Foto: Efe
No llega la antorcha olímpica a Stonehenge, pero aquí están a cambio
los "entorchados" de la Compagnie Carabosse, rodeando de fuego las
piedras milenarias, invocando a los espíritus tras el último rayo de sol
en esta noche de pies fríos y corazón caliente.
Atrás quedó el solsticio, pero Stonehenge vuelve a ser estos días un poderoso imán para alquimistas y druidas
con la excusa de Londres 2012. Por tercera noche consecutiva, el Jardín
del Fuego convoca a cientos de "peregrinos" que experimentan y sienten
de cerca la vibración incomparable del enigmático círculo.
Con lo que no contábamos los profanos era con la presencia insidiosa de los coches,
a poco más de trescientos metros del "templo" y en un desfile insidioso
e incesante. Las llamaradas de la Compagnie Camarosse hacen lo
imposible para sumergirnos en la "experiencia sensorial", pero los ojos
se nos van inevitablemente hacia el trasiego de faros y más faros que
nos recuerdan el asedio de la civilización.
Simon Thurley, del English Heritage, promete "un nuevo amanecer" en Stonehenge,
para que los coches no puedan acercarse a menos de dos kilómetros y el
manto verde de las colinas de Salisbury consiga envolver el silencio
telúrico del "monumento", erigido 3.000 años antes de Jesucristo y
completado en la Edad del Bronce.
"Algo tiene este lugar que te incita a venir constantemente, a buscar
la paz y la luz que no encuentras fuera", confiesa Deborah Waltman, 34
años, que quiso participar en solitario en el rito iniciático. "Hoy nos
faltó la lluvia y el arco-iris, pero a cambio tenemos el fuego
purificador".
La lumbre, por cierto, viene que ni pintada para combatir los rigores
de este verano húmedo y frío como pocos. La temperatura cayó por debajo
de los cinco grados en Stonehenge, pero los "fuegos controlados" de la Compagnie Carabosse aumentaron la temperatura sensorial y humana.
La directora del Festival de Salisbury, María Bota, que llevaba cinco
días supervisando el montaje, respiró con alivio cuando vio llegar la
procesión silenciosa por el camino de antorchas... "La gente ha
respondido con la veneración que inspira este lugar sagrado. El fuego marca los cuatro puntos cardinales, las sombras crean un efecto mágico sobre las piedras y podemos sentir casi la sensación de las almas en tránsito".
Cuatro esferas de fuego rodean el monumento, iluminado con tenues
antochas desde dentro y acechado por artilugios metálicos que lanzan
potentes llamaradas. El olor a tea lo impregna todo. El viento atiza las
llamas y las nubes amenazan con descargar su furia en cualquier
momento.
Pero los paraguas duermen esta noche, acunados por la música electrónica que impone una cortina de silencio sobre el zumbido cercano del tráfico.
Cuando amanezca, las cenizas aún calientes del Jardín del Fuego
servirán para recordar hay vida, demasiada vida, entre los muertos de
Stonehenge.
Carlos Fresneda (Corresponsal) | Stonehenge
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