Como un currante anónimo, Joe Mangrum toma la línea Q cinco días a la semana con un cargamento de veinte kilos de arena coloreada. Pensativo, con su sombrero de vaquero calado hasta las pestañas, Joe irá tejiendo en su mente el “mandala” del día, con forma de flor o de estrella...
Una vez en Manhattan, lo más probable es que Joe enfile hacia Washington Square o Union Square, y que allí despliegue durante ocho horas su arco iris de arena, arrodillado ante cientos de paseantes, que a lo largo del día irán admirando la indescifrable combinación de los polvillos mágicos.
Culminada la obra, admirada desde todos los flancos y fotografiada para la posteridad, Joe tomará la escoba al final de la jornada y barrerá hasta el último grano de arena: “El arte callejero es necesariamente efímero”...
Más de 200 “mandalas” lleva a sus espaldas el pintor de arena desde que eligió como lienzo las plazas de Nueva York, allá por el 2009. Pese a su larga trayectoria artística, pasó por dificultades –económicas y emocionales- y decidió plantarle cara a la recesión pintado en la calle y a su manera, sin dejar rastro.
Su técnica, forjada desde que a los 16 años recibió una beca para viajar a la India, emula el alguna manera a los relojes de arena. Con el puño cerrado, va dejando que caiga el polvillo de color, siguiendo ese diseño que muchas veces va variando imprevisiblemente ante sus propios ojos...
“Empiezas con una idea, pero de pronto descubres un nuevo camino y te dejas llevar. Hay días en que acabo haciendo algo muy distinto a lo que había imaginado. El “feed back” de la gente esta también muy importante... Los hay que te quedan plantados y dicen “asombroso”. Otros se atreven a sugerir que haga esto o lo otro. Otros van con tanta prisa que ni siquiera reparan en que estoy pintando en el suelo y caminan sobre la arena”.
Los niños se quedan imantados ante los “mandalas” de Joe, que sigue con su labor gracias a las donaciones voluntarias. Hay gente que se pasa cuatro o cinco veces a lo largo del día, a ver cómo evoluciona la cosa. En cierta ocasión, una mujer puertorriqueña aguantó durante ocho horas, interesada en saber qué ocurría al final...
La jornada de Joe acaba siempre con la escoba por dos razones: porque no quiere tener problemas con las autoridades y porque forma parte del proceso... “La vida es cíclica, por más que nos empeñemos en imponer un tiempo lineal. Todo vuelve a su origen. La arena regresa a las bolsas y yo vuelvo a casa después de una dura jornada”.
Joe Mangrum nació hace 42 años en Florissant (Missouri) y pasó por el School of the Art Institute tras su viaje iniciático a la India. Vivió un tiempo en Europa, llevó su arte itinerante a los festivales de rock y saltó a las páginas de los periódicos por sus instalaciones en la playa de Laguna Beach, creando “mandalas con causa” y con naturaleza marina muerta (para oponerse a la construcción de una carretera).
El galerista Daniel Arvizu le invitó a crear una instalación inspirada en “El Jardín de las Delicias” de El Bosco, y en el 2003 recibió el premio Lorenzo de Medici de la Bienal de Florencia por “Frágil”, una crítica “piramidal” a la sociedad de consumo, levantada con cristal, “ladrillos” de oro, comida, balas, dinero, flores... Durante una larga década, su arte floreció en San Francisco y tomó un giro ambiental (en el 2005 conemomoró el Día Mundial del Medio Ambiente con "Detonation Earth", una “nube hongo” de hierba de más 15 metros de altura).
Desde el 2006, toda su vida y obra discurre en torno a la arena. En su libro, “Painting New York with Sand”, Joe reflexiona largo y tendido sobre la experiencia, que él mismo ve como antídoto al frenesí urbano de Manhattan: “En la ciudad donde cada metro cuadrado tiene un precio, no está de más reclamar el espacio público e invitar a la gente a que haga una pausa para la introspección. De una manera o de otra, los “mandalas” están presentes en todas las culturas ancestrales, desde los celtas a los indios americanos y la arquitectura islámica. Al fin y al cabo, son parte de nuestros sueños y de nuestra experiencia “circular”. La Tierra gira, y nosotros con ella”.
Carlos Fresneda
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