ESTAMOS LISTOS: TODOS DEBEMOS CAMBIAR

En la Conferencia de Barcelona los activistas recordaron a los representantes políticos que el clima es el problema más importante de la humanidad y que Copenhague es decisivo

No ha ocurrido nunca en la historia que todala humanidad, representada en un mismo foro, decida sobre por dónde deben ir los valores ambientales que rijan su futuro cercano. En épocas de bombas, ya se hicieron cosas globales con lo social, pero los tiempos afortudamente van cambiado.

Aún en un mundo de tensiones e injusticia latente por el acceso y reparto de los recursos vitales, la diplomacia hace su papel echando mano de lo mejor de la ciencia y lo más conservador de la doctrina económica, todo ello en el primer y mayor reto de toda la humanidad bien juntita: contener en lo posible algo –el cambio climático– que no se ve nitidamente de momento, que se siente poco, pero que culturalmente nos envuelve ya por todos lados. Acelerado por nuestra especie, se suma rápido al cambio de clima que los ciclos de la Tierra acarrean con tranquilidad. Los negacionistas del cambio climático han sido cortésmente invitados a irse a otro planeta.

Desde siempre he oído, y es obvio, que los grandes imperios que han probado suerte en la historia humana utilizando la maldad, las armas y la dominación sobre los vencidos han ido sucumbiendo por los excesos y sus podridas estrategias. ¿No estará pasando quizás lo mismo con el imperio humano sobre la Tierra y sobre todas las demás especies?.

lvo de Boer, secretario ejecutivo del UNFCCC, con un reloj de la campaña Tcktcktkc

Como expresa George Monbiot, posiblemente no entendemos todavía bien de qué va la jugada porque ésta ya no es una batalla contra otros, sino que es contra nosotros mismos. El territorio del imperio humano va dejando de ser jardín equilibrado y pasa a ser urbanidad desconectada plenamente de los ritmos, servicios y límites naturales. Dentro del territorio, los más poderosos marcan el ritmo de los más débiles, con mecanismos muy estudiados bajo un prisma insolidario y desde un sistema económico que rige implacable el viaje global de la especie en un planeta finito total. Parece que ya es general el sentimiento de que hay que rectificar o nos comenzamos a pegar –primero, los que están a nivel de mar y, después, todos– un hostión tremendo.

Las pasadas conversaciones de Barcelona organizadas por la ONU para tratar apartados de lo que debe ser el nuevo tratado climático a pactar en Copenhague han sabido a poco, parece. Pero que 4.500 currantes debatan, indaguen y corrijan los textos clave sobre el clima actual y su progresión hacia lo totalmente incierto y peligroso para los gozos humanos no es poco en estos momentos sobre lo que debemos hacer entre todos y rápido. Los que menos culpan tienen, los países pobres, que no cogen del pastel finito de los recursos demasiado porque no se les deja, pero lógicamente a ello aspiran, piden justicia ambiental y que los ricos reduzcamos drásticamente la emisión de CO2 y otros gases, y, por el camino, que les ayudemos a progresar sin dañar el clima común. Los que contribuimos enloquecidamente a alterar la física de la sopa de gases climáticos por nuestro nivel de consumo de bienes y servicios, como que miramos hacia el futuro ya con temor y debilidad, pero sin querer tocar casi lo más mínimo lo alcanzado.

Bien, estoy convencido de que este mes del año y del siglo donde estás leyendo en fresco esto, el mes de la cumbre donde comenzamos a jugarnos el futuro climático inmediato en Copenhague, es el comienzo del final de un imperio caduco de unos Homo sapiens depredadores evolucionados. Pero también es el principio de un imperio donde la inteligencia colectiva aplicada sobre lo que somos, dónde estamos y hacia dónde vamos irá encontrando un nuevo sentido, un necesario destino por primera vez como gran familia, que, aunque compleja, está unida por valores supremos como la bondad, la razón y la pasión por el cambio.

En Copenhague se reúnen más de 20.000 humanos que representan a 6.800 millones de consumidores de los recursos minerales, vegetales y de los bienes naturales de este planeta. Una parte de ellos son los Homo sapiens que más oportunidades han tenido para cultivar el conocimiento y la estrategia, y que en muchos casos han recibido el encargo de decidir lo mejor para sus representados desde cinco continentes y 198 países con todas sus ricas diversidades. Estarán también los representantes de una minoría elitista que gobierna el capital financiero y los bienes materiales estratégicos. No son tantos, pero pesan demasiado en las decisiones que deben tomar los que firman los acuerdos para el mejor rumbo colectivo. Y también están los representantes de una fuerza joven, con conocimientos y estrategias más que demostrados y que no permiten la influencia sobre ellos y sus objetivos de las fuerzas que ensucian y dominan el mundo de todos.

Somos ya millones de 'homo sapiens' que han dominado, quieren o lo intentan, aspectos primarios de la esencia de la especie, para volcarnos en el sentimiento y la acción de lo más grande e interesante de lo humano, la capacidad de vivir y no hacer daño a nada ni a nadie. Miles estarán allá para influir hasta el final y que la balanza no se incline peligrosamente. Pero es una fuerza que tiene que sumar activos –de hecho, no para de hacerlo–, pero falta el refuerzo crucial. Es el momento de la gente global, nuestro momento, de los casi 6.800 millones que no estarán en la ciudad danesa pero que debemos decir bien fuerte que estamos listos para comenzar la necesaria ruta hacia el mejor clima. Somos la contrafuerza influyente que ayudará a que la élites recapaciten, cedan y colaboren en el más apasionante viaje común hacia lo incierto, con el más inteligente control sobre el clima que nos permita llevar a la inmensa fuerza humana hacia la reconstrucción del más confortable jardín.

¿Por qué no soñar que nos dirigimos a un mundo menos carnívoro, con una economía mucho más local, con actividades y laboreos dignos y justos, tremendamente cuidadoso con las alteraciones moleculares químicas, una sociedad menos materialista y más mentalista, usuaria de tecnologías fascinantes con cero emisiones sobre el clima, moviéndonos lo justo porque el jardín especial hay que mantenerlo vibrante y requiere sus tiempos. Además, en primavera las mariposas traerán premio.

Imágenes: Activistas de entidades ambientales recordaron a los participantes de la Conferencia de Barcelona, en noviembre, que el tiempo se acaba para tomar decisiones trascendentales para el planeta.

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Manolo Vílchez
Publicado en Integral, nº 361, diciembre 2009
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