Los “molinos” de Manhattan

No era un gigante, era un molino. Durante casi una década, finales de los setenta, estuvo girando y girando en la calle 11 de Nueva York. Se trataba de un aerogenerador de primerísima generación, apenas dos kilovatios de potencia, suficiente para iluminar los pasillos, las escaleras y el hall de un edificio de cinco plantas. El arquitecto Travis Price y sus secuaces hippies del East Village se adelantaron al futuro. Dylan insistía ya entonces: “La respuesta, amigo, está soplando en el viento”.

El sueño murió aplastado por el acoso del gigante eléctrico, Con Edison, temeroso de que los neoyorquinos levantaran cientos de molinos y proclamasen su independencia energética. Llegaron los ochenta, se extendió la mancha del petróleo y la emblemática turbina desapareció para siempre del horizonte vecinal.

Pero Manhattan es ante todo una ciudad imaginada, y el alcalde Bloomberg ha ventilado estos días las retinas de sus vecinos con una estimulante propuesta: “Sería bello que la Estatua de la Libertad diera la bienvenida a los nuevos inmigrantes con su antorcha encendida por las turbinas en el océano... Y quizás las grandes compañías estarían dispuestas a cosechar el viento en lo alto de los rascacielos y de los puentes”. El órdago lo lanzó Bloomberg en la Cumbre Nacional de Energías Limpias que se celebró esta semana en Las Vegas. El otro gran protagonista fue un texano, el magnate del petróleo Boone Pickens, que arremetió contra la ceguera de su paisano Bush y rompió también una lanza por el sol y el viento.

Los medios neoyorquinos se han hecho eco y han visualizado los molinos en el puente de Brooklyn, en el capirote del Empire State o en el brazo en alto de Lady Liberty, tomando el relevo a la gastada antorcha. Durante unos días la ciudad ha pintado un mañana etéreo y ventoso, antes de que los expertos económicos y técnicos le pidieran al alcalde que se baje del caballo y consulte con Sancho Panza.

Pero Bloomberg sigue en sus trece, después de asomarse al futuro en las costas de Blackpool (Gran Bretaña) o en la mismísima Chicago, la ciudad del viento, pionera en la instalación de turbinas verticales en los tejados. En Battery Park, en los muelles de la calle 34 y próximamente en el Bronx, la utopía eólica ha empezado a dar sus primeros pasos. Nada más volver a Manhattan, el alcalde ha espoleado a la Corporación de Desarrollo Económico para que contacte con las compañías punteras del sector y le presenten un abanico de ideas para generar energías limpias y darle un nuevo aire a la ciudad.

A menos de 40 kilómetros del hormiguero humano de Nueva York, como contrapunto implacable e inquietante del presente incierto, pernocta a los pies del río Hudson la central nuclear de Indian Point...

CARLOS FRESNEDA. NUEVA YORK

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