ENTREVISTA A JAMES HANSEN

China es la última esperanza global para plantarle cara al cambio climático”

Le llaman -y a mucha honra- el “abuelo” del cambio climático. En 1988 alertó por primera vez al Congreso norteamericano sobre los impactos del calentamiento global y en el 2005 fue censurado y hostigado por la Administración Bush. James Hansen capeó el temporal como pudo, al frente del Instituto Goddard de la NASA, convertido en héroe “involuntario” y en el doble papel de científico y activista.

Un día le detienen en la protesta contra las minas de carbón en Virginia del Oeste y a la semana siguiente le vemos en Pekín, abogando por la única solución que considera factible para combatir el cambio climático: el impuesto del carbono. En China ve precisamente razones para el optimismo que su propio país le niega. Hansen arremete duramente contra la clase política de EEUU y acusa a Obama no haber dado la talla en la cuestión más apremiante del momento. A tiempo para la cumbre del clima de Cancún, con un libro bajo el brazo (“Storms of my grandchildren”), asegura que sus cuatro nietos son la motivación principal para seguir en la brecha a los 69 años...

PREGUNTA: Le llaman apocalíptico y alarmista...
RESPUESTA: Quienes me llaman así no entienden o no quieren entender la ciencia. A pesar de todo el debate en los medios, la ciencia es clara como el cristal y la física es incuestionable. Si emitimos CO2 y otros gases invernadero a la atmósfera, la Tierra se calienta. Lo lleva haciendo desde la era preindustrial, cuando había 288 partículas por millón (ppm) de CO2. Y la tendencia se ha acusado en los últimos años: esta década ha sido la más caliente de nuestra reciente historia. Ahora mismo nos estamos acercando a las 390 ppm. Por hacernos una idea, la última vez que alcanzamos las 500 partículas por millón no había hielo en la Tierra y el nivel del mar era 75 metros más alto... Creo que hay razones para estar preocupado.
P: Le acusan de mezclar la ciencia con el activismo...
R: Mi mujer, Anniek, se solía quejar por las más noventa horas semanales de trabajo como científico. Ahora le dedico menos horas a la investigación y más a la divulgación y al activismo (siempre he puesto un gran empeño en diferenciar los dos papeles). Hasta ahora me había resistido a publicar un libro, pero lo he hecho por ellos. Pienso en mis nietos y no me gustaría que un día llegaran a la conclusión: el abuelo lo sabía pero no nos advirtió. Los científicos sabemos lo que está pasando y la mayoría lanzamos un mensaje muy claro: es urgente tomar acciones para estabilizar el clima. Por desgracia, los políticos siguen ignorando la ciencia y abrazando la idea de que podemos seguir quemando impunemente combustibles fósiles.

P: No sólo los políticos, también la sociedad en general ¿No están ganado los escépticos la batalla de la opinión pública?
R: Los “escépticos” han actuado como abogados: han descubierto unos puntos débiles, han desviado la atención sobre ellos y han intentado descalificar por añadidura a toda la ciencia. Ni los emails de la Universidad de West Anglia ni las imprecisiones o “exageraciones” detectadas en el Informe del Comité Intergubernamental de la ONU (IPCC) han comprometido todo lo averiguado en las tres últimas décadas sobre el cambio climático. Los científicos estamos permanentemente abiertos a evaluar los cambios y a reexaminar nuestras conclusiones. El problemas es que los escépticos están atrincherados en sus posiciones políticas y al servicio de unos intereses muy concretos. Nada va hacerlos cambiar.

P: Hace un año, usted mismo dijo que el fracaso Copenhague fue en el fondo una “bendición” ¿Tiene sentido seguir buscando una solución global? ¿Qué cabe esperar de Cancún?
R: Siempre es bueno que el mundo dialogue e intente buscar soluciones, sobre todo para esas naciones “isla” del Pacífico y para otros países que están sufriendo ya los efectos del cambio climático... Pero sí, el fracaso de Copenhague me pareció una “bendición” porque el camino elegido era el equivocado. El mercado de bonos de carbono es un sistema “tramposo”, a la medida de los bancos y de los “lobbys” para especular con las emisiones y para que todo siga igual. La única solución real es poner un precio al carbono. Seamos realistas: mientras el carbón y el petróleo sigan siendo las fuentes más baratas de energía, los vamos a seguir quemando. Es algo tan seguro como la fuerza de gravedad...

P: ¿Pero la idea de un impuesto del carbono causa escalofríos a la mayoría de los americanos?
R: Tal vez tengamos que llamarlo de otra manera, como “fee and green check” (“tarifa y cheque verde”). La idea es “gravar” a las industrias por la emisiones y que ese fondo revierta al cien por cien en los usuarios, para compensar la subida del precio de la energía y para que puedan hacer los ajustes necesarios. Es el viejo concepto de “quien contamina, paga”. Ha llegado el momento de acabar con los subsidios y  hacer pagar a la industria de los combustibles fósiles por los daños a la salud y al medio ambiente. Ya hay una propuesta en ese sentido en el Congreso, introducida por el demócrata John Larson. Propone una tasa de 15 dólares por tonelada métrica de emisiones de carbono en origen. La tarifa aumentaría gradualmente 10 dólares al año. Es un sistema mucho más transparente que el de los bonos de carbono.
P: Dadas las resistencias actuales a cualquier ley del clima en EEUU, ¿no está planteando usted una utopía?
R: El sistema legislativo norteamericano está totalmente corrompido por los intereses especiales, es cierto.  Hemos pasado de “una persona, un voto” a “un dólar, un voto”. Por eso creo ha llegado también el momento de cambiar de estrategia en EEUU. Visto que políticamente no se puede conseguir nada, hay que llevar la batalla a los tribunales, como ocurrió con la lucha por los derechos civiles. He decidido dar mi apoyo a una nueva campaña, bautizada como la Marcha de un Millón de Cartas. Reclamamos la “igualdad ante la ley” y exigimos responsabilidad al Gobierno para proteger al público y al medio ambiente frente a las acciones y los subsidios que benefician a unos pocos. Será una batalla larga, y exigirá también mucha presión en la calle, con actos de resistencia civil y campañas como 350.org, que propugna volver a ese nivel de emisiones en que el clima es aún controlable.

Dr. James Hansen, Appalachian residents and retired coal miners arrested calling for abolition of mountaintop mining and immediate veto of Spruce mine project. Photo: Rich Clement

P: ¿Y no habrá que plantear también el debate del cambio climático en otros términos? ¿Acaso no se ha politizado en exceso?
R: Yo no soy demócrata, me considero independiente. Pero tal vez haya que hacer un esfuerzo por lograr un mensaje más inclusivo, intentar llegar a quienes hasta ahora se han quedado fuera poniendo el énfasis en proteger la vida o la “creación”. Y sobre todo tener muy presentes a los jóvenes, a las futuras generaciones, para que no tengan que hacer frente a un planeta hostil y muy distinto al que conocemos. Con esa idea he escrito el libro, para intentar explicar la ciencia y trasmitir la sensación de urgencia al lector medio... Cuando testifiqué por primera vez en el Congreso, en 1988, fue precisamente para intentar salvar ese abismo entre lo que sabía la ciencia y lo que sabía la opinión pública. Durante 15 años estuve callado; prefiero el trabajo científico y no me considero un buen orador. Pero decidí volver a dar conferencias en el 2004 porque me di cuenta de que había otro problema: el rechazo al mensaje.

P: ¿Hasta dónde llegó la censura al cambio climático durante la Administración Bush?
R: Curiosamente, al principio creí que me escuchaban. Y había gente como Colin Powell que realmente tomaba nota en aquella “fuerza de choque” creada por Dick Cheney. Pero con el tiempo me di cuenta de que se trató de un mero trámite. En el 2004 descubrimos que las notas de prensa de la NASA se enviaban regularmente a la Casa Blanca para ser “editadas” o para para hacer que las conclusiones parecieran menos “serias”. La Oficina de Relaciones Públicas de la NASA se convirtió en una oficina de propaganda. En el 2005 las presiones se hicieron personales e insistentes. Aunque la gota que colmó el vaso fue en el 2006, cuando alteraron de un día para otro para la “misión” de la NASA. Decidieron suprimir la frase “comprender y proteger nuestro planeta”... Ese detalle lo dice todo.

P: ¿Se ha vuelto a seguir hostigado desde entonces?
R: Este último año, la comunidad científica ha padecido otro tipo de hostigamiento, esta vez desde fuera. En mi caso y a mi edad, estoy curado de espanto. Pero esa intimidación ha podido ser efectiva con otros científicos. Tal vez hayan decidido pensárselo dos veces antes de abrir la boca.

P: ¿Como han cambiado las cosas con Obama?
R: Obama se ha rodeado de un gran equipo de científicos. Lamentablemente, en cuestiones como los bonos  de carbono, el presidente ha preferido escuchar a sus asesores políticos. Pese a sus buenas palabras, me da la impresión de no ha entendido la dimensión del problema. Y sobre todo no lo ha sabido comunicar. Tuvo una primera oportunidad nada más ser elegido. La segunda ocasión perdida fue tras el vertido en el Golfo de México. Hemos vuelto donde estábamos, casi no hemos avanzado nada estos dos años.

P: Usted ha virado últimamente su atención hacia China, que se ha convertido ya en el primer país mundial en la “lista negra” de emisiones de CO2 ¿Qué le hace pensar que los chinos serán la “solución”?
R: Creo que China es la última esperanza global para plantarle cara al cambio climático, frente a la falta de acción de Estados Unidos. Antes pensaba que haría falta un acuerdo entre los dos países, pero mis últimas visitas han servido para darme cuenta de que ellos van muy por delante. Todo me hace pensar que serán los primeros en ponerle un precio al carbono, y la Unión Europea lo hará también, nosotros seremos los últimos...

P: Pero China tiene sigue construyendo centrales térmicas de carbón a todo tren...
R: China tiene hoy por hoy una gran dependencia del carbón, pero se están dando cuenta del alto coste que tienen que pagar en forma de contaminación del agua y del aire. Por lo demás, están dando los pasos adecuados en casi todos los frentes: son ya líderes mundiales en producción de placas solares, pronto serán los número uno en energía eólica, han decidido apostar por la tecnología nuclear, están dando también grandes pasos en eficiencia energética... Empiezan a tomarse el serio los riesgos del cambio climático. Saben que tendrían que afrontar un éxodo masivo si sube el nivel del mar y se agudizan las sequías. Y han descubierto la gran ventaja económica que supone ponerse en la vanguardia mundial en tecnologías bajas en carbono. Sin entrar en valoraciones sobre su sistema político, tienen una “racionalidad” que a nosotros nos falta: hacen falta incentivos económicos para que las energías limpias desplacen a las energías sucias.

P: Su apoyo a la energía nuclear, por cierto, ha sido criticada por una parte del movimiento ecologista...
R: Intento ser realista: nuestro gran enemigo es el carbón, que es la fuente más sucia de energía que existe. Hay que evitar que se abran nuevas centrales térmicas de carbón al menos hasta que exista la tecnología para secuestrar el CO2, que puede tardar aún una década. En esa tesitura, las energías renovables no pueden cubrir por sí solas el “bache”. La única contribución realmente cualitativa a la tarta energética en EEUU es la hidroeléctrica. La solar y la eólica necesitan bastante más tiempo para despegar. La nuclear aporta hoy por hoy casi un 20%, y esa proporción debería incluso ir a más.

P: Pero hay razones de peso contra la energía nuclear: desde la seguridad a los residuos, pasando por su alto coste o por la carestía del uranio...
R: La opinión pública está cambiando. Creo que la mayoría de los americanos están empezando a sentirse razonablemente cómodos con la energía nuclear. Desde el accidente de Three Mile Island, hace más de treinta años, no ha habido prácticamente un incidente de importancia. Se ha comprobado con el tiempo que las radiaciones causadas por aquel accidente habrían tenido un impacto mínimo en la población. Hemos perdido tres décadas y nos hemos quedado atrás en investigación, mientras otros países como Francia o Japón han tomado la delantera. El problema de los residuos puede quedar resuelto con los reactores de cuarta generación, que permitirían reusar el uranio empobrecido y garantizar de paso un suministro durante cientos de años. Yo he pedido formalmente que Estados Unidos inicie el desarrollo y la demostración de una planta de cuarta generación. Hay empresas que están trabajando en ello, pero es cierto que las inversiones son muy grandes y hacen falta incentivos, como ocurre en otros países que están avanzando en este campo. En mi opinión, el problema más grave es el de la “no proliferación”: debemos encontrar mecanismos para evitar que el material nuclear acabe en las manos equivocadas... En cualquier caso, el “genio” nuclear está fuera de la botella: seguramente China o India nos llevarán la delantera.

P: ¿Qué le parecen las soluciones de “geoingeniería”, como la de inyectar aerosoles en la estratosfera?
R: No me parece una solución muy inteligente: cubrir los efectos de un producto contaminante con otro producto contaminante... Si seguimos por este camino, habrá una presión cada vez mayor para recurrir a soluciones de geoingeniería. Algunas propuestas son menos peligrosas que otras, pero el problema hay que atajarlo de raíz: necesitamos reducir la emisiones.

P: En su libro advierte categóricamente que estamos ante “la última oportunidad para salvar la humanidad” ¿Cuánto tiempo nos queda para dar el volantazo?
R: Estoy trabajando precisamente ahora en un documento científico sobre el tema. Si empezáramos el próximo año, podríamos planear una reducción gradual del 5% anual. Lo que no podemos permitirnos son otros diez años de inacción. Si empezamos en el 2020 nos va resultar prácticamente imposible.

P: Usted entró en la NASA porque quería ser astronauta y acabó especializándose en Venus ¿Qué lecciones se puede aprender del estudio de nuestros planetas más cercanos?
R: Marte es demasiado frío y Venus es demasiado caliente: la Tierra tiene la temperatura adecuada para que el agua permanezca en forma líquida y florezca la vida. Venus tuvo posiblemente océanos en su superficie, pero conforme la luz solar se hizo más intensa, el agua posiblemente se evaporó. Casi el 97% de la atmósfera de Venus está compuesta por dióxido de carbono y la temperatura en la superficie alcanza los 450 grados centígrados. Yo he hablado a veces del “síndrome de Venus” porque, si la Tierra se calienta en exceso, ese podría ser nuestro destino. Con grandes cantidades de CO2 y de metano en la atmósfera, el  planeta entraría en un profundo desequilibrio y nos enfrentaríamos a episodios cada vez más frecuentes de clima extremo. El hielo desaparecería y nos subiríamos sin remedio en el “Venus Express”. 

James Hanses (wiki)

Carlos Fresneda, corresponsal en Nueva York
Publicado en la versión papel de El Mundo, 5.12.2010

No hay comentarios: