Llego al lugar de encuentro, situado en el corazón del barrio de Gracia (Barcelona), y ahí está Yolanda, semillas en mano, dando orientaciones para su siembra al colectivo de noveles agricultores urbanos a los que ayuda y forma en el cultivo de alimentos al lado de casa. Pol y Eva, de 10 y 8 años, son los más jóvenes; viven a tres metros de altura sobre el huertecillo. Desde el balcón, ambos son los vigilantes durante la semana y los que ven más de cerca cómo las semillas pasan a plántulas y, luego, a fruto que riegan y miman. Mireia Estrada
agua y el sol se relacionan con la cuidada fertilidad de una parte del terruño que visita semanalmente Yolanda. Hoy está Hector Soriano, su sobrino de 14 años, que le ayuda en las labores del huerto.
Yolanda tiene treinta y tres años y podríamos definirla como una "técnica en multiecoservicios a la comunidad" que se mueve entre el arte y las labores en la naturaleza.
Reside en Manresa (Barcelona) y tiene dos antiguas bicicletas recuperadas y aparcadas en las estaciones de Renfe, donde usa el tren para moverse. Con 200 euros de gastos de media al mes y el intercambio, junto al apoyo de la comunidad, vive con un impacto ambiental muy bajo sobre la tierra que nos aloja a todos. Su bicicleta en Barcelona –de nombre Orangina–
tiene una cesta de fruta en el portabultos y, como cuerno de la abundacia, rebosa de bolsas de semillas. La máquina verde está siempre a su lado, pero no es la única que tiene, ya que en Manresa –donde vive en piso compartido con dos personas– resulta fácil saber, a simple vista, si es uno de los días que baja a Barcelona: a 50 metros de la estación de Renfe, la otra bicicleta, la Platino, está aparcada con una cadena en lugar bien visible; como la otra, lleva aquella matrícula del "No Oil" cuyo mensaje empezó a difundirse desde los sillines poco después de irnos a guerrear y controlar el petróleo de Irak.
tomo de su biografía pinceladas para viajar por aspectos de la vida de esta activista social y ambiental que, con limitados recursos y enorme voluntad de servicio al bien común, no dejan de parecerse quizás a los periplos de muchas personas que sienten por la vida y el entorno un especial respeto y admiración: “Recuerdo que, de pequeña, todo me fascinaba.
De camino a la escuela, pensaba: estoy pisando unas baldosas que una persona ha puesto una a una; los semáforos están coordinados y alguien se ocupa de cambiar las bombillas. ¡Qué increíble todo! No entendía entonces por qué había personas que no sentían amor por su entorno. ¿Existen personas que no quieren calles bonitas, tranquilas y limpias? Me costaba creerlo. En casa no teníamos coche y, ya desde pequeña, me causaban antipatía,
quería ser guardia urbano para multarlos a todos, ¡sobre todo los que ocupaban la acera y no me dejaban ir en bici o pasear!. También me gustaba inventar: ideé una bolsa que, enganchada a la bolsa de pipas, podía evitar a los más perezosos que las cáscaras fueran al suelo."
De su vida familiar, en el barrio de L'Eixample tocando al de Sants, comenta: “Crecí en una familia numerosa, con poco espacio. En un piso de 40 m2, éramos nueve personas. Mis hermanos son mis ejemplos de forma de vida”. Todavía hoy, la cercana cárcel La Modelo le aviva el recuerdo: “En mi infancia pensaba en cómo podría ser un mundo mejor, en las cosas que podían cambiar, incluso imaginé una cárcel ideal: vaya, una no-cárcel en la que los presos trabajaban gratis hasta que la persona afectada les perdonaba”.
Ya desde pequeña, comenzó a modelar aquello de ayudar a los demás: “Pensaba que, cuando fuera mayor, quería hacer cosas para mejorar la vida, ser voluntaria. Pensaba que mis amigos de verdad los conocería en proyectos voluntarios, donde uno se une por afinidades, por ideales, conociéndose de verdad, sin aparentar y sin obligaciones, y así ha sido. Siempre me he preguntado cómo funcionan las cosas, ¿de dónde salen los materiales? ¿Dónde
sensación de ¡felicidad enorme! "
Pero, aun teniendo poco, ha invertido una parte de sus recursos: “Aún me acuerdo de mis primeros 1.000 euros ahorrados. Quería ponerlos en una libreta de ahorro, como todo el mundo, pero el día antes de ir al banco, la Fundació Terra envió un correo electrónico explicando una iniciativa de participación popular y, de golpe, me hice inversora en la Ola Solar del Mercat del Carmel, en Barcelona: 145 vatios de panel solar producen más del 15% de la electricidad doméstica que consumo y, además, recibo el retorno de mi inversión. Quién me iba a decir que sería microempresaria solarsocial...”
Yolanda se ofrece como orientadora del vivir bien con poco para sacarle mucho a la vida, sin dañar, siempre que sea posible, a nada ni a nadie. Lleva siempre con ella una bolsa, una servilleta y un vaso de plástico duro, y también sé que lleva encima eso que hace especial a las personas y que es un antídoto contra la desesperanza: las ganas de trabajar por el mundo que quiere, con una huella pequeña sobre el planeta, pedaleando hacia un futuro con colores parecidos a los de sus mimadas lechugas.
Manolo Vílchez
Publicado en Integral 366, junio de 2010
Enlaces:
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• Enlace a un reportage de Yolanda en La Vanguardia
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