El apicultor entre rascacielos


      Foto: Isaac Hernández

Miel de la Segunda Avenida, esquina con la calle 14. Miel de la Sexta Avenida, esquina con la 17. Miel del Lower East Side y del Upper West Side. Miel de Queens y Miel de Brooklyn. Miel “mezclada” de Nueva York, a gusto de los “commuters” que vienen de fuera...
   
Andrew Coté, al frente de Andrew’s Honey, no tiene que esforzase mucho para vender el preciado tesoro de las melíferas neoyorquinas... “La demanda es alta y el producto es escaso. El bote se vende a 15 dólares, frente a los 10 que cobro por la miel de Westchester County o la de las abejas en Connecticut”.
   
Los miércoles, en el mercado granjeros de Union Square, todo parece orbitar alrededor de su tentador puesto, donde vende también polen, própolis, jalea real y, por supuesto, su famosa “miel batida” de los panales repartidos por los tejados, balcones y jardines de Nueva York (los viernes echa ra'ices junto al Ayuntamiento y los domingos, en Tompkins Square).
  
“Las abejas encajan como buenas vecinas en la ciudad, siempre y cuando tengan flores y vegetación cerca”, sostiene Andrew. “Lo único que necesitan las abejas obreras en su corta y hacendosa vida es agua, polen y néctar. Los humanos no les interesamos en absoluto, y lo más probable es que nos ignoren, a no ser que vengamos a robarles su “tesoro””.

Durante mucho tiempo existía la percepción errónea de abeja igual a peligro”, agrega Andrew. “Para empezar, hay muchos tipos de abeja, y la melífera es de las menos agresivas. Lo que era del todo absurdo es que existiera una ordenanza que te impidiera criar abejas en Nueva York. Llevamos tiempo demostrando que se puede hacer de una manera segura en los tejados y en las terrazas, sin inteferir en la vida de los vecinos”.

Andrew, presidente de la Asociación de Apicultores de Nueva York (y miembro  activo de Abejas Sin Fronteras), batalló duró por lograr la “legalización”, tan celebrada  en su día como la de los matrimonio “gays”. Con más de 200 miembros y mil simpatizantes, los “beekeepers” neoyorquinos celebran animosas reuniones todos los meses y siguen ganando adeptos, incluso en las filas del Ayuntamiento.

   
“Pero que nadie se deje engañar: criar abejas no tiene nada de romántico y es un trabajo muy duro”, advierte el apicultor de 40 años y cuarta generación, que aprendió el oficio de su padre Norman, todavía activo. Andrew está que trina con la película “Queen of the Sun”, “que nos pinta a los apicultores como si fuéramos una pandilla de hippies”.
     
Vente, vente un día a las colmenas dispuesto a sudar”, nos animó un día...
Tardamos semanas en econtrar un hueco en su ajetreada agenda, todo el día de arriba para abajo con su furgón. Cuando no está vendiendo, está recolectando miel en 14 puntos diseminados por la ciudad, o elaborando el producto final allá en Connecticut, o preparando uno de sus concurridos seminarios.
      
Quedamos finalmente el día más caluroso del año (o eso parecía). Primero posó para posteridad a rostro descubierto, con sus queridas abejas de la Segunda con la 14, por las que siente una debilidad especial. Pero puesto a robarles la miel, prefirió parapetarse bajo su traje blanco y mascarilla de apicultor. Durante casi una hora soportó la sauna, vaciando los cuatro cajones de las tres colmenas (a veinte kilos cada uno), extrayendo los panales y asegurándose con un cepillo de que las abejas pegajosas se quedaban fuera. Y luego, a bajar todo por los escaleras: cinco pisos.

      
De su tejado predilecto nos llevó hasta una terraza de lujo en la Sexta: “La propietaria me vino a ver un día al mercado y me dijo que si quería instalar aquí un par de colmenas”. Antes de empezar la faena, Andrew nos advierte: “Cuidado con éstas, que son más agresivas”. Nos acercamos demasiado, forcejeamos inútilmente y llegó el picotazo, que al principio fue un dolorcillo llevadero, pero que al día siguiente hinchó  el brazo como si fuera el de Popeye...
    
“Gajes del oficio”, le quitó importancia Andrew. “Yo debo llevar ya hoy unos veinte pinchazos; me traje los guantes equivocados... ¿Pero qué podemos esperar de ellas en esta situación? ¿Cómo reaccionaríamos nosotros si vinieran unos ladrones vestidos de blanco a llevarse el fruto de nuestro trabajo?”.
      
Miel de flores silvestres. Miel de arándanos. Miel de tilos. Miel de tulipanes. Miel a la “canela”... “Este bote es el único que lleva una ingrediente no producido por las abejas. Todo lo demás es miel cruda, ecológica y local. De las alturas de la ciudad al paladar de los neoyorquinos”.

Carlos Fresneda

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