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La naturaleza es nutritiva


























“El último niño en el bosque” es uno de los libros que más me han marcado en mi vida de  adulto. Como padre de tres niños, nacidos y criados en el duro asfalto, la falta de naturaleza en sus vidas empezaba a ser casi una obsesión. Por eso me caló tan hondo la obra de Richard Louv, que arrancaba con una pregunta ingenua y demoledora, formulada en voz alta por su hijo Matthew...


“Y dime papá, ¿por qué lo pasábais mejor vosotros cuando eráis niños?”.


Richard Louv tiró de los recuerdos de aquella infancia perdida: de las casas en los árboles y las cabañas en el bosque, de los escondites entre espigas y las rodillas magulladas y manchadas de barro. Comparó su experiencia con la de los niños de la “generación Nintendo”, del coche a las actividades extraescolares, de las vídeoconsolas a los mensajes de texto...
“No se trata de una nueva enfermedad que se pueda tratar con medicamentos, sino de un trastorno social”, nos explica Louv. “Estamos hablando esencialmente de las mismas dolencias que aquejan a los animales cuando les sacas de su habitat natural y los encierras en un zoo o en un laboratorio. Tan sólo existe una cura posible: la vitamina N, de Naturaleza”.

No tardó en llegar a la conclusión de que nuestra infancia fue no sólo más aventurera y divertida, sino también más sana. La obesidad, la depresión o la hierpactividad cada vez más comunes entre los niños son, a su entender, síntomas del “déficit de atención de la naturaleza” (rebautizado por nuestras tierras como “síndrome de Heidi”).



“El último niño en el bosque” ha creado todo un movimiento de vuelta a la naturaleza, encabezado por la red Children and Nature Network. Los Nature Family Clubs brotan por doquier, y en la escuelas surgen programas como No Child Left Indoors, para garantizar que los chavales gozan de suficientes horas al aire libre. Los huertos escolares se propagan como esporas en ciudades como Nueva York, y en Escocia y el Reino Unidos empiezan a popularizarse las guarderías en el bosque. La corriente llega también ahora a España de la mano de Heike Freire, autora de “Educar en verde”.

“Lo que propongo no es un regreso nostálgico a una infancia que ya no existe”, volvemos con Richard Louv. “Yo no me considero un padre anti-tecnológico, pero está claro que hace falta un equilibrio... Cuanta más tecnología incorporamos a nuestras vidas, más necesario es el contacto con la naturaleza, precisamente para compensar nuestra exposición a entornos artificiales”.


“Para estimular en los niños la “biofilia”, el amor a los seres vivos, es imprencindible que tengan experiencias a edades bien tempranas”, sostiene el autor de “El último niño en el bosque”. “Hoy en día, como consecuencia del deficit de naturaleza, muchos niños experimentan lo contrario: “biofobia”, el miedo a los entornos naturales... La siguiente generación tiene ante sí un reto que va más allá de la sostenibilidad; los niños van a tener que ser capaces de “crear naturaleza” en el futuro y de reinventar, por ejemplo, el modo en que vive la mitad del planeta en las ciudades. Y eso sólo será posible si aprenden a conocer y a amar la naturaleza”. El último y reciente libro de Richard Louv, “El Principio de la Naturaleza”, responde ahora a otra pregunta inquietante, formulada esta vez por una mujer entrada en años: “Usted habla tanto de los niños, pero mírenos a nosotros ¿Acaso los adultos no padecemos también el déficit de naturaleza””.

Louv insiste en su libro en las profundas contradicciones de la civilización occidental, y en cómo nos afectan a los niños y a los menos niños: “En esta sociedad que hemos creado, cualquiera diría que para ser adultos hay que dejar atrás la naturaleza. No nos damos cuenta de lo mucho que necesitamos los entornos naturales en nuestra actividad diaria. Me gustaría ver en marcha un movimiento, similar al que existe ya entre los educadores y los padres, para traer la naturaleza a los barrios, a los hogares y a los lugares de trabajo. Somos mucho más producitvos y creativos cuando estamos en nuestro habitat. La naturaleza es nutritiva...”


Carlos Fresneda / Londres

Richard Louv, autor de ‘El último niño en los bosques’

«Cuanta más tecnología usamos, más necesitamos la naturaleza»

De una manera intuitiva, Richard Louv acuñó hace una década el término de «déficit de naturaleza» sin saber que iba a provocar una auténtica reacción en cadena. Su libro El último niño en los bosques fue la chispa de un movimiento que ahora se extiende entre los educadores y los padres, deseosos de establecer el vínculo roto entre la infancia y el entorno natural. En su nueva obra, El Principio de la Naturaleza, el infatigable periodista y divulgador extiende su alcance al mundo de los adultos, donde los síntomas y las carencias son cada vez más evidentes.



Pregunta.– ¿Cómo podemos averiguar si tenemos un déficit de naturaleza?
Respuesta.– El déficit de naturaleza no es una enfermedad clínica, no es un trastorno que se pueda tratar con medicamentos. Es más bien una enfermedad social, y el único remedio posible es lo que yo llamo Vitamina N, de Naturaleza: pasar más tiempo al aire libre, manteniéndonos activos y en contacto con los seres vivos. Los síntomas son evidentes y todos los conocemos: depresión, obesidad, fatiga crónica, estrés, hiperactividad y déficit de atención, trastornos de aprendizaje en los niños. Son esencialmente las mismas dolencias que aquejan a los animales cuando les sacas de su hábitat natural y los encierras en un zoo o en un laboratorio. El caso es que todo esto lo sabemos desde hace tiempo, pero hacen falta más estudios científicos.

P.– ¿Hasta qué punto se manifiesta el déficit de un modo distinto en los adultos que en los niños?
R.– La idea de El Principio de la Naturaleza surgió precisamente cuando una mujer me espetó a la salida de una conferencia: ‘Mírenos; los adultos también tenemos déficit de naturaleza’. Volvemos a la raíz social del problema: hemos creado un mundo en el que parece que para ser adultos hay que dejar atrás la naturaleza. No nos damos cuenta de lo dependientes que somos de ella. Me gustaría ver en marcha un movimiento, similar al que existe ya entre los educadores y los padres, para traer la naturaleza a los hogares y a los lugares de trabajo. Somos mucho más productivos y creativos cuando estamos en un entorno natural.

P.– ¿El remedio podría ser más naturaleza y menos tecnología?
R.– Yo no me considero antitecnológico. Lo que hace falta es un equilibrio... Es más, cuanto más tecnología incorporamos a nuestras vidas, más necesario es el contacto con la naturaleza, precisamente para compensar nuestra exposición a entornos artificiales.

P.– Para los niños, la naturaleza era antes la vía de escape del mundo de los adultos. ¿Hasta qué punto ese lugar mágico ha sido suplantado hasta cierto punto la tecnología?
R.– El mundo digital no tiene por qué competir con el mundo físico. Pero es importante la labor de los padres y los educadores para que los niños no se aíslen con la tecnología, y para que tengan a diario suficiente cantidad de Vitamina N.

P.– El último niño en los bosques tuvo un gran impacto en países como Estados Unidos y Gran Bretaña ¿Se puede hablar ya de un movimiento mundial de infancia y naturaleza?
R.– El libro sirvió en todo caso como estímulo, pero el poso ya estaba ahí. Y sí, es cierto que las redes como Children and Nature Network, los clubes de naturaleza, los huertos escolares y el gran aumento de las visitas a los parques nacionales en EEUU tienen algo que ver con todo esto. Pero no sé si existe aún un movimiento a nivel global.


P.– En su último libro (Last Child in the Woods), usted insiste en la necesidad de fomentar ese vínculo no sólo por nuestro propio bien, sino por el futuro del planeta...
R.– A mí no me gustan los mensajes apocalípticos, y creo que le hacemos un flaco favor a los niños si les hablamos en abstracto de los problemas ambientales y de la amenaza del cambio climático. Lo que conseguimos así es más bien generarles la «biofobia», el miedo a las cosas vivas. Para estimular la
«biofilia», que es todo lo contrario, no hay nada mejor que acercarles a la naturaleza. La siguiente generación tiene ante sí un reto que más allá de la sostenibilidad, que es un concepto estático. Los niños de hoy van a ser capaces de crear naturaleza en el futuro y de reinventar, por ejemplo, el modo
en que vive la mitad del planeta en las ciudades. Y eso sólo será posible si aprenden a conocer y a amar la naturaleza.
Carlos Fresneda / San Diego (EEUU)
Publicado en El Mundo edición papel
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