- Llevamos cincuenta años quejándonos más o menos de lo mismo
- Las 'buenas' quejas tienen que ser específicas y proporcionadas
Y al principio fue la queja... "No podemos tener un cambio positivo
si alguien no se levanta y dice: '¡Esto no funciona!'. Al fin y al cabo,
eso es lo que hicieron Martin Luther King o Nelson Mandela".
Hablamos con Julian Baggini,
autor de 'La Queja', '¿Se creen que somos tontos?' y otros manuales
impagables de filosofía para los tiempos modernos (nuestro favorito
sigue siendo 'El cerdo que quería ser jamón', todos ellos en la
editorial Paidós). El pensador británico le hinca esta vez el diente no
sólo a lo que hay detrás de las protestas reivindicativas, también a los
"pequeños lamentos" cotidianos.
Pues resulta que de lo que más se queja la gente en
general es de "la mala suerte o el destino", seguido de los "achaques" y
de "lo que ha empeorado el mundo". Después vienen los esposos y los
compañeros, y a continuación el mal tiempo, los líderes, el coste de la
vida, la corrupción y la televisión.
Llevamos cincuenta años quejándonos más o menos de lo mismo,
aunque en su reciente visita a España (donde llegó a vivir un par de
años) pudo comprobar Baggini el cariz que están tomando las cosas por
nuestras tierras, con el paro superando el 25% y la cesta de la compra
cada vez más parca.
De lo que más se queja la gente en general es de "la mala suerte o el destino", seguido de los "achaques" y de "lo que ha empeorado el mundo", y después de los esposos y los compañeros.
"Estuve recientemente en Castell de Ferro, un pueblecito en la costa
granadina, investigando para mi próximo libro sobre la comida", confiesa
el filósofo. "Y pude percibir la preocupación que existe por la marcha
de la economía. He seguido las protestas de los 'indignados', y me ha
traído el recuerdo de cuando la gente se manifestaba en el País Vasco
cuando viví allí. Las protestas reivindicativas son al fin y al cabo
quejas organizadas y colectivas".
"En el origen de toda queja late la sensación de que las cosas no son
como deberían ser", escribe Baggini en su último libro. "Quejarse es
denunciarlo, y podemos hacerlo con irritación, agresivamente, con calma,
sin motivo o de una forma constructiva".
"Lo más fácil es expresar la frustración: no estás contento, te
indignas... El propio Martin Luther King dijo aquello de "Liberaos de
vuestro descontento". Pero con eso no basta, está claro. Hay que
canalizar el descontento o todo seguirá igual. Quejarse es bueno...
siempre y cuando venga acompañado de una acción positiva". Baggini distingue precisamente las "buenas quejas" de las "quejas erróneas",
que suelen ser las que se pierden en generalidades y no van al grano. O
las que están "mal canalizadas" y no alcanzan su objetivo. O las que se
estrellan contra el muro implacable de la realidad (luego hablaremos de
la "queja imposible").
La cultura de la queja
"Hay que canalizar el descontento o todo seguirá igual. Quejarse es bueno... siempre y cuando venga acompañado de una acción positiva".
El filósofo británico se lamenta también de la "cultura de la queja"
implantada por influencia del "comportamiento legalista" de lo
norteamericanos. "Nos quejamos por las cosas más nimias y recurrimos al
pleito legal por sistema. Si no culpamos al otro, tal vez nos culpen a
nosotros. Así es como funciona mucha gente, y todo esto acaba socavando
las relaciones humanas y provocando una desconfianza mutua".
Volvemos sin embargo al terreno de la protesta reivindicativa, y le
preguntamos a Baggini por la "queja" de los 'indignados' y del
movimiento 'Occupy'. Su valoración es ambivalente: "El mensaje ha
llegado sin duda a la sociedad y a los políticos. Pero creo que ha faltado un plan de acción.
Está muy bien fijarse como meta que "la pobreza pase a la historia" o
que haya menos desigualdad económica. ¿Pero cómo llegamos hasta allí? No
se puede ignorar la complejidad de los problemas, ni dejarnos las
energías en quejas genéricas".
¿Cómo hacer pues que una queja funcione? "Las 'buenas' quejas tienen que ser específicas y proporcionadas.
Si no, pueden quedarse en lamentos generalizados e inútiles, dirigidos
no se sabe muy bien contra quién. Otras veces, el problema es su
envergadura: son totalmente desproporcionadas y no están a nuestro
alcance. Por ejemplo, en vez que quejarse contra el capitalismo o contra
el comercio sin más, tiene más sentido reclamar cambios para que los
ricos y las multinacionales no puedan eludir impuestos. O se pueden
pedir más ventajas fiscales y comerciales para las cooperativas, para
impulsar otro tipo de economía más colaborativa y menos
hipercompetitiva".
'Todas las luchas comienzan por una queja'
Entramos ya en el terreno de la "queja imposible", y
Baggini se remite a la oración para la serenidad del teólogo
norteamericano Reinhold Niebuhr: "Dios, concédeme la serenidad para
aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas
que puedo cambiar, y la sabiduría para distinguir entre ambas".
"Nos quejamos por las cosas más nimias y recurrimos al pleito legal por sistema. Si no culpamos al otro, tal vez nos culpen a nosotros. Así es como funciona mucha gente, y todo esto acaba socavando las relaciones humanas y provocando una desconfianza mutua".
Como contrapunto, Baggini nos recuerda los lemas al estilo de "Lo
imposible nos llevará un poco más de tiempo", de George Santayana. "Todo
eso está bien como inspiración y pensamiento positivo, pero no nos
llevan a ningún resultado concreto. En un mundo imperfecto como el que
vivimos, el mensaje debería ser: "Quéjate de aquello que realmente pueda
cambiar".
Ahora bien, entre el idealismo utópico y la resignación religiosa,
Baggini se queda casi con el primero:
"Yo me considero como un ateo no
dogmático y he criticado muchas veces el papel de las religiones ante
cuestiones sociales. El cristianismo ha ensalzado la resignación, de la
misma manera que el budismo inculca la aceptación. La idea que tienen en
común las religiones es que el sufrimiento es nuestro destino por orden
divina, que tenemos que aceptar las cosas como son y que podemos
esperar a la otra vida o la rencarnación para tener justicia".
"La queja, en todo caso, es un acto secular, universal y humanista",
concluye Baggini. "Así es como se ha forjado muchas veces el progreso
social: todas las luchas comienzan por una queja".
Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres
2 comentarios:
Me siento muy identificado...
Estoy acostumbrado a escuchar mil quejas pero pocas veces escucho soluciones o propuestas para mejorar lo que se supone "molesta".
Os pongo un ejemplo: soy el presidente de la comunidad de vecinos... y todos salvo unos pocos no hacen más que quejarse de esto, lo otro etc.. En concreto se me han quejado porque en lugar de retimbrar los extintores viejos he decido comprar unos nuevos. Total, que se me quejan del supuesto gasto innnecesario y tal... y digo: "muy señores míos... qué es más barato comprar extintores nuevos!!!
Nada, solo se quejan. Yo tomo la acción de intentar mitigar el gasto de la comunidad de vecinos y nada ... que no atienden a razones.
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