Esposa 'indignada' de banquero

Casada con el nuevo gobernador del Banco de Inglaterra, está siendo crucificada por la prensa como 'anticapitalista' y ecologista radical

A los británicos les ha sentado muy mal que tenga que venir un banquero canadiense, Mark Carney, a sacar las castañas del fuego. Pero peor aún que ver a un extranjero sentado en el “trono” del Banco de Inglaterra es si acaso el credo “verde” de su mujer, Diana, nacida en Gran Bretaña, simpatizante del movimiento “Occupy” y ecologista activa, de ésas que va a todos los sitios en bicicleta, que cultiva sus verduras en el patio trasero y que recomienda que consumamos menos y de un modo responsable en su propia web.
      
Con la inquina habitual, la prensa conservadora británica se ha lanzado sobre la yugular de la esposa del banquero, crucificada a toda página como “anti-capitalista”, “anti-sistema” y “eco-gerrera”. La campaña emprendida por el Daily Mail y el Daily Telegraph amenaza con no dar tregua, y la propia Diana Fox Carney, 46 años, ha tenido que parapetarse y recibir con un portazo a la canallesca.
      
Diana llevaba una vida más o menos plácida en su país adoptivo y en uno de las zonas residenciales más caras de Ottawa, Rockcliffe Park. Pese a la aparente contradicción (el matrimonio y sus cuatro hijas viven en una mansión de más de un millón de euros), la mujer del hasta ahora gobernador del Banco de Canadá pudo circular tranquilamente por el “carril bici”, calzar unas alpargatas de fibra vegetal de diez dólares y hacer guantes para sus hijas con jerseys usados sin que nadie la señalara con el dedo.


Pero aquí está la prensa británica, que no escarmienta, indagando en los detalles escabrosos de su “doble vida” y prometiendo nuevas y jugosas exclusivas que tal vez acaben comprometiendo el nombramiento de Mark Carney, quien por cierto tendrá que pedir la nacionalidad británica antes de dar el salto a la City (donde ganará 624.000 libras al año, uno 750.000 euros).
     
En Canadá, el matrimonio entre el financiero y la ecologista no causó apenas controversia, ni siquiera cuando ella aceptó la vicepresidencia de Canada 2020 (uno de los “think tank” más a la izquierda), ni tampoco cuando creó su propia web haciendo proselitismo de la frugalidad.
     
El año pasado, en plena eclosión de los “indignados”, Diana Carney se desmarcó con unas declaraciones a la web iPolitics arremetiendo contra “las instituciones financieras podridas e indadecuadas”, asegurando que la desigualdad económica “es la gran cuestión de nuestro tiempo” y justificando las acciones del movimiento Occupy como expresión de “la frustración popular”.
    
La prensa británica desempolva ahora sus declaraciones como si fueran “la prueba del delito”. Todos sus hábitos, desde el uso de un pintalabios “ecológico” al hecho de ir a todas las partes con su termo, se ven como “sospechosos”. Su libro favorito, “The Spirit Level” (la obra de Richard Wilkinson y  Pickett que convirtió la desigualdad en un palpitante tema político) ha sido condenado poco menos que como un libelo. Y los ataques no han hecho más que empezar…
     
Su propio padre, Christopher Fox, propietario de una granja industrial de cerdos, ha reconocido que su hija “siempre tuvo algo de eco-guerrera”. Aunque estuvo interna en uno de esos carísimos colegios privados de la campiña inglesa y estudió Filosofía, Política y Económicas en Oxford, la chica se rebeló a su manera y triunfó en el equipo femenino de hockey. Mark Carney también daba codazos sobre el hielo, en el equipo masculino de Oxford, y así fue como se conocieron.
     
Diana estudió luego Relaciones Internacionales en Pensilvania y trabajó como asesora económica y agrícola, mientras su marido medraba en el mundo de las finanzas y rompió el techo del millón de dólares al año con apenas treinta años y en Goldman Sachs. Aparentemente, fue ella la que le hizo poner los pies en la tierra y salir justo a tiempo de la burbuja financiera, en febrero del 2008, para convertirse en el gobernador más joven en la historia del Banco de Canadá.
      
Puestos a definirse a sí misma, la propia Diana admite que no es una “eco-purista”. Por experiencia propia, tal vez, reconoce que “la acumulación de cosas materiales no nos hace felices”. Y aunque está contenta por el “ascenso” de su marido, digamos que no se muere de ganas por regresar a su tierra y ponerse a tiro de la canallesca: “Canadá es un país difícil de dejar. Volveremos en cinco años”.

Carlos Freseneda / Londres
Publicado en la contra de El Mundo el 29.11.2012

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