CUANDO EL PARAISO SE LLAMABA MANNAHATTA...

El geógafo Eric Sanderson reconstruye la “historia natural” de la Gran Manzana

Un libro y una exposición interactiva reconstruyen los últimos 400 años de “historia natural” de la Gran Manzana

Mannahatta/Manhattan
Credit: (left) © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society; (right) © Yanan Arthus-Bertrand, CORBIS. Composite image by Markley Boyer

Los castores abrevaban en Times Square. Los osos negros campaban a sus anchas por los altos de Harlem. Y los pumas y los lobos acechaban a los 5.000 indios Lenape que se abrían paso a duras penas en la fronda selvática de Mannahatta, la isla de “muchas colinas”.

Así era la Gran Manzana, emparentada en la lejanía con el jardín del Edén, cuando la vislumbró por primera vez Henry Hudson en 1609. Y así la ha reimaginado cuatro siglos después Eric Sanderson, en ese fascinante proyecto que recupera el nombre y el espíritu original de Manhattan, increíblemente reverdecida ante nuestros ojos…

Mannahatta’s ecological landscape
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Como Henry Hudson, vine a Nueva York buscando algo, pero una vez aquí he encontrado algo distinto, algo que no esperaba”, confiesa Sanderson, ecologista del paisaje, que ha logrado trazar un puente inaudito entre la jungla de asfalto y el bosque impenetrable de robles y castaños.

Primero fue un libro, “Mannahatta”, un canto ecológico y poético, deudor de Henry David Thoreau y Walt Whitman. La idea se desborda ahora en una de las exposiciones imprescindibles del verano, en el Museo de la Ciudad de Nueva York de la Quinta Avenida y la calle 103. Aunque el prodigio visual llega hasta Internet, donde cualquier neoyorquino puede ver cómo era la vida en su “manzana” hace 400 años con un simple “click.

Manhattan, 1609
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


En Mannahatta había 627 especies diferentes de plantas, 233 variedades de pájaros y una biodiversidad por hectárea superior a la de Yellowstone o Yosemite”, asegura Sanderson. “Si hubiera subsistido como tal, la isla sería hoy en día la auténtica joya de los parques naturales”.

Los propios indios Lenape, con los incendios controlados y la agricultura incipiente, fueron los primeros en alterar el paisaje con prácticas que hoy se considerarían “sostenibles”. El Bajo Manhattan encajó en el siglo XVII la huella de la civilización, encarnada en los “pioneros” de Nueva Ámsterdam. Los británicos arrasaron gran parte de la isla y la convirtieron en fortín durante la Guerra de la Independencia.

The Collect Pond, Lower Manhattan, 1609
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Pero el golpe de gracia llegó en 1811, con la rejilla urbana que convirtió la isla en una lacónica y previsible sucesión de calles y avenidas. A golpe de TNT, se allanaron gran parte de las 500 colinas. Hasta lo que hoy es Central Park pasó por un meticuloso proceso de “reducción topográfica”. Con el tiempo llegarían los rascacielos, anclados en la roca granítica…

No hemos llegado a matar la naturaleza en Manhattan, pero es cierto que la vida silvestre ha estado “mortificada” por las decisiones urbanísticas”, admite Eric Sanderson. “Se han cegado los cauces naturales, se han rellenado los humedales, se le ha ido ganando terreno al río… Nueva York está enclavada en un estuario, en un ecosistema muy delicado y muy expuesto a los efectos del cambio climático”.

Midtown Manhattan, 1609
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Desde el mirador de la Wildlife Conservation Society en el Bronx, Sanderson se asoma ese Mannahatta/Manhattan de doble filo, añorando el paraíso que fue y admirando al mismo tiempo lo que tiene de “experimento”… “Al fin y al cabo, Nueva York fue la primera “megaciudad” del mundo en superar los 10 millones de habitantes en 1950. Manhattan, con su millón y medio, ha sido y sigue siendo un laboratorio perfecto para la vida urbana de alta densidad”.

Sanderson se rebela contra la idea de “la jungla de asfalto” que enfrenta a la naturaleza contra la creación humana: “Las ciudades no pueden crecer de espaldas a la naturaleza. Los arquitectos y los urbanistas hablan cada vez más de la biomímesis y de cómo debemos construir la ciudades como si fueran econsistemas, imitando precisamente a las naturaleza. La gente se está dando cuenta además de que vivir en una ciudad es mucho más eficiente y sostenible desde el punto de vista ecológico”.

Mannahatta at dawn
Credit: © Markley Boyer, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society


Sin ir más lejos, la huella de CO2 del neoyorquino (7,1 toneladas métricas al año) es tres veces inferior a la del norteamericano medio (24,5 toneladas). En el mosaico de Manhattan, y pese a los cuatro siglos de hormigueo humano, los barrios guardan vestigios lejanos del medio centenar de “comunidades ecológicas” rastreadas por Sanderson y su equipo.

La tierra recuerda, y la diversidad cultural de la isla donde se hablan más de cien lenguas es de algún modo el reflejo de “la increíble biodiversidad que existía hace cuatro siglos”. Sanderson empieza a ver señales muy claras del espíritu redivivo de la vieja Mannahatta: del parque High Line inaugurado sobre los raíles elevados de Chelsea a los bosques de Inwood, que han sobrevivido milagrosamente “intactos” al norte de la isla

Creo que las semillas están ya plantadas bajo el asfalto”, afirma Sanderson, que culmina su libro con una visión utópica de Nueva York en el 2409, cuajada de tejados verdes. “Los neoyorquinos amamos tanto esta ciudad que es muy posible construir una versión aún más sostenible de Manhattan”.


La ciencia del paisaje

NUEVA YORK.- El viaje en el tiempo de 400 años ha sido posible gracias a una mágica combinación de elementos: los primeros testimonios del “nuevo mundo”, los mapas elaborados por los cartógrafos británicos durante la Guerra de Independencia, las imágenes de la Gran Manzana por satélite y los “efectos visuales” por ordenador usados en Hollywood.

Markley Boyer, responsable de las impactantes ilustraciones de “Mannahatta”, ha sido la mano impagable de Eric Sanderson en esta aventura que nos permite asomarnos con nuevos ojos al pasado y presente de Nueva York. Sanderson no sólo ha sido capaz de reconstruir la vida en la isla, sino que ha logrado determinar la compleja “red de relaciones ecológicas” que puede ser vital para trazar el futuro sostenible de la ciudad.

Como director asociado en Ecología del Paisaje en la Wildlife Conservation Society, Sanderson define su cometido científico como un acercamiento al “diseño de los ecosistemas”. La ciencia del paisaje, aplicada a las ciudades, servirá en su opinión para conocer la auténtica dimensión de la “huella humana” sobre el planeta, propiciar la restauración ecológica en las ciudades y diseñar en el futuro hábitats mucho más respetuosos con la naturaleza.

Bullfrog, lady’s slipper orchi
Credit: Courtesy of the University of Wisconsin
Madison

Heath hen, a former denizen of the Harlem Plains
Credit: Courtesy of the University of Wisconsin
Madison

Mannahatta Muir web
As this detail of the Mannahatta Muir web shows, each point represents a habitat element, which could be a plant, an animal, or a nonliving component of the environment (like a type of soil or a type of stream). The lines represent the interconnections between habitat elements. Credit: © Chris Harrison, The Mannahatta Project, Wildlife Conservation Society

Video en TED, en subtitulos esta la opción en español:


Los brotes “verdes” de NY

.El High Line de Chelsea, primer parque elevado de la ciudad, construido sobre un viejo ferrocarril elevado, entre la calle 20 y la calle Gansevoort.

.Times Square, cerrada parcialmente al tráfico y “ocupada” por decenas de tumbonas a los pies de los neones.

.El Empire State, pasando por un “lavado” de eficiecia energ’etica que le permitirá ahorrar hasta el 38% del consumo.

.El circuito veraniego en bicicleta todos los domingos de agosto en Park Avenue. La ciudad ha superado las 420 millas (650 kilómetros) de carriles bici. La iniciativa “200 millas” ha logrado incrementar el uso de la bici un 48% en tres años.

.El tejado-granja de 2.000 metros cuadrados en Greenpoint, Brooklyn, que se puede visitar como voluntario los domingos.

.El restaurante “solar” Habana Outpost, en Brooklyn (757 Fulton Street), abastecido con paneles fotovoltaicos y donde se puede contribuir con energía “humana”, pedaleando en una bicicleta fija.

Carlos Fresneda desde Nueva York
Publicado en El Mundo, 28 julio 2009

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