La “no” noticia de las dos últimas semanas ha sido sin duda la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático en Doha. ¿A
quién se le ocurre organizar el tinglado en el país con mayores
emisiones per cápita de CO2 del planeta? ¿Cómo hablar de la desaparición
de la capa del hielo en el Ártico en esta aberrante “burbuja” en mitad
del desierto?
A Qatar se va en todo caso a jugar al fútbol o a
intercambiar petrodólares… Reunir allí a cientos de burócratas del
clima, tenerles dos semanas bajo el aire acondicionado, viviendo como
perfectos jeques, es otro regalo más (y van unos cuantos) a los
escépticos y a los “negacionistas”.
Tan sólo el vago compromiso de
los países ricos de indemnizar a los países menos desarrollados por
“daños y pérdidas atribuidos al cambio climático” salvó “in extremis”
las negociaciones que no merecieron titular alguno hasta el último
aliento, al cabo de dos semanas de tira y afloja.
La verdad es que
ya cansa escribir sobre el cambio climático. Y la culpa la tienen tanto
los que no hacen nada (¿no quedamos en que Obama se iba a tomar la cosa
en serio tras la destrucción causada por el huracán Sandy?) como los
que reinciden en las reuniones eternas y cada vez más lejanas,
condenadas de antemano al fracaso.
La culpa la tienen también los
grandes medios, que se han batido en retirada, convencidos de que el
cambio climático “no vende” y crea incluso “fatiga” en la opinión
pública, mucho más preocupada por la acuciante situación económica.
Llegados
pues a este punto de hastío, resignados al hecho de que lo que de
verdad le preocupa a la gente es cómo llegar a fin de mes (y en todo
caso qué tiempo hará mañana), ha llegado quizás el momento de sentar en
el diván al cambio climático y preguntarnos qué podemos hacer todos por
recuperar el interés.
Engaging with Climate Change da
título a un curioso libro, publicado en el Reino Unido, que presume de
ser el primer acercamiento al tema desde “una perspectiva
multidisciplinar y psicoanalítica”, ahí es nada… Los autores de Engancharse al cambio climático
(traducción libre) se preguntan entre otras cosas por qué se ha
extendido tanto el escepticismo, por qué nos obstinamos en negar nuestra
dependencia con la naturaleza y hasta qué punto existe un conflicto
latente entre nuestros valores y el estilo de vida al que nos arrastra
nuestra cultura.
Sin restar mérito al esfuerzo múltiple y
“psicoanalático”, la respuesta me parece así de simple: el cambio
climático tiene claramente un “problema de comunicación”. Los millones
invertidos por los “lobbies” en campañas de desinformación han echado
por tierra la labor de los científicos y los esfuerzos de las
instituciones y de las organizaciones no gubernamentales.
Lo que
el cambio climático necesita urgentemente es una campaña para crear
conciencia pública, con imágenes como las del huracán Sandy a su paso
por Estados Unidos y por Haití, para convencernos de que el problema
está ahí, golpeando por igual a los países ricos y a los países pobres, y
que no podemos cerrar los ojos.
“No puedes ignorar esto”,
fue el reciente titular de The Guardian ante las inundaciones que
afectaron el sureste del país y que dejaron pueblos enteros convertidos
en islas. La autora del artículo, Anne Karpf, se define a sí misma no ya
como “escéptica”, sino como “ignorante” del cambio climático. Su
actitud, sin embargo, ha cambiado radicalmente ante las sobrecogedoras
imágenes de los ríos desbordados. Su ambivalencia ha dejado finalmente
paso a una determinación: “Algo hay que hacer”.
Pero
la gente no pasará a la acción si nos quedamos en el mensaje
apocalíptico a lo Al Gore. Necesitamos en todo caso “aguijones” como los
del cientítico de la NASA James Hansen,
intentando convencer a los norteamericanos de que el huracán Sandy es
“el cambio climático llamando a nuestras puertas de la manera más
cruda”. Pero hace falta también gente como Bill McKibben, el fundador de 350.org, capaz de convertir la frustración en acción.
El
lema “Save the planet” tiene que morir y dejar paso a otro que reúna al
mismo tiempo la urgencia del cambio y la esperanza en un mundo mejor.
El miedo paraliza a la gente y la amenaza constante se convierte en
angustia. Hace falta sin duda incorporar al mensaje la “visión” de una
realidad positiva y distinta a la que podamos contribuir.
Lo que necesita el cambio climático, cuando se levante del diván, es algo así como una cura de “optimismo oscuro”, como propugna Shaun Chamberlain,
una de las mentes más lúcidas del movimiento de Transición: “Tenemos
que ser descaradamente realistas a la hora de aceptar la situación
actual, por abrumadora que nos resulte. Pero tenemos que ser también
descaradamente positivos a la hora de imaginar el mundo que podemos
crear”.
En eso estamos…
Carlos Fresneda
Publicado en el blog Realidad Paralela de El Correo del Sol
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