Haití es un jardín

Los aniversarios son aprovechados para recordar alegrías y también shocks. Hace un año Haití se rompió por la actividad de una tierra que golpea de forma natural, casi siempre donde más duele. De todos es o hemos sabido que Haití estaba ya roto por varios sitios.
Los jardines son espacios donde la obra humana muestra casi siempre la belleza de una naturaleza manejada para combinar colores, olores, vida y armonía, generadores al fin de sosiego y alimento para los sentidos. En los vergeles, además nos nutrimos, todos.

Haití es un jardín descuidado, a pesar de que tiene más de 8 millones de jardineros, y quizás casi todos amen su espacio. Muchos no tienen opción a otro, en el que nacieron será el de la despedida final. Estoy convencido que muchos de los jardineros haitianos quieren cuidar con todo el amor y aprecio a su hábitat vital. Fue aquí donde sus ancestros dejaron atrás una época energética cruel y criminal, y ayudaron al mundo a limpiar aquella esclavitud que conocemos por novelas y películas.


Haití es un jardín descuidado porque convivir con los envites de la naturaleza, que en ocasiones causa estragos sobre la obra humana que ocupa su piel sobre la tierra, una convivencia que precisa de organización y coordinación y que los haitianos no han podido obtener todavía. Pero sobre todo Haití es un jardín descuidado por la justicia global y para todos, y lo es por la mala suerte de contar con familias de poder que han robado todo lo posible y siguen. Lo es por esas convivencias entre valores que elevan a alta rentabilidad a la miseria, en base al dominio, la explotación y la falta de responsabilidad hacía los bienes comunes.

Haití es uno de los jardines del mundo más necesitados, entre tantos. Haití necesita fertilidad en su tierra, y pone el resto, tiene agua, tiene sol abundante, tiene energía humana desbordante y una historia de héroes sociales, Haití y sus gentes tienen orgullo, a pesar de todo, de ser lo que son. En ese vergel posible se necesita fertilidad política, limpiarse, renovación, como cortando las plantas que ahogan a otras, sanearse de codiciosos y canallas dentro y fuera de sus fronteras, para que nuevas flores nutritivas tengan su oportunidad.

Pienso que son jardineros recién llegados todos los humanos que han volcado sus energías y conocimientos en ayudar a regar la ilusión de un pueblo dolido y roto. Como humanos, la razón nos impulsa a ayudar a los débiles y necesitados, para ello no hace ninguna falta credo alguno. Y aunque el modelo de cooperación sea el mejor que conocemos, no es el último. El jardín y las flores haitianas necesitan del más allá de sus lindes, consejos, ayuda y nutrientes para florecer.

He querido y he podido ser aprendiz de jardinero en algunos lugares de ese país que me ha enseñado tanto cuando creía saber bastante. A los cien días del temblor llegamos con un cargamento de útiles solares e ilusión por ayudar a regar como fuera. Carlos Fresneda me enseñó el loable trabajo del periodista de acción directa, que indaga, investiga y analiza sobre como explicar lo mejor posible lo que sus ojos ven y su interior siente. José Andrés, de profesión cocinero y de vocación creativo de vínculos entre alimento y humanidad, dejó los fogones para probar otros, y para aprender a sentir y hacer lo mejor que sus habilidades pudieran por el bien de los demás. Aprendí de él la fuerza y el valor del emprender ideas e ilusiones. Con ellos allá sentí como cruje el alma ante la miseria y como pasa de crujido a melodía cuando la resilencia y las ganas de vivir pese a todo, invaden los entornos. Se que no olvidaremos nunca a Haití, porque es su reflejo nos vemos, aunque lejos, actuando lo mejor que sabemos como fieles aprendices. Otro Haití es posible.

Haití debe ser, por justicia y deuda global, uno de los más hermosos jardines de humanidad, puedo ser uno de los más destacados en sociedad autosuficiente ya que dispone de agua, de tierra, de energía solar y de energía humana a raudales. Sólo necesita que de una vez por todas todos hagamos las cosas como nos pide nuestra humanidad y no algunas de sus taras genéticas, económicas y sociales.

Haití me aporto la belleza y el dolor de su jardín y sus flores tan especiales, y desde lejos llegué a donar para plantar 10 árboles frutales en esas escuelas donde sueño que también una cocina solar pueda preparar a los jóvenes aprendices a conocer el uso más sabroso de la energía clave en todo vergel, en su vergel.

Mirando Haití desde el recuerdo y la búsqueda de actualidad desde los medios de comunicación y colegas, y haciéndolo desde la acomodada ciudad donde pululo, que es un vergel de paz necesitado de mimos, según se valore y así lo creo, mirando Haití desde la tranquilidad, es una mirada a pesar de la crudeza de la realidad de una fiesta que se acaba al mismo tiempo que hermosos jardines se deben preparar y cuidar, allí y en todo este mundo patas arriba.

Miro en la wiki la descripción de vergel, pienso en mi hermano Julio y en su pasión por que todo el planeta sea un vergel fértil, cuidado y suficiente. El seguro se apuntaría a la brigada global para la creación de lugares sencillos, donde además de sembrar valores de humanidad, de la tierra brota el necesario árbol, que regala sus servicios y frutos y que sólo pide, ahora que la ciencia nos dice que las plantas sienten, seguir gozando de la oportunidad de ser agente alquímico que mezcla en sus entrañas los más valioso que la tierra provee y lo entrega a la vida para su mantenimiento.

Haití puede ser un vergel que nos eleve a todos los que no estamos cerca de él, los más loables sentimientos de justicia, de equidad y de paz. Todos y todas podemos ser jardineros donde estemos porque quizás la mejor ayuda para Haití es asumir nuestra responsabilidad como consumidores y ciudadanos responsables en un planeta finito, pero siempre Haití somos y seremos todos.

Manolo Vílchez

The Solar for Hope

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