La ciudad de las ideas

 

Paul Villinski instaló en pleno Bowery su caravana solar. Ian Cheney se vino con su camión-granja. Los hermanos Freitag montaron su cantina de compost. Del Cafe Habana trajeron la bici-licuadora. Los apicultores urbanos repartieron miel a espuertas. Los hortelanos de las alturas ofrecieron su incipiente cosecha. Y los impulsores de Cool Roofs nos invitaron a cambiar de color los tejados...
    Nueva York fue por unos días cocedero de ideas, labotarorio vivo de la ciudad del futuro: la jungla
de asfalto pintada de verde y blanco.


Rem Koolhaas habló de la capacidad de la gran metrópoli para reiventarse a sí misma, sin renunciar a su apabullante impronta de cristal y cemento, pero dejando paso al animal orgánico. Jaron Lanier nos invitó a la ciudad “interconectada”, donde los espacios virtuales y públicos confluyen en una tupida telaraña urbana. Y David Byrne vino sudando y en bicicleta, predicando la revolución de la movilidad urbana a todo pedal.

Pero los grandes protagonistas del Festival de Ideas fueron sin duda los neoyorquinos de a pie, que respondieron en tropel a la convocatoria del New Museum y convirtieron por unos días el Lower East Side en el lienzo de la ciudad posible (el año próximo, por favor, que corten de una vez por todas el traqueteo incesante de camiones y autobuses por Bowery).

El restaurador ecológico Steven Handel organizó un safari urbano, a la caza de dientes de león por las aceras. El diseñador Neil Freeman nos hizo descubrir el alineamiento solar en la ciudad “elástica. Family & Playlabs llenaron las calles de gusanos de colores. El Spacebuster se infló como una gigantesca burbuja transparente. David Rockwell invitó a grandes y pequeños a jugar en el patio de recreo de la imaginación.


    
El arte y la inventiva suplieron a los malos humos. El tiempo se detuvo a medio camino entre el pasado y el futuro. La ciudad fue un gran pueblo donde todos se reconocían. Nueva York se desdibujó y desapareció de todos los mapas...
   
Aunque luego llegó el lunes canalla, con la fusta y las espuelas, con la estampida de las ambulancias y los bramidos de los coches de bomberos, con el chirrido del metro y las montañas negras de basura, para recordarnos lo mucho que aún queda para llegar a la delirante utopía.


 

Carlos Fresneda, Nueva York

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