DE HAITI AL KATRINA

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Los desastres naturales sacan a flote, de una manera aplastante y brutal, todas las miserias y las injusticias sociales acumuladas durante décadas. Ocurrió durante el Katrina y ha vuelto a suceder en Haití...

Millones de norteamericanos descubrieron la cara oculta de Nueva Orleans, más allá del Barrio Francés, cuando el agua anegó el 80% de la ciudad y miles de afroamericanos se aferraron a la vida en el purgatorio del Superdome. Los vecinos ricos del norte despiertan ahora a la espeluznante realidad de Puerto Príncipe, la ciudad más mísera del continente, a la que siempre se asomaron desde de las mansiones amuralladas de Petionville.

En Nueva Orleans, mientras miles de supervivientes resistían en los tejados o se agolpaban en auténticos campos de refugiados esperando a ser evacuados, los medios desviaron su atención sobre el robo y el pillaje, y divulgaron la especie de guerras callejeras entre bandas urbanas, mientras el ejército y los “mercenarios” de Blackwater imponían el toque de queda al estilo Bagdad.

En Puerto Príncipe, las noticias sobre los enfrentamientos a machetes y las barricadas de muertos en las calles están sirviendo acaso de preámbulo a la ley marcial para acabar con el caos. Como en 1915, cuando invadieron la ciudad “para restaurar el orden” bajo los auspicios de Woodrow Wilson, los Marines tomarán posiciones y harán posiblemente sitio a los “contratistas”, como si estuvieran en Kabul.

La ocupación norteamericana de 1915 a 1934, que abonó el terreno al terror de los Duvalier dos décadas después, provoca aún escalofríos entre la población haitiana. Como recuerda Eduardo Galeano, las primeras medidas de los invasores fueron la liquidación del Banco de la Nación, la imposición de “trabajos forzados” a gran parte de la población y la prohibición de la entrada a los negros en los hoteles, restaurantes y clubs extranjeros. El jefe de la guerrilla, Charlemagne Peralte, fue crucificado en una puerta y exhibido en una plaza pública “para enseñar al pueblo la lección”.

Desde que alcanzó la independencia en 1804, Haití ha sido estrangulado una y otra vez por manos extranjeras, las mismas que ahora acuden hipócritamente en su auxilio. La potencia colonial impuso el yugo de una descomunal deuda -estimada al equivalente de 21.700 millones de dólares de hoy- que es la causa mayor de la pobreza del 80% de la población y de la absoluta falta de infraestructuras.

Francia y Estados Unidos lavan ahora su imagen y proponen una cumbre internacional para sacar del marasmo a Haití. Con la lección aprendida en casa (el lamentable papel de Bush durante el Katrina), Obama se ha implicado personalmente y ha prometido a los haitianos que no les abandonará.

Conviene sin embargo recordar que los 100 millones de dólares prometidos de “ayuda urgente” es tres veces menos que lo que se gastará Estados Unidos en un sólo día para sufragar las guerras de Afganistán e Irak (128.000 millones de dólares en el presupuesto del 2010 para el Pentágono).

Haití no necesita la ayuda de Estados Unidos”, proclama en la radio Rush Limbaugh, la voz de la América ultraconservadora. El reverendo Pat Robertson insinúa entre tanto que Haití se ha buscado su destino porque selló hace tiempo “un pacto con el diablo” (¿se refiere al vudú o la supresión de la esclavitud?).

Los norteamericanos de a pie están volcándose en masa con el pariente pobre de América, con una generosidad comparable a la del Katrina. Pero el debate político se está calentando ya, mientras se intensifica el drama humano en Puerto Príncipe. El Katrina forzó el mayor flujo de “refugiados climáticos” desde el Dust Bowl en Estados Unidos. Se calcula que 800.000 personas fueron “desplazadas” y muchas de ellas no han vuelto a Nueva Orleans.

Gran parte de los dos millones de habitantes de Puerto Príncipe tendrán que rehacer sus vidas lejos de su ciudad y su país. Y más allá de República Dominicana, los haitianos tienen la mirada siempre puesta en las costas de Nueva York y Florida.

He aquí el gran problema “humanitario” al que se enfrentará Obama, al año de su aniversario y en un mar de crecientes incertidumbres ¿Cómo digerir la nueva “Jaspora” en medio de la diatriba contra la inmigración ilegal? ¿Cómo cultivar la imagen del “amigo americano” sin provocar la furibunda reacción de esa parte de la población que dio la espalda al Katrina y se niega a tender la mano a Haití?.

Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en blog Crónicas desde EE.UU. de El Mundo
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