UN POCO DE EMPATIA, POR FAVOR

Cualquiera diría que nos vacunan desde niños contra el dolor y el sufrimiento ajenos

Vengo de una ciudad en ruinas en la que murieron más de 250.000 personas bajo un diluvio de escombros. Vivo en una ciudad que también tembló a su manera un fatídico 11 de septiembre. Tengo aún presente el recuerdo de otra ciudad ahogada hace cinco años, al paso del huracán Katrina...

Y todos los días me sorprendo de que la vida siga alegremente, entre los ecos lejanos de dos guerras que forman ya parte de la tediosa rutina.

La puntilla la ha puesto sin embargo una sola muerte, casi anónima, la del guatemalteco Hugo Alfredo Tale-Yax en las aceras de Nueva York, donde estuvo desangrándose durante una hora ante los ojos impávidos de al menos 25 personas que prefirieron mirar hacia otro lado.

Dicen que la empatía es la capacidad de una persona para participar afectivamente en la realidad de otra. Pero existe también una empatía colectiva que nos hace más o menos partícipes de todo lo que pasa en el mundo, fieles a la premisa que acuñó Terencio: “Nada humano me es ajeno”.

Pues parece que cada vez somos menos “humanos”. Sobre todo en estas sociedades “desarrolladas” donde se diría que nos vacunan desde niños contra el dolor y el sufrimiento de los otros. La consigna, amplificada a todas las horas por los medios, es “vivir como si nada”. Las tragedias dejan de serlo en cuanto pierden actualidad.

Contra todo esto se rebela Jeremy Rifkin en “La civilización empática”, que ha llegado a nuestras librerías con las heridas aún abiertas en Haití y en tantos puntos del planeta. Asegura Rifkin, así le llamen utópico, que la naturaleza humana está cambiando y que en todo caso ha estado siempre más cerca del Emilio de Rousseau que del lobo de Hobbes.

“Los biólogos y los neurocientíficos cognitivos están descubruiendo neuronas-espejo, llamadas de la empatía, que permiten a los seres humanos sentir y experimentar situaciones ajenas como si fueran propias”, escribe Rifkin. “Por su parte, los científicos sociales están comenzando a reexaminar la historia con una lente empática que está sirviendo para descubrir corrientes hasta ahora ocultas”.

“Somos una especie básicamente empática”, concluye Rifkin, que habla de advenimiento de una “empatía global” que podría determinar nuestra suerte como especie en un planeta llevado al límite por nosotros mismos.

Quisiera darle la razón a Rifkin, a quien he tenido la suerte de entrevistar en un par de ocasiones. Pero me preocupa el abismo, cada vez más grande, entre este mundo deslumbrante y falso que hemos creado y ese otro mundo invisible y sangrante que a veces viene a morir en las impolutas aceras por la que transitamos.

Un poco de empatía, por favor.

Carlos Fresneda, publicado en el blog Crónicas desde EEUU de El Mundo

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