«No lo llaméis utopía; llamadlo laboratorio urbano... La utopía es el 'no lugar', el ideal inalcanzable. Arcosanti existe y está arraigado en la realidad. Es un lugar en permanente evolución, con una meta concreta: crear el 'efecto urbano' en un hábitat a la medida del hombre, pero en profunda armonía con la naturaleza»...
Paolo Soleri cumple 90 años este mes y sabe que nunca llegará ver materializado su sueño: «No tengo planes de vivir en el futuro». El padre de la 'arcología' (arquitectura más ecología) concibió una insólita comunidad urbana para 5.000 habitantes en el desierto de Arizona, como antídoto al 'sueño americano' que empezaba a hacer agua en los años 70.
Al cabo de cuatro décadas, los vecinos de Arcosanti apenas sobrepasan el centenar, pero el mutante 'skyline' emerge como un auténtico milagro entre cipreses y peñascos, a tan sólo 100 kilómetros de ese espanto suburbano llamado Phoenix.
«Solíamos estar más lejos, pero la ciudad sin límites creció hacia nosotros», bromea Soleri. «En el último medio siglo, y gracias al automóvil, hemos adoptado el modelo de expansión de los organismos más primarios. Las especies más complejas, como las abejas o las termitas, eligieron vivir hace tiempo en dimensiones compactas. ¿Por qué hemos sido tan estúpidos los humanos?».
Soleri, que nació en Turín, se estableció en Arizona a la sombra de Frank Lloyd Wright, con quien estudió en la cercana Tallesin West. El arquitecto italiano se desmarcó pronto con sus alegatos contra el materialismo y empezó su propia búsqueda filosófica y arquitectónica en ese laberinto cavernícola y gaudiano llamado Cosanti en el que todavía vive.foto: Isaac Hernández
Sus ideas necesitaban plasmarse en un lienzo mayor, y así fue como echó raíces con un puñado de seguidores en un terreno semiárido de 16 kilómetros cuadrados, junto a la autopista 17 y a la vera del río Agua Fría. Allí nació Arcosanti, levantado con el sudor de más de 6.000 'aprendices', venidos de 35 países, pioneros en el arte de la bioconstrucción, la permacultura, la agricultura orgánica, la energía solar y eólica, las 'máquinas vivas' para la depuración de las aguas y otras ideas más o menos utópicas (con perdón).
Cuarenta años después, tan sólo se ha construido el 'corazón' de hormigón de la miniciudad, apuntando al sur y en el filo de un barranco. El edificio comunal de cuatro pisos, el taller de cerámica, la 'piazza', el anfiteatro y la superestructura rematada por la futurista 'sky suite' -donde pernoctó hace poco Francis Ford Coppola- son el anticipo permanente de lo que nunca llegó a construirse.
Soleri ha revisado una y otra vez su proyecto original, con esas torres acristaladas en forma de ábside que deberían crear el definitivo efecto urbano, compensado por los bancales donde los vecinos cultivarían sus propios huertos y el espacio abierto del alto desierto como referente.
«La ciudad debería ser la mejor expresión de la humanidad, el lugar donde trascienden todas nuestras limitaciones», palabra de Soleri. «Así ha sido siempre en todas las grandes civilizaciones, de Mesopotamia a los romanos... Lamentablemente, las ciudades que hemos construido en el último medio siglo son una receta para la catástrofe. El sueño americano de una casa y dos coches por familia se está reproduciendo en todo el mundo y está destruyendo el planeta».
La edad no ha hecho estragos en la mente lúcida y visionaria de Soleri, que todas las semanas convoca en Arcosanti la Escuela de Pensamiento. Más de 30 alumnos circunstanciales participan en el cuerpo a cuerpo con el maestro, que responde así a nuestra pregunta sobre la utopía: «No he querido caer nunca en el idealismo irrelevante... Somos parte de la realidad, y hemos querido contribuir a ella con este laboratorio que es como un organismo vivo, con toda su complejidad, admitiendo sus imperfecciones y evolucionando, evolucionando siempre...».
Mary Holdey, 63 años, una de las primeras vecinas de Arcosanti, forcejea dialécticamente con el maestro, aunque admite que nunca ha tenido una vida tan plena como en su casa excavada en la roca y construida con sus propias manos bajo las directrices de Soleri.
Ed Werman, 61 años, ceramista mayor, se lamenta por la crisis que está haciendo estragos en la población flotante (para vivir en Arcosanti hay que trabajar en Arcosanti), pero asegura que la mera existencia del «laboratorio urbano» -por el que pasan anualmente 50.000 visitantes- es suficiente motivo de esperanza: «He pasado a lo largo de mi vida por muchas comunidades intencionales, y este lugar es único en el mundo, gracias a la visión y a la acción de Paolo. Haremos todo lo posible para mantener viva su llama cuando ya no esté con nosotros».
Carlos Fresneda desde Arcosanti (Arizona)
Publicaco en Natura 37, junio 2009
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