El hombre 'salvaje' de Manhattan


            Foto: Isaac Hernández

Parece un pariente cercano del doctor Livingstone, supongo. Sólo que en vez de adentrarse en la espesura de Africa central se patea como nadie Central Park, con su gorro de explorador, a la busca de dientes de león, acederas, zarzaparrillas, epazotes y demás plantas comestibles que irá recolectando sobre la marcha, seguido por cuarenta expedicionarios de todos los pelajes y edades que nunca sospecharon los manjares silvestres que crecen en la gran ciudad.

Steve Brill, más conocido como The Wildman (El hombre "salvaje"), lleva tres décadas instruyendo a los neoyorquinos en el arte del "foraging" (recoger el forraje, pero para consumo humano). Allá por 1986 saltó a la fama cuando dos aguerridos park rangers se infiltraron en una de sus expediciiones y le detuvieron por "actividades delictivas". Le acusaron literalmente de "comerse el parque".
    
Meses después, tras el revuelo que se montó en la prensa, le contrataron como guía insustituible, autorizado para recolectar todo tipo de setas, hierbas, raíces y bayas aptas para los humanos en todos los espacios verdes de la ciudad, de Inwood a Prospect Park, incluido el patio de su propia casa (si usted le da permiso).

Su fama trasciende ya las fronteras; le han salido imitadores en medio mundo. Pero el auténtico "Wildman" -el nombre le vino a la mente haciendo meditación trascendental- es este intrépido, estrambótico y simpático explorador de 60 años, nativo de Queens, convertido ahora en ídolo del movimiento de los localívoros.
 
Lo que propugna el hombe "salvaje" es la auténtica vuelta a la comida local, a lo que tenemos más a mano. "Durante millones de años, la especie humana se alimentó de lo que recolectaba en el bosque", explica Steve Brill. "Ahora, con el auge del fast food y los productos ultraprocesados, hemos roto por completo la conexión con la naturaleza, que siempre fue la base de nuestro alimento".

Brill iba para psicólogo antes que para explorador, cocinero y botánico. Un día, paseando en bicicleta, vio a un grupo de mujeres griegas cogiendo hojas de parra en un parque. Se llevó una bolsa a casa, las cocinó con un relleno de arroz y volvió a por más. Se hizo experto y autodidacta, con la ayuda de infinidad de guías y probando todo lo que parecía comestible, sin sufrir hasta la fecha ninguna indigestión (todo lo más, un picorcillo en la lengua.
   
Dos veces a la semana, el hombre "salvaje" convoca a sus seguidores en uno de los más de veinte parques que entran en su jurisdicción (15 dólares de donación los adultos, diez los niños). El destino predilecto sigue siendo Central Park, donde el 2 de marzo comienza la temporada con el primer grupo de comedores silvestres, pertrechados con palas, rastrillos y guantes.
    
En nuestra última expedición arrancamos en el Strawberry Fields de John Lennon. A falta de fresas salvajes, encontramos moras blancas (jugosas "mulberries") que saben a lluvia y se deshacen dulcemente en la boca. En el borde del lago nos esperaba un árbol cargado de frutos rojos, parecidos a los arándanos, que resultaron ser los "juneberries" o frutos del guillomo.
   
Grandes y pequeños nos disputamos las mejores ramas, ante la sorpresa de las parejas que retozan en el parque y que no sabían de la fruta prohibida. Más tarde descubriremos manzanos silvestres y los codiciados caquis, "más sabrosos que los que venden en Chinatown".
 
De ahí pasamos a las hierbas, con especial hincapié en esa que llaman pimienta del hombre pobre y que puede poner el contrapunto picante en las ensaladas. Pertrechado con su inseparable iPad, el hombre no tan 'salvaje' muestra a los niños su aplicación especial para los bosques, con una foto de la hierba en cuestión para que no se equivoquen.   
Buscamos también bardanas, raíces muy curativas, clavadas en la tierra como auténticas estacas. Y por supuesto flores para la dar color a la ensalada, como las azucenas amarillas: "¿Alguien se atreve a regalarle un ramillete de flores a su mujer para que luego se las coma?".
   
"¡Cuidado con las hiedras venenosas!", advierte el hombre "salvaje" a los intrépidos que se lanzan a la aventura. Cuando la expedición se dispersa, Brill los llama a capilla con el silbato o ahuecando las palmas manos y haciendo música con la boca.
    
Cuatro horas dura la incursión inolvidable en el parque, aderezada por historias que el hombre "salvaje" cuenta con pasión. Como la del día aciago en que acabó en las mazmorras por arrancar las buenas hierbas (no le dejaron ni siquiera comérselas en el calabozo). O la radiante mañana en que conoció a la mujer de sus sueños, con la que comparte ahora sus recetas silvestres...
   
"Fue en abril del 1998, cuando se unió a la expedición una escritora de temas médicos que se llamaba Leslie-Anne Skolnik. Al principio se hizo la tímida. Sobre la marcha mostró tal interés por mí que le di de comer violetas, y así empezó todo. Meses después... "¡Ya se han casado! ¡Ya se han casado!"

Carlos Fresneda
Publicado en el blog Ecohéroes de El Mundo.es

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