En busca de la serenidad urbana

 
  Fotos: C.F.

Arden las calles desarboladas como sartenes. Trepa la putrefacción de las basuras por los balcones. Arranca la sonata machacona de las máquinas perforadoras. Pasan los taxis como centellas de fuego. Ruge el monstruo de la gran ciudad, apuñalada por el ulular incesante de las sirenas.
Y sin embargo no renunciamos a buscar la serenidad urbana...

Con Séneca en una mano (“Invitación la serenidad”) y con Jonathan S. Kaplan en la otra (“Urban Mindfulness”) nos proponemos plantar cara a esa sensación de urgencia y vigilia que es la esencia misma de Nueva York, donde las horas duran treinta minutos y los minutos, treinta segundos...

“No permitas que tu vida se agote, imperceptible, entre ocupaciones”, nos advierte el filósofo cordobés. “No dejes que la vorágine tecnológica marque el ritmo de tu vida", aconseja el psicólogo neoyorquino, convencido de que nada hay tan efectivo para bajar instantáneamente los niveles de estrés como tomarse unas “vacaciones electrónicas”.

Pero en los ascensores de Nueva York, ya se sabe, el primer y último ritual del día es despachar los emails en el teléfono “inteligente” (es un decir) mientras se ignora o se da la espalda al vecino. En los parques, últimamente, se ven parejas tumbadas en la hierba y con los ojos imantados a las “tabletas”, el mejor antídoto contra la placidez dominical...
    
La tecnología nos contagia esa sensación de urgencia permanente”, atestigua Kaplan, “y esa necesidad de estar conectados a todas las horas, que se hace aún más apremiante entre el bombardeo de estímulos de la gran ciudad”.
     
El propio psicólogo, que vivió en tiempos en Tokio y Los Angeles, experimentó el inevitable “subidón” de Nueva York después de instalarse aquí tras pasar una temporada en Ohio... “Sentí la llamada de la cultura, de la variedad y de la trepidación urbana, pero no tardé mucho en perder la paz y el equilibrio, y en encontrarme cansado y estresado a todas las horas, presionado para hacerlo todo más y más rápido”.

     
En su consulta en Union Square pudo comprobar también los efectos de la neurosis urbana en los neoyorquinos, hasta que decidió pasar a la acción “meditativa” y aplicarse el cuento con “Urban Mindfulness”, que primero fue un blog, luego una web y ahora un libro de bolsillo para urbanitas a la busca de la serenidad y el sentido.
     
Mindfulness” significa literalmente “atención consciente”, una escuela de meditación con larga trayectoria en Estados Unidos. El “método” consiste ni más ni menos que en hacer una pausa “consciente” en nuestra actividad diaria, reconectar con nuestra respiración y “observar” con todos los sentidos. El siguiente paso es dejar fluir nuestros pensamientos y nuestras emociones y aceptar la experiencia tal cual es, sin juicios ni críticas. En pocas palabras: aterrizar en el aquí y ahora.
      
“Carpe Diem!”, volvemos con Séneca. “Aprende a vivir en el momento y reconoce a tiempo esa sensación de urgencia y anticipo, tan habitual en Nueva York”, añade Kaplan, que nos invita a meditar en acción entre el traqueteo del metro, a respirar profundamente en los ascensores y en las escaleras mecánicas o a usar las sirenas de las ambulancias y de los bomberos como “despertadores” o campanas tibetanas.
        
La “atención consciente” es algo que nos podemos llevar de casa al trabajo, y viceversa. Por ejemplo, levantándose un día a la semana a las cinco de la madrugada y recorriendo la ciudad en la calma chicha de la hora “fantasma”. O eligiendo por el camino un parque, un jardín, una fuente o un rincón que nos ayude a reconectar con la naturaleza. O adoptando ocasionalmente la mente “zen” del principiante y del turista, caminando por la ciudad como si la viéramos por primera vez y no quisiéramos perder detalle.
        
Pero la “atención consciente” tiende a diluirse como un helado de nata bajo la ola de calor, por eso conviene practicar (como si fuera auténtica gimnasia mental) y sobre todo encontrar mentes afines que nos ayuden a recordar cuál es nuestra meta compartida.
       
Ya lo dijo Séneca: “No hay nada más contrario a la serenidad que la inconstancia”.

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