LA MANCHA DE PETROLEO LLEGA A LAS MARISMAS

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Campana sobre campana, la mancha de petróleo ha llegado a las marismas de Luisiana. Mientras toda la atención se desvía hacia la aparatosa “cúpula” de contención y su primera incursión fallida, uno de los brazos del vertido avanza peligrosamente hacia el refugio de vida silvestre de Pass-a-Loutre, en el delta del Misisipí.

Darby Cheramie nos lleva hasta el lugar en su pequeño barco de pesca, guiado por el instinto y por el “tam tam” que circula entre los pescadores de Venice. Tardamos cinco horas en encontrarlo, pero allí está, a menos de un kilómetro de la costa.

No es la mancha rojiza o naranja que ha llegado ya a la islas Chandeleur. Se parece más a la “leche chocolateada” a la que se refería el congresista Gene Taylor. O más bien, a una “diarrea” aceitosa de diesel, de un sospechoso color marrón con grumos blancuzcos, producto tal vez del contacto del petróleo con los disolventes.

La mancha alargada se prolonga aparentemente a lo largo de kilómetros, sin que los barcos de la Guardia Costera reparen en ella. Las marismas, entre tanto, aguardan en la desprotección absoluta. A lo largo de más de 150 kilómetros de recorrido por la costa, tan sólo vimos un amasijo de barreras flotantes, arrastradas e inutilizadas en uno de los brazos del Misisipí.

“Intentan convencernos de que están haciendo todo lo posible, pero la verdad es que hay cientos de pescadores que queremos ayudar y no nos dejan”, se lamenta Cheramie, habituado a pescar barbos y peces aguja en estas mismas aguas. “Pasan los días y nos debatimos entre la frustración y la impotencia. No vemos acción por ningún lado. Vemos cómo avanza el vertido y no podemos hacer nada”.

Al llegar a Pass-a-Loutre, Cheramie nota primero un olor inusual, y luego “una neblina que no es normal en plena tarde y en día soleado como hoy, con ocho millas de visibilidad”. Un pez muerto es al vez el primer aviso, aunque los cierto es que las gaviotas y los pelícanos –posados en las plataformas y en los oleoductos- no parecen percibir la alerta.

Cerca del lugar indicado, siguiendo el rastro que van dejando en el aire una par de helicópteros, el pescador nota en la superficie del mar “un extraño color rojizo”. Llegamos así al “río” de aceite y grumos. Lo recorremos durante más de dos kilómetros, y comprobamos cómo avanza inexorable hacia el oeste, rumbo a las marismas.

La Guardia Costera tardó al menos tres días en reconocer que la mancha había llegado a las islas “barrera” de Charamie. Nos preguntamos ahora cuánto tardarán en certificar que la mancha tóxica ha entrado en el complejo laberinto de canales y brazos pantanosos que dan forma al mayor ecosistema marino de Estados Unidos, amenazado por la soga del petróleo.

Nuestro joven pescador nos puso en antecendentes en Black Bay: la bahía ennegrecida por decenas de pozos petrolíferos, arrasados e inutilizados tras el huracán Katrina. Un pescador le dijo que hasta allí habían llegado también los tentáculos del “spill” (el vertido). Pero Cheramie nos lleva hasta la plataforma Black 35, también conocida como Monkey Cave, otea con redoblada curiosidad el horizonte y certifica: “La misma mierda de siempre. El agua en esta bahía está siempre así de sucia y con burbujas. No noto nada extraño”.

En los pelícanos, a la altura de California Bay, cree distinguir Cheramie algo inusual: “Parece que tienen la panza negra, como embadurnada en petróleo”. Pero no puede estar seguro, ni siquiera cuando tocamos tierra en Shell Island e intentamos acercanos inútilmente a las aves, con la eterna y amenazante silueta de las plataformas marcando siempre el horizonte.

Cheramie, 35 años, nacido en Houma y afincado en Boothville, lleva recorriendo estos parajes impregnados de petróleo toda su vida. “Siempre hemos convivido sin mayores problemas, los pescadores y la gente del petróleo”, reconoce. “Yo tengo muchos amigos que trabajan para la industria. Para los que vivimos aquí es el eterno dilema: o pescamos, o vivimos del petróleo. Muchos no volvieron tras el Katrina”.

El huracán y el agua arrasaron Boothville hacer cinco años. Cheramie lo perdió todo, pero decidió empezar de cero... “Las cosas volvían a irnos bien, y hace un mes me compré este pequeño bote. En un buen mes puedo hacer dos mil dólares, pescando barbos, peces aguja y otros peces grandes. La verdad es que estaba empezando a levantar el vuelo. Pero este desastre nos ha hundido; no sabemos cuándo podremos volver a la mar”.

La frustración de los pescadores del delta de Misisipí crece días tras día, viendo cómo la mancha se les viene encima y BP les mantiene en el dique seco. Oficialmente, son 260 los barcos y 8.500 las personas que participan en las tareas de “respuesta”, pero los pescadores se preguntan dónde están y de dónde salen, mientras el puerto de Venice rebosa de barcos expectantes.

La ira aumenta también con las últimas noticias: no hay suficientes barreras flotantes para proteger las marismas. Se desplegaron un millón de pies (el equivalente a 300 kilómetros) en los primeros días, pero los temporales dejaron inutilizadas el 80% de las protecciones. La franja costera de Luisiana, incluyendo todas las bahías y los brazos pantanosos, se prolongaría a lo largo de una extensión inacabarcable de más de 10.000 kilómetros...

Campana sobre campana, y una semana después de la decepcionante visita de Obama, los pescadores de Venice, Boothville, Triumph y Empire se encomiendan tal día como hoy a las fuerzas de la naturaleza y rezan para les llegue la única protección posible: el viento de poniente.

Carlos Fresneda, enviado especial, Venice, Luisiana
Publicado en El Mundo

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