trabajadores verdes se ponen serios").
  
"Lo más fácil habría sido subcontratar el recambio de las ventanas a una empresa especializada", advierte Malkin. "Pero decidimos correr nosotros con la faena y hacerlo "in situ", para ahorrar tiempo, dinero y emisiones".

   
El aislamiento de las ventanas fue una de las sesenta propuestas iniciales de las que finalmente se han puesto en marcha ocho, como las barreras térmicas en los radiadores, los sensores para la iluminación de pasillos y zonas comunes o el sistema de Control Directo Digital (DDC) que permite conocer "on line" y en tiempo directo el consumo de energía planta a planta.
   
Pero la auténtica transformación del Empire State se ha gestado desde el sótano, en la "sala de máquinas" que alberga los sistemas de calefacción y refrigeración: un indescifrable laberinto multicolor de válvulas y tuberías, evaporadores y condensadores, puestos al día por los expertos de Johnson Controls y capaces de ahorrar por sí mismos el 10% de la factura de la energía.
   
Las oficinas se han resideñado para el máximo aprovechamiento de la luz solar, cuentan con lo último en dispositivos de iluminación leds y están equipadas con muebles con la certificación "cradle to cradle". Los 55 millones de kilovatios hora que consume al año el gigante serán además generados por el viento, según el acuerdo con la compañía texana Green Mountain Energy anunciado a bombo y platillo por el propio Malkin: "Lo más natural era hacer el cambio a la energía limpia y seguir marcando el camino a todos los rascacielos del siglo XXI. Es del todo injustificable que los nuevos  edificios no hagan lo mismo".
   
Hacemos un alto en la planta 42, en medio de tanta bajada y subida. Malkin quiere enseñarnos la última maqueta -a escala "humana"- de su coloso "verde", iluminado para la ocasión con su color favorito. Desde sus casi dos metros de altura, a sus 50 años, Malkin sufre una arranque de nostalgia y recuerda la emoción que le produjo ?y le sigue produciendo- caminar por los pasillos, tocar los mármoles o admirar el oro refulgente en el techo del recibidor "art decó", por donde desfilan todos los años cuatro millones de turistas...
  
"Desde 1931, el Empire State ha sido una referencia del potencial humano para todo el mundo. A todos nos han contado la historia del edificio que se levantó en poco más de un año, en medio de la situación económica más desesperada y entre dos guerras devastadoras. Ahora tenemos la ocasión de convertirlo en icono de un mundo más sostenible".
  
Concluimos por supuesto nuestro periplo en el observatorio, donde seguimos viendo inevitablemente a King Kong, zafándose de los aviones como si fueran moscas. El zumbido de la ciudad llega amortiguado a estas alturas. Se instala un silencio que invita a la reflexión, interrumpido sólo por las ráfagas del viento y por el "click" de las cámaras de decenas de turistas, contemplando con asombro el bosque implacable de hormigón, moteado ya por las primeras luces con la caída de la tarde.
  
"Más del 70% de las emisiones en las grandes ciudades proceden de los edificios", recalca Tony Malkin, en el contradictorio papel del promotor inmobiliario y "verde". "Va siendo hora de aplicar la lógica y la eficiencia a los edificios residenciales y de oficinas. Lo que estamos haciendo en el Empire no es sólo bueno para el medio ambiente, es también bueno para los negocios. Estamos demostrando que la ecología y la economía pueden caminar de la mano".

Carlos Fresneda
Publicado en blog EcoHéroes de El Mundo.es