- Se cumplen 32 años del accidente que causó el 'parón nuclear' en EEUU
- Vecinos de la zona se manifiestan a las puertas de la central
- La planta sigue funcionando con un solo reactor
- Una sensación de 'normalidad' se respira en Middletown y Harrisburg
Mary Osborn aún recuerda el día en que dejaron de trinar los pájaros. Fue el 28 de marzo de 1979, y era bien temprano cuando notó el silencio y "un olor a metal" en el aire. Poco después recibió una llamada del grupo 'Three Mile Island Alert', creado por un grupo de vecinos para mantener bajo vigilancia la central nuclear.
Había habido un accidente, le dijeron, pero se desconocía el alcance. Las radios informaron poco después de que se había producido una "fuga", pero que estaba "bajo control". A las seis de la tarde, Walter Cronkite confirmó sin embargo en la CBS que se había producido "un incidente serio", y nadie fue capaz de dormir ya en el pueblo de Middletown y en la cercana Harrisburg (50.000 habitantes), intentando averiguar la verdad.
Aún pasaron días hasta que trascendió lo ocurrido: el reactor TMI-2, que llevaba apenas tres meses funcionando, sufrió una fusión parcial del núcleo. La "vasija" de contención fue capaz de resistir la explosión y el agua usada para enfriar el reactor fue contenida dentro de la estructura. Aun así, se estimó que unos 2,5 millones de curios de gas radiactivo fueron emitidos en las primeras horas del accidente (la cifra se elevaría con el tiempo a 13 millones).
Las autoridades emitieron una orden de evacuación "voluntaria", aunque recomendaron a las mujeres embarazadas y a los niños a que se alejaran de la central nuclear. Cientos de vecinos hicieron las maletas y decidieron no regresar, pese a la insistencia oficial en que nunca existió un grave peligro para la población.
Mary Osborn fue de las que se fueron y volvieron, reconvertida en activista antinuclear. Con camisetas donde podía leerse 'They Lie' ('Ellos Mienten') y con símbolos de 'no' a las centrales, Osborn se ha unido a decenas de vecinos de la zona que han manifestado a las cuatro de la madrugada –la hora exacta en que ocurrió el accidente- ante las vallas de la central nuclear, donde aún funciona a pleno rendimiento el otro reactor (su licencia expiraba en el 2014 y ha sido renovada en el 2034).
"Lo ocurrido en Japón ha vuelto a reactivar los peores fantasmas", asegura Osborn a una emisora local. "Y pese a todo lo ocurrido desde el accidente en Three Mile Island, hay un hecho que no cambia: nunca nos dirán la verdad".
Aunque los estudios epidemiológicos realizados en un radio de siete kilómetros alrededor de la central nuclear demuestran que no ha habido un aumento en la incidencia de distintos tipos de cáncer, Osborn no se cansa de exhibir fotos de animales deformes y mutaciones en las flores y los vegetales que ella atribuye a las radiaciones emitidas en 1979.
"Japón nos ha traído recuerdos, pero estamos mucho mejor preparados ahora", asegura en declaraciones al Washington Post el alcalde de Middletown, Robert G. Reid.
Pese a la sombra inquietante del reactor activo y de las dos torres gigantes de refrigeración, en el pueblo se respira una relativa 'normalidad', como atestigua Deb Fulmer, que vive a 300 metros de la central y decidió volver con su familia después de haber evacuado: "El miedo es lo que ocurre cuando no tienes un plan, cuando no tienes dónde ir o no sabes cómo interpretar el sonido de las sirenas".
Se cumplen pues 32 años del mayor accidente de la energía nuclear en Estados Unidos, y se echan en falta reflexiones sobre los que supuso entonces y lo que significa ahora. Hasta 1993 no acabó de evaporarse el agua usada para enfriar el reactor accidentado. Las operaciones de limpieza y descontaminación se prolongaron durante casi dos décadas y costaron 1.000 millones de dólares.
La industria nuclear sufrió un 'parón' de tres décadas, hasta que Obama decidió rescatarla del limbo y anunciar este mismo año el destino de 36.000 millones de dólares en préstamos para la construcción de hasta veinte nuevos reactores.
Pero el accidente de Fukushima ha alterado la percepción de los norteamericanos: el 70% admite ahora su preocupación por la 'seguridad', aunque el número de partidarios y detractores de la energía nuclear anda casi a la par (44% frente al 47%).
Carlos Fresneda | Nueva York
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