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El hombre “salvaje” de Central Park

LO DICHO Y HECHO

“Hemos perdido la conexión con la naturaleza y la facultad de recolectar nuestros alimentos”
“Durante millones de años, la especie humana se ha alimentado de los frutos y las plantas del bosque”

1950,Nace en Queens, Nueva York. 1970. Estudia Psicología. 1980. Empieza a recolectar plantas, frutos y hierbas silvestres. Organiza giras en los parques de Nueva York con el apodo de The Wildman. 1986. Infiltran a dos agentes de parques en sus tours y le detienen por “actividades delictivas”. La acusan de “comerse los parques”. Su caso arma gran revuelo en la prensa. 1986-90 Se convierte en guía “comestible” de Central Park. 1998 Conoce a su esposa Leslie-Anne Skolnik, en una de sus giras comestibles. 2002 Publica “The Wild Vegearian Cookbook. 2008 Se convierte en el rostro más reconocibles del movimiento de los “localívoros”.

Parece un pariente cercano del doctor Livingstone, supongo, sólo que en vez de adentrarse en la espesura de Africa central se patea como nadie Central Park, con su casco de explorador, a la busca de dientes de león, acederas, verdolagas, zaraparrillas, epazotes y demás plantas comestibles que irá recolectando sobre la marcha, seguido por cuarenta expedicionarios de todos los pelajes que nunca sospecharon los manjares silvestres que crecen en la gran ciudad.

Steve Brill, más conocido como The Wildman (El hombre “salvaje”), lleva tres décadas instruyendo a los neoyorquinos en el arte del “foraging” (recoger el forraje, pero para consumo humano). Allá por 1986 saltó a la fama cuando dos aguerridos park rangers se infiltraron en una de sus expediciiones y le detuvieron por “actividades delictivas”. Le acusaron literalmente de “comerse el parque”. Meses después, tras el revuelo que se montó en la prensa, le contrataron como guía insustituible, autorizado para recolectar todo tipo de setas, hierbas, raíces y bayas aptas para el consumo humano.

Su fama trasciende ya las fronteras (http://www.wildmanstevebrill.com); le han salido imitadores en medio mundo. Pero el auténtico “Wildman” –el nombre le vino a la mente haciendo meditación trascendental- es este intrépido, estrambótico y simpático explorador de 58 años, nativo de Queens, convertido ahora en ídolo del movimiento de los localívoros.

Lo que propugna el hombe “salvaje” es la auténtica vuelta a la comida local, a lo que tenemos más a mano. “Durante millones de años, la especie humana se alimentó de lo que recolectaba en el bosque”, explica Steve Brill. “Ahora, con el auge del fast food y los productos ultraprocesados, hemos roto por completo la conexión con la naturaleza, que siempre fue la base de nuestro alimento”.

Brill iba para psicólogo antes que para explorador, cocinero y botánico. Un día, paseando en bicicleta, vio a un grupo de mujeres griegas cogiendo hojas de parra en un parque. Se llevó una bolsa a casa, las cocinó con un relleno de arroz y volvió a por más. Se hizo experto y autodidacta, con la ayuda de infinidad de guías y probando todo lo que parecía comestible, sin sufrir hasta la fecha ninguna indigestión (todo lo más, un picorcillo en la lengua).

Dos veces a la semana, el hombre “salvaje” convoca a sus seguidores en uno de los más de veinte parques que entran en su jurisdicción (15 dólares de donación los adultos, diez los niños). El destino predilecto sigue siendo Central Park, donde tal día como hoy se congregan cuarenta expedicionarios pertrechados con palas, rastrillos y guantes.

Arrancamos en el Strawberry Fields de John Lennon y compañía, y a falta de fresas salvajes encontramos moras blancas (jugosas “mulberries”) que saben a lluvia y se deshacen dulcemente en la boca. En el borde del lago nos espera un árbol cargado de frutos rojos, parecidos a los arándanos, que resultan ser los “juneberries” o frutos del guillomo. Grandes y pequeños nos disputamos las mejores ramas, ante la sorpresa de las parejas que retozan en el parque y que no sabían de la fruta prohibida. Más tarde descubriremos manzanos silvestres y los codiciados caquis, “más sabrosos que los que venden en Chinatown”.

De ahí pasamos a las hierbas, con especial hincapié en esa que llaman pimienta del hombre pobre y que puede poner el contrapunto picante en las ensaladas. Buscamos también bardanas, raíces muy curativas, clavadas en la tierra como auténticas estacas. Y azucenas amarillas: “¿Alguien se atreve a regalarle un ramillete de flores a su mujer para que luego se las coma?”.

“¡Cuidado con las hiedras venenosas!”, advierte el hombre “salvaje” a los intrépidos que se lanzan a la aventura. Cuando la expedición se dispersa, Brill los llama a capilla con el silbato o ahuecando las palmas manos y haciendo música con la boca. Cuatro horas dura la incursión inolvidable en el parque, aderezada por historias que el hombre “salvaje” cuenta con pasión: “En un día de abril de 1998, se unió a la expedición una escritora de temas médicos que se llamaba Leslie-Anne Skolnik. Mostró tal interés por mí que le di de comer violetas, y así empezó todo. Meses después... “¡Ya se han casado! ¡Ya se han casado!”


Carlos Fresneda. Nueva York
EL ZOO DEL SIGLO XXI/ STEVE BRILL para El Mundo, pubicado el 5.09.2008

amanece en Milagro - yo cambio I


Con este artículo, en enero de este año 2008 comenzamos una nueva sección en la revista Integral (nº337) con el título de este blog. Aqui enlazamos al pdf de Amanece en Milagro, donde presentamos el espacio.

Reinventar el día a día
El cambio climático va a ser el catalizador de todos esos cambios que
llevamos aplazando desde hacía tiempo y que van a afectar profundamente a nuestra vida cotidiana. Lejos de caer en el pesimismo, desde este rincón propondremos “reinventar” el día a día y explorar soluciones prácticas al gran reto de nuestro siglo, empezando por lo que tenemos más a mano y convencidos de que el cambio más necesario es, tal vez, el que debe producirse al nivel de nuestra
conciencia. La naturaleza estará siempre muy presente en este periplo que iniciamos juntos y que tendrá también muy en cuenta a los millones de humanos que sobreviven con 1 dólar al día y a los 25 millones de especies que nos acompañan en este incomparable y portentoso planeta. Esperamos ir más allá del “cambio personal” y confiamos en que éste sea ante todo un viaje al emocionante futuro compartido que podemos construir cada uno de nosotros: yo cambio, tú cambias, él/ella cambia, nosotros cambiamos...

La 'gente de los árboles' de Los Ángeles - La otra América

Foto: Isaac Hernández
Sábado por la mañana en Chiquita Street. Más de 30 voluntarios descargan del camión las palas, los azadones, las estacas y demás aperos para la faena. Se respira un aire de celebración en torno a la siembra, con bebidas y tentempiés para cuando flaqueen las fuerzas. Diecinueve ginkgos y decenas de arbustos aguardan en sus macetones en plena acera. Los pájaros de la calle Chiquita revolotean ansiosos.

Rachel Malarich, con el jersey verde que le acredita como TreePeople (la «gente de los árboles»), orquesta la ceremonia al otro lado de las colinas de Hollywood, donde el fragor de las autopistas sucumbe ante la fronda del valle de San Fernando.
«Los ginkgos son un árbol originario de Asia, pero se adapta muy bien a nuestra tierra», explica Rachel. «En otoño, sus hojas con forma de abanico se volverán amarillas, y será un momento muy especial... Pero van a necesitar cinco años para agarrar, por eso requieren toda la atención y el cuidado de la comunidad».

Lisa Sotelo y Joe Vargas, plantadores consumados, asisten a Rachel en la demostración. Los voluntarios aprenden a calcular la profundidad ideal, a alimentar la tierra con compost y hongos, a clavar las estacas a la distancia apropiada del tronco... Al cabo de 15 minutos, con el primer ginkgo ya en la acera, los TreePeople hacen un círculo en torno al nuevo vecino, le ponen un nombre simbólico y entonan el ritual: «Los árboles necesitan a la gente, la gente necesita a los árboles... ¡Bienvenido Herbert!».

La ceremonia se repite cinco veces, todas las semanas, en la inmensa geografía de Los Ángeles. En los últimos 35 años, la tribu de los TreePeople (15.000 miembros, 2.000 voluntarios, 40 empleados a tiempo completo) ha plantado más de dos millones de árboles. Las magnolias y los rododendros, los ciclamores y las jacarandas, los plátanos falsos y los robles californianos han moteado de verde el enjambre de autopistas y le han quitado la boina humeante a la ciudad.

En la mancha urbana más dispersa del país, donde el coche es más imprescindible que el pan, los TreePeople han logrado embarcar a todas las fuerzas vivas en la reforestación. El propio alcalde, Antonio Villaraigosa, apadrina ahora una campaña para plantar un millón de árboles más, y el mérito es sin duda del grupo fundado en 1973 por Andy Lipkis.

«Los árboles son más que un ornamento para embellecer las calles», sostiene Lipkis. «Proporcionan oxígeno, limpian la atmósfera, refrigeran la ciudad, captan la lluvia y protegen de las inundaciones... Ahora, con la urgencia del cambio climático, son aliados indispensables para restaurar la ciudad con la ayuda de la naturaleza».
La raíz de TreePeople es el hermanamiento ser humano-árbol, y el tronco es sin duda «esa conexión entre la gente que quiere traer salud y comunidad a su vecindario». El ideal de Lipkis es el 'citizen' 'forester', algo así como el 'ciudadano' 'forestal', cuidador del ecosistema urbano, familiarizado con el terreno y con su comunidad.
El 'citizen' 'forester' de Chiquita Street es un vecino de origen francés, Bau St. Gal, que se ha traído a su hija de 10 años, Camille, a la siembra y al ritual. Más de seis meses tardó Bau en convencer a sus vecinos, recaudar el dinero y tramitar los permisos para plantar árboles en la acera y en un aparcamiento.

Los TreePeople le dieron todo el apoyo logístico y humano. «Plantar árboles es la mejor manera de crear comunidad», sostiene Lisa Sotelo, ayudada por media docena de niños, «la gente se pasa el día en el coche y no conoce a sus vecinos».
«Las siembras ponen la primera semilla, pero las comunidades extienden luego su campo, y la gente acaba uniéndose a grupos locales para limpiar las playas, para restaurar zonas pantanosas, para captar el agua de las lluvias», señala Rosa Garza-Mourino, nacida hace 47 años en México DF y afincada en Los Angeles. Rosa ejerce como profesora de Humanidades y Cambio Social en la Antioch University y lleva un año con los TreePeople.

Los Tree People quieren embarcar ahora en la reforestación urbana a la gente de San Fernando, San Pedro y otras zonas de Los Angeles mayoritariamente hispanas. «Intentamos llegar a ellos con pláticas en español», recalca Rosa, «les recordamos sus valores originarios, les insistimos en la idea de traer el bosque a las ciudades y les pedimos que participen en las siembras comunitarias, que así es como empezarán a sentirse más integrados en su nueva tierra».

EL REFORESTADOR URBANO
Ejemplo. A los 15 años, Andy Lipkis tuvo ya claro que lo suyo era plantar árboles. En 1973 fundó el grupo TreePeople, pionero del movimiento de la reforestación urbana que alcanzó su máxima expresión en la plantación de un millón de árboles en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984. Miles de 'ciudadanos' 'forestales' han seguido desde entonces sus pasos y han propagado las semillas en las grandes metrópolis norteamericanas.
Abrió brecha con un libro, 'El simple hecho de plantar un árbol', y ahora está a punto de publicar otro sobre la necesidad de pasar a reforestación urbana. El ejemplo de TreePeople, marcando la senda al Ayuntamiento de Los Angeles, se puede imitar en su opinión en todo el planeta: «Tenemos que demostrar a nuestros gobiernos que estamos preparados para cambiar nuestro estilo de vida y evitar el cambio climático».

Carlos Fresneda | Enviado especial (Los Ángeles) El Mundo