La
historia arranca en Covent Garden, que no ha cambiado mucho desde los
tiempos de “My Fair Lady”. Entre floristas y turistas distinguimos la
figura de James Bowen, sentado en la calle con su guitarra acústica y
emulando a su ídolo Kurt Cobain. Junto a él, remoloneando en una manta y
enroscándose en una de sus veinte bufandas, está el gato más famoso de
Londres, de nombre Bob.
Entre canción y canción, no sólo llueven los billetes, también la
comida, los regalos y la bufandas para el gato pardo, que lo agradece
“chocando esas cinco” con los transeúntes y subiéndose ocasionalmente a
los hombros de su amo. El cantante callejero aprovecha los descansos
para firmar sobre la marcha ejemplares de “A Street Cat Named Bob”, el
bombazo
editorial del año en el Reino Unido.
Pese al renombre adquirido y la película en ciernes, la insólita pareja
sigue fiel a su cita callejera dos veces a la semana. Así fue como
fraguó su inquebrantable amistad, y así es como piensan seguir mientras
el cuerpo aguante y el frío siga siendo más o menos soportable.
Atrás quedaron las penurias del pasado, cuando James vivía en la calle
y se gastaba hasta el último penique en heroína. Atrás también el
purgatorio de la metadona, los días de recaída, las horas sin rumbo bajo
los nubarrones londinenses... Hasta que apareció Bob, como caído del
cielo (o del tejado), en el descansillo del destartalado edificio de
viviendas públicas
en los altos de Tottenham, primavera del 2007.
“A veces miro hacia atrás y me pregunto si Bob y yo nos conocimos entra
vida”, recuerda ahora James Bowen. “La conexión fue instanténa, algo
nada usual... Pensé que se le habría escapado a alguien y me costó
abrirle las puertas de mi casa. Yo luchaba entonces por cuidar de mí
mismo, no me creía capaz de cuidad siquiera de tener un gato. El me lo
hizo todo mucho más fácil. No quería quedarse en casa, prefería venir
conmigo, a ganarse la vida en la calle. Un día me persiguió hasta
montarse en el autobús, y en ese momento empezó nuestro largo viaje”.
James vivía entonces de la “voluntad” de los paseantes
y lograba como mucho 25 libras al día. Curar las incontables heridas
del gato (“daba la impresión de que se había peleado con un zorro”),
ponerle antibióticos para evitar las infecciones y procurarle una comida
decente le costó nada menos que 28 libras. “¿Pero quién no se gasta eso
en ayudar a un amigo?”.
Bob le devolvió con creces el favor. Los ingresos del cantante
callejero se multiplicaron por tres gracias a la presencia del felino de
espíritu juguetón e irresistible ojos verdes. James, que siempre había
vivido al minuto, aprendió a administrar mejor sus ingresos. Su vida
cobró de pronto un nuevo sentido: “Por primera vez, sentí como si
tuviera mi propia familia. El gato me dio la determinación para buscar
un vida mejor, para mí y para él”.
La verdad es que James Bowen siempre se sintió como un gato errante.
Nacido hace 33 años en Inglaterra, su familia emigró a Australia cuando
aún no iba al colegio. Sus padres se separaron y el recuerdo de su
infancia es el de una soledad insondable y un trasiego incesante,
mudándose de una casa a otra con su madre, que intentó a duras penas
abrirse paso con “pequeños negocios que nunca acababan de fraguar”.
A los 19 años, con las maletas cargadas de deudas emocionales, Bowen
volvió a Londres con la intención de convertirse en una estrella del
rock. Acabó tocando y durmiendo en la calle... “Cuando llevas ese tipo
de vida, acabas rodeado de droga. Te la ofrecen para poder dormir o
para sentirte mejor, y acabas diciendo “¿Por qué no? No tengo nada
mejor que hacer...””.
Bowen ocó fondo antes de conocer a Bob, y en varias ocasiones confiesa
que vio “la muerte desde muy cerca”. El gato, asegura, le ayudo a
“limpiar” su vida en todos los sentidos: “Nunca volveré a las drogas. He
aprendido mucho y he madurado en estos años”.
La recesión y el acoso policial, sin embargo, mermaron los ingresos
callejeros de la pareja. Durante varios meses, James salió adelante
gracias al sueldo extra como vendedor de “Big Issue”, la revista de los
“homeless” londinenses. Hasta que un día, cerca de Covent Garden, se le
apareció la agente
literaria Mary Pachnos y le ofreció “la idea alocada de escribir un
libro sobre mi vida con el gato”.
“A Street Cat Named Bob” ha llegado esta semana al número uno de los
libros de “no ficción” en el Reino Unido. Con más de 250.000 ejemplares
vendidos y ediciones en curso en varias lenguas, James y Bob han ganado
de momento lo que en mil días cantando y deambulando.
Ahora está en tratos con Hollywood: los productores de “Marley y Yo”
quieren llevar al cine la historia del hombre y el gato que recobraron
la esperanza en las calles de Londres... “Bob podría hacer de él mismo.
La gente me dice que Johnny Depp estaría bien en mi papel. Pero yo creo
que es un
poco viejo”...
Carlos Fresneda - Correponsal Londres
Publicado en la edición papel de El Mundo
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