LA VUELTA A AMERICA DE LOS "CACHARROS" LOCOS

Regla número uno: los pilotos, las tripulaciones, los jurados y los inocentes espectadores han de poner un gran esfuerzo en pasárselo pipa, pues es la Locura lo que nos mantiene Cuerdos. Si alguien insiste en ser un corredor gruñón, en tomárselo demasiado en serio o en amargarle la carrera a los otros, quedará posiblemente descalificado…

Desafiando las leyes de la gravedad y de la cordura, más de 30 esculturas rodantes van tomando posiciones en la plaza de Arcata. La neblina pone confusión y suspense en la salida apoteósica de la carrera más loca del mundo, que arrancará entre las marismas y secuoyas gigantes del norte de California y seguirá su curso estival por el delirante oeste.

La romería rodante atravesará dunas, cruzará ríos, surcará bahías, circulará por cunetas y dará saltos más o menos “mortales” antes de llegar oxidada, deshidratada y triunfante a la meta, donde se reconocerá por igual a ganadores y perdedores, supervivientes todos, a lomos de estos prodigios de imaginación e ingeniería.

Regla número dos: las esculturas deben ser de tracción humana. No se permite el arrastre mecánico, aunque es legal recibir la ayuda “natural” del agua, del viento, de la gravedad y de los amistosos extraterrestres. La tripulación debe estar integrada exclusivamente por Humanos…

El más madrugador de los corredores obedece al nombre de Peter Wagner y llega subido a una extraña girafa que ni siquiera tiene pedales. Vestido de intrépido explorador -a lo doctor Livingstone, supongo-, Wagner impulsa a su peculiar vehículo dando botes sobre una plataforma oscilante que hace girar la gruesa rueda trasera, que luego demostrará su versatilidad sobre la arena y el agua.

Wagner, 56 años, es zorro viejo. Durante el año ejerce como profesor en Davis, pero al llegar al verano aguza su ingenio y recorre el circuito de las “esculturas cinéticas” con su último invento, construido exclusivamente con materiales reciclados. “Lo hago por pura diversión”, confiesa, al cabo de 19 años de competición en los que ha ganado prácticamente todo.

Así se explica tal vez la filosofía con la que se toma la carrera, emulando a Alberto Contador y plantándose en cabeza en el primer puerto de la competición: el Salto del Hombre Muerto. A más de un vehículo le llegará la jubilación anticipada en la temible caída de arena. Wagner conoce mejor que nadie el terreno y, encarnado esta vez en Bahamontes, repone fuerzas en el alto y espera pacientemente a que se aproxime el pelotón: “Es muy aburrido correr en solitario”.

Los “novatos” Alex Crowe y Tess Krause, a bordo de una anodina bici-canoa bautizada como Arte Para el Pueblo, se beneficiarán de la generosidad del veterano y llegarán los primeros al cabo de tres días a línea de meta de Ferndale (perdón por chafar el final). También ayudará el hambre de victoria de su mecánico, Al Krause, capaz de convertir el invento en el que viajan los estudiantes del instituto de Eureka en un vehículo anfibio a prueba de algas y moluscos. “La ligereza y la simplicidad del diseño es lo que más pesa”, atestigua el preparador. Hace años le expulsaron de la carrera “por ser demasiado serio”.

Regla número tres: Los pilotos, la tripulación y los miembros del equipo se abstendrán de dar patadas, mordiscos, arañazo o puñetazos a los miembros de otra tripulación. Quienes participen en ese tipo de actividades provocativas no merecerán los honores de la carrera, sino que caerán en desgracia…

Kris Taylor, que el año anterior fue el “malo” de la carrera con su vehículo Ojo Malvado, ejerce ahora con “smoking” de jurado mayor (y sin embargo propenso a todo tipo sobornos). Harmony Groves, ex alcaldesa de Arcata por el Partido Verde, elegida en tiempos como “reina” de la carrera, se enfunda esta vez los leotardos dorados que le acreditan como miembro de la Policía Secreta del Pollo.

El Pollo, símbolo imperecedero de la carrera, se encarna todos los veranos en una escultura rodante. La veterana June Moxon, 27 años compitiendo, logra darle en esta ocasión una prestancia plateada que se eleva por encima de los seis metros y parece capaz de volar con sus plumas de hojalata. Cinco meses de trabajo le llevó el alumbramiento del ave deslumbrante y emblemática, que al final tendrá su recompensa (premio al mejor arte rodante).

Pisándole las patas al pollo viene el Dragón Metálico de Duane Flatmo, el artista “cinético” con más solera, que llega con ganas de desquitarse tras el naufragio de la carpa gigante con la que corrió el año anterior. El dragón, fabricado con cacerolas y baterías de cocina, superará felizmente la prueba más espinosa de la carrera: el descenso en pendiente a la bahía de Eureka. Con la ayuda de sus poderosos flotadores rojos, el dragón surcará las aguas como si fuera un cisne plateado, echando bocanadas de fuego a la menor insinuación.

Pero estamos aún en Arcata, parada obligada de la América inexplorada y verde. Los cacharros rodantes toman la salida a lo LeMans: vueltas y más vueltas a la plaza del pueblo, ululante y mareante escenario de la carrera de las bicis locas, que parten en medio de un atronador grito de guerra: “For the Glory! (“¡Para la gloria!”).

Ley de la Agonía en la Derrota: Las esculturas deben encontrar su curso sin la ayuda de un vehículo motorizado. Recibir un remolque significa que hacen falta mejoras técnicas… ¡Que tengas mejor suerte el año que viene! Los empujones o los “remolques” humanos sí están permitidos. ¡Arrastra a la bestia a lo largo de la carrera y acabarás con honor y con músculos!

En cada carrera hay una derrota tempranera, que en este caso es también un parto prematuro: la pulposa OctoMadre de Brian Slayton, con sus ocho tentáculos que agitan a sus ocho recién nacidos, queda fuera de juego en los primeros repechos y no es capaz de llegar a las dunas. El displicente equipo de ocho médicos de Urgencias no consigue solucionar los problemas mecánicos, que se multiplican como el pan y los hijos.

Quien sí consigue abrirse dolorosamente paso hasta la playa es la “parturienta’ Lesley Manson, a bordo de Contra el Consejo Médico: originalísima bici-cama hospitalaria, asistida por una alegre cofradía de comadronas y “doulas” (con el culo de pega el aire), por si se produce sobre la marcha el parto “natural”.

Ley de la Madre: si una piloto está embarazada o de parto, se le permitirá una ausencia razonable de una hora o así sin penalidad alguna (aunque luego deberá facilitar una foto del bebé para dar publicidad a la carrera y viajar con él a bordo hasta la línea de meta).

Por las dunas avanza contra viento y marea el Hippypotamus, con su carcasa colorista y su corazón henchido de paz. A tiempo para celebrar el 40 aniversario de Woodsotock, el hipopótamo hippie se contonea al ritmo de Bob Dylan y los Grateful Dead y mira con sorna al respetable mientras exhala por la nariz el humo de la salvia (a falta de marihuana).

Ken Beidleman, nostálgico del verano del amor, conduce con flema envidiable y melena cana el portentoso Hippypotamus. El vehículo lo impulsan cuatro ciclistas hippies que han convertido el vientre del bicho en tenderete rodante, equipado con rodamientos especiales para la arena, flotadores para el agua y salvavidas.

Con un reciente premio al mejor arte rondante a sus espaldas , Beidleman llega en esta ocasión a la carrera sin otra ambición que la de marcarse un ACE (premio reservado a los que llevan todo el equipo a bordo) y “sobrevivir a todas las tentaciones y las inclemencias”. Más de uno se frotará los ojos al ver al Hipopótamo Hippie contonearse por la cuneta, menear el culo por la playa o salir chorreando de la bahía, fumando salvia como si tal cosa.

Ley de la Abstinencia: el consumo de bebidas alcohólicas y sustancias estupefacientes por parte de los pilotos está prohibido. Los pilotos deben entender que el consumo de alcohol durante la carrera no es de buen ver y que la gente dejará de mirarles con el asombro y la admiración que se merecen…

En el capítulo de vehículos rutilantes, pocos pueden competir con el Twinkle de Bob Thompson, con sus ruedas de 2,5 metros de diámetro y la tripulación de ciclistas-astronautas ataviados azul y estrellados hasta el cuello. Charlie Jordan, otro veterano, compite con una Oveja de Compost que va “reciclando” sobre la marcha sus propios desechos. Por detrás viene Little Stinker, la mofeta todo-terreno, perseguida por el elefante Melvin de Tappy Nelson, que no ha faltado a la cita desde que se escapó hace 40 años de un carrusel.

La tripulación de Los Impescables, capitaneados por el pirata Peter Kessler y a bordo de un pez linterna, demostrará una especial habilidad para alternar agua salada y dulce, en el momento de atravesar el río de la Anguila. For Sailfish, el pez espada en el que viajan Forrest McMullen y compañía hincha, también las velas en el último desafío acuático, en el que casi zozobran los “malos” de la película, Pandomonium, venidos a menos a las primeras de cambio.

En tiempos de crisis, los tripulantes dorados de Sold Gold salvan el tipo vendiendo oro… o desprendiéndose del vil metal como si fuera el lastre, cuando acechan los tiburones y el agua les llega al sillín o al culo (con perdón). “Cada día es un reto que nos pone al límite”, confirma el piloto Josh DaSilva. “Pero vivimos tiempos duro, y va a haber que hacerse a la idea”.

De la bahía de Eureka a las cataratas de Klamath, de Port Townsend a Ventura, y de ahí a Corvallis, en el alto Oregón… El circo de las esculturas rodantes seguirá gira que gira hasta finales de agosto, cuando los últimos supervivientes enfilarán hacia Burning Man, la utopía “cinética” en el desierto de Nevada. Aquí estaremos ya en la antesala de la Vuelta a España.

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¡PARA LA GLORIA!

Ingeniero, ingenioso y artista, Hobart Brown tuvo la idea de convertir el triciclo de su hijo Justin en algo más interesante: un pentaciclo. Estábamos en 1969, el año en el que todo parecía posible. El congresista Don Clausen, intrigado por el cacharro de cinco ruedas de Hobart Brown, decidió pedírselo prestado y darse una vuelta por Ferndale. La foto dio la vuelta al país y el resto es historia.

La carrera de las esculturas rodantes rindió tributo este año a su Glorioso Fundador, que aguantó al timón durante casi cuarenta años. Brown, que se ganó la vida diseñando medallas, fue también el creador del famoso y ubicuo Pollo Cinético (aunque su idea original fue la de concebir un águila), pariente lejano de la no menos famosa águila.

Con su chistera, sus gafas negras y su pajarita blanca, Brown procuró que nunca le faltara ese punto de delirio y humor a la carrera, fiel a la consigna de partida: “Todas las pesadillas mecánicas no son creadas iguales”. También dejó escrita la regla de oro: “Engañar es un privilegio, no un derecho”. Aunque la proclama más famosa es la que está escrita con tinta indeleble en su epitafio: “¡Para la gloria!”.

Carlos Fresneda, enviado especial ARCATA/CALIFORNIA

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