EL HOMBRE DEL "IMPACTO CERO"

Colin Beavan, junto a su mujer e hija, a bordo de su triciclo. | Paul Dunn/Yes Magazine

  • Un ecologista pasa un año sin electricidad para reducir su huella ambiental
  • Se define como "un progre con complejo de culpa que intenta salvar el planeta"
  • Durante el experimento su familia dejó de producir más de 1.000 kilos de basura
  • Comieron sólo alimentos de su entorno cercano y cultivaron una huerta

"¿Dónde está tu bicicleta?", nos pregunta Colin Beavan, más conocido como el 'No Impact Man'. Acabamos de ver su película y no podemos ocultar cierto complejo de culpabilidad. Nos olvidamos del taxi de vuelta y optamos por una larga caminata. Nada más volver a casa, completamos el último cambio de bombillas. Al día siguiente, hacemos la compra en el mercado local de granjeros y nos proponemos volver a compostar. Repasamos mentalmente nuestros pecados y hacemos propósito de enmienda...

"¿Dónde está tu bicicleta?", nos increpa casi el 'No Impact Man', aferrado al manillar. Su triciclo familiar, compartido con su mujer Michelle y su hija Isabella, se ha convertido en su seña de identidad en la Gran Manzana. Pero cazarle al vuelo es una misión tan imposible como la de pillar in fraganti a Superman. Llevamos más de un año siguiéndole la pista por las calles del barrio, y ahora que se publica su libro en medio mundo ('No Impact Man', 451 Editores) ha llegado por fin la oportunidad. El propio Beavan admite que su experimento literario e íntimo -cómo reducir al máximo el impacto ecológico de una famila en la gran ciudad- se ha desbordado hasta convertirse en una avalancha mediática de imprevisibles consecuencias.

Antes de reencarnarse en el 'No Impact Man', Beavan se ganaba la vida como escritor especializado en historia. Su primer libro fue un viaje a los orígenes de las huellas dactilares, y tuvo un relativo éxito con Operación Jedburgh. Pero su inmersión en el Día D le dejó totalmente desfondado. A la crisis de los 40, y al nacimiento de su hija, Isabella, se añadió una creciente procupación: "Mi problema era la total falta de acción".

El 'No Impact Man' se define a sí mismo como "un progre con complejo de culpa que intenta salvar el planeta". Con Obama en la Casa Blanca y Michelle haciendo surcos en el huerto ecológico, cualquiera diría que Beavan llega en el momento justo. Pero hasta la prensa progre -léase el New York Times- ha disparado bajo su línea de flotación con titulares como éste: "El año en que vivimos sin papel higiénico".

En el año que duró el experimento, el 'No Impact Man' y su familia dejaron de producir más de 1.000 kilos de basura, incluidos 2.184 pañales desechables. De paso ahorraron 572 bolsas de plástico, 1.248 recipientes de comida para llevar y 2.190 vasos de papel. Estuvieron seis meses sin electricidad y usaron una nevera de camping (el hielo se lo prestaba la vecina). Comieron exclusivamente alimentos producidos en 250 kilómetros a la redonda y cultivaron su propia huerta en un jardín comunitario.

A su manera, el 'No Impact Man' sudó lo suyo para poder embarcar en la odisea ecológica a su mujer, Michelle, adicta al café y devoradora de carne, obligada a renunciar a su deporte favorito -el 'shopping'- y a cambiar a la bicicleta y el patinete como medios de transporte urbano.

Sin temor a que nos llamen 'socialistas', le preguntamos al 'No Impact Man' que cuándo veremos plasmar su ejemplo en una 'acción colectiva' en EEUU. "La acción política es muy importante, y tengo esperanzas de que la Ley del Cambio Climático salga reforzada del Senado y que Obama mande un mensaje muy claro por todos nosotros en Copenhague", reponde Beavan. "Pero no podemos esperar a que el sistema cambie: nosotros, los individuos, somos el sistema".

El 'No Impact Man' reta a cualquiera a que emulemos su experimento, comprimido en una semana, y a que calibremos por nosotros mismos los cambios. "¿Cuál es propósito de nuestra vida? ¿Qué nos hace más felices y plenos?", se pregunta. Su ejercicio de la simplicidad extrema -incluidos los seis meses a la luz de las velas- le acercó no sólo a la respuesta, sino a la eterna gran pregunta que nos lanza desde el sillín de su bicicleta: "¿Y tú qué vas a hacer por el bien del planeta?".

Carlos Fresneda, Nueva York

Publicado en Ciencia de El Mundo, 15.09.09

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