Vagando con rumbo incierto por las calles de Dublín, al más puro estilo Leopold Bloom,
 uno llega sin querer hasta el mural erigido en el nombre de su creador,
 James Joyce, en los callejones ruinosos y sombríos de Temple Bar.
Donde antes se acumulaban las vomitonas, los orines y las jeringuillas,
 ahora emergen a todo color las leyendas vivas de la cultura irlandesa, 
resucitadas por la iniciativa de un grupo entusiasta de artistas que ha 
echado raíces en La Factoría de los Iconos.
“Warhol es sin duda nuestra lejana inspiración”, atestigua el ilustrador Kevin Bohan, posando de soslayo junto a su de electrizante retrato verde de Shane MacGowan, el cantante The Pogues. “Pero lo que hemos querido es sacar el arte a la calle, iluminar las paredes, “encender” la llama de la curiosidad en los paseantes”.
“Pocos se atrevían a caminar 
antes por estos callejones”, advierte Aga Szot, reclinándose en el 
retrato de Sinead O’Connor en sus mejores años. “Ahora la gente viene siguiendo el rastro de los iconos en los muros, aprendiendo algo nuevo sobre sus viejos mitos, y descubriendo muchos otros”.
Aga, 33 años, nacida en Polonia, se siente tan arraigada en su ciudad
 adoptiva que poco le pesa pintar las paredes decrépitas y trabajar 
gratis: “Nadie nos paga por esto, lo hacemos por amor al arte. Aunque sí
 nos gustaría tener al menos el reconocimiento, que la gente supiera que
 aquí tiene la posibilidad de respirar la esencia de Dublín”.
Joyce camina pensativo, apoyado en un bastón (“la irresponsabilidad es parte del placer de todo arte”)
 mientras Oscar Wilde se desparrama en su pose habitual, como si 
estuviera diciendo aquello de “Puedo resistirlo todo, menos la 
tentación”. Bram Stroker nos mete el miedo en el cuerpo, al tiempo que 
Samuel Beckett prefiere desafiar la inteligencia del viandante: “Cualquier tonto puede hacerse el ciego, pero ¿quién sabe lo que ve la avetruz en al arena?”
Anthony Rafferty, el poeta gaélico y ciego, recibe también su homenaje 
en las paredes, no muy lejos de donde el legendario y pelirrojo Luke 
Kelly, fundador de The Dubliners, canta a micrófono abierto, arropado 
por The Freshment (los “Beach Boys” irlandeses). Peter O’Toole se mide 
finalmente a F.J. Cormick en la pantalla imaginaria de Bedford Lane, 
donde poco a poco las calles su aspecto mundano, salpicado en todo caso 
por las colorista fachadas de los pubs.
En el paseo de los 
iconos hay también explosiones de humor corrosivo y destellos inoclastas
 de arte callejero, con invectivas dirigidas a los “antihéroes” del 
momento: los banqueros “enchironados”, saludándonos desde los barrotes 
del Nuevo Banco de Irlanda...
 “No hemos querido hacer un simple paseo de la fama, sino algo más creativo y sorprendente”,
 sostienen y  Kevin y Aga, tras el mostrador de la Factoría de los 
Iconos, donde todas las leyendas se reencarnan en camisetas, tazas y 
reposavasos, pedacitos ya lejanos de ese Dublín añorado al que 
regresaremos sin falta el 16 de junio, “Bloomsday”, el día que cobra 
vida ese dicho que podría ser irlandés: “Words are what we are” (“Las 
palabras son lo que somos”).
Carlos Fresneda
 
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