Muchas bombas han llovido desde que Obama puso por penúltima vez el pie en Harlem. Y aun así en el corazón negro de Nueva York se le seguía venerando hasta ahora como el “profeta”, equiparado en los murales con Martin Luther King, Malcolm X y Nelson Mandela.
La calle 125 ha vuelto a vibrar fugazmente con la llegada de Barack, el “bendito”, pero ni mucho menos como en aquella noche mágica en que fue elegido, ni siquiera como en septiembre del 2008, cuando aún era candidato y vino a visitar a Bill Clinton (que por cierto acaba de desertar del barrio).
Ha venido esta vez Obama a estrechar la mano y a “aflojar” la cartera de un puñado de ricachones, emplazados en The Red Rooster, el restaurante de su amigo el “chef” Marcus Samuelsson. Más de 50 financieros de turno pagaron 30.800 dólares por cubierto. La “cuenta” de un millón y medio de dólares fue a las arcas del Partido Demócrata, pensando ya en la campaña para la
reelección del 2012.
Ajenos a la visita del afroamericano ilustre, Harlem siguió a su tren, menos trepidante y más colorista que el del anodino Midtown, pese al “desplazamiento racial” que sube inevitablemente hacia el norte.
“Ahora todos estamos mezclados y eso es bueno, pero lo jodido es que las rentas se han disparado y yo mismo ando buscando ahora un apartamento en el Bronx”, se lamenta John Bailey, 58 años, veterano y ex marine, como atestigua el carné que asoma por debajo de la guerrera. Bailey se ajusta las gafas de sol y cuadra la pose frente a uno de tantos murales de Obama que aún quedan en el barrio, en el cierre metálico de Puppy’s Leather (cerrado por la crisis).
“Obama no se ha ocupado mucho de nuestros problemas, la verdad, pero yo creo que es un buen hombre”, asevera Bailey, cerveza en mano, con una efusividad que uno no sabe si atribuir al alcohol o a su natural simpatía. “Lo de Libia es un fastidio, porque lo último que necesitaba este país es otra guerra. Pero el loco de Gadafi no le ha dejado otra opción. Te lo digo yo, que a los 19 años me hirieron en un entrenamiento y no pude participar en ninguna batalla. Pero he perdido muchos amigos...”.
Bailey se encamina como tantos con la ilusión de atisbar las orejas del “bendito”, pero las vallas le impiden ya acercarse más de la cuenta. Uno de los últimos mortales que pudo asomarse con las mejores intenciones al escaparate de The Red Hood fue André Evens, agente inmobiliario: “Obama es ahora el auténtico poder negro. Está muy bien conectado, no cabe duda. Creo que saldrá elegido sin problemas. ¿A quién van a presentar los republicanos? ¿A Sarah Palin”?”.
Pudo haber elegido Sylvia’s, la cuna del “soul food”, pero Obama apostó por el nuevo y más pudiente Harlem (aunque seguramente tragó sapos y ranas cuando vio el primer plato del menú: encurtido de remolacha con avellanas). Tampoco pasó por la noche “amateur” del Apollo, sino por el Studio Museum, donde le esperaban más donantes de copetín.
Comprobó finalmente que hay vida, mucha vida más allá de la calle 125, y llegó a leer tal vez de pasada el elocuente titular del New York Amsterdam News: “Obama’s war”. El 27% de los negros desaprueba la acción militar en Libia. El líder de la Nación del Islam, Louis Farrakhan, le ha lanzado una advertencia “en el nombre de Alá”. Y Cornel West, la voz irreverente de la conciencia de los afroamericanos, no puede oculta su decepción: “Obama está con los bancos y las corporaciones, como los republicanos, y está subestimando el poder del pueblo y de la gente pobre... No, hasta ahora no ha cumplido ni mucho menos el sueño de Martin Luther King”.
Carlos Fresneda, Nueva York
Publicado en el blog Crónica desde Nueva York de El Mundo
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